**Capítulo 2** La fascinación del supremo *Una humana*

Cloe se sintió destrozada en ese momento; no podía creer lo que Robin había sido capaz de hacerle. Creía que el mundo se le venía abajo, se sentía herida, dolida, expuesta y vilmente traicionada. Jamás pensó que el hombre al que amaba le rompería el corazón  con sus palabras y acciones. 

Con puños apretados y lágrimas rodando por sus mejillas, se puso delante de él.

—Robin, ¿por qué me has hecho? ¿Cómo que subiste videos de mi desnuda?—le gritó, alterada y dolida—. Yo nunca te he tratado mal, siempre te he amado de verdad y, para colmo, siempre quise ayudarte. Y tú tenías que humillarme de esta manera.

—No escuchaste bien, mi amor —intentó excusarse Robin—. No hablábamos de ti, no has entendido bien.

—Claro que entendí bien. ¡Qué razón tenía mi abuela cuando me dijo que no eras adecuado para mí! —rebatió Cloe con decepción—. Debí haberla escuchado. Esta vez ella tenía razón. Te quiero fuera de mi vida para siempre.

Al escuchar esas palabras en la voz de Cloe, Robin se quedó pasmado, sabiendo que lo había perdido todo. 

Ella era quien cubría con la mayoría de sus gastos, y esto le iba a suponer un problema terrible del que no podría salir bien librado. 

De inmediato reaccionó y se levantó del sillón para intentar acercarse a ella, pero en ese mismo momento, Cloe salió corriendo desconsolada, dejando caer la bolsa con los anillos.

El corazón de Cloe latía con fuerza mientras corría por la calle. Su respiración agitada apenas le permitía organizar sus pensamientos. 

Sabía que él la seguía, pero el miedo la impulsaba a seguir corriendo sin mirar atrás. 

De repente, sintió cómo su cuerpo era arrastrado con brusquedad hacia el interior de un coche, que arrancó a toda velocidad.

—¡Maldita sea! —rugió Robin, quedándose atrás mientras veía el coche desaparecer—. Todavía necesito el dinero de esa mujer tonta.

Dentro del vehículo, el terror se apoderó de Cloe. Unos brazos fuertes la mantenían inmovilizada, y el calor de un aliento desconocido rozaba la piel sensible de su cuello. Su cuerpo temblaba, cada fibra de su ser estaba aterrada.

—Por favor… suéltame… —suplicó con una voz temblorosa, clavando sus uñas en aquellas manos blancas y bien cuidadas que se aferraban con fuerza a su cintura—. Yo no le he hecho daño a nadie.

—¿Por qué hueles tanto a mí? —La voz ronca y profunda, que parecía un gruñido animal, la estremeció hasta los huesos.

Ethan Chandra había sentido una extraña fascinación por Cloe desde el momento en que la vio en aquella joyería. No podía explicarlo, pero había algo en ella que despertaba sus instintos más primitivos y era totalmente extraño, solo su luna muerta había despertado esas sensaciones en él, así que se dispuso a investigar. 

Como alfa supremo, no comprendía cómo una humana podría llevar su aroma. No era su luna, no era su compañera destinada, pero aun así, su lobo interno, Ferus, rugía con deseo e intriga.

(La quiero), gruñó Ferus dentro de su mente, mientras su pecho vibraba con la intensidad de su deseo. Era inusual, inaudito. Ferus odiaba a los humanos, y ahora deseaba a uno.

(¿Será que un brujo está utilizando un hechizo en esta humana?), le preguntó Ethan a su lobo, considerando que esa podría ser la única razón por la que Cloe mostrara ciertos rastros de él en su esencia. También contempló la posibilidad de que fuera la mujer a la que, hace cuatro años durante una luna nueva, su lobo en su fase de bestia salvaje había mordido. Sin embargo, Ferus insistió en que aquella mujer había muerto ante sus ojos, pues él mismo oyó cómo su corazón dejaba de latir.

Cloe, desesperada por escapar, se removía con fuerza, intentando liberarse del agarre implacable de Ethan. Sus rasguños, aunque profundos, no parecían afectarlo en absoluto. 

—¡Libérame! —gritó con furia mientras se agitaba, frenéticamente, aterrada. —. No sé qué pretendes, pero si no llego a casa, mi abuela hará que los mejores policías vengan a buscarme, ¡y no te irá bien! —amenazó, tratando de girar su rostro para observar a su captor.

