4

—¿A dónde vas? –le preguntó Viviana a Rubén, entrando a su habitación y viéndolo ajustarse una chaqueta de cuero color miel. Rubén se giró a mirar a su hermana, que lucía una simple falda floreada, una blusa sin mangas y pantuflas.

—Ah… A una fiesta. La graduación de un amigo se celebra hoy.

—Ah. Vaya. Pero, ¿no vas de traje?

—Me advirtieron que fuera casual—. Viviana sonrió.

—Pues te ves muy bien.

—Gracias. Y ¿por qué estás aquí? Es sábado por la noche. ¿Roberto no te invitó a ningún lado?

—No quise salir; así que vendrá aquí, veremos películas y comeremos palomitas de maíz.

—Qué novio tan sumiso.

—No te engañes. No es nada sumiso.

—¿Te casarás con él? –Viviana miró al techo haciendo una mueca.

—¿Cuándo dejarás de preguntármelo?

—Todavía pienso que accediste a casarte con él más por obedecer a papá que porque estás enamorada—. Viviana sonrió.

—Bueno, al principio fue así –se encaminó a él y le ayudó a arreglarse el cuello de la camisa para que sobresaliera por encima del cuello de la chaqueta sólo lo necesario—. Pero digamos que… me conquistó—. Rubén miraba el piso.

—Se puede conquistar a una mujer.

—Claro que se puede—. Ella le tomó la mejilla y lo hizo mirarla. Él era más alto que ella, le sacaba una cabeza, pero en su corazón, Rubén seguía siendo un niño. Su hermanito menor— ¿Te gusta alguien? –él sonrió.

—Bueno, sí.

—¿Cómo se llama? –él la miró de reojo.

—¿Para qué quieres saber?

—Si se va a convertir en mi cuñada, quiero saber de ella, ¿no es lógico?

—No le he dicho nada —contestó él riendo—. ¿Por qué ya estás pensando en que será tu cuñada?

—¿No le has dicho nada?

—Bueno…

—Señor, el auto está listo –le interrumpió Edgar, un hombre mayor, delgado y alto que desde hacía más de veinte años era el mayordomo. Viviana lo miró duramente por haberlos interrumpido.

—Edgar, estuve a punto de sacarle el secreto más grande a mi hermano y tú lo echaste a perder.

—Estoy seguro de que pronto hallará un nuevo método para volver a intentarlo –repuso el mayordomo, impertérrito. Rubén se echó a reír pasando por su lado, y palmeándole el hombro.

—Nos vemos más tarde.

—¿Volverás hoy mismo? –le preguntó Viviana.

—¿Y qué esperas que haga?

—Que aproveches la noche para conquistar a tu chica—. Rubén hizo una mueca.

—Dudo mucho que la encuentre allí.

Mientras bajaba las escaleras, se encontró con Gemima, su madre, que al verlo así vestido de inmediato le preguntó qué planes tenía para esa noche. Rubén sólo le besó la cabeza y contestó evasivo que iba a una simple fiesta.

—Llámame si se te hace tarde—. Al escucharla, Viviana meneó la cabeza mirando al techo. Rubén no tenía mucha libertad.

—¿Y ahora qué? –se preguntó Telma bajando del viejo auto de su padre con un poco del olor de la gasolina pegado a su ropa. A su lado, Emilia se alisaba las arrugas que se habían formado en la parte de atrás de su falda.

—Eh… ¿avanzar?, creo—. Telma miró la enorme casa. Tenía todas las luces encendidas y se escuchaba mucha música. Había gente entrando y saliendo con bebidas en sus manos. Una piscina estaba iluminada, y aunque no había nadie nadando en ella a causa de lo frío de la noche, sí tenía flotadores y faroles que iban de un lado a otro.

—Es bonita, ¿no? –preguntó Telma, que poco sabía de construcciones. Emilia echó un vistazo. Era una casa finca bastante grande, de dos plantas, un poco al estilo colonial. Tal vez había sido rentada con el propósito de celebrar aquí.

Había preguntado quién era el tal Óscar, anfitrión de la fiesta, y si bien había averiguado que su familia tenía un negocio de fábrica e instalación de cocinas integrales, dudaba que ese negocio les permitiera tener un inmueble como éste.

—Sí, es bonita—. Contestó al fin.

Caminaron hacia la entrada, y el ruido y la música se hicieron más fuertes. Las conversaciones de la gente parecían más bien gritadas, y todos tenían en sus manos latas de cerveza. En varios extremos del jardín habían instalado barbacoas, y alrededor había mucha gente tal vez aprovechando el calor. Miró en derredor, observando los rostros. ¿Quién de ellos era su pintor de rosas?

—Hey, estás aquí –dijo Juanita al tropezarse con ella.

—¡Tú, mi libro!

—Tranquilízate, ya te lo entregaré—. Pero Juanita estaba muy abrazada a otro sujeto musculoso, con el claro propósito de embriagarse mucho y perder la conciencia.

—No, dámelo ya.

—¿Ah, te vas a poner pesada?

—Sí –contestó Emilia con firmeza. Juanita hizo una mueca y le dijo algo al oído al tipo musculoso y la guio hacia una habitación. En el interior había una pareja besándose, y no les importó mucho que ellas entraran. Emilia frunció el ceño. Esta fiesta era un desfase.

