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**Capítulo 4** La contradicción de la humana, “El alfa”

 

 Ethan apareció de repente, caminando descalzo, con solo unos jeans ajustados, dejando su torso desnudo al descubierto. 

Los tatuajes que decoraban su piel parecían moverse con cada paso que daba, y su presencia era tan abrumadora que Cloe sintió cómo su respiración se volvía errática. 

El frío del aire acondicionado del lugar no era suficiente para calmar el calor que se apoderaba de ella. Comenzó a hiperventilar, sus manos sudorosas y su estómago enredado en nudos. 

—Todavía mi oferta de llevarte sigue en pie —murmuró Ethan al pasar junto a ella.

Cloe apenas podía moverse. Sus piernas temblaban como si fueran de gelatina, incapaces de sostenerla con firmeza. Nunca se había sentido tan vulnerable, ni siquiera frente a Robin. Apretó los puños, tratando de controlar el ataque de ansiedad que sentía subir por su pecho. Se obligó a respirar profundo, intentando domar el caos en su mente. 

—Bien, tú ganas —respondió temblorosa, intentando sonar despreocupada mientras se encogía de hombros—. Pero nada de trucos raros, y ponte algo decente —añadió con un intento fallido de mantener el control.

Ethan sonrió de lado, esa sonrisa que le daba un aire de peligro, el mismo que había exhibido cuando la había mirado por primera vez. Era exasperante y, al mismo tiempo, magnético. 

Cloe no pudo evitarlo: notó lo atractivo que era, aunque odiaba admitirlo. Su torso tatuado, el pelo despeinado y su porte de chico malo la intimidaban, pero había algo en él que la atraía de una manera que no comprendía. «No te dejes llevar», se recordó. A pesar de todo, ella seguía amando a Robin... aunque él no la mereciera

Sin previo aviso, Ethan pulsó dos botones del ascensor y la miró, su sonrisa ahora descarada.

—¿Ves esas puertas dobles? —señaló, burlón.

Cloe, todavía atrapada en sus propios pensamientos, asintió torpemente.

—Esa es la salida de emergencia —concluyó con un guiño sarcástico.

El rostro de Cloe enrojeció de inmediato. La vergüenza la invadió por completo, deseando que la tierra se la tragara en ese mismo momento. No podía creer lo ingenua que había quedado frente a este extraño, y lo peor es que parecía disfrutar viéndola en esa situación.

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Una hora después, Cloe estaba más confundida que nunca. Ethan, por momentos, la miraba como si pudiera leer sus pensamientos, y en otros, parecía ignorarla por completo. No sabía qué pensar. ¿Por qué la había obligado a subir a su auto en primer lugar, si no era un secuestrador? ¿Por qué la estaba llevando a casa? ¿Qué pretendía este hombre? Sin embargo, lo que más la desconcertaba era el hecho de que no le había hecho ningún daño. Todo era un enigma.

Finalmente, llegaron a su domicilio. Ethan aparcó frente a la casa, pero antes de que Cloe pudiera procesar lo que estaba ocurriendo, vio a Robin esperándola en la entrada, con el rostro encendido de furia. Cuando la vio bajarse del auto de otro hombre, su rabia explotó.

—Ahora entiendo todo —le gritó Robin mientras se acercaba a grandes zancadas—. Por eso armaste tanto escándalo, ¿verdad? ¡Porque ya tienes a otro! ¡Buscabas una excusa para dejarme! ¿Era eso?

—No es lo que piensas, Robin. Y yo no tengo por qué explicarte nada —dijo Cloe, temblando de rabia contenida—. Después de todo lo que escuché... Tú destruiste nuestra relación, no yo.

—¡Mentirosa! —gritó Robin, agarrándola del brazo con fuerza—. ¿Cuánto tiempo llevas viéndome la cara? ¡Contéstame!

—¡Suéltame, infeliz! —espetó Cloe, tratando de zafarse—. Tú no tienes derecho a exigirme nada. Se acabó. Tú no querías nada serio conmigo, y si tuviera otro, no sería asunto tuyo.

—¡Eres mía, Cloe! —rugió Robin, apretando aún más—. No te dejaré ir con otro.

—Nunca fui tuya, Robin. Desde que decidiste no tomarme en serio, me perdiste.

A pocos metros, Ethan observaba mientras sus manos comenzaban a cerrarse en puños. Algo en él hervía al ver a Robin tratar a Cloe de esa manera. Su instinto oscuro, ese lado que siempre había intentado reprimir, comenzó a susurrarle al oído, incitándole a la violencia.

(Hazlo), le susurró su lobo oscuro, haciendo eco en su cabeza. (Llévatela. Mata a ese tipo. Sálvala)

Ethan cerró los ojos con fuerza, luchando contra el deseo de actuar, de desatar la rabia que le carcomía. No podía dejarse llevar. Si lo hacía, perdería el control, y lo último que quería era dañar a Cloe. 

(No, Ferus, no olvides que prometimos no querer a otra mujer, solo Isabella sería nuestra Luna), le recordó a su lobo.

El gruñido del lobo le hizo fruncir el ceño.

Mientras Ethan luchaba contra sí mismo y su bestia interna, sintió una conexión mental. Su beta, como si pudiera leer su desesperación, le habló a través del vínculo:

—Mi alfa, tenemos problemas…

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