Ethan apareció de repente, caminando descalzo, con solo unos jeans ajustados, dejando su torso desnudo al descubierto.
Los tatuajes que decoraban su piel parecían moverse con cada paso que daba, y su presencia era tan abrumadora que Cloe sintió cómo su respiración se volvía errática.
El frío del aire acondicionado del lugar no era suficiente para calmar el calor que se apoderaba de ella. Comenzó a hiperventilar, sus manos sudorosas y su estómago enredado en nudos.
—Todavía mi oferta de llevarte sigue en pie —murmuró Ethan al pasar junto a ella.
Cloe apenas podía moverse. Sus piernas temblaban como si fueran de gelatina, incapaces de sostenerla con firmeza. Nunca se había sentido tan vulnerable, ni siquiera frente a Robin. Apretó los puños, tratando de controlar el ataque de ansiedad que sentía subir por su pecho. Se obligó a respirar profundo, intentando domar el caos en su mente.
—Bien, tú ganas —respondió temblorosa, intentando sonar despreocupada mientras se encogía de hombros—. Pero nada de trucos raros, y ponte algo decente —añadió con un intento fallido de mantener el control.
Ethan sonrió de lado, esa sonrisa que le daba un aire de peligro, el mismo que había exhibido cuando la había mirado por primera vez. Era exasperante y, al mismo tiempo, magnético.
Cloe no pudo evitarlo: notó lo atractivo que era, aunque odiaba admitirlo. Su torso tatuado, el pelo despeinado y su porte de chico malo la intimidaban, pero había algo en él que la atraía de una manera que no comprendía. «No te dejes llevar», se recordó. A pesar de todo, ella seguía amando a Robin... aunque él no la mereciera
Sin previo aviso, Ethan pulsó dos botones del ascensor y la miró, su sonrisa ahora descarada.
—¿Ves esas puertas dobles? —señaló, burlón.
Cloe, todavía atrapada en sus propios pensamientos, asintió torpemente.
—Esa es la salida de emergencia —concluyó con un guiño sarcástico.
El rostro de Cloe enrojeció de inmediato. La vergüenza la invadió por completo, deseando que la tierra se la tragara en ese mismo momento. No podía creer lo ingenua que había quedado frente a este extraño, y lo peor es que parecía disfrutar viéndola en esa situación.
- - -
Una hora después, Cloe estaba más confundida que nunca. Ethan, por momentos, la miraba como si pudiera leer sus pensamientos, y en otros, parecía ignorarla por completo. No sabía qué pensar. ¿Por qué la había obligado a subir a su auto en primer lugar, si no era un secuestrador? ¿Por qué la estaba llevando a casa? ¿Qué pretendía este hombre? Sin embargo, lo que más la desconcertaba era el hecho de que no le había hecho ningún daño. Todo era un enigma.
Finalmente, llegaron a su domicilio. Ethan aparcó frente a la casa, pero antes de que Cloe pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, vio a Robin esperándola en la entrada, con el rostro encendido de furia. Cuando la vio bajarse del auto de otro hombre, su rabia explotó.
—Ahora entiendo todo —le gritó Robin mientras se acercaba a grandes zancadas—. Por eso armaste tanto escándalo, ¿verdad? ¡Porque ya tienes a otro! ¡Buscabas una excusa para dejarme! ¿Era eso?
—No es lo que piensas, Robin. Y yo no tengo por qué explicarte nada —dijo Cloe, temblando de rabia contenida—. Después de todo lo que escuché... Tú destruiste nuestra relación, no yo.
—¡Mentirosa! —gritó Robin, agarrándola del brazo con fuerza—. ¿Cuánto tiempo llevas viéndome la cara? ¡Contéstame!
—¡Suéltame, infeliz! —espetó Cloe, tratando de zafarse—. Tú no tienes derecho a exigirme nada. Se acabó. Tú no querías nada serio conmigo, y si tuviera otro, no sería asunto tuyo.
—¡Eres mía, Cloe! —rugió Robin, apretando aún más—. No te dejaré ir con otro.
—Nunca fui tuya, Robin. Desde que decidiste no tomarme en serio, me perdiste.
A pocos metros, Ethan observaba mientras sus manos comenzaban a cerrarse en puños. Algo en él hervía al ver a Robin tratar a Cloe de esa manera. Su instinto oscuro, ese lado que siempre había intentado reprimir, comenzó a susurrarle al oído, incitándole a la violencia.