Juanita buscó algo en una mochila, el libro, y se lo entregó. Emilia lo recibió y lo metió en su bolso, que había traído expresamente para esto.

—Intenta relajarte y disfrutar –le dijo Juanita—. La vida no es estudiar y estudiar.

—Tampoco lo es copular y copular –contestó ella. Juanita la miró con desdén y se alejó. Emilia quedó a solas con la pareja que se besaba, y salió rápidamente de allí. Cuando volvió, ya Telma no estaba allí donde la había dejado.

—¿Telma? –la llamó, pero el ruido era demasiado, y de haberse encontrado cerca, Telma no la habría escuchado de todos modos.

—Relájate –le dijo Andrés a Rubén entregándole una cerveza—. Mira el ambiente, se está muy bien. Son todos jóvenes de nuestra edad celebrando.

Rubén recibió la cerveza, pero no la probó.

—Seguro –añadió Guillermo—. No verás aquí a nadie usando traje—. Andrés se echó a reír, y Rubén se arrepintió de inmediato de haber venido. No era para nada lo que se había esperado. Esperaba tal vez música ruidosa, comida y cerveza, pero esto tenía cara de convertirse pronto en un desmadre.

—¿Y quién sabe? –Siguió Andrés—. Tal vez encuentres aquí a tu chica—. Rubén lo miró fijamente.

—No tengo una chica.

—Vamos, vi cómo mirabas a ese par de niñas en la cafetería el otro día. Una de ellas es de la facultad, ¿no? –Rubén retrocedió un poco para mirarlo fijamente.

—¿La conoces? –Andrés se encogió de hombros.

—El mundo no es tan grande. Todo el mundo conoce a todo el mundo.

—Sabes, la cerveza no está envenenada –murmuró Guillermo, como si le ofendiera que no le diese aún el primer trago a su lata. Rubén miró la bebida, y luego miró en derredor. ¿Emilia aquí? Nunca, ella no era de este ambiente.

Le dio un trago largo a la cerveza pensando en que algún día ella estaría con él en una fiesta. No en una como esta. Estaba seguro de que a su padre le gustaría, y aunque sus orígenes eran bastante desiguales a los suyos, tenía el presentimiento de que también le gustaría a su madre.

Suspiró. Pero entonces su visión se puso borrosa.

Escuchó la risa de Andrés.

Se giró a mirarlo, pero él no estaba allí. Estaba solo en la sala. ¿A dónde se habían ido todos? Pero los escuchaba, escuchaba el ruido, las risas. Sin embargo, la sala estaba vacía, los muebles vacíos. Caminó hacia una de las salidas de la casa. Tropezaba con gente invisible. ¿Qué le pasaba? ¿Se estaba volviendo loco?

—¿Telma? –volvió a llamar Emilia. Había visto su pelo alborotado meterse por entre los árboles con alguien más. Telma se estaba involucrando demasiado con el tema de la fiesta. Ella no era así, ¿qué hacía con un sujeto que seguramente le era desconocido? ¡Y la había dejado sola!

El sitio estaba silencioso. No se escuchaban risitas, ni nada.

—Telma, ¿estás allí?

Caminó adentrándose más en el pequeño bosque de árboles. Había un perfume flotando en el ambiente, un perfume natural nocturno bastante intenso que no le fue demasiado agradable.

Se cubrió la nariz al sentir que se quedaría sin aire si seguía respirando ese aroma.

Entonces vio a un sujeto que se acercaba a ella con paso vacilante.

—Fue poderoso, ¿eh? –rio Guillermo.

—De una –contestó Andrés, también con una sonrisa—. Lo dejó noqueado.

—Y si al hecho le añadimos que el pequeño hijo de papá no está acostumbrado a beber o a las sustancias… vaya. Hará el oso de manera terrible. ¿Te aseguraste de que ese par de niñas vinieran a la fiesta?

—Ya confirmé su asistencia. Las dos están aquí.

—Sea quien sea, verá al niño Rubén vomitarse y hacer el ridículo en la fiesta. Espero que no se te haya pasado la mano.

—¿Y qué si se me pasó? –Dijo Andrés alzándose de hombros—. Hacía tiempo que quería hacerle pagar a ese crío sus pequeñas ofensas. Si además de todo pierde la conciencia, ¿qué me importa? –Guillermo se enderezó mirándolo.

—Andrés, las pastillas que te di eran de las fuertes. No se las echaste todas, ¿no?

—¿Por qué; no se podían mezclar?

—¡Claro que no, idiota! ¿Y si lo matan?

—Que se muera. La policía lo encontrará y dirá que fue sobredosis—. Guillermo lo miró con el ceño fruncido.

—Vaya. Sí que lo odias.

—Si investigan, no hay manera de que den con nosotros. Esto es una fiesta, cualquiera pudo habérselo dado. Creo que el que estaría en mayor problema sería Óscar. ¿Pero qué importa? Estas cosas suelen pasar.

Guillermo sonrió meneando su cabeza, y cuando una chica cayó casi directo en sus brazos, olvidó que por allí deambulaba un pobre diablo que tenía en las venas un cóctel peor que la muerte misma.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo