Herbert colgó el teléfono y se dejó caer contra el respaldo del lujoso asiento de cuero de su avión privado. Afuera, las nubes se arremolinaban suavemente bajo el ala del avión mientras cruzaba el cielo azul pálido. El sonido constante de los motores proporcionaba un extraño confort, un recordatorio de que, aunque su vida estuviera girando fuera de control, al menos, por ahora, estaba literalmente volando por encima de todo.
Suspiró profundamente y se llevó la mano derecha a la frente, masajeándola con fuerza. Su cabeza palpitaba, una mezcla de cansancio y dolor de cabeza que no se había disipado en las ultimas horas. Los últimos eventos lo habían dejado completamente descolocado. En cuestión de horas, lo que parecía ser un viaje personal para despejarse un poco había tomado un giro surrealista e inesperado.
Ante él, sentados en un par de butacas opues
El viaje había sido, a pesar de todo, más tranquilo de lo que Herbert había esperado. Los problemas iniciales con las puertas de transportación habían generado cierta preocupación entre los cazadores, ya que últimamente parecían fallar con más frecuencia. Sin embargo, para su alivio, encontró una que funcionaba perfectamente y que lo llevó directamente a Roma. Allí dejó a un delegado encargado de los asuntos del gremio mientras él continuaba su misión.Al llegar, el majestuoso edificio se alzaba frente a él, imponente, como si se burlara de su inminente tarea. Las paredes blancas y doradas relucían bajo el sol, y las torres puntiagudas parecían arañar el cielo. A pesar de su apariencia casi celestial, la entrada no fue tan sencilla como Herbert esperaba. Sabía, por experiencia, que las regulaciones en Europa y Asia eran notoriamente estri
El ambiente en la gran sala era pesado y solemne, con una atmósfera tensa que vibraba en el aire. Las altas paredes de piedra y los ventanales góticos reflejaban una luz pálida que apenas iluminaba los rostros de quienes estaban allí reunidos. Todos los presentes parecían afectados por la extraña presencia de los dos recién llegados, cuyos rostros jóvenes, pero maduros, causaban una mezcla de desconcierto y fascinación. Los mellizos, Filomena y Harry, emanaban una elegancia casi etérea, como si estuvieran fuera de lugar y tiempo. Era evidente que compartían la belleza de su padre, Herbert, pero en ellos, esa belleza se mezclaba con algo más profundo, una sombra de experiencia que no encajaba del todo con su apariencia juvenil.La voz de Filomena era suave, casi hipnótica, mientras trataba de explicar su posición con calma. Sus palabras flotaban en el aire como una promesa velada.
La sala seguía impregnada con el eco de las palabras que habían sido dichas momentos antes, como si la gravedad de lo revelado hubiese impregnado cada rincón. Las paredes de piedra fría y los muebles antiguos, que al principio parecían meros espectadores del caos, ahora parecían ser testigos de algo más profundo, casi sagrado. Maggi y Lucía, una a lado otra, habían estado bromeando hacía unos minutos en voz baja, intentando aliviar la tensión con comentarios sarcásticos.—Esto se siente como una telenovela de esas largas y dramáticas, ¿no crees? —dijo Lucía entre risas, mientras se cruzaba de brazos—. Me faltan las palomitas... —bromeó, encogiéndose de hombros—. ¡Qué lástima que no traje ninguna golosina!Maggi soltó una carcajada nerviosa, asintiendo con la cabeza. Ambas compartieron una sonrisa
Una voz se escuchó en todo el lugar. El enorme invernadero, en lugar de estar lleno de vida, se veía lúgubre y deprimente. Las plantas marchitas se enredaban en estructuras oxidadas, y el aire estaba cargado de una humedad fría y penetrante. La voz era neutral, como si surgiera de la nada, y dijo: "Las condiciones se han cumplido. Se puede cumplir un deseo."De repente, se oyó otra voz, la de una mujer, quebrada y sollozante, que rogaba desesperadamente – Por favor... Por favor... Tráelo de regreso a mi lado – Su voz resonaba en el invernadero vacío, mezclándose con el sonido de gotas de agua que caían esporádicamente del techo, las lagrimas se deslizaban por sus mejillas sin descanso y el dolor en su pecho solo crecia. La voz neutral respondió, imperturbable: "La resurrección no puede ser posible."La mujer, al borde del colapso, dejó escapar un sollozo profundo y suplicó con más fuerza – Por favor... Por favor... Sólo quiero que regrese – Sus manos temblorosas se aferraron a su pro
