7

—¿Qué vas a hacer? –le preguntó Telma a Emilia.

Habían estado hablando por horas. Emilia no le había contado con detalle cómo fueron las cosas, pero no necesitaba hacerlo. Ella estaba tan mal, sintiéndose tan destrozada, que era fácil imaginarse cómo había sido el suceso.

Además, fuera como fuera, así fuera de tu propio novio, o esposo, una violación era eso: una violación. ¿Cuánto más de un desconocido que la había visto y atacado sólo porque le había placido?

—No sé qué hacer, Telma.

—¿No lo pudiste reconocer? –Emilia negó secándose con la palma de la mano las lágrimas.

—No.

—Dices que te fuiste de allí y él se quedó… ¿Cómo es que no fue él el que huyó primero?

—Se quedó… se quedó inconsciente—. Telma frunció el ceño.

—¿Estaba ebrio?

—No lo sé. No olía a alcohol… Telma… No quiero hablar de eso más.

—Lo siento por ti, pero vas a tener que hacerlo.

—¿Por qué?

—¿Acaso no piensas denunciarlo? Todavía estás a tiempo, tienes tres o cuatro días para mostrar las evidencias.

—No quiero que nadie más lo sepa.

—Nadie más lo sabrá excepto los profesionales, y ellos guardarán tu secreto. Emi, ¡esto no se puede quedar impune!

—¡Pero no sé quién es!

—Pero, ¿lo reconocerías si lo volvieras a ver? –Emilia cerró sus ojos. Sí, pensó. Reconocería su voz, su perfume, y los rasgos generales de su rostro.

—Sí, creo que sí.

—Con eso es suficiente. ¿Vamos?

—¿Ya?

—¡Claro que sí! ¡No podemos perder más tiempo! –Emilia miró al frente apretando sus labios. Respiró profundo y asintió.

—Me ducharé primero.

—Es obvio. Hueles a vieja encerrada—. Emilia sonrió, por primera vez en tres días.

—Gracias por apoyarme tanto.

—No seas tonta. Soy tu mejor amiga. Harías lo mismo por mí.

—No quiero que algo así te ocurra a ti.

—No me ocurrirá. Por ahora, preocupémonos por ti. Andando, se nos hace tarde y el tráfico en esta ciudad es de miedo.

—Vale… —Emilia salió de la habitación con la bata de baño en las manos. Telma entonces cerró sus ojos y lloró en silencio por su amiga. Frente a ella había tenido que mostrarse fuerte y serena, pero lo cierto es que tenía mucha rabia contra el monstruo que le había hecho daño a alguien tan inocente.

Pero él lo pagaría, o ella tendría que dejar la carrera de leyes.

Emilia puso el denuncio ese mismo día. La riñeron un poco por no haber ido inmediatamente, pero al tiempo la comprendieron, suponiendo que aún estaban a tiempo de evitar las más terribles consecuencias.

—¿Consecuencias? –preguntó Emilia como sintiéndose en el limbo.

—Enfermedades de transmisión sexual –dijo la doctora que la había examinado—. Y hasta un embarazo—. Emilia palideció—. No te preocupes, la píldora del día después funciona hasta setenta y dos horas más tarde.

—Ya… ya pasaron las setenta y dos horas.

—No te angusties, todavía estás a tiempo. Además, en caso de que lo peor ocurra, puedes decidir si interrumpir el embarazo o no. Nuestras leyes te ampararán—. Emilia sintió náuseas entonces. Quería irse de allí, quería encontrar un agujero oscuro, pequeño, y meterse allí para siempre—. También debes volver en dos meses para comprobar que no estás infectada con nada –siguió diciendo la doctora, pero Emilia no la escuchaba—. Sigue al pie de la letra los pasos que te indicamos en este folleto –le dijo, pasándole un simple papel plegable de letras azules. Emilia lo tomó—. La vida sigue, Emilia. No todo está acabado. Muchas mujeres sufrieron lo mismo que tú alguna vez, y ellas siguieron sus vidas. No como si nada, sino por el contrario, con más fuerzas. Tú eres una guerrera, a que sí.

