Rubén sintió la mirada de Kelly, alzó la vista y le sonrió.
No estaba concentrado en el aquí y el ahora. Saber que su madre y su hermana habían sabido lo de Emilia todo este tiempo lo había dejado un poco fuera de lugar. Habían visto las rosas y los otros dibujos cuando él estuvo en el hospital, era lo más seguro, y ahora se sentía un poco invadido, molesto. Molesto consigo mismo también, porque ese tema aún le afectaba.
Había intentado deshacerse de esos dibujos luego de que saliera del hospital y le dijeran que Emilia había dejado la carrera, pero simplemente los hab&iacu
—¿Cuáles rosas? –preguntó Emilia—. Tú sólo me diste espinas.Rubén despertó sobresaltado y se sentó de golpe en la cama.Era un sueño. Sólo era un sueño.Sintió la boca seca y la lengua rasposa, pero no tuvo ánimo de salir de la habitación e ir a la cocina por un vaso de agua. Esta no era la mansión, donde sagradamente había una jarra de agua con su vaso en su nochero, y se quedó allí un momento analizando los restos de imágenes que todavía tenía en su mente.Tal vez el haberla visto hoy tenía algo que ver, pero había sido un sueño muy vívido.En su sueño, ella estaba vestida con una sencilla falda que no iba más arriba de sus rodillas, unos zapatos planos cerrados y su cabello echado en parte hacia adelante. Estaba preciosa. P
Emilia volvió al lobby del edificio y se encontró allí de nuevo a Armando.—Mamá quiere que subas a cenar –sonrió ella acercándose. Buscó su boca para darle un beso como siempre era costumbre, y él no la rechazó.—Ven –le dijo él tomándole la mano y saliendo con ella. Emilia lo miró un poco aprensiva. Que no me termine, deseó. Que no sea lo que Telma dijo.Él la llevó hacia la calle y allí tomó un taxi. En Bogotá, los taxis eran reconocidos por ser carísimos, y a ella siempre le había llamado la atención que cuando él quería llevarla a algún lugar no la llevaba en buses o el Transmilenio, sino en taxis. Era un caballero, pensó.Cuando llegaron al nuevo apartamento de él, ella sonrió. Él se había cambiado recientemente. La constructo
—¿Emilia Ospino? –preguntó Álvaro Caballero al escuchar el nombre de labios de su secretario. El hombre asintió mirando de nuevo sus apuntes.—Es la persona que le envía el señor Agudelo, de la universidad donde se graduó el joven Rubén. Incluso –dijo, pasándole una serie de papeles y carpetas—, envía una carta donde la recomienda.—¿La leíste?—Sólo por encima. Sólo son elogios.—Vaya. ¿Está aquí?—No, pero la llamaré si usted me lo indica.—Sí, llámala. Agudelo nunca me ha decepcionado al recomendarme personal, y no es que lo haga muy seguido.Emilia saltó de la emoción y se abrazó con Felipe cuando recibió la llamada. Santiago también saltó, pero él lo hac&iac
Rubén no fue capaz de irse y dejar al chico solo mientras esperaba a que lo atendieran. A pesar de que todo iba a cargo de sus tarjetas, los estaban haciendo esperar en la clínica, y ya que había tenido que cancelar sus citas de la mañana, prefería quedarse aquí y asegurarse de que todo saldría bien.Felipe Ospino aún era un niño, había comprobado. Tenía veinte recién cumplidos, había tenido que dejar la universidad por ponerse a trabajar, y ahora mismo era un simple mensajero.—¿Te gusta lo que haces? –le preguntó, y lo vio torcer el gesto.—¿A quié
—Realmente –le confesó Álvaro caballero a Emilia cuando se acercaban al final del recorrido— soy ingeniero, no arquitecto. Cuando mi hijo me dijo que deseaba estudiar arquitectura, lo critiqué un poco. El machismo enseña que la ingeniería es la carrera de los hombres.—Sí, he oído eso varias veces de boca de mis ex compañeros de estudio.—Pero él me cerró la boca. Es un excelente arquitecto –Álvaro suspiró, y Emilia sonrió al imaginarse eso. No parecía ser un hombre que se dejara cerrar la boca por cualquiera.—Señor –dijo el secreta
Emilia entró a trabajar en la CBLR Holding Company una semana después. El sueldo era estupendo, su lugar de trabajo bastante iluminado, amplio y funcional, y le presentaron otros arquitectos de su mismo nivel. Algunos le sonrieron, otros siguieron en lo suyo.El recorrido esta vez fue menos despacioso y más lleno de datos. Firmó una serie de papeles que la incluían de inmediato en la nómina y pasó a ser parte del personal.Actualmente, se dio cuenta, la constructora tenía entre manos muchos proyectos, y a ella la incluyeron inmediatamente en uno de ellos. Era pequeño, y tal vez poco ambicioso, pero al darse cuenta de que haría parte del personal que llevaría al mundo real algo que todavía estaba en planos, no pudo evitar su entusiasmo.—¡¡¡Woah!!! –exclamó Telma cuando Emilia le contó con todo detalle lo que estaba haciendo y dón
Rubén la vio. Allí, de pie frente a uno de los cuadros más grandes, y esta vez no corrió hacia ella. La vez pasada lo había hecho sólo para quedar como un tonto viéndola irse del brazo de otro. Al parecer, el universo estaba pujando por hacer que se la encontrara allí, por casualidad, más veces de lo normal.Otra vez, ¡estaba tan hermosa! Llevaba un sencillo vestido color rojo vino y zapatos de tacón medio negros. Su bolso de cuero lo llevaba a un costado, y su cabello largo y castaño le llegaba a la cintura. ¿Estaba sola? Al parecer, sí.No pudo quitar la mirada de encima de ella, sólo atinó a acercarse unos pasos más, meter una mano en el bolsillo y encontrar un sitio desde donde pudiera contemplarla sin ser descubierto.Ella no había cambiado mucho, tenía la misma estatura, el mismo tono de piel y el cabello conserv
—Quiero que busques en tu base de datos a una persona –le pidió Rubén a uno de los directivos del departamento de recursos humanos. Era una mujer de mediana edad y, sin embargo, muy guapa, que de vez en cuando trataba a Rubén con familiaridad, aunque este siempre era algo tosco en su trato.—¿Una chica? –bromeó ella. Rubén la miró y recordó su nombre. Mayra.—Sí. Una mujer. Su nombre es Emilia Ospino –Mayra elevó sus cejas y estiró sus labios. Sabía quién era Emilia Ospino, aun así, tecleó algo en su ordenador.—Sip –suspiró—. Fue contratada hace tres semanas.—¿Tres semanas? ¿Tanto? –Mayra lo miró elevando una ceja.—Realmente, es la arquitecta más reciente.—Es arquitecta –susurró él—.