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Antonio Ospino casi no había hablado durante el viaje a pesar de los intentos de Gemima de poner conversación. Estuvo silencioso en el avión, y ahora en el taxi.

Era increíble, absolutamente increíble. La diferencia entre estas dos familias era enorme, pudo comprobar Antonio. Mientras los unos luchaban por sobrevivir día a día con duro trabajo, contando las monedas, angustiándose al abrir las cartas de cobro de los bancos, las facturas de los servicios y cuidando la ropa para que esta durara todo lo posible; estas personas de aquí vivían sin preocuparse en lo más mínimo por ese tipo de cosas.

Cuando lo llamaron, le pidieron viajar con ellos en un jet privado. Se había rehusado, claro, pero cuando le hablaron de la practicidad de venirse en un vuelo que duraría muchas menos horas, que saldría en cuanto llegara al aeropuerto y que no haría escalas como sí

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