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Cuando estuvo afuera y mientras caminaba a su auto, él se detuvo y miró en derredor. Emilia lo miró interrogante.

—¿Pasa algo? –le preguntó. Lo vio pasarse la mano por la nuca, pero luego le sonrió y retomó el camino al Mazda 3.

—Nada, nada. ¿Sabes? –Dijo en voz un poco alta, y Emilia no pudo evitar pensar en que estaba actuando extraño—. He pensado cambiar de apartamento.

—Ya era hora –rio ella. Entró a su auto y se puso el cinturón de seguridad.

—Sí, lo sé –dijo él encendiendo el motor, y otra vez echó una mirada en derredor—. Es estrecho, indigno de mí –Emilia volvió a reír.

—¿Y a dónde te pasarás?

—Si quieres, te lo enseño.

—¿Ya lo tienes visto?

—Bueno, no es tan difícil

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