(Hazlo), le susurró su lobo oscuro, haciendo eco en su cabeza. (Llévatela. Mata a ese tipo. Sálvala)
Ethan cerró los ojos con fuerza, luchando contra el deseo de actuar, de desatar la rabia que le carcomía. No podía dejarse llevar. Si lo hacía, perdería el control, y lo último que quería era dañar a Cloe.
(No, Ferus, no olvides que prometimos no querer a otra mujer, solo Isabella sería nuestra Luna), le recordó a su lobo.
El gruñido del lobo le hizo fruncir el ceño.
Mientras Ethan luchaba contra sí mismo y su bestia interna, sintió una conexión mental. Su beta, como si pudiera leer su desesperación, le habló a través del vínculo:
—Mi alfa, tenemos problemas…
Robin observó a Ethan alejarse, pero no podía moverse. El miedo lo consumía, no por la partida de Ethan, sino por lo que implicaba: que alguien más pudiera ocupar el lugar que él tanto ansiaba junto a Cloe. No estaba dispuesto a dejarla, no cuando la fortuna de la familia materna de Cloe podía pasar a sus manos. Sus ambiciones lo mantenían anclado a ella, dispuesto a cualquier cosa para asegurarse de que no lo dejarían atrás. Apretando los dientes, cayó de rodillas. Sabía que tenía que hacer a un lado su orgullo si quería mantenerla cerca.Mordió su labio con tanta fuerza que sintió el sabor metálico de la sangre. Con un susurro quebrado, dejó salir las palabras que tanto le costaban: —Lo siento… lo que te dije hace un momento, no debí haberlo dicho—. Cloe lo miraba desde arriba, con los brazos cruzados y una expresión llena de dolor. Sus ojos lo perforaban, pero ella no respondía, y ese silencio lo hacía sentir más vulnerable de lo que jamás había estado. El orgullo herido de Ro
Cuando Cloe salió de su aturdimiento, volvió a centrar su mirada en aquellos tacones y en ese bolso de marca tirados en el suelo de la sala. Frunció el ceño, y para darle el beneficio de la duda a su novio pensó que podrían ser de la hermana de Robin, pero algo no encajaba. Esos zapatos eran demasiado elegantes, demasiado femeninos. La duda volvió a crecer en su mente, haciéndole un nudo en el estómago.Con el corazón acelerado, avanzó por el pasillo hacia la habitación. Cada paso la llenaba de incertidumbre. Se detuvo de golpe cuando en el piso, justo frente a la puerta, encontró un vestido. El aire se volvió denso. «No... no puede ser...», pensó, intentando convencerse de que estaba imaginando lo peor. Pero la realidad le golpeó como una avalancha cuando, temblando, empujó la puerta de la habitación.Allí, sobre la cama, estaba su prima, profundamente dormida sobre el pecho desnudo de Robin. Cloe sintió como si le arrancaran el corazón del pecho. «¿Cómo pude ser tan estúpida?», se
Cuando Cloe llegó a casa, se detuvo en la entrada, sorprendida al encontrar un hermoso arreglo floral en la mesa del recibidor, adornado con rosas de un intenso color rojo y lirios blancos que parecían brillar bajo la luz suave del atardecer.—Señora, este arreglo es para usted —le dijo un repartidor.Curiosa, Cloe tomó la tarjeta del remitente.—¿Qué se cree? —murmuró para sí misma mientras leía la tarjeta con rechazo y rabia.Aunque el gesto de Robin reflejaba cuánto conocía sus gustos, cada pétalo del arreglo era para ella un cruel y doloroso recordatorio de su traición.La rabia hirvió en su interior, convirtiendo la admiración por las flores en un asco abrumador.—Lo siento, pero no lo voy a recibir —dijo con firmeza al repartidor, quien la miraba con sorpresa y un poco de preocupación—. No me interesa nada que venga de ese miserable. Le pagaré el doble para que se lo lleve y lo tire lejos, donde mejor le parezca.El repartidor, desconcertado pero profesional, asintió.—De acuerd
Cloe nunca había sido una chica de frecuentar clubes ni bares; tenía un mal recuerdo de una de esas noches, y por primera vez en cuatro años, aceptó la propuesta de su atrevida y espontánea amiga, Samira, quien le había dado el consejo más osado que jamás imaginó seguir: ir a un club para encontrar a un hombre que la ayudara a cumplir su propósito.Cloe no buscaba amor, ni mucho menos. Solo necesitaba a alguien que fingiera ser su esposo para convencer a su abuela de que ella era la mejor opción para heredar la fortuna familiar.Al llegar al club, la atmósfera vibrante y ruidosa la envolvió de inmediato.Se instalaron en una mesa y pidieron unas bebidas. La música pulsaba a su alrededor, y ambas se relajaron poco a poco, moviéndose ligeramente al compás de los beats, dejándose llevar por la energía del lugar.—Hoy es noche de conquista, amiga —dijo Samira, voceando sobre el ruido mientras una sonrisa traviesa iluminaba su rostro—. Tienes que aprovechar.Cloe le devolvió una mirada dud
