—¡Por favor, señor, ayúdeme! ¡Abra el seguro de las puertas! —le rogaba al conductor, que permanecía tranquilo, como si nada de lo que sucedía le afectara.
Cloe golpeaba el cristal de la ventanilla con sus manos, desesperada por escapar de lo que parecía una pesadilla viviente.
De repente, un gruñido bestial resonó en el auto. Ethan, o lo que quedaba de él, se movió tan rápido que Cloe apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que una mano fuerte y bestial se aferrara a su muñeca. La fuerza de su agarre la obligó a girarse, enfrentando al alfa supremo.
Lo que vio la hizo congelarse de terror.
Los ojos de Ethan no eran completamente humanos. Un brillo amarillo intenso los dominaba, y aunque su cuerpo seguía en forma humana, sus fauces de lobo se asomaban entre sus labios, afiladas y aterradoras. Cloe sintió cómo la sangre se drenaba de su rostro, y en un último suspiro de pánico, su cuerpo se desplomó, desmayada en el asiento.
(¿Qué diablos fue eso?) preguntó Ethan a Ferus, con frustración y confusión.
(La humana debe respetarnos) respondió el lobo, con voz grave, resonando en su mente—. Somos el alfa de los alfas. No puedes permitir que una simple humana nos hable de esa forma.
Ethan miró a Cloe con irritación y algo más profundo que ni él mismo podía entender. La bestia dentro de él gruñía, hambrienta de respeto y dominio, mientras el hombre luchaba por mantenerse firme.
(No entiendo qué pretendes, Ferus), pensó Ethan, frustrado mientras apretaba los puños—. (Sabes que los humanos son simples).
—¿Supremo? ¿Debo llevarlo a la manada? —preguntó el conductor, sin desviar la mirada del camino.
Ethan frunció el ceño, visiblemente irritado.
—No llevaría una humana a mi manada, ¿qué te pasa? Llévame a mi edificio —respondió con voz grave y firme.
Minutos después, mientras el lobo en su interior vibraba de impaciencia, Ethan sintió la extraña contradicción que lo envolvía al cargarla en sus brazos.
Cloe, dormida, emanaba una fragancia dulce, una mezcla de frutas que lo atraía sin quererlo. Su belleza delicada, tan frágil como el cristal y vibrante como un arcoíris en un día soleado, lo desconcertaba.
—Esto solo es atracción. Esta humana no se compara a mi Isabella, solo su aroma me gustaba, y el de ninguna mujer lo podrá superar— murmuro tratando de reprimir sus impulsos, de tocarla.
Horas más tarde, Cloe aún dormía sobre la cama.
Ethan la observaba detenidamente, cada facción de su rostro, cada suspiro tranquilo que escapaba de sus labios entreabiertos. La cercanía lo tentaba. Llevó la mano hacia sus labios, deseando acariciarlos, pero a medio camino se detuvo bruscamente, cerrando el puño.
«¿Qué me pasa con esta humana?», pensó, un atisbo de preocupación atravesando su mente. Su lobo, Ferus, solo gruñó, molesto por la creciente confusión de Ethan.
Pero el sonido suave del teléfono de Cloe lo sacó de sus pensamientos. Estaba en la cartera que había dejado sobre la mesa de noche. Sintió la tentación de revisar el móvil.
«No debería…» pensó, pero luego soltó un bufido, irritado consigo mismo.
—Al demonio, todo lo hago a mi manera —murmuró, sucumbiendo a la curiosidad.
Sacó el teléfono y comenzó a leer los mensajes de Robin, el novio de Cloe. El contenido estaba lleno de desesperación, implorando hablar con ella, pidiéndole que volviera.
Ethan sonrió al leer el último mensaje: una petición de matrimonio acompañada de la imagen de un anillo.
(Matemos a ese humano), gruñó Ferus, sádico.
(Hoy me has hablado más que en tres meses... esta humana te interesa bastante) —respondió Ethan, con tono irónico.
Ferus solo gruñó en respuesta.
Con el teléfono de vuelta en su sitio, Ethan tosió de manera deliberada, provocando que Cloe despertara.
Cloe se levantó con una punzada en la cabeza, confusa y desorientada, pensando que aquello que vio había sido producto de un sueño o de su peor pesadilla, siempre tenía pesadilla de como era atacada por una bestia salvaje.
Pero al intentar recordar, la imagen del desconocido que la había llevado se filtró en su mente.
Miró alrededor, notando el lujo del lugar.
—¿Me engañaste para secuestrarme? ¿Qué me hiciste que no recuerdo cómo llegué a este lugar?—preguntó con calma forzada, ocultando el miedo que la invadía.
Ethan la miró intensamente antes de reírse con burla.
—Sí, y pienso casarme contigo, tener diez hijos y luego te abandonaré con ellos —dijo, riendo más fuerte al ver la incredulidad en sus ojos.
