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Hacia las nueve de la noche ya estaba cansado y durmiéndose de pie. Había sido un día largo para él, así que decidieron volver a casa. No bien Rubén le abrochó el cinturón en el asiento de atrás, se quedó dormido.

—Lo ha pasado muy bien –dijo Emilia—. Muchas gracias por ocuparte de él hoy.

—Es mi hijo, Emilia. Ocuparme de él es un deber, no tienes que agradecerme—. Ella lo miró fijamente por unos minutos. Lo echaba de menos. Ya no le sonreía, ya no la miraba con miel en los ojos, ya no era igual.

Necesitaba recuperarlo, era urgente.

—Los llevaré a casa, tú también madrugas mañana –siguió él poniendo la mano en la palanca de cambios del auto y Emilia puso la suya encima de la de él deteniéndolo.

—No, no nos lleves aún.

—Santiago es

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