La voz de Gregor sonaba firme, como si cada palabra fuera una promesa tallada en piedra.—¿Por…? ¿Por qué?—Porque te amo. No quiero a otra. Mi deseo ha cambiado, eso de que el lugar de mi luna solo era para mí destinada ha cambiado. No creí que tú podrías hacerme desistir de un anhelo tan profundo… pero lo hiciste. Me aferro a este sentimiento de tal manera que, aunque esa loba aparezca, no cambiará lo que siento por ti. ¡Tú eres mi elección!—Pero… si es tu luna destinada… —ella tartamudeó, con la voz convertida en un susurro quebrado— ¿Y si el vínculo es más fuerte? ¿Y si no puedes resistirte?Gregor sonrió.—Entonces lucharé contra el destino, si es necesario. Lucharé como lo haces tú… tú, que a pesar de lo fuerte que es el vínculo con Ronald, te resistes porque me amas. Yo haré lo mismo.Las palabras de Gregor hicieron que algo se deshiciera dentro de Elyria. Sonrió feliz, con los ojos llenos de luz, pero en su interior el miedo persistía. Porque había algo que no podía ignorar:
Agitada, con el corazón retumbándole en el pecho como un tambor de guerra y la adrenalina bulléndole en las venas, Mairen llegó frente a los altos portones de la manada de Ronald, exigiendo verle. Su voz vibraba con urgencia y fuego, pero lo único que recibió fue una orden seca: esperar fuera.Se le permitió sentarse en una banca de piedra frente a la mansión, con vista directa a la imponente fachada que tanto la había fascinado la primera vez… Frunció el ceño. ¿Por qué el trato era distinto? ¿Por qué ahora la miraban como una amenaza y no como una aliada?Dos lobos uniformados custodiaban la entrada, observándola con una mezcla de burla y desdén, como si ella fuese una ratera vulgar que planeaba robarse la vajilla de plata.La rabia la hizo hervir.—¿Saben quién soy, para que no me permitan entrar a ver al alfa? —soltó de golpe, alzando la voz con una furia que intentó dominar, pero que le temblaba en los labios.Los guardias intercambiaron miradas... y luego se rieron.—¿Y quién e
Continuación:—Esto no es de tu incumbencia. Lárgate al campamento. Ve a entrenar, si quieres quedarte —el rugido de Ronald retumbó en las paredes, autoritario, y cortante.Provocando que Mairen apretara la mandíbula hasta sentir el sabor metálico de su propia sangre. Y sus ojos se clavaron en la hechicera, que ahora apoyaba una mano en el pecho de Ronald, como si ya lo reclamara como suyo.—Mi alfa —dijo la bruja con voz melosa, pegándose a él con descaro—. Ya he terminado… ahora todo depende del desenvolvimiento de nuestro experimento.Ronald la tomó del mentón con fuerza, y por un momento pareció que iba a besarla. Mairen desvió la mirada, sintiendo cómo un nudo de impotencia le revolvía el estómago. Pues no podía aceptar que dos alfas la habían rechazado, y preferían a otras en su lugar.—Te recompensaré más tarde —le prometió Ronald a la hechicera, ignorando los gruñidos de Mairen.Mientras tanto, en la manada de Gregor, el ambiente era otro. Oscuro. Tenso. El alfa caminaba de
Aguantando las lágrimas que picaban tras sus párpados, Elyria fingió una serenidad que se resquebrajaba por dentro. Se obligó a sostener la barbilla en alto, aunque su corazón dolía como si le hubieran clavado una estaca. Que la luna destinada de Gregor estuviera fuera de la manada ya era una noticia lo bastante desgarradora, pero que él, delante de todos, dijera que quería ir a verla… eso la atravesó como una lanza en mitad del pecho. Y aun así, se negó a permitir que alguien lo notara.Con una dignidad que apenas lograba sostener, dio dos pasos hacia adelante, con la intención de marcharse por su cuenta hacia la cabaña. Quería escapar, huir antes de que la expresión en su rostro la delatara. Pero de pronto, la mano de Gregor se cerró con fuerza sobre la de ella.Elyria se congeló. No se giró. No podía. Si lo miraba, si se enfrentaba a esos ojos que creyó que la veían solo a ella, terminaría desmoronándose frente a todos. Y eso no se lo perdonaría jamás.—Estoy cansada —susurró—. S
