Cruzando el arco iris: Tercera parte.

—¿A qué te refieres? —preguntó Fabián, rompiendo el silencio. Su voz sonaba vacilante, confundida.

El hombre siempre había sido autoritario, alguien que rara vez dudaba de sus decisiones, pero en ese momento, frente a su hijo mayor, se sentía pequeño. Vulnerable.

Herbert lo miró con seriedad, sin rastro de emoción en su rostro. Hablaba con una tranquilidad que contrastaba con la intensidad de sus palabras.

—Cumplí la última voluntad de mi madre —comenzó, su tono frío pero firme—. En vida, ella no pudo darte estas cartas porque, aunque no lo pareciera, era una mujer cobarde con sus propios temores. Siempre guardó silencio, y tú nunca supiste la verdad de lo que sentía. Yo, a pesar del tiempo, ahora cumplo con esa tarea y te las entrego. Con esto, finalmente me libero de mi responsabilidad como hijo hacia ti. A partir de aho

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