El conductor, en el asiento delantero, le sonrió con malicia, aterrorizándola aún más.

—¡Me van a hacer algo horrible! —gritaba con desesperación, a la vez que su mente imaginaba los peores escenarios.

Dentro de Ethan, Ferus analizaba la situación con calma. (La humana está demasiado asustada y parece no saber por qué lleva nuestro aroma de alfa), dijo su lobo con una extraña lógica que Ethan no esperaba.

(Tienes razón. Pero necesito respuestas. Esta mujer me intriga. Su aura es común y simple, no hay lógica en esto), pensó Ethan, molesto por la confusión que sentía.

De repente, Cloe sintió que el agarre sobre su cintura se aflojaba. Giró rápidamente en el asiento, solo para quedar petrificada al ver el rostro de su captor. 

Sus ojos azules se abrieron con sorpresa.

—Me seguiste… —murmuró, con la voz entrecortada por el miedo.

Ethan sonrió de lado, observando sus grandes ojos que brillaban como gemas.

—¿Por qué te seguiría? —dijo, divertido—. Solo te vi tan mal que quise ser el caballero que te rescatara y llevara a casa.

—¿Cuál es tu interés en llevarme a casa? —Cloe lo señaló con el dedo tembloroso, asustada y confundida—. ¿Abusarás de mí? ¿O me matarás para vender mis órganos? Porque dinero no tengo, y lo poco que llevo encima no vale ni la mitad de lo que cuesta tu reloj.

Ethan soltó una carcajada ante sus palabras.

—Quizás yo sea el lobo, y tú mi Caperucita —respondió con un tono burlón.

—¡Quiero bajarme aquí! —exigió Cloe, mirando por la ventana el asfalto que pasaba rápidamente bajo el coche—. Dígale a su chofer que se detenga.

Intentó abrir la puerta, pero se dio cuenta de que estaba bloqueada. Presa del pánico, rebuscó en su bolsa y sacó un bolígrafo, presionándolo contra su propio cuello.

—Si no se detienen, me llevarán, pero será muerta —amenazó, con los ojos llenos de desesperación.

Ethan se tensó, sorprendido por su determinación.

—¡Baja eso! —ordenó con la voz imponente de un alfa, pero su poder no tuvo el efecto esperado.

Cloe presionó aún más el bolígrafo contra su piel. Ethan, sintiendo la urgencia de la situación, tomó una decisión que hasta para él estaba prohibida. Permitió que su lobo tomara el control, usando el poder de la sugestión.

Los ojos de Ethan cambiaron, pasando de un dorado intenso a un rojo vibrante en cuestión de segundos. Cloe, hipnotizada por el cambio, bajó lentamente el bolígrafo y se quedó inmóvil, como si algo dentro de ella la hubiera obligado a obedecer.

—¿Cuál es la dirección de tu casa? —preguntó Ethan, molesto por haber tenido que romper sus propias reglas.

—¿De verdad crees que soy tan tonta como para llevar a un completo desconocido a mi casa? —dijo con un tono prepotente y una chispa de desafío en sus ojos.

La sugestión de Ethan sobre Cloe se desvaneció tan rápido que él no lo podía creer, y esa respuesta lo golpeó como una bofetada. Su mandíbula se tensó, y algo oscuro comenzó a surgir dentro de él. Ferus, su lobo, se agitó ferozmente, buscando escapar de las cadenas que lo mantenían bajo control. 

Los músculos de Ethan comenzaron a tensarse, su rostro empezaba a desfigurarse como si una sombra oscura lo consumiera desde adentro. Era como si una cámara rápida mostrara la lucha entre el hombre y la bestia.

El cuerpo de Ethan temblaba, sacudido por una fuerza interna que amenazaba con estallar. Ferus empujaba, queriendo tomar el control. Cada célula de su ser peleaba por contener al lobo, por evitar que surgiera en ese momento, sabiendo que Cloe no tenía ninguna posibilidad contra él. Era demasiado débil para enfrentarse siquiera a un lobo común, mucho menos al alfa supremo. Un alfa normal podría matar a un humano en dos minutos; un supremo, en cuestión de segundos.

Los ojos de Ethan se volvieron salvajes, brillando con un peligro primitivo. Mientras Cloe, que  miraba aterrorizada, intentó nuevamente huir. 

—¡Esto no puede ser posible! ¡Me estoy volviendo loca! —gritó desesperada, tirando frenéticamente de la manecilla de la puerta del auto.

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