Robin observó a Ethan alejarse, pero no podía moverse. El miedo lo consumía, no por la partida de Ethan, sino por lo que implicaba: que alguien más pudiera ocupar el lugar que él tanto ansiaba junto a Cloe.
No estaba dispuesto a dejarla, no cuando la fortuna de la familia materna de Cloe podía pasar a sus manos. Sus ambiciones lo mantenían anclado a ella, dispuesto a cualquier cosa para asegurarse de que no lo dejarían atrás.
Apretando los dientes, cayó de rodillas. Sabía que tenía que hacer a un lado su orgullo si quería mantenerla cerca.
Mordió su labio con tanta fuerza que sintió el sabor metálico de la sangre. Con un susurro quebrado, dejó salir las palabras que tanto le costaban: —Lo siento… lo que te dije hace un momento, no debí haberlo dicho—.
Cloe lo miraba desde arriba, con los brazos cruzados y una expresión llena de dolor. Sus ojos lo perforaban, pero ella no respondía, y ese silencio lo hacía sentir más vulnerable de lo que jamás había estado.
El orgullo herido de Robin se desmoronaba mientras se arrastraba de rodillas hasta sus pies, sin dejar de mirarla. Al llegar, envolvió sus brazos alrededor de la cintura de Cloe con desesperación.
—También lamento lo que escuchaste… aunque pareciera verdad, fue todo mentira. Solo quería ver la reacción de mi hermana—, su voz se rompió en un tono desesperado. —Quiero que seas parte de mi familia, Cloe. Tenía que ponerla a prueba, asegurándome de que realmente entiende lo importante que eres para mí.
Le tomó la mano con delicadeza, y sus labios rozaron el dorso de su piel con una devoción que resultaba casi enfermiza.
—Te amo, Cloe… y no puedo perderte—, murmuró, con lágrimas en los ojos. —Eres la única mujer en mi vida, sin ti me sentiría perdido. Por favor, dame otra oportunidad. Juro que no te voy a fallar.
Los ojos de Cloe brillaban, luchando por no romperse, pero la fuerza de Robin, su insistencia, la hizo dudar. Y más cuando él sacó el anillo que ella había dejado caer antes y, tras mirarla intensamente, lo deslizó en su dedo.
Cloe respiró hondo, conteniendo el temblor en sus manos.
Mientras tanto, Ethan llegó a su manada, llamada ‘resplandor eterno', pero algo no estaba bien. Su lobo interno gruñía, detectando la presencia de otros alfas que no pertenecían a su territorio. Apenas cruzó el umbral del gran salón, su beta lo alertó:
—Supremo, muchos alfas han venido de distintos territorios para verlo.
Ethan no perdió tiempo. Ingresó con paso firme a la sala de reuniones, observando las caras preocupadas de cada alfa. Era como si estuvieran a punto de rebelarse.
—Alfa Supremo, hemos venido porque no podemos seguir así—, empezó el Alfa del Norte, con voz tensa.
—Nuestras manadas se están desmoronando. Durante las lunas nuevas, nuestros lobos no tienen control. Pelean entre ellos, e incluso han comenzado a matar sin razón. Si esto continúa, no quedará nada de lo que una vez fuimos— agregó.
Ethan apretó los puños contra la mesa, el sonido de la madera crujió bajo su fuerza.
—¿Qué quieren que haga? Sabemos que desde que murió mi Luna destinada, Ferus, mi lobo, no puede ser controlado— gruñó con frustración.
—Debes elegir una nueva Luna—, intervino otro alfa. —Si no marcas a una nueva, el caos continuará. Nuestras manadas necesitan un alfa rey que las mantenga a salvo. Es tu deber como Supremo.
Ethan los miró con furia y resignación. Sabía que tenían razón, pero elegir a una loba solo por necesidad le parecía una condena.
—Ya he experimentado el amor verdadero, y no pienso conformarme con menos. No quiero a una loba que solo sea una herramienta para controlar a Ferus— replicó llenó de amargura.
—¿Qué sucederá con la elegida? No ha sido destinada por la Diosa. ¿Podrá manejar la carga de controlar al lobo oscuro de mi rey?— preguntó el beta del supremo, observando a todos los alfas.
—No hay otra alternativa. Si el supremo no actúa, nuestras manadas podrían aniquilarse mutuamente. Hemos perdido demasiado ya. Sugiero a mi hija, podría ser una excelente luna, es una loba alfa fuerte— ofreció el alfa de la manada del sur.
—Imagino que todos se opondrán a mí si me rehuso y, tras asesinarme, elegirán a mi hermano menor como supremo— especuló Ethan con gruñidos.
—Debe comprender, supremo, que el tiempo se agota, y usted sabe que no solo los lobos sufrirán las consecuencias, sino también todas las criaturas de este mundo; cuando nos convirtamos en bestias irracionales, nada nos podrá detener.
El silencio cayó en el salón cuando Ethan, con una profunda inhalación, finalmente habló:
—Ya he elegido a mi Luna.
