Cloe se sintió destrozada en ese momento; no podía creer lo que Robin había sido capaz de hacerle. Creía que el mundo se le venía abajo, se sentía herida, dolida, expuesta y vilmente traicionada. Jamás pensó que el hombre al que amaba le rompería el corazón con sus palabras y acciones.
Con puños apretados y lágrimas rodando por sus mejillas, se puso delante de él.
—Robin, ¿por qué me has hecho? ¿Cómo que subiste videos de mi desnuda?—le gritó, alterada y dolida—. Yo nunca te he tratado mal, siempre te he amado de verdad y, para colmo, siempre quise ayudarte. Y tú tenías que humillarme de esta manera.
—No escuchaste bien, mi amor —intentó excusarse Robin—. No hablábamos de ti, no has entendido bien.
—Claro que entendí bien. ¡Qué razón tenía mi abuela cuando me dijo que no eras adecuado para mí! —rebatió Cloe con decepción—. Debí haberla escuchado. Esta vez ella tenía razón. Te quiero fuera de mi vida para siempre.
Al escuchar esas palabras en la voz de Cloe, Robin se quedó pasmado, sabiendo que lo había perdido todo.
Ella era quien cubría con la mayoría de sus gastos, y esto le iba a suponer un problema terrible del que no podría salir bien librado.
De inmediato reaccionó y se levantó del sillón para intentar acercarse a ella, pero en ese mismo momento, Cloe salió corriendo desconsolada, dejando caer la bolsa con los anillos.
El corazón de Cloe latía con fuerza mientras corría por la calle. Su respiración agitada apenas le permitía organizar sus pensamientos.
Sabía que él la seguía, pero el miedo la impulsaba a seguir corriendo sin mirar atrás.
De repente, sintió cómo su cuerpo era arrastrado con brusquedad hacia el interior de un coche, que arrancó a toda velocidad.
—¡Maldita sea! —rugió Robin, quedándose atrás mientras veía el coche desaparecer—. Todavía necesito el dinero de esa mujer tonta.
Dentro del vehículo, el terror se apoderó de Cloe. Unos brazos fuertes la mantenían inmovilizada, y el calor de un aliento desconocido rozaba la piel sensible de su cuello. Su cuerpo temblaba, cada fibra de su ser estaba aterrada.
—Por favor… suéltame… —suplicó con una voz temblorosa, clavando sus uñas en aquellas manos blancas y bien cuidadas que se aferraban con fuerza a su cintura—. Yo no le he hecho daño a nadie.
—¿Por qué hueles tanto a mí? —La voz ronca y profunda, que parecía un gruñido animal, la estremeció hasta los huesos.
Ethan Chandra había sentido una extraña fascinación por Cloe desde el momento en que la vio en aquella joyería. No podía explicarlo, pero había algo en ella que despertaba sus instintos más primitivos y era totalmente extraño, solo su luna muerta había despertado esas sensaciones en él, así que se dispuso a investigar.
Como alfa supremo, no comprendía cómo una humana podría llevar su aroma. No era su luna, no era su compañera destinada, pero aun así, su lobo interno, Ferus, rugía con deseo e intriga.
(La quiero), gruñó Ferus dentro de su mente, mientras su pecho vibraba con la intensidad de su deseo. Era inusual, inaudito. Ferus odiaba a los humanos, y ahora deseaba a uno.
(¿Será que un brujo está utilizando un hechizo en esta humana?), le preguntó Ethan a su lobo, considerando que esa podría ser la única razón por la que Cloe mostrara ciertos rastros de él en su esencia. También contempló la posibilidad de que fuera la mujer a la que, hace cuatro años durante una luna nueva, su lobo en su fase de bestia salvaje había mordido. Sin embargo, Ferus insistió en que aquella mujer había muerto ante sus ojos, pues él mismo oyó cómo su corazón dejaba de latir.
Cloe, desesperada por escapar, se removía con fuerza, intentando liberarse del agarre implacable de Ethan. Sus rasguños, aunque profundos, no parecían afectarlo en absoluto.
—¡Libérame! —gritó con furia mientras se agitaba, frenéticamente, aterrada. —. No sé qué pretendes, pero si no llego a casa, mi abuela hará que los mejores policías vengan a buscarme, ¡y no te irá bien! —amenazó, tratando de girar su rostro para observar a su captor.
