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Rubén no fue capaz de irse y dejar al chico solo mientras esperaba a que lo atendieran. A pesar de que todo iba a cargo de sus tarjetas, los estaban haciendo esperar en la clínica, y ya que había tenido que cancelar sus citas de la mañana, prefería quedarse aquí y asegurarse de que todo saldría bien.

Felipe Ospino aún era un niño, había comprobado. Tenía veinte recién cumplidos, había tenido que dejar la universidad por ponerse a trabajar, y ahora mismo era un simple mensajero.

—¿Te gusta lo que haces? –le preguntó, y lo vio torcer el gesto.

—¿A quié

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