61- La hija de dos madres.

Sin decir una palabra, Cloe levantó los brazos y, con un gesto suave, pero poderoso, invocó su divinidad.

Un resplandor etéreo brotó de sus manos, creando hebras plateadas que se entrelazaron formando un domo translúcido que descendió como un escudo entre Elyria y el mundo exterior.

Gregor fue empujado hacia atrás por una fuerza invisible, quedando fuera, apenas de pie, mientras observaba impotente cómo su luna, la mujer por la que daría su vida sin pensarlo, quedaba encerrada en aquel confinamiento mágico.

Elyria que se había puesto de pie, cayó de rodillas dentro de la barrera, con el rostro entre las manos, ahogada por la culpa y el miedo.

Y por más que trataba de reprimirlo, su poder seguía rugiendo dentro de ella como una bestia salvaje que exigía libertad.

—Escúchame —susurró Cloe, apoyando la frente contra la de su hija—. Respira conmigo. Siente mi pulso, y siente el de tu padre. Deja que la luz se compacte dentro de ti; no luches contra ella, abrázala.

Elyria cerró los ojos.
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