—¡Secuestrador! —protestó Cloe con miedo y sarcasmo— Te está burlando de mí...
Ethan se acercó lentamente, disfrutando de su nerviosismo, mientras ella se arrastraba hacia el borde de la cama, buscando escapar.
En el instante en que intentó salir corriendo, él apareció de repente frente a ella, bloqueando el camino.
—Lo siento mucho, pero… —intentó disculparse, pero sus palabras se apagaron al mirar nuevamente esos ojos grises que la escudriñaban con intensidad.
Ethan sonrió, y por un momento ella quedó absorta en la perfección de sus dientes blancos y labios carnosos.
—Ven, te llevaré a tu casa —propuso él con una sonrisa sarcástica.
—Eso mismo me dijiste hace cinco horas —replicó Cloe con tono irónico, mirando su reloj y levantando cinco dedos—. Y mira dónde estoy ahora. No volveré a caer en tu engaño.
—Puedes irte sola si lo prefieres —respondió Ethan, dejando caer su cuerpo sobre la cama con una despreocupación que la desconcertó.
Cloe miró alrededor, sorprendida por la inmensidad del lugar. Avanzó hacia lo que parecía ser la salida, pero antes de que pudiera llegar al ascensor, la presencia de Ethan frente a ella la detuvo.
Ethan apareció de repente, caminando descalzo, con solo unos jeans ajustados, dejando su torso desnudo al descubierto. Los tatuajes que decoraban su piel parecían moverse con cada paso que daba, y su presencia era tan abrumadora que Cloe sintió cómo su respiración se volvía errática. El frío del aire acondicionado del lugar no era suficiente para calmar el calor que se apoderaba de ella. Comenzó a hiperventilar, sus manos sudorosas y su estómago enredado en nudos. —Todavía mi oferta de llevarte sigue en pie —murmuró Ethan al pasar junto a ella.Cloe apenas podía moverse. Sus piernas temblaban como si fueran de gelatina, incapaces de sostenerla con firmeza. Nunca se había sentido tan vulnerable, ni siquiera frente a Robin. Apretó los puños, tratando de controlar el ataque de ansiedad que sentía subir por su pecho. Se obligó a respirar profundo, intentando domar el caos en su mente. —Bien, tú ganas —respondió temblorosa, intentando sonar despreocupada mientras se encogía de hombros
Robin observó a Ethan alejarse, pero no podía moverse. El miedo lo consumía, no por la partida de Ethan, sino por lo que implicaba: que alguien más pudiera ocupar el lugar que él tanto ansiaba junto a Cloe. No estaba dispuesto a dejarla, no cuando la fortuna de la familia materna de Cloe podía pasar a sus manos. Sus ambiciones lo mantenían anclado a ella, dispuesto a cualquier cosa para asegurarse de que no lo dejarían atrás. Apretando los dientes, cayó de rodillas. Sabía que tenía que hacer a un lado su orgullo si quería mantenerla cerca.Mordió su labio con tanta fuerza que sintió el sabor metálico de la sangre. Con un susurro quebrado, dejó salir las palabras que tanto le costaban: —Lo siento… lo que te dije hace un momento, no debí haberlo dicho—. Cloe lo miraba desde arriba, con los brazos cruzados y una expresión llena de dolor. Sus ojos lo perforaban, pero ella no respondía, y ese silencio lo hacía sentir más vulnerable de lo que jamás había estado. El orgullo herido de Ro
Cuando Cloe salió de su aturdimiento, volvió a centrar su mirada en aquellos tacones y en ese bolso de marca tirados en el suelo de la sala. Frunció el ceño, y para darle el beneficio de la duda a su novio pensó que podrían ser de la hermana de Robin, pero algo no encajaba. Esos zapatos eran demasiado elegantes, demasiado femeninos. La duda volvió a crecer en su mente, haciéndole un nudo en el estómago.Con el corazón acelerado, avanzó por el pasillo hacia la habitación. Cada paso la llenaba de incertidumbre. Se detuvo de golpe cuando en el piso, justo frente a la puerta, encontró un vestido. El aire se volvió denso. «No... no puede ser...», pensó, intentando convencerse de que estaba imaginando lo peor. Pero la realidad le golpeó como una avalancha cuando, temblando, empujó la puerta de la habitación.Allí, sobre la cama, estaba su prima, profundamente dormida sobre el pecho desnudo de Robin. Cloe sintió como si le arrancaran el corazón del pecho. «¿Cómo pude ser tan estúpida?», se