Tan dulce como la miel: Primera parte.El sonido del despertador la sacó abruptamente de su mundo de ensueño. Con pesar, pero recordándose que tenía un trabajo al que ir, se levantó de la cama y comenzó su rutina diaria. Su pequeño dormitorio estaba iluminado tenuemente por la luz del amanecer que se filtraba a través de las cortinas raídas. Las paredes, decoradas con algunas fotos antiguas y dibujos descoloridos, le daban al lugar un aire nostálgico.Fue a la ducha para darse un baño. El agua caliente le ayudó a despejarse, y por un momento, cerró los ojos y dejó que el vapor la envolviera, recordando los tiempos más simples. Al salir, el espejo empañado le devolvió una imagen borrosa de sí misma, y se apresuró a limpiarlo para ver su reflejo.Preparó un desayuno nutritivo, como los que hacía su madre: avena con frutas y un poco de miel. Mientras cocinaba, los recuerdos de las mañanas pasadas con su familia la invadieron. – ¿Qué pensaría mamá de todo esto? – se preguntó, sintiendo u
En una de las imponentes oficinas de los pisos superiores del edificio del gremio Grand Orden, se encontraba Herbert Vanderbilt, el líder indiscutible del gremio de cazadores de rango S. A sus 37 años, era una figura imponente, con una estatura de 1.96 metros, hombros anchos y una presencia que irradiaba autoridad. Su cabello rubio caía en mechones desordenados sobre su frente, y sus ojos verdes brillaban con determinación. Sin duda, era uno de los cazadores más fuertes y respetados en todo el mundo.Frente a él estaba su leal secretario, Kim Hyunjae, un hombre de 34 años cuyos rasgos coreanos añadían un aire de elegancia exótica a su apariencia. Aunque no compartía la imponente estatura de Vanderbilt, con sus 1.86 metros, Kim poseía una presencia igualmente impresionante. Su cabello negro estaba peinado hacia un lado con precisión, y sus ojos color pardo reflejaban una inteligencia aguda.Cerrando su carpeta, el secretario Kim miró a su jefe, con determinación – Y por eso no es neces
No sabía cuánto tiempo había estado desmayada. Despertó aturdida, con un dolor sordo en la cabeza y sin idea de cómo había llegado allí. Maggi miró a su alrededor y vio que estaba en una caverna oscura y húmeda. Aparte del lugar de donde había caído, no había otra salida visible hacia la superficie. La caverna se extendía en una serie de túneles oscuros y sinuosos.– Bien, Maggi. Tienes que salir de aquí – se dijo a sí misma, tratando de calmar sus nervios. Inhaló profundamente, llenando sus pulmones con el aire frío y húmedo, y exhaló lentamente, buscando algo de calma. Se obligó a ponerse de pie, aunque sus piernas temblaban ligeramente, y comenzó a caminar hacia el túnel más cercano.Después de unos minutos de caminar, la luz de su linterna reveló una figura tirada en el suelo. Su corazón se aceleró mientras se acercaba con cautela. Al arrodillarse junto a la figura, vio que era el secretario Kim. Su rostro estaba pálido y había un pequeño corte en su frente. Maggi lo sacudió suave
– ¡Oye, monstruo de ramas! ¡Ven por mí! – gritó, su voz resonando en el vasto espacio de la cueva.El plan era simple: atraer la atención de la criatura hacia ella y alejarla del Secretario Kim. El monstruo centró su atención en ella y comenzó a perseguirla, sus garras rasgando el suelo mientras avanzaba. Era como un juego de gato y ratón, con Maggi esquivando por poco los zarpazos de la criatura.Cada movimiento era como un baile peligroso. A duras penas, Maggi esquivó un ataque tras otro, usando su agilidad para mantenerse fuera del alcance de las garras afiladas. "Vamos, Maggi, mantén la calma. No dejes que te alcance", se decía a sí misma, sintiendo la adrenalina correr por sus venas.Aprovechando la geografía del lugar, ideó un plan arriesgado. Mientras la criatura la seguía frenéticamente, Maggi guio al monstruo hacia una serie de cristales afilados que sobresalían de una pared cercana. Corriendo con todas sus fuerzas, hizo que la criatura se apuñalara contra los cristales mient