El asombro recorrió la sala.
—¿Quién es?—, preguntó el Alfa del Sur.
—Es humana—, reveló Ethan, dejando a todos sin palabras. Los alfas intercambiaron miradas de incredulidad.
—Una humana no podrá controlar a tu lobo. Es una locura— replicó uno de ellos.
—Ferus ya la ha elegido. Desde que Isabella murió, él nunca había reaccionado ante otra hembra, hasta ahora— añadió Ethan, imperturbable
Pero los alfas no aceptaban esa decisión. Sabían que una humana en territorio de lobos era una sentencia de muerte.
A la mañana siguiente, Cloe se levantó con una sonrisa, aun sintiendo el calor de la reconciliación con Robin.
Quería sorprenderlo, mostrarle que todo estaba bien, y decidió preparar su desayuno favorito.
—Le daré una sorpresa— murmuró con entusiasmo mientras giraba la cerradura del departamento de Robin.
La puerta se abrió lentamente, y el silencio del lugar la envolvió. Pero apenas dio un paso dentro, su sonrisa se desvaneció. Sus ojos se fijaron en algo que hizo que su corazón se detuviera.
Las bolsas resbalaron de sus manos, chocando contra el suelo con un ruido sordo.
Cloe no se movió, paralizada por lo que acababa de ver, con una sola pregunta invadiendo su mente: «¿Qué demonios estaba pasando?»
Cuando Cloe salió de su aturdimiento, volvió a centrar su mirada en aquellos tacones y en ese bolso de marca tirados en el suelo de la sala. Frunció el ceño, y para darle el beneficio de la duda a su novio pensó que podrían ser de la hermana de Robin, pero algo no encajaba. Esos zapatos eran demasiado elegantes, demasiado femeninos. La duda volvió a crecer en su mente, haciéndole un nudo en el estómago.Con el corazón acelerado, avanzó por el pasillo hacia la habitación. Cada paso la llenaba de incertidumbre. Se detuvo de golpe cuando en el piso, justo frente a la puerta, encontró un vestido. El aire se volvió denso. «No... no puede ser...», pensó, intentando convencerse de que estaba imaginando lo peor. Pero la realidad le golpeó como una avalancha cuando, temblando, empujó la puerta de la habitación.Allí, sobre la cama, estaba su prima, profundamente dormida sobre el pecho desnudo de Robin. Cloe sintió como si le arrancaran el corazón del pecho. «¿Cómo pude ser tan estúpida?», se
Cuando Cloe llegó a casa, se detuvo en la entrada, sorprendida al encontrar un hermoso arreglo floral en la mesa del recibidor, adornado con rosas de un intenso color rojo y lirios blancos que parecían brillar bajo la luz suave del atardecer.—Señora, este arreglo es para usted —le dijo un repartidor.Curiosa, Cloe tomó la tarjeta del remitente.—¿Qué se cree? —murmuró para sí misma mientras leía la tarjeta con rechazo y rabia.Aunque el gesto de Robin reflejaba cuánto conocía sus gustos, cada pétalo del arreglo era para ella un cruel y doloroso recordatorio de su traición.La rabia hirvió en su interior, convirtiendo la admiración por las flores en un asco abrumador.—Lo siento, pero no lo voy a recibir —dijo con firmeza al repartidor, quien la miraba con sorpresa y un poco de preocupación—. No me interesa nada que venga de ese miserable. Le pagaré el doble para que se lo lleve y lo tire lejos, donde mejor le parezca.El repartidor, desconcertado pero profesional, asintió.—De acuerd
Cloe nunca había sido una chica de frecuentar clubes ni bares; tenía un mal recuerdo de una de esas noches, y por primera vez en cuatro años, aceptó la propuesta de su atrevida y espontánea amiga, Samira, quien le había dado el consejo más osado que jamás imaginó seguir: ir a un club para encontrar a un hombre que la ayudara a cumplir su propósito.Cloe no buscaba amor, ni mucho menos. Solo necesitaba a alguien que fingiera ser su esposo para convencer a su abuela de que ella era la mejor opción para heredar la fortuna familiar.Al llegar al club, la atmósfera vibrante y ruidosa la envolvió de inmediato.Se instalaron en una mesa y pidieron unas bebidas. La música pulsaba a su alrededor, y ambas se relajaron poco a poco, moviéndose ligeramente al compás de los beats, dejándose llevar por la energía del lugar.—Hoy es noche de conquista, amiga —dijo Samira, voceando sobre el ruido mientras una sonrisa traviesa iluminaba su rostro—. Tienes que aprovechar.Cloe le devolvió una mirada dud
