—Así que comprarás Xiamsung. Es increíble.Durante el desayuno, Unavi se enteraba de los últimos acontecimientos en la vida de Alfonso.—No lo es tanto, amor. Cayeron en desgracia y el negocio se fue a pique. Por intentar tomar ventaja, acabaron cavando su propia tumba. Su precio es un regalo, casi me da pena por ellos —dijo Alfonso con una gran sonrisa.—¿Y qué has sabido de Bill?—Anda escondido como la rata cobarde que es. Va a tener que hacerse cirugía y cambiarse el nombre para conseguir que alguien lo contrate.—Yo sé de eso, no es nada bueno. A él le debo el haberte conocido. Prácticamente me arrojó a tus brazos.Alfonso empezó a ver un pequeño rastro de compasión en Unavi.—Él te arrojó a mis brazos, pero para que me lastimaras. El resto lo hiciste tú, y yo también. No le debemos nada.—¿Y tu hermana?—Me detesta, nuestra relación volvió a romperse y esta vez no haré nada para remediarla. Es ella la que debe dar su brazo a torcer.—Si se parece en algo a ti, eso no será sencil
—¿Vas a sacarte fotos con todos los tipos que te lo pidan? —preguntó Alfonso. Habían ido apenas a dos tiendas y tenía cara de haber recorrido todo el centro comercial varias veces. —Me debo a mis fans, Al. —Te debes a tu talento.—Ellos compran las entradas en el cine.Él también podía comprarlas, podía comprarse toda una cadena de cines.—Estadísticamente estoy seguro de que van más mujeres al cine —supuso él.Estaba dispuesto a hacer un estudio para confirmarlo.—Si me niego a las fotos, después podrían funarme por redes sociales. Debo cuidar mi reputación virtual.Un nuevo hombre se acercó para pedirle una foto. Ella aceptó, encantada.—¿Te puedo abrazar? Así seré la envidia de mis amigos.—Trabaja duro y serás la envidia de tus amigos —le dijo Alfonso.—Será actuado, amigo. No te enfades.—Yo no soy tu amigo. Yo no tengo amigos imbéciles —balbuceó. Unavi se apresuró a tomar la foto para que el hombre se fuera.—Al, no puedes ponerte celoso de mis fans. Es mi primera película, i
Unavi se puso unos lindos pendientes que le había regalado Alfonso y estuvo lista. Se veía tan deslumbrante como una actriz de cine en una alfombra roja. La idea le hizo gracia. Le esperaban muchas alfombras rojas, pero ahora sería el turno de lucirse en el evento de celebración por la adquisición de Xiamsung, que ya era parte del patrimonio de Alfonso.El sonido del timbre le avisó de la llegada de alguien.—Yo iré, amor —dijo ella.Alfonso terminó de vestirse y fue a la sala. Unavi tenía en sus manos una caja blanca con una cinta roja.—¿Vino Mad? ¿Por qué no se quedó a saludar? —Tenía prisa, mañana se irá de viaje con Anahí.—¿Y qué te trajo?Unavi ya lo sospechaba, él había dicho que era el último regalo. Con solemnidad abrió la caja y sacó el ánfora con las cenizas de la abuela. También estaban sus braguitas vilmente robadas. Las escondió sin que Alfonso lo notara.—¿Dejarás eso aquí?—Es mi abuela, Al. Y dijiste que esta es mi casa también.—Sí, pero...—Es una santa y muy milag
I El nacimientoEl cuchillo no le había perforado el corazón, m4ldito perro con suerte. Y mientras siguiera en su lugar, atorado entre las costillas, tampoco se desangraría rápido, pero dolía como el infierno y no podía levantarse. Mad estiró el brazo. El cuerpo de Anahí seguía tibio, aunque eso no era indicio de nada. Alcanzó el teléfono en el bolsillo interno de su chaqueta y llamó a emergencias.Él y Anahí fueron sacados en camillas. El intenso aroma a sangre y a los implementos médicos en la ambulancia lo transportaron a aquel día en que todo comenzó, el día en que conoció a las golondrinas. 〜✿〜Pueblo de AbdaliEl tranquilo pueblo de Abdali dormía su sereno sueño en que el tiempo se detenía durante nueve meses al año, como un bebé en gestación. Despertaba en temporada de turismo, nacía de la algarabía de los visitantes que lo llenaban de vida, color y gracia. Sin embargo, no todos los visitantes eran buenos y el bebé que nacería aquel año