Gregor entrecerró los ojos, sin soltar la mano de Elyria ni un segundo.—No… —dijo con voz grave—. Elyria no irá a ningún lado. Ella es mi luna. Lo siento… te esperé durante años, porque creí que te necesitaba. Pero ahora… ahora ya entregué mi corazón. Y no pienso cambiar eso.El silencio cayó como un manto pesado sobre los presentes. Un par de lobos se miraron sorprendidos. Lynn abrió la boca, pero no emitió sonido. Y la beta… la beta se quedó helada. Sus ojos se agrandaron como platos. Y su rostro reflejaba incredulidad.—¿Pretendes… rechazarme? —preguntó con la voz quebrada, como si jamás hubiera contemplado esa posibilidad.Gregor asintió levemente, aunque sus ojos mostraban compasión.—Es lo más inteligente. ¿No crees?—¡No! —rugió—. ¡Me niego! Yo quiero ser la luna de esta manada. ¡Es mi derecho! La diosa me destinó a un alfa guapo y fuerte, y no voy a perderte así de fácil.Dio un paso hacia él, alzando los brazos para abrazarlo. Pero Gregor se apartó con un gesto firme, al ti
—¡Isabella! —. Una voz llena de dolor y enojo resonó enel bosque. Un rayo negro se disparó sin rumbo a través de los árboles. Perosólo el eco le respondió, devolviendo su propia desesperación en el vasto ycruel silencio.Ethan, uno de los Alfas más poderosos, quedócompletamente devastado por la pérdida de su luna, Isabella. Ya no estaba ahí,o no estaban. Su destinada luna, una loba tan pura y hermosa, su presencia eslo único que podía detener la oscuridad de su lobo. Pero Isabella ya no estabaallí, se había ido con su hijo, su hijo que nunca nacería, se lo llevaron en unbrutal accidente aéreo, dejándolo solo y vacío.Las lágrimas luchaban por salir de sus cuencas, pero élno se lo permitía. En su pecho, el lobo rugía, arañando las paredes de sumente, exigiendo liberarse, exigiendo sangre.Ethan cerró los ojos, pero el pasado lo asaltó como unatormenta. Recordó aquella noche de luna nueva, la más oscura que había vivido.Como furia lo había tomado por completo. Sin Isabellap
Cuatro años después:—¡Casarme! Eso no está en mis planes en estos momentos— refunfuño Cloe un tanto alterada. Ya que, su abuela, al estar enferma, quiere asegurarse que sus nietas se casen antes que ella deje este mundo, pues no quisiera dejarlas desprotegidas a ella y a su hermana, sin que tengan a su lado a buenos hombres que se encarguen de ellas. —Mía querida, te aviso que debes de asistir a tres citas a ciegas que te he conseguido—le informó su abuela. — ¡Citas a ciegas!— replicó Cloe incrédula y con un deje de burla. —Necesito que consigas cuanto antes un hombre bueno y que sea buen partido para que puedas casarte.—Lo siento abuela, pero en eso no pienso darte gusto. Yo ya tengo un novio al que amo y no necesito andar buscando a nadie más.—Lo querrás, pero no es lo que tú te mereces. Ese chico no es apto para ti, es un chico muy insignificante y tú necesitas a alguien que te dé seguridad y estabilidad económica y social.A Cloe, el comentario de su abuela, le molesta de
Cloe se sintió destrozada en ese momento; no podía creer lo que Robin había sido capaz de hacerle. Creía que el mundo se le venía abajo, se sentía herida, dolida, expuesta y vilmente traicionada. Jamás pensó que el hombre al que amaba le rompería el corazón con sus palabras y acciones. Con puños apretados y lágrimas rodando por sus mejillas, se puso delante de él.—Robin, ¿por qué me has hecho? ¿Cómo que subiste videos de mi desnuda?—le gritó, alterada y dolida—. Yo nunca te he tratado mal, siempre te he amado de verdad y, para colmo, siempre quise ayudarte. Y tú tenías que humillarme de esta manera.—No escuchaste bien, mi amor —intentó excusarse Robin—. No hablábamos de ti, no has entendido bien.—Claro que entendí bien. ¡Qué razón tenía mi abuela cuando me dijo que no eras adecuado para mí! —rebatió Cloe con decepción—. Debí haberla escuchado. Esta vez ella tenía razón. Te quiero fuera de mi vida para siempre.Al escuchar esas palabras en la voz de Cloe, Robin se quedó pasmado, s