El conductor, en el asiento delantero, le sonrió con malicia, aterrorizándola aún más.
—¡Me van a hacer algo horrible! —gritaba con desesperación, a la vez que su mente imaginaba los peores escenarios.
Dentro de Ethan, Ferus analizaba la situación con calma. (La humana está demasiado asustada y parece no saber por qué lleva nuestro aroma de alfa), dijo su lobo con una extraña lógica que Ethan no esperaba.
(Tienes razón. Pero necesito respuestas. Esta mujer me intriga. Su aura es común y simple, no hay lógica en esto), pensó Ethan, molesto por la confusión que sentía.
De repente, Cloe sintió que el agarre sobre su cintura se aflojaba. Giró rápidamente en el asiento, solo para quedar petrificada al ver el rostro de su captor.
Sus ojos azules se abrieron con sorpresa.
—Me seguiste… —murmuró, con la voz entrecortada por el miedo.
Ethan sonrió de lado, observando sus grandes ojos que brillaban como gemas.
—¿Por qué te seguiría? —dijo, divertido—. Solo te vi tan mal que quise ser el caballero que te rescatara y llevara a casa.
—¿Cuál es tu interés en llevarme a casa? —Cloe lo señaló con el dedo tembloroso, asustada y confundida—. ¿Abusarás de mí? ¿O me matarás para vender mis órganos? Porque dinero no tengo, y lo poco que llevo encima no vale ni la mitad de lo que cuesta tu reloj.
Ethan soltó una carcajada ante sus palabras.
—Quizás yo sea el lobo, y tú mi Caperucita —respondió con un tono burlón.
—¡Quiero bajarme aquí! —exigió Cloe, mirando por la ventana el asfalto que pasaba rápidamente bajo el coche—. Dígale a su chofer que se detenga.
Intentó abrir la puerta, pero se dio cuenta de que estaba bloqueada. Presa del pánico, rebuscó en su bolsa y sacó un bolígrafo, presionándolo contra su propio cuello.
—Si no se detienen, me llevarán, pero será muerta —amenazó, con los ojos llenos de desesperación.
Ethan se tensó, sorprendido por su determinación.
—¡Baja eso! —ordenó con la voz imponente de un alfa, pero su poder no tuvo el efecto esperado.
Cloe presionó aún más el bolígrafo contra su piel. Ethan, sintiendo la urgencia de la situación, tomó una decisión que hasta para él estaba prohibida. Permitió que su lobo tomara el control, usando el poder de la sugestión.
Los ojos de Ethan cambiaron, pasando de un dorado intenso a un rojo vibrante en cuestión de segundos. Cloe, hipnotizada por el cambio, bajó lentamente el bolígrafo y se quedó inmóvil, como si algo dentro de ella la hubiera obligado a obedecer.
—¿Cuál es la dirección de tu casa? —preguntó Ethan, molesto por haber tenido que romper sus propias reglas.
—¿De verdad crees que soy tan tonta como para llevar a un completo desconocido a mi casa? —dijo con un tono prepotente y una chispa de desafío en sus ojos.
La sugestión de Ethan sobre Cloe se desvaneció tan rápido que él no lo podía creer, y esa respuesta lo golpeó como una bofetada. Su mandíbula se tensó, y algo oscuro comenzó a surgir dentro de él. Ferus, su lobo, se agitó ferozmente, buscando escapar de las cadenas que lo mantenían bajo control.
Los músculos de Ethan comenzaron a tensarse, su rostro empezaba a desfigurarse como si una sombra oscura lo consumiera desde adentro. Era como si una cámara rápida mostrara la lucha entre el hombre y la bestia.
El cuerpo de Ethan temblaba, sacudido por una fuerza interna que amenazaba con estallar. Ferus empujaba, queriendo tomar el control. Cada célula de su ser peleaba por contener al lobo, por evitar que surgiera en ese momento, sabiendo que Cloe no tenía ninguna posibilidad contra él. Era demasiado débil para enfrentarse siquiera a un lobo común, mucho menos al alfa supremo. Un alfa normal podría matar a un humano en dos minutos; un supremo, en cuestión de segundos.
Los ojos de Ethan se volvieron salvajes, brillando con un peligro primitivo. Mientras Cloe, que miraba aterrorizada, intentó nuevamente huir.