Ethan sintió cómo su pecho vibraba mientras Ferus, su lobo interno, se agitaba violentamente. La tensión en su cuerpo era palpable, y cada músculo se tensaba bajo su piel como si estuviera a punto de romperse. Ferus no estaba contento, y sus bramidos rugían en la mente de Ethan con rabia descontrolada."(Enséñale a nuestra humana que no puede tomar la iniciativa. Ese era nuestro derecho como alfa, dominar ese beso)", refunfuñaba el lobo, con el orgullo herido. Para Ferus, la idea de que una mujer, y peor aún, una humana, besara a un alfa de esa manera era inaceptable. Él imaginaba que Ethan debió haber robado ese beso primero, imponiendo su dominio.El silencio entre ambos se hacía cada vez más denso, y Cloe, que no soportaba la falta de respuesta, lo rompió con una punzada de sarcasmo. —Bien, no me respondas. Supongo que ese será el sonido que hacen los pervertidos como tú —espetó, desafiante.Ethan la miró, incrédulo, señalándose a sí mismo como si no pudiera creer lo que acababa
Aterrorizada, Cloe observaba cómo Ethan se acercaba a Robin con una determinación oscura y palpable en cada uno de sus movimientos. En su mente, todo se volvió una confusa maraña de pensamientos cuando una imagen aterradora se filtró desde las profundidades de su memoria: se trataba sobre la bestia que una vez la atacó en medio de la noche, dejándola por muerta. «No, no puede ser real», pensó con desesperación mientras sacudía la cabeza, intentando borrar ese recuerdo que aún la aterraba.Cuando volvió a enfocarse en Ethan, su corazón dio un vuelco.Ethan, con una sola mano, tomó la solapa de la camiseta de Robin y lo levantó del suelo como si fuera un muñeco, con su puño libre ya alzado, listo para golpear. El miedo se transformó en algo más, algo visceral. —¡Ya es suficiente! —gritó Cloe con lágrimas en los ojos, y con voz quebrada por la angustia y el horror. Aunque estaba enfadada con Robin por sus engaños, no podía soportar la idea de verlo morir frente a sus ojos. Para sor
Cloe parpadeó varias veces, intentando despejarse, pero una sensación de confusión y pesadez se asentaba en su mente, como si su cabeza estuviera envuelta en una densa nube de humo. Cuando al fin logró abrir bien los ojos, se dio cuenta de que no estaba en su casa. La habitación en penumbra, iluminada apenas por la luz tenue de una lámpara en el rincón, desprendía un aire varonil, con muebles de líneas fuertes y una sobriedad imponente. —Este olor, siento que lo reconozco— murmuró recordando la fragancia masculina de Ethan, como si estuviera impregnada en su memoria.Saboreó de forma inconsciente.Pero horrorizada, levantó un poco la sábana gris de seda que la cubría, sintiendo la suavidad del tejido contra su piel. Al mirarse debajo, su respiración se cortó: estaba solo en ropa interior.«¿Qué pasó…?», se preguntó mentalmente, abrumada y tratando de hacer memoria, pero todo estaba borroso, y algo fragmentado. Lo último que recordaba era ese beso que le había dado a Ethan. A ese h
—Y tú estás jugando conmigo, y créeme, no saldrás victorioso. ¿Qué eres, de esos tipos abusadores que disfrutan humillando a las mujeres hasta que se rinden? ¿Por qué, qué otros sentidos tendrían nuestros extraños encuentros? Ethan entrecerró los ojos, y un destello de irritación se reflejó en su mirada. —No lo era, pero parece que tendré que serlo contigo. Te doblegaré, hasta que seas tú misma la que me lo pida. Serás mi luna, Cloe, y llevarás mi marca antes de que puedas siquiera imaginarlo. Es un desafío.Cloe lo observó con una expresión de puro desprecio. —Qué arrogante eres. Ni en tus sueños más delirantes te cedería ese deseo. ¡Nunca me doblegaré ante un tipejo como tú!Sin más, Ethan dio un paso hacia la puerta. La furia contenida le tensaba los músculos, y su mandíbula apretada mostraba lo difícil que le resultaba alejarse sin imponer su voluntad. Sin embargo, apenas dio un paso fuera de la habitación, tuvo que agacharse cuando una figura decorativa salió volando en su di
El beta de Ethan, Noa, que organizaba distraídamente los libros en una estantería cercana, se permitió una leve sonrisa, como si encontrara divertida la indignación de Cloe.—Ese “tal supremo” soy yo —respondió Ethan con voz calmada y ligeramente burlona, sin molestarse en levantarse—. Y mientras no accedas a ser mi Luna, tendrás que conformarte con el título de mascota.Cloe frunció el ceño, endureciendo sus facciones al comprender que él estaba disfrutando con esa afirmación.Ethan observaba cómo su orgullo se desmoronaba poco a poco; estaba cobrándose ese golpe que ella le había dado a su ego. Dentro de su mente, Ferus, su lobo interior, le daba su aprobación.*(Bien hecho, humano. Hazle saber quién manda, pero no la hagas llorar; no quiero que su aroma sea desagradable).*Cloe apretó los labios, temblando de rabia.—Si necesitas a un animal para domarlo, adopta un perro —espetó—. Dile a tu gente que me deje ir o llamaré a la policía.Ethan se cruzó de brazos y dejó escapar una ris