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Lo primero que hizo Rubén esa mañana al despertar fue mirar su teléfono. Ningún mensaje.

Se sentó despacio en el colchón haciendo mentalmente la lista de las cosas que tenía que hacer hoy; a primera hora, encontrarse con Alfonso Linares, un conocido maestro de obras con el que iniciaría un proyecto, luego, con Darío Cardozo, un agente de bienes raíces que casi se mea en los pantalones cuando lo llamó. Las dos citas eran importantes, así que se puso en pie sin más dilación y se introdujo en la ducha.

Este apartamento era demasiado pequeño. Si pretendía convencer a Emilia para que se viniera a vivir con él, debía buscar un espacio donde e

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