**Capítulo 3** Atraído por su fragilidad.

—¡Por favor, señor, ayúdeme! ¡Abra el seguro de las puertas! —le rogaba al conductor, que permanecía tranquilo, como si nada de lo que sucedía le afectara. 

Cloe golpeaba el cristal de la ventanilla con sus manos, desesperada por escapar de lo que parecía una pesadilla viviente.

De repente, un gruñido bestial resonó en el auto. Ethan, o lo que quedaba de él, se movió tan rápido que Cloe apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que una mano fuerte y bestial se aferrara a su muñeca. La fuerza de su agarre la obligó a girarse, enfrentando al alfa supremo.

Lo que vio la hizo congelarse de terror.

Los ojos de Ethan no eran completamente humanos. Un brillo amarillo intenso los dominaba, y aunque su cuerpo seguía en forma humana, sus fauces de lobo se asomaban entre sus labios, afiladas y aterradoras. Cloe sintió cómo la sangre se drenaba de su rostro, y en un último suspiro de pánico, su cuerpo se desplomó, desmayada en el asiento.

(¿Qué diablos fue eso?) preguntó Ethan a Ferus, con frustración y confusión.

(La humana debe respetarnos) respondió el lobo, con voz grave, resonando en su mente—. Somos el alfa de los alfas. No puedes permitir que una simple humana nos hable de esa forma.

Ethan miró a Cloe con irritación y algo más profundo que ni él mismo podía entender. La bestia dentro de él gruñía, hambrienta de respeto y dominio, mientras el hombre luchaba por mantenerse firme.

(No entiendo qué pretendes, Ferus), pensó Ethan, frustrado mientras apretaba los puños—. (Sabes que los humanos son simples).

—¿Supremo? ¿Debo llevarlo a la manada? —preguntó el conductor, sin desviar la mirada del camino.

Ethan frunció el ceño, visiblemente irritado.

—No llevaría una humana a mi manada, ¿qué te pasa? Llévame a mi edificio —respondió con voz grave y firme.

Minutos después, mientras el lobo en su interior vibraba de impaciencia, Ethan sintió la extraña contradicción que lo envolvía al cargarla en sus brazos.

 Cloe, dormida, emanaba una fragancia dulce, una mezcla de frutas que lo atraía sin quererlo. Su belleza delicada, tan frágil como el cristal y vibrante como un arcoíris en un día soleado, lo desconcertaba. 

—Esto solo es atracción. Esta humana no se compara a mi Isabella, solo su aroma me gustaba, y el de ninguna mujer lo podrá superar— murmuro tratando de reprimir sus impulsos, de tocarla. 

Horas más tarde, Cloe aún dormía sobre la cama. 

Ethan la observaba detenidamente, cada facción de su rostro, cada suspiro tranquilo que escapaba de sus labios entreabiertos. La cercanía lo tentaba. Llevó la mano hacia sus labios, deseando acariciarlos, pero a medio camino se detuvo bruscamente, cerrando el puño.

«¿Qué me pasa con esta humana?», pensó, un atisbo de preocupación atravesando su mente. Su lobo, Ferus, solo gruñó, molesto por la creciente confusión de Ethan.

Pero el sonido suave del teléfono de Cloe lo sacó de sus pensamientos. Estaba en la cartera que había dejado sobre la mesa de noche. Sintió la tentación de revisar el móvil.

«No debería…» pensó, pero luego soltó un bufido, irritado consigo mismo.

—Al demonio, todo lo hago a mi manera —murmuró, sucumbiendo a la curiosidad.

Sacó el teléfono y comenzó a leer los mensajes de Robin, el novio de Cloe. El contenido estaba lleno de desesperación, implorando hablar con ella, pidiéndole que volviera.

 Ethan sonrió al leer el último mensaje: una petición de matrimonio acompañada de la imagen de un anillo.

(Matemos a ese humano), gruñó Ferus, sádico.

(Hoy me has hablado más que en tres meses... esta humana te interesa bastante) —respondió Ethan, con tono irónico. 

Ferus solo gruñó en respuesta.

Con el teléfono de vuelta en su sitio, Ethan tosió de manera deliberada, provocando que Cloe despertara.

Cloe se levantó con una punzada en la cabeza, confusa y desorientada, pensando que aquello que vio había sido producto de un sueño o de su peor pesadilla, siempre tenía pesadilla de como era atacada por una bestia salvaje.

Pero al intentar recordar, la imagen del desconocido que la había llevado se filtró en su mente.

 Miró alrededor, notando el lujo del lugar.

—¿Me engañaste para secuestrarme? ¿Qué me hiciste que no recuerdo cómo llegué a este lugar?—preguntó con calma forzada, ocultando el miedo que la invadía.

Ethan la miró intensamente antes de reírse con burla.

—Sí, y pienso casarme contigo, tener diez hijos y luego te abandonaré con ellos —dijo, riendo más fuerte al ver la incredulidad en sus ojos. 

—¡Secuestrador! —protestó Cloe con miedo y sarcasmo— Te está burlando de mí...

Ethan se acercó lentamente, disfrutando de su nerviosismo, mientras ella se arrastraba hacia el borde de la cama, buscando escapar. 

En el instante en que intentó salir corriendo, él apareció de repente frente a ella, bloqueando el camino.

—Lo siento mucho, pero… —intentó disculparse, pero sus palabras se apagaron al mirar nuevamente esos ojos grises que la escudriñaban con intensidad.

 Ethan sonrió, y por un momento ella quedó absorta en la perfección de sus dientes blancos y labios carnosos.

—Ven, te llevaré a tu casa —propuso él con una sonrisa sarcástica.

—Eso mismo me dijiste hace cinco horas —replicó Cloe con tono irónico, mirando su reloj y levantando cinco dedos—. Y mira dónde estoy ahora. No volveré a caer en tu engaño.

—Puedes irte sola si lo prefieres —respondió Ethan, dejando caer su cuerpo sobre la cama con una despreocupación que la desconcertó.

Cloe miró alrededor, sorprendida por la inmensidad del lugar. Avanzó hacia lo que parecía ser la salida, pero antes de que pudiera llegar al ascensor, la presencia de Ethan frente a ella la detuvo.

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