Cuatro años después:
—¡Casarme! Eso no está en mis planes en estos momentos— refunfuño Cloe un tanto alterada.
Ya que, su abuela, al estar enferma, quiere asegurarse que sus nietas se casen antes que ella deje este mundo, pues no quisiera dejarlas desprotegidas a ella y a su hermana, sin que tengan a su lado a buenos hombres que se encarguen de ellas.
—Mía querida, te aviso que debes de asistir a tres citas a ciegas que te he conseguido—le informó su abuela.
— ¡Citas a ciegas!— replicó Cloe incrédula y con un deje de burla.
—Necesito que consigas cuanto antes un hombre bueno y que sea buen partido para que puedas casarte.
—Lo siento abuela, pero en eso no pienso darte gusto. Yo ya tengo un novio al que amo y no necesito andar buscando a nadie más.
—Lo querrás, pero no es lo que tú te mereces. Ese chico no es apto para ti, es un chico muy insignificante y tú necesitas a alguien que te dé seguridad y estabilidad económica y social.
A Cloe, el comentario de su abuela, le molