—¡Emilia! –la saludó Rubén al contestar su llamada.
—Ah… hola. Buenos días—. Rubén sonrió de oreja a oreja.
—Buenos días –contestó a su saludo—. Justo iba a llamarte. ¿Puedo pasar por ti para que almorcemos juntos? Con Santiago, si te parece.
—¿Ibas a llamarme?
—En este mismo momento. Estuve un poco ocupado, y no pude hablarte antes. Es un poco precipitado, pero necesito que vengas conmigo.
—Ah, y
Santiago se sentó en el asiento de atrás del auto tal como la última vez y observó en silencio cómo Rubén le abrochaba el cinturón.—Yo puedo solo –dijo, y le quitó las manos para hacerlo él.—Claro, ya estás grande –dijo Rubén con una sonrisa. Emilia miró a su hijo apretando sus labios y luego a Rubén algo afectada por la actitud de su hijo. Él agitó su cabeza tratando de decirle que no se preocupara por nada.—¿A dónde iremos? –preguntó Emilia en el momento en que Rubén encendía el auto y salía de la z
Emilia bajó a la cocina mientras escuchaba a Darío Cardozo que le seguía explicando cosas acerca de la casa. Era una cocina preciosa, con encimera en mármol negro y gabinetes blancos. Desde el ventanal vio a Rubén y a Santiago abrazados y quedó paralizada en el lugar. Darío siguió hablando, pero ella ya no escuchaba nada. ¿Qué había pasado?—Disculpe –le dijo al hombre, y salió de la casa hacia el jardín. Cuando llegó a ellos, Santiago ya se había bajado y corría libre y salvaje hacia el otro extremo del jardín.—¡Mamá! Voy a bus
Rubén observó a su hijo jugar en el jardín con Pablo, su recién descubierto primo.De inmediato se llevaron bien y Pablo le mostró todos sus juguetes, con los que Santiago quedó encantado, y Viviana los hizo ir al jardín para que jugasen allí y disfrutasen un poco el sol.Ahora estaban concentrados en un lego de casi mil piezas, carritos de carrera no más grandes que sus manos, y pistas donde sufrían aparatosos accidentes.Sonrió pensando en su propia niñez, también tuvo primos con los que jugó mucho, pero su hermana fue la que más lo sonsacó, aún en su adolescencia.
Rubén miró a Emilia por un largo minuto en silencio, mientras ella dio un paso atrás y miró en derredor los libros, los muebles… cualquier cosa, menos a él.—¿Debo… debo estar preparado? ¿Vas a terminarme? –preguntó él con voz suave. Emilia apretó sus dientes.—No lo sé. Cualquier cosa puede pasar—. Rubén pestañeó y frunció el ceño.—No. Cuando me preguntan por mi relación contigo, yo sonrío y digo: seguiremos adelante, estaremos bien. Nunca, siquiera, menciono la posibilidad de terminar. Lo que tengo contigo es algo
Rubén miró a Emilia por un largo minuto en silencio, mientras ella dio un paso atrás y miró en derredor los libros, los muebles… cualquier cosa, menos a él.—¿Debo… debo estar preparado? ¿Vas a terminarme? –preguntó él con voz suave. Emilia apretó sus dientes.—No lo sé. Cualquier cosa puede pasar—. Rubén pestañeó y frunció el ceño.—No. Cuando me preguntan por mi relación contigo, yo sonrío y digo: seguiremos adelante, estaremos bien. Nunca, siquiera, menciono la posibilidad de terminar. Lo que tengo contigo es algo
Emilia se sentó en su cama sin poder dormir. Una a una todas las palabras de Rubén venían a su mente, dando y dando vueltas en su cabeza.Las palabras que le dijera con respecto a Santiago y al posible bebé que había en su vientre se parecían mucho a las que le había dicho su madre cuando se supo que estaba embarazada. Sí, el bebé era hijo de ese hombre, pero también era suyo. Tan sólo por eso debió haberlo amado desde que supo que estaba en su vientre, había dicho ella.Dio unos pasos y corrió la cortina para mirar afuera la noche oscura y solitaria.En esa época no lo habí
—¡Emilia! –la llamó Adrián el lunes por la mañana separándose del grupo en el que estaban Rubén y Álvaro conversando. Ella se detuvo en su camino hacia su cubículo y vio que Adrián se acercaba a paso rápido mientras Rubén seguía hablando con los otros—. Te estaba buscando –le dijo Adrián—. Iniciaremos un recorrido por las obras. Te necesito.—Ah… bueno…—Espero hayas traído zapatos adecuados.—Sí, siempre.—Bien, salimos en media hora&mda
—¿Está todo bien? –le preguntó Emilia a Rubén por teléfono; lo había llamado justo a las dos horas para saber cómo le había ido con el niño. Tal vez ya estaban en casa, aunque lo dudaba. Sabía lo preocupado que Rubén era por su hijo, seguramente lo había llevado a almorzar por allí y ahora paseaban o jugaban en algún lado.—Sí –contestó él—. Más o menos—. Emilia miró a su espalda, sintiéndose observada. No deseaba que Adrián la escuchara, así que se alejó un poco más.—¿Más o menos? Rubén… ¿le pasó algo al niño?—El niño está bien, no te preocupes –le dijo él—. Tal vez su compañerito no lo esté tanto.—¿Qué compañerito?