Él despertó inhalando aire profundamente. Cuando vio a Emilia sobre él atándolo a la cabecera de la cama, se sintió supremamente confundido.
—¿Qué haces? –preguntó él con voz ronca.
—Te voy a amordazar –contestó ella muy seria. Que alguien tan pequeño como ella dijera algo así, y con esa voz decidida, casi lo hace reír. Si hubiese querido, él la habría alejado con una sola mano.
—¿Me vas a qué?
—Te ataré y te violaré.
Quince días pasaron, y en esos quince días, los Ospino concretaron al fin la compra de una casa. Una casa mucho más grande, moderna, con jardín y patio trasero. Se habían decidido luego de buscar y buscar; sin embargo, con sólo verla, Aurora supo que era la casa de sus sueños. Ahora sólo quedaba cambiarse a ella, y tener, por fin, comodidad.—No es una casa que se recorra en tres segundos –bromeó Felipe en medio de la sala vacía, y Emilia sonrió mirándolo de reojo.Emilia había pedido permiso por mudanza y tal vez porque era la nuera del jefe supremo, le concedieron también el lunes para que no fuera a trabajar muy cansada luego de un trasteo. As&iacut
Cuando llegaron al edificio en el que aún vivían, Felipe se despidió con un simple movimiento de cabeza, y Rubén cubrió de besos a su hijo, del que no quería desprenderse.—¡Corre, sube al ascensor con tu tío! –lo apuró Emilia, para quedarse un rato a solas con Rubén, que no tardó en rodearle la cintura y besarle sonriente en cuanto el niño se hubo ido.—Mañana no tienes que venir –le dijo ella—. Seguro que tienes cosas que hacer.—Sí, mirar por la ventana mientras el tiempo pasa.
—Esto es increíble –sonrió Andrés apuntándole a Rubén en el centro del pecho. Él empezó a moverse poco a poco. Si seguía con Emilia en los brazos y él disparaba, podía darle a ella, así que muy despacio empezó a bajarse hasta poder apoyarla en el suelo—. ¡Esto es increíble! –volvió a decir Andrés entre risas.Rubén lo miró fijamente, aunque estaba un poco a contraluz. Andrés no parecía el mismo. De hecho, tuvo que mirarlo fijamente tratando de reconciliar esta imagen con la del joven estudiante guapo y alegre que una vez fue. Estaba demasiado delgado, moreno por el sol, como si llevase mucho tiempo a la intemperie, sus dientes estaban manchados, como si no hubiese parado de fu
Abrió sus ojos y se vio frente al rostro tranquilo de Emilia, que yacía otra vez en el suelo de una arboleda, pero ahora ella estaba herida en la cabeza, y eso lo ayudó a ubicarse un poco. Aquello ya había pasado, ella ya lo había perdonado. Qué buena, qué buena era Emilia por haberlo perdonado, él no lo habría conseguido, perdonar a quien le hizo tanto daño. Con razón sus dudas, con razón su odio y su rencor.Le puso las manos en las mejillas y se acercó para besarlas, pero entonces sintió la mano de alguien que lo sacudía.—¿Le pasó algo a Emilia?—&iqu
Rubén entró a la mansión pasada la media noche acompañado de su padre, que le dio una palmada en el hombro apretándoselo un poco en un gesto consolador. Él suspiró y subió las escaleras despacio, sintiéndose cansado, viejo, necesitando urgentemente ser abrazado por su mujer.La encontró dormida en su cama, obviamente acompañada de Santiago, que estaba extendido en todo el colchón dejando a Emilia en un pequeño rincón. Sonrió y se acercó al niño para alzarlo y llevarlo a otra habitación, presintiendo que a este pequeño le iba a costar un poco dejar de visitar la cama de su madre por las noches.Emilia se despertó al sentirl
Emilia despertó sintiendo dolor de cabeza. Intentó moverse para luego descubrir que estaba atrapada. Rubén la retenía por un lado y Santiago por el otro. Era lindo, pero no era nada cómodo.De todos modos, no pudo evitar sonreír.—¿Rubén? —Lo llamó ella con suavidad, pero él no se movió—. Rubén –volvió a llamarlo, y él al fin dio señales de haberla oído. Murmuró algo, pero no se movió—. Necesito… que muevas a Santiago.—Santiago –repitió él, pero era evidente que hablaba más dormido que desp
Aurora terminó de acomodar todos los muebles de su nueva casa, y como punto final, enderezó la fotografía enmarcada de su familia colgada en la sala principal; ella, Antonio, Emilia siendo adolescente, y Felipe, cuando tenía diez años. La foto, cuando estaban en el pequeño apartamento, había tenido que ponerla en su cuarto, porque en la sala no había espacio, y ahora ésta podía ser exhibida junto con las demás fotografías que había tenido que archivar.En las demás estaban Emilia y Felipe de niños, abrazados y sonrientes; Felipe montando bici mientras Emilia lo empujaba desde atrás, y ella junto a Antonio vestidos para alguna ocasión especial.
En los siguientes días, las noches de Emilia estuvieron muy ocupadas. Si no estaba con Rubén en su apartamento muy ocupada, estaba en casa de sus suegros, o en la de su cuñada, o planeando su boda. Gemima, tal como lo auguró Rubén, quería una súper fiesta, por todo lo alto. Ella tuvo que insistirle en que quería algo privado. —¡Se casa mi hijo! –Exclamó Gemima—. Es la única vez que lo veré de novio, quiero que sea memorable. —Para hacerlo memorable no se necesitan seiscientas personas –dijo Emilia, rotunda. Gemima tuvo que ceder, Emilia era más terca que ella. De todos modos, insistió en anunciar el com