—¡Esto no puede ser posible! ¡Me estoy volviendo loca! —gritó desesperada, tirando frenéticamente de la manecilla de la puerta del auto.
—¡Por favor, señor, ayúdeme! ¡Abra el seguro de las puertas! —le rogaba al conductor, que permanecía tranquilo, como si nada de lo que sucedía le afectara. Cloe golpeaba el cristal de la ventanilla con sus manos, desesperada por escapar de lo que parecía una pesadilla viviente.De repente, un gruñido bestial resonó en el auto. Ethan, o lo que quedaba de él, se movió tan rápido que Cloe apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que una mano fuerte y bestial se aferrara a su muñeca. La fuerza de su agarre la obligó a girarse, enfrentando al alfa supremo.Lo que vio la hizo congelarse de terror.Los ojos de Ethan no eran completamente humanos. Un brillo amarillo intenso los dominaba, y aunque su cuerpo seguía en forma humana, sus fauces de lobo se asomaban entre sus labios, afiladas y aterradoras. Cloe sintió cómo la sangre se drenaba de su rostro, y en un último suspiro de pánico, su cuerpo se desplomó, desmayada en el asiento.(¿Qué diablos fue eso?) preguntó Ethan a Ferus, con frustr
Ethan apareció de repente, caminando descalzo, con solo unos jeans ajustados, dejando su torso desnudo al descubierto. Los tatuajes que decoraban su piel parecían moverse con cada paso que daba, y su presencia era tan abrumadora que Cloe sintió cómo su respiración se volvía errática. El frío del aire acondicionado del lugar no era suficiente para calmar el calor que se apoderaba de ella. Comenzó a hiperventilar, sus manos sudorosas y su estómago enredado en nudos. —Todavía mi oferta de llevarte sigue en pie —murmuró Ethan al pasar junto a ella.Cloe apenas podía moverse. Sus piernas temblaban como si fueran de gelatina, incapaces de sostenerla con firmeza. Nunca se había sentido tan vulnerable, ni siquiera frente a Robin. Apretó los puños, tratando de controlar el ataque de ansiedad que sentía subir por su pecho. Se obligó a respirar profundo, intentando domar el caos en su mente. —Bien, tú ganas —respondió temblorosa, intentando sonar despreocupada mientras se encogía de hombros
Robin observó a Ethan alejarse, pero no podía moverse. El miedo lo consumía, no por la partida de Ethan, sino por lo que implicaba: que alguien más pudiera ocupar el lugar que él tanto ansiaba junto a Cloe. No estaba dispuesto a dejarla, no cuando la fortuna de la familia materna de Cloe podía pasar a sus manos. Sus ambiciones lo mantenían anclado a ella, dispuesto a cualquier cosa para asegurarse de que no lo dejarían atrás. Apretando los dientes, cayó de rodillas. Sabía que tenía que hacer a un lado su orgullo si quería mantenerla cerca.Mordió su labio con tanta fuerza que sintió el sabor metálico de la sangre. Con un susurro quebrado, dejó salir las palabras que tanto le costaban: —Lo siento… lo que te dije hace un momento, no debí haberlo dicho—. Cloe lo miraba desde arriba, con los brazos cruzados y una expresión llena de dolor. Sus ojos lo perforaban, pero ella no respondía, y ese silencio lo hacía sentir más vulnerable de lo que jamás había estado. El orgullo herido de Ro
Cuando Cloe salió de su aturdimiento, volvió a centrar su mirada en aquellos tacones y en ese bolso de marca tirados en el suelo de la sala. Frunció el ceño, y para darle el beneficio de la duda a su novio pensó que podrían ser de la hermana de Robin, pero algo no encajaba. Esos zapatos eran demasiado elegantes, demasiado femeninos. La duda volvió a crecer en su mente, haciéndole un nudo en el estómago.Con el corazón acelerado, avanzó por el pasillo hacia la habitación. Cada paso la llenaba de incertidumbre. Se detuvo de golpe cuando en el piso, justo frente a la puerta, encontró un vestido. El aire se volvió denso. «No... no puede ser...», pensó, intentando convencerse de que estaba imaginando lo peor. Pero la realidad le golpeó como una avalancha cuando, temblando, empujó la puerta de la habitación.Allí, sobre la cama, estaba su prima, profundamente dormida sobre el pecho desnudo de Robin. Cloe sintió como si le arrancaran el corazón del pecho. «¿Cómo pude ser tan estúpida?», se