Ethan sintió cómo su pecho vibraba mientras Ferus, su lobo interno, se agitaba violentamente. La tensión en su cuerpo era palpable, y cada músculo se tensaba bajo su piel como si estuviera a punto de romperse. Ferus no estaba contento, y sus bramidos rugían en la mente de Ethan con rabia descontrolada."(Enséñale a nuestra humana que no puede tomar la iniciativa. Ese era nuestro derecho como alfa, dominar ese beso)", refunfuñaba el lobo, con el orgullo herido. Para Ferus, la idea de que una mujer, y peor aún, una humana, besara a un alfa de esa manera era inaceptable. Él imaginaba que Ethan debió haber robado ese beso primero, imponiendo su dominio.El silencio entre ambos se hacía cada vez más denso, y Cloe, que no soportaba la falta de respuesta, lo rompió con una punzada de sarcasmo. —Bien, no me respondas. Supongo que ese será el sonido que hacen los pervertidos como tú —espetó, desafiante.Ethan la miró, incrédulo, señalándose a sí mismo como si no pudiera creer lo que acababa
Aterrorizada, Cloe observaba cómo Ethan se acercaba a Robin con una determinación oscura y palpable en cada uno de sus movimientos. En su mente, todo se volvió una confusa maraña de pensamientos cuando una imagen aterradora se filtró desde las profundidades de su memoria: se trataba sobre la bestia que una vez la atacó en medio de la noche, dejándola por muerta. «No, no puede ser real», pensó con desesperación mientras sacudía la cabeza, intentando borrar ese recuerdo que aún la aterraba.Cuando volvió a enfocarse en Ethan, su corazón dio un vuelco.Ethan, con una sola mano, tomó la solapa de la camiseta de Robin y lo levantó del suelo como si fuera un muñeco, con su puño libre ya alzado, listo para golpear. El miedo se transformó en algo más, algo visceral. —¡Ya es suficiente! —gritó Cloe con lágrimas en los ojos, y con voz quebrada por la angustia y el horror. Aunque estaba enfadada con Robin por sus engaños, no podía soportar la idea de verlo morir frente a sus ojos. Para sor
Cloe parpadeó varias veces, intentando despejarse, pero una sensación de confusión y pesadez se asentaba en su mente, como si su cabeza estuviera envuelta en una densa nube de humo. Cuando al fin logró abrir bien los ojos, se dio cuenta de que no estaba en su casa. La habitación en penumbra, iluminada apenas por la luz tenue de una lámpara en el rincón, desprendía un aire varonil, con muebles de líneas fuertes y una sobriedad imponente. —Este olor, siento que lo reconozco— murmuró recordando la fragancia masculina de Ethan, como si estuviera impregnada en su memoria.Saboreó de forma inconsciente.Pero horrorizada, levantó un poco la sábana gris de seda que la cubría, sintiendo la suavidad del tejido contra su piel. Al mirarse debajo, su respiración se cortó: estaba solo en ropa interior.«¿Qué pasó…?», se preguntó mentalmente, abrumada y tratando de hacer memoria, pero todo estaba borroso, y algo fragmentado. Lo último que recordaba era ese beso que le había dado a Ethan. A ese h
—Y tú estás jugando conmigo, y créeme, no saldrás victorioso. ¿Qué eres, de esos tipos abusadores que disfrutan humillando a las mujeres hasta que se rinden? ¿Por qué, qué otros sentidos tendrían nuestros extraños encuentros? Ethan entrecerró los ojos, y un destello de irritación se reflejó en su mirada. —No lo era, pero parece que tendré que serlo contigo. Te doblegaré, hasta que seas tú misma la que me lo pida. Serás mi luna, Cloe, y llevarás mi marca antes de que puedas siquiera imaginarlo. Es un desafío.Cloe lo observó con una expresión de puro desprecio. —Qué arrogante eres. Ni en tus sueños más delirantes te cedería ese deseo. ¡Nunca me doblegaré ante un tipejo como tú!Sin más, Ethan dio un paso hacia la puerta. La furia contenida le tensaba los músculos, y su mandíbula apretada mostraba lo difícil que le resultaba alejarse sin imponer su voluntad. Sin embargo, apenas dio un paso fuera de la habitación, tuvo que agacharse cuando una figura decorativa salió volando en su di