—¿Está todo bien? –le preguntó Emilia a Rubén por teléfono; lo había llamado justo a las dos horas para saber cómo le había ido con el niño. Tal vez ya estaban en casa, aunque lo dudaba. Sabía lo preocupado que Rubén era por su hijo, seguramente lo había llevado a almorzar por allí y ahora paseaban o jugaban en algún lado.
—Sí –contestó él—. Más o menos—. Emilia miró a su espalda, sintiéndose observada. No deseaba que Adrián la escuchara, así que se alejó un poco más.
—¿Más o menos? Rubén… ¿le pasó algo al niño?
—El niño está bien, no te preocupes –le dijo él—. Tal vez su compañerito no lo esté tanto.
—¿Qué compañerito?
Hacia las nueve de la noche ya estaba cansado y durmiéndose de pie. Había sido un día largo para él, así que decidieron volver a casa. No bien Rubén le abrochó el cinturón en el asiento de atrás, se quedó dormido.—Lo ha pasado muy bien –dijo Emilia—. Muchas gracias por ocuparte de él hoy.—Es mi hijo, Emilia. Ocuparme de él es un deber, no tienes que agradecerme—. Ella lo miró fijamente por unos minutos. Lo echaba de menos. Ya no le sonreía, ya no la miraba con miel en los ojos, ya no era igual.Necesitaba recuperarlo, era urgente.—Los llevaré a casa, tú también madrugas mañana –siguió él poniendo la mano en la palanca de cambios del auto y Emilia puso la suya encima de la de él deteniéndolo.—No, no nos lleves aún.—Santiago es
Le tomó el rostro para devolverle los besos, y él lo hizo suave, profundo y a conciencia. Se restregó contra ella al interior de su boca buscando excitarla, y también fue metiendo la mano debajo de la blusa, hasta que ella lo detuvo.Él la miró un poco aprensivo. ¿Qué tan lento debían ir?—No podemos –sonrió ella—. Estoy con la regla, lo siento.—Ah… —sin embargo, por varios segundos, no la bajó de su regazo, sino que volvió a besarla.Hasta que una idea se fue filtrando al fin en su mente obnubilada por el deseo. Si ella estaba menstruando ahora, quería decir que no estaba embarazada.Se alejó ahora.—Tienes la regla –dijo él. Ella asintió.—Me llegó ayer. Lo siento.—No estás embarazada—. Ella lo miró fijamente.—No&
Santiago se despertó sentándose en la enorme cama y miró en derredor. Se frotó los ojos sin ubicarse. Esta no era la cama de los abuelos, ni la de su mamá… ni ninguna que conociera.Y ahora… ¿dónde estaba el baño?Se bajó y sintió el suelo cubierto por una alfombra muy abullonadita. Mejor, porque su mamá le decía que levantarse descalzo era malo.Luego sintió voces. Era gente hablando. Y risas. ¡Era su mama!Caminó hacia las voces y encontró a su papá y a su mamá en el sofá hablando, riendo y besándose. Saltó varias veces celebrando en silencio, pero ellos lo vieron. Quiso esconderse, pero era demasiado tarde, además, recordó que necesitaba el baño.—¿Santi? –lo llamó Rubén, su papá, y él volvió a asomar su carita.
—Encontramos una casa –le dijo Aurora a Emilia llena de entusiasmo—. Es la ideal.Ella apenas venía entrando después de un largo día de trabajo. Hoy otra vez había almorzado con Rubén, al igual que ayer y anteayer, pero visto que eran incapaces de verse por la noche sin alterar el sueño de Santiago, habían restringido un poco estas salidas nocturnas.—Hoy –siguió Aurora con una sonrisa— luego de tanto salir y mirar y mirar, encontramos la casa perfecta.—¿Cómo es? –preguntó Emilia sentándose frente a ella en el comedor, mientras recibía el saludo de su hijo, que le preguntaba por Rubén.—Es grande –dijo Aurora, mirando a Emilia ponerse en pie y caminar a la cocina para prepararse algo de comer—. Cuatro habitaciones. Perfecto para nosotros, Santiago tendrá su propia habitació
Cuando estuvo afuera y mientras caminaba a su auto, él se detuvo y miró en derredor. Emilia lo miró interrogante.—¿Pasa algo? –le preguntó. Lo vio pasarse la mano por la nuca, pero luego le sonrió y retomó el camino al Mazda 3.—Nada, nada. ¿Sabes? –Dijo en voz un poco alta, y Emilia no pudo evitar pensar en que estaba actuando extraño—. He pensado cambiar de apartamento.—Ya era hora –rio ella. Entró a su auto y se puso el cinturón de seguridad.—Sí, lo sé –dijo él encendiendo el motor, y otra vez echó una mirada en derredor—. Es estrecho, indigno de mí –Emilia volvió a reír.—¿Y a dónde te pasarás?—Si quieres, te lo enseño.—¿Ya lo tienes visto?—Bueno, no es tan difícil
Emilia tenía su cabeza apoyada en el regazo de Rubén, los dos tumbados en el sofá, disfrutando los restos de papas fritas de su pedido a domicilio. Él sostenía la pequeña caja de cartón que contenía las papas mientras ella extendía la mano y sacaba de una en una, comiendo ella, o metiéndola en la boca de Rubén entre risas.Era genial estar así. Siempre era genial estar con Rubén, pero hoy había algo especial. Se amaban, y ambos lo sabían.Emilia llevaba puesta una camisa de Rubén y sus pantis, y él unos pantalones pijama que se había puesto un poco a prisa para recibir el pedido de comida y pagar lo correspondiente, llevaba el torso des
Andrés Gonzáles miró la fachada del edificio de apartamentos de lujo donde recientemente se habían introducido Rubén Caballero y una mujer. La mujer era, después de todo, aquella estudiante de arquitectura que el niño Rubén se había quedado mirando en una ocasión, la misma que él había hecho que fuera a una fiesta junto con su amiga para que presenciara el ridículo que haría Rubén Caballero con la sangre llena de drogas.En ese momento no había sabido cuál de las dos era el objetivo de Rubén, por eso había mandado la invitación para las dos, pero como la probabilidad era más alta para la estudiante de arquitectura, había hablado con sus compañeras de estudios para que la obligar
Él despertó inhalando aire profundamente. Cuando vio a Emilia sobre él atándolo a la cabecera de la cama, se sintió supremamente confundido.—¿Qué haces? –preguntó él con voz ronca.—Te voy a amordazar –contestó ella muy seria. Que alguien tan pequeño como ella dijera algo así, y con esa voz decidida, casi lo hace reír. Si hubiese querido, él la habría alejado con una sola mano.—¿Me vas a qué?—Te ataré y te violaré.
Último capítulo