Santiago se despertó sentándose en la enorme cama y miró en derredor. Se frotó los ojos sin ubicarse. Esta no era la cama de los abuelos, ni la de su mamá… ni ninguna que conociera.
Y ahora… ¿dónde estaba el baño?
Se bajó y sintió el suelo cubierto por una alfombra muy abullonadita. Mejor, porque su mamá le decía que levantarse descalzo era malo.
Luego sintió voces. Era gente hablando. Y risas. ¡Era su mama!
Caminó hacia las voces y encontró a su papá y a su mamá en el sofá hablando, riendo y besándose. Saltó varias veces celebrando en silencio, pero ellos lo vieron. Quiso esconderse, pero era demasiado tarde, además, recordó que necesitaba el baño.
—¿Santi? –lo llamó Rubén, su papá, y él volvió a asomar su carita.
—Encontramos una casa –le dijo Aurora a Emilia llena de entusiasmo—. Es la ideal.Ella apenas venía entrando después de un largo día de trabajo. Hoy otra vez había almorzado con Rubén, al igual que ayer y anteayer, pero visto que eran incapaces de verse por la noche sin alterar el sueño de Santiago, habían restringido un poco estas salidas nocturnas.—Hoy –siguió Aurora con una sonrisa— luego de tanto salir y mirar y mirar, encontramos la casa perfecta.—¿Cómo es? –preguntó Emilia sentándose frente a ella en el comedor, mientras recibía el saludo de su hijo, que le preguntaba por Rubén.—Es grande –dijo Aurora, mirando a Emilia ponerse en pie y caminar a la cocina para prepararse algo de comer—. Cuatro habitaciones. Perfecto para nosotros, Santiago tendrá su propia habitació
Cuando estuvo afuera y mientras caminaba a su auto, él se detuvo y miró en derredor. Emilia lo miró interrogante.—¿Pasa algo? –le preguntó. Lo vio pasarse la mano por la nuca, pero luego le sonrió y retomó el camino al Mazda 3.—Nada, nada. ¿Sabes? –Dijo en voz un poco alta, y Emilia no pudo evitar pensar en que estaba actuando extraño—. He pensado cambiar de apartamento.—Ya era hora –rio ella. Entró a su auto y se puso el cinturón de seguridad.—Sí, lo sé –dijo él encendiendo el motor, y otra vez echó una mirada en derredor—. Es estrecho, indigno de mí –Emilia volvió a reír.—¿Y a dónde te pasarás?—Si quieres, te lo enseño.—¿Ya lo tienes visto?—Bueno, no es tan difícil
Emilia tenía su cabeza apoyada en el regazo de Rubén, los dos tumbados en el sofá, disfrutando los restos de papas fritas de su pedido a domicilio. Él sostenía la pequeña caja de cartón que contenía las papas mientras ella extendía la mano y sacaba de una en una, comiendo ella, o metiéndola en la boca de Rubén entre risas.Era genial estar así. Siempre era genial estar con Rubén, pero hoy había algo especial. Se amaban, y ambos lo sabían.Emilia llevaba puesta una camisa de Rubén y sus pantis, y él unos pantalones pijama que se había puesto un poco a prisa para recibir el pedido de comida y pagar lo correspondiente, llevaba el torso des
Andrés Gonzáles miró la fachada del edificio de apartamentos de lujo donde recientemente se habían introducido Rubén Caballero y una mujer. La mujer era, después de todo, aquella estudiante de arquitectura que el niño Rubén se había quedado mirando en una ocasión, la misma que él había hecho que fuera a una fiesta junto con su amiga para que presenciara el ridículo que haría Rubén Caballero con la sangre llena de drogas.En ese momento no había sabido cuál de las dos era el objetivo de Rubén, por eso había mandado la invitación para las dos, pero como la probabilidad era más alta para la estudiante de arquitectura, había hablado con sus compañeras de estudios para que la obligar
Él despertó inhalando aire profundamente. Cuando vio a Emilia sobre él atándolo a la cabecera de la cama, se sintió supremamente confundido.—¿Qué haces? –preguntó él con voz ronca.—Te voy a amordazar –contestó ella muy seria. Que alguien tan pequeño como ella dijera algo así, y con esa voz decidida, casi lo hace reír. Si hubiese querido, él la habría alejado con una sola mano.—¿Me vas a qué?—Te ataré y te violaré.
Quince días pasaron, y en esos quince días, los Ospino concretaron al fin la compra de una casa. Una casa mucho más grande, moderna, con jardín y patio trasero. Se habían decidido luego de buscar y buscar; sin embargo, con sólo verla, Aurora supo que era la casa de sus sueños. Ahora sólo quedaba cambiarse a ella, y tener, por fin, comodidad.—No es una casa que se recorra en tres segundos –bromeó Felipe en medio de la sala vacía, y Emilia sonrió mirándolo de reojo.Emilia había pedido permiso por mudanza y tal vez porque era la nuera del jefe supremo, le concedieron también el lunes para que no fuera a trabajar muy cansada luego de un trasteo. As&iacut
Cuando llegaron al edificio en el que aún vivían, Felipe se despidió con un simple movimiento de cabeza, y Rubén cubrió de besos a su hijo, del que no quería desprenderse.—¡Corre, sube al ascensor con tu tío! –lo apuró Emilia, para quedarse un rato a solas con Rubén, que no tardó en rodearle la cintura y besarle sonriente en cuanto el niño se hubo ido.—Mañana no tienes que venir –le dijo ella—. Seguro que tienes cosas que hacer.—Sí, mirar por la ventana mientras el tiempo pasa.
—Esto es increíble –sonrió Andrés apuntándole a Rubén en el centro del pecho. Él empezó a moverse poco a poco. Si seguía con Emilia en los brazos y él disparaba, podía darle a ella, así que muy despacio empezó a bajarse hasta poder apoyarla en el suelo—. ¡Esto es increíble! –volvió a decir Andrés entre risas.Rubén lo miró fijamente, aunque estaba un poco a contraluz. Andrés no parecía el mismo. De hecho, tuvo que mirarlo fijamente tratando de reconciliar esta imagen con la del joven estudiante guapo y alegre que una vez fue. Estaba demasiado delgado, moreno por el sol, como si llevase mucho tiempo a la intemperie, sus dientes estaban manchados, como si no hubiese parado de fu