Cuando Cloe llegó a casa, se detuvo en la entrada, sorprendida al encontrar un hermoso arreglo floral en la mesa del recibidor, adornado con rosas de un intenso color rojo y lirios blancos que parecían brillar bajo la luz suave del atardecer.—Señora, este arreglo es para usted —le dijo un repartidor.Curiosa, Cloe tomó la tarjeta del remitente.—¿Qué se cree? —murmuró para sí misma mientras leía la tarjeta con rechazo y rabia.Aunque el gesto de Robin reflejaba cuánto conocía sus gustos, cada pétalo del arreglo era para ella un cruel y doloroso recordatorio de su traición.La rabia hirvió en su interior, convirtiendo la admiración por las flores en un asco abrumador.—Lo siento, pero no lo voy a recibir —dijo con firmeza al repartidor, quien la miraba con sorpresa y un poco de preocupación—. No me interesa nada que venga de ese miserable. Le pagaré el doble para que se lo lleve y lo tire lejos, donde mejor le parezca.El repartidor, desconcertado pero profesional, asintió.—De acuerd
Cloe nunca había sido una chica de frecuentar clubes ni bares; tenía un mal recuerdo de una de esas noches, y por primera vez en cuatro años, aceptó la propuesta de su atrevida y espontánea amiga, Samira, quien le había dado el consejo más osado que jamás imaginó seguir: ir a un club para encontrar a un hombre que la ayudara a cumplir su propósito.Cloe no buscaba amor, ni mucho menos. Solo necesitaba a alguien que fingiera ser su esposo para convencer a su abuela de que ella era la mejor opción para heredar la fortuna familiar.Al llegar al club, la atmósfera vibrante y ruidosa la envolvió de inmediato.Se instalaron en una mesa y pidieron unas bebidas. La música pulsaba a su alrededor, y ambas se relajaron poco a poco, moviéndose ligeramente al compás de los beats, dejándose llevar por la energía del lugar.—Hoy es noche de conquista, amiga —dijo Samira, voceando sobre el ruido mientras una sonrisa traviesa iluminaba su rostro—. Tienes que aprovechar.Cloe le devolvió una mirada dud
Ethan sintió cómo su pecho vibraba mientras Ferus, su lobo interno, se agitaba violentamente. La tensión en su cuerpo era palpable, y cada músculo se tensaba bajo su piel como si estuviera a punto de romperse. Ferus no estaba contento, y sus bramidos rugían en la mente de Ethan con rabia descontrolada."(Enséñale a nuestra humana que no puede tomar la iniciativa. Ese era nuestro derecho como alfa, dominar ese beso)", refunfuñaba el lobo, con el orgullo herido. Para Ferus, la idea de que una mujer, y peor aún, una humana, besara a un alfa de esa manera era inaceptable. Él imaginaba que Ethan debió haber robado ese beso primero, imponiendo su dominio.El silencio entre ambos se hacía cada vez más denso, y Cloe, que no soportaba la falta de respuesta, lo rompió con una punzada de sarcasmo. —Bien, no me respondas. Supongo que ese será el sonido que hacen los pervertidos como tú —espetó, desafiante.Ethan la miró, incrédulo, señalándose a sí mismo como si no pudiera creer lo que acababa
Aterrorizada, Cloe observaba cómo Ethan se acercaba a Robin con una determinación oscura y palpable en cada uno de sus movimientos. En su mente, todo se volvió una confusa maraña de pensamientos cuando una imagen aterradora se filtró desde las profundidades de su memoria: se trataba sobre la bestia que una vez la atacó en medio de la noche, dejándola por muerta. «No, no puede ser real», pensó con desesperación mientras sacudía la cabeza, intentando borrar ese recuerdo que aún la aterraba.Cuando volvió a enfocarse en Ethan, su corazón dio un vuelco.Ethan, con una sola mano, tomó la solapa de la camiseta de Robin y lo levantó del suelo como si fuera un muñeco, con su puño libre ya alzado, listo para golpear. El miedo se transformó en algo más, algo visceral. —¡Ya es suficiente! —gritó Cloe con lágrimas en los ojos, y con voz quebrada por la angustia y el horror. Aunque estaba enfadada con Robin por sus engaños, no podía soportar la idea de verlo morir frente a sus ojos. Para sor
Cloe parpadeó varias veces, intentando despejarse, pero una sensación de confusión y pesadez se asentaba en su mente, como si su cabeza estuviera envuelta en una densa nube de humo. Cuando al fin logró abrir bien los ojos, se dio cuenta de que no estaba en su casa. La habitación en penumbra, iluminada apenas por la luz tenue de una lámpara en el rincón, desprendía un aire varonil, con muebles de líneas fuertes y una sobriedad imponente. —Este olor, siento que lo reconozco— murmuró recordando la fragancia masculina de Ethan, como si estuviera impregnada en su memoria.Saboreó de forma inconsciente.Pero horrorizada, levantó un poco la sábana gris de seda que la cubría, sintiendo la suavidad del tejido contra su piel. Al mirarse debajo, su respiración se cortó: estaba solo en ropa interior.«¿Qué pasó…?», se preguntó mentalmente, abrumada y tratando de hacer memoria, pero todo estaba borroso, y algo fragmentado. Lo último que recordaba era ese beso que le había dado a Ethan. A ese h