Cuando Cloe llegó a casa, se detuvo en la entrada, sorprendida al encontrar un hermoso arreglo floral en la mesa del recibidor, adornado con rosas de un intenso color rojo y lirios blancos que parecían brillar bajo la luz suave del atardecer.—Señora, este arreglo es para usted —le dijo un repartidor.Curiosa, Cloe tomó la tarjeta del remitente.—¿Qué se cree? —murmuró para sí misma mientras leía la tarjeta con rechazo y rabia.Aunque el gesto de Robin reflejaba cuánto conocía sus gustos, cada pétalo del arreglo era para ella un cruel y doloroso recordatorio de su traición.La rabia hirvió en su interior, convirtiendo la admiración por las flores en un asco abrumador.—Lo siento, pero no lo voy a recibir —dijo con firmeza al repartidor, quien la miraba con sorpresa y un poco de preocupación—. No me interesa nada que venga de ese miserable. Le pagaré el doble para que se lo lleve y lo tire lejos, donde mejor le parezca.El repartidor, desconcertado pero profesional, asintió.—De acuerd
Cloe nunca había sido una chica de frecuentar clubes ni bares; tenía un mal recuerdo de una de esas noches, y por primera vez en cuatro años, aceptó la propuesta de su atrevida y espontánea amiga, Samira, quien le había dado el consejo más osado que jamás imaginó seguir: ir a un club para encontrar a un hombre que la ayudara a cumplir su propósito.Cloe no buscaba amor, ni mucho menos. Solo necesitaba a alguien que fingiera ser su esposo para convencer a su abuela de que ella era la mejor opción para heredar la fortuna familiar.Al llegar al club, la atmósfera vibrante y ruidosa la envolvió de inmediato.Se instalaron en una mesa y pidieron unas bebidas. La música pulsaba a su alrededor, y ambas se relajaron poco a poco, moviéndose ligeramente al compás de los beats, dejándose llevar por la energía del lugar.—Hoy es noche de conquista, amiga —dijo Samira, voceando sobre el ruido mientras una sonrisa traviesa iluminaba su rostro—. Tienes que aprovechar.Cloe le devolvió una mirada dud
Ethan sintió cómo su pecho vibraba mientras Ferus, su lobo interno, se agitaba violentamente. La tensión en su cuerpo era palpable, y cada músculo se tensaba bajo su piel como si estuviera a punto de romperse. Ferus no estaba contento, y sus bramidos rugían en la mente de Ethan con rabia descontrolada."(Enséñale a nuestra humana que no puede tomar la iniciativa. Ese era nuestro derecho como alfa, dominar ese beso)", refunfuñaba el lobo, con el orgullo herido. Para Ferus, la idea de que una mujer, y peor aún, una humana, besara a un alfa de esa manera era inaceptable. Él imaginaba que Ethan debió haber robado ese beso primero, imponiendo su dominio.El silencio entre ambos se hacía cada vez más denso, y Cloe, que no soportaba la falta de respuesta, lo rompió con una punzada de sarcasmo. —Bien, no me respondas. Supongo que ese será el sonido que hacen los pervertidos como tú —espetó, desafiante.Ethan la miró, incrédulo, señalándose a sí mismo como si no pudiera creer lo que acababa
Aterrorizada, Cloe observaba cómo Ethan se acercaba a Robin con una determinación oscura y palpable en cada uno de sus movimientos. En su mente, todo se volvió una confusa maraña de pensamientos cuando una imagen aterradora se filtró desde las profundidades de su memoria: se trataba sobre la bestia que una vez la atacó en medio de la noche, dejándola por muerta. «No, no puede ser real», pensó con desesperación mientras sacudía la cabeza, intentando borrar ese recuerdo que aún la aterraba.Cuando volvió a enfocarse en Ethan, su corazón dio un vuelco.Ethan, con una sola mano, tomó la solapa de la camiseta de Robin y lo levantó del suelo como si fuera un muñeco, con su puño libre ya alzado, listo para golpear. El miedo se transformó en algo más, algo visceral. —¡Ya es suficiente! —gritó Cloe con lágrimas en los ojos, y con voz quebrada por la angustia y el horror. Aunque estaba enfadada con Robin por sus engaños, no podía soportar la idea de verlo morir frente a sus ojos. Para sor