Ella asintió.

Salió del consultorio, y en la pequeña sala de espera estaba Telma, que tomó el folleto en sus manos para leerlo.

—Tu seguro se hará cargo de tus medicinas –dijo Telma mientras avanzaban hacia la salida—. Al menos por eso no debes preocuparte—. Al notar que su amiga no decía nada, Telma suspiró—. No estás sola, Emi –le dijo tomándole el brazo—. Te acompañaré en todo lo que haga falta.

—Gracias –susurró—. Ahora, tengo que concentrarme en los exámenes—. Telma la miró fijamente.

—Lo sé, pero no puedes descuidarte en esto.

—Si estoy enferma o no, ya no hay nada que se pueda hacer, ¿verdad?

—Claro que sí. La gran mayoría de esas infecciones se pueden combatir completamente si se detectan temprano.

—Bueno, pero primero los exámenes.

—¿Te vas a poner terca en esto? –Emilia negó sacudiendo su cabeza.

—Él… no creo que estuviera enfermo de nada.

—¿Cómo puedes saberlo? –De verdad, se preguntó. ¿Cómo podía estar segura?

Telma siguió hablando de la importancia de seguir todas las indicaciones, pero otra vez, su mente echó a volar.

“Eres un ángel. Mi ángel; fuerte y guerrero”. Había dicho él.

Sí, ella era fuerte y una guerrera. Todo le había tocado con duro trabajo, al igual que sus padres. No se dejaría hundir. No lo permitiría. No volvería a encerrarse en su miseria tal como los días pasados.

Pasaron las semanas y Rubén no daba muestras de mejoría, sólo permanecía allí, respirando a través de un tubo que tenía en la boca, con los ojos cerrados, cada vez más pálido y delgado. Las heridas habían ido sanando, y ya sólo quedaban sombras amarillentas de lo que antes fueron moretones. Para Gemima era una tortura tener que verlo así, pero esto era mejor que nada. Al menos aquí tenía una esperanza de que él despertara.

Había tenido mucha suerte, pensaba. A pesar de todo, su hijo había tenido mucha suerte. Las sustancias habrían matado a otro menos robusto, los golpes habrían conseguido lo que las sustancias no, y a pesar de todo, él estaba aquí, luchando por su vida.

La casa de los Caballero estaba como si alguien hubiese muerto. Siempre silenciosa, y el servicio andaba de un lado a otro haciendo sus cosas casi en puntillas de pie, y en una ocasión Viviana entró a la habitación de su hermano recordando la última vez que lo vio despierto, aquí de pie frente al espejo poniéndose su chaqueta de cuero que, por cierto, había desaparecido junto con su reloj.

Sin hallar otro motivo por el cual alguien quisiera hacerle daño a un joven que nunca había tenido problemas con nadie, al principio la policía adjudicó el hecho a un robo común, pero cuando se habló del par de amigos al que Álvaro había rechazado en su empresa, los motivos fueron aumentando.

Se sentó en la cama de su hermano mirando todo en derredor, tal como él lo había dejado.

En un extremo, había una mesa profesional de dibujo, y al lado, todos los tubos de planos acomodados en una caja que él mismo había construido para ello. Un pequeño estante con todo tipo de papeles, otro estante con libros de diferentes tamaños y grosores, y en la pared, paneles de corcho que ya estaban llenos de imágenes de planos en miniatura, construcciones y otras cosas a las que ella no le hallaba sentido.

Se puso en pie y caminó a ellos. Abrió algunos cajones curioseando y mirando sus lápices y reglas.

—Sabía que estarías aquí –dijo Gemima entrando. Echó también una mirada en derredor y suspiró—. Le haré una limpieza general a este lugar. Cuando mi hijo despierte, quiero que lo encuentre impecable –Viviana no comentó nada a eso, y siguió mirando los estantes—. ¿Tú… recuerdas a esos dos? A… los que Álvaro acusa de… ya sabes—. Viviana meneó la cabeza negando.