Antonio Santori miraba con expresión meditabunda a sus hombres. Sus ojos, oscuros e insondables, se desviaron hacia el extraño "presente" que le habían llevado y que, en sí mismo, representaba una increíble muestra de poder y supremacía.—¿Me están queriendo decir que mi hijo mató a cuatro hombres, entre ellos una golondrina? —Es lo que se nos informó, señor. —¿Y que le arrancó esta mano aparentemente a mordiscos?El hombre guardó silencio. Entre la mirada inquisitiva de su jefe y la irrealidad de los hechos acontecidos, dudaba hasta de su nombre.—Traigan a Oliver ante mí.El muchacho se sentó frente a él con el nerviosismo de una rata, como si el hombre se tratara de un maestro estricto y no su padre. Antonio, que se reconocía a sí mismo como un excelente juez de carácter, dejó que su hijo se delatara solo. Desdobló el trapo que cubría la mano cercenada y se la enseñó unos instantes. Oliver volteó la cara, en un gesto de pavoroso horror. —¿De las hazañas de quién estás intentando
La llamada de Antonio lo había tomado por sorpresa. Cuando menos lo esperaba, cuando su existencia se le olvidaba, cuando creía que todo iba bien en su vida, él llamaba para solicitar sus servicios. Y Mad acudía sin chistar pues tenía con él una deuda que jamás acabaría de pagar.Y así como era deudor, perseguía a otros que también tenían deudas. Fue al lugar indicado, halló a la persona buscada, usó sus convincentes métodos y partió deprisa al piso que rentaba. Tenía una novia y por la noche conocería a sus suegros. Era una muchacha de buena familia, a quien había conocido hacía medio año en una iglesia. Ella oraba por la paz mundial; él le recordaba al sacerdote su deuda con el demonio. Una cosa llevó a la otra y terminaron liados.Y ahora conocería a sus suegros. La primera impresión era muy importante y él les daría la mejor. Bajó de su auto y entró a su piso. Se desharía de la ropa sucia, quitaría toda la inmundicia de encima, se rasuraría, vestiría como si fuera a la misa de lo
Disparar primero y preguntar después. La regla era simple. Un contacto extremadamente largo con un objetivo podía generar problemas, sobre todo cuando ya tenía el cartel de muerto escrito en la frente... o te miraba con unos ojos oscuros que podían absorberte por completo y hacerte olvidar todas las reglas.Mad, absorto en la contemplación de la pequeña mujer escurridiza, invirtió los factores.—¿Para quién trabajas?—Para mí misma —escupió ella con actitud desafiante, ocultando el miedo en su rudeza.—¿Sabes a quién le estás robando?Ella negó.—Eso es una mentira. Estás arrestada. Tienes derecho a guardar silencio. Todo lo que digas puede ser y será usado en tu contra en...—¡¿Eres policía?!—Tienes derecho a un abogado.Mad la llevó esposada hasta su auto.—Ok, señorita ladrona, tenemos dos opciones. O te entrego a los hombres de Santori para que se encarguen de ti o te llevo a la cárcel donde eventualmente los hombres de Santori se encargarán de ti, pero ganarás tiempo.—Eres un po
—¿En qué tanto piensas, amor? Has estado muy callado —dijo Ana María. —En nada, es sólo que... Es increíble que haya personas capaces de abandonar a estos cachorritos tan bonitos.Todos los sábados, Mad acompañaba a su novia a hacer sus obras de caridad. Era algo que los apasionaba y unía como pareja. En esta ocasión visitaban un refugio de animales rescatados de las calles.—Eso es porque no han dejado entrar a Dios a sus corazones. Si lo hicieran, sus vidas serían más felices y las de quienes los rodean también.—Amén —dijo Mad. Donar dinero al refugio era sencillo, sobre todo considerando que, pese a tener una deuda con él, Antonio le pagaba por sus servicios. Y luego de los últimos eventos gracias a la información proporcionada por Amalia, se había ganado una buena suma. Ana María reía jugando con los cachorritos. Mad fue a sentarse a un rincón donde un perro grande y viejo miraba con serenidad. No buscaba llamar la atención de los visitantes con sus monerías, ya sabía que esa