Emilia salió del consultorio, y Telma, que otra vez la había estado esperando afuera, se levantó del asiento donde la había estado esperando. Al ver su rostro pálido, prácticamente corrió a ella.—Ay, no me digas. No me digas. Hay malas noticias –cuando ella no dijo nada, la tomó del brazo y la condujo a una de las sillas del pasillo—. Vamos, nena. Lucharemos. Tú eres fuerte, joven. Vamos a luchar juntas, yo no te dejaré sola.—No… no estoy enferma de nada –dijo Emilia, y Telma la miró confundida. Cuando Emilia se echó a reír, combinando risa con l&aa
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