—No los miré con mucha atención. Parecían… normales.

—Dios, yo tampoco me fijé mucho. Pensé decirle a Álvaro que no debió llamarlos a su oficina, no debió decirles nada… Pero eso es prácticamente como hacerlo responsable de lo que le pasó a su hijo, y ya lo está pasando bastante mal.

—Los responsables son ellos –dijo Viviana—. Envidiaban a mi hermano, envidiaban su chaqueta, su reloj, su suerte en la vida. Pero no se limitaron a envidiar, intentaron quitarle todo—. Escuchó a su madre suspirar, y la vio secarse una lágrima sentada en la cama de su hermano donde antes había estado ella. Viviana entonces abrió un cajón que contenía dibujos, y los sacó uno por uno para mirarlos. Eran rosas, muchas rosas en cada hoja. Pero en un extremo decían: Para Emilia.

—¿Quién es Emilia? –preguntó. Gemima se encogió de hombros.

—No conozco a nadie con ese nombre.

—Rubén sí. Mira—. Gemima se puso en pie y tomó el dibujo que Viviana le extendía. Ya sabía que su hijo tenía habilidad para dibujar, pero nunca había visto algo tan hermoso hecho por él.

Al final de los dibujos de las rosas, encontraron otro de una mujer. Estaba de perfil, con los ojos cerrados y el cabello largo. Sonreía como si aspirara el viento, sintiendo su perfume. El detalle de sus facciones era muy realista, y esta era una mujer hermosa, hermosa al menos a los ojos del que la había dibujado.

—¿Será ella? –Viviana sonrió.

—Debe ser. Esa noche estuvimos hablando, creo que a mi hermano le gustaba una mujer, pero no le había dicho nada—. Al escuchar el sollozo de Gemima se detuvo, y guardando el dibujo, se dedicó a consolar y tranquilizar a su madre.

Su hermano tenía que sobrevivir, pensó Viviana, tenía que despertar. Tenía mucho por qué vivir, y ni siquiera había vivido lo que era el amor. ¿Le arrebataría esta desgracia todo? ¿Incluso eso?

Tres meses después, Emilia fue al médico a hacerse los exámenes. Había retrasado bastante el momento, a pesar de los constantes recordatorios de Telma, temiendo los resultados.

Y los resultados no se hicieron esperar. En su matriz había una infección bastante particular. Estaba embarazada.

—No –susurró Emilia al escuchar la información de parte de la doctora.

—Lo siento mucho, Emilia –dijo ella, mirándola con compasión.

—Pero… —los labios le temblaban, y no era capaz de articular palabras. Tuvo que respirar profundo varias veces—. Pero me tomé… la píldora. Me la tomé.

—Ni siquiera ese es un sistema cien por ciento efectivo.

—No, no –los ojos de Emilia se llenaron de lágrimas inmediatamente.

—¿No advertiste el retraso? –ella sacudió su cabeza. Ni siquiera había recordado que la regla debía bajarle. Había olvidado todo, concentrándose en sus estudios para no pensar—. Yo… lo siento de veras –dijo la doctora—. Ahora, incluso es tarde para practicarte un aborto. Sería altamente riesgoso para ti… podrías morir –Emilia levantó la cabeza mirando a la doctora

Bajó de la camilla donde había estado sentada al darse cuenta de que, de todos modos, si se hubiera dado cuenta antes, ella no habría sido capaz de matar a esa… cosa que crecía dentro de ella.

Las manos le temblaron violentamente, sentía que se iba a desmayar, y se agarró de la pared.

—¿Qué voy a hacer? –susurró.

Había pensado en refundir en lo más oculto y oscuro de su subconsciente el episodio más terrible de su vida y seguir adelante con ella, pero, ciertamente, este nuevo acontecimiento cambiaba todos sus planes, los echaba por tierra.

—¿Qué le voy a decir a papá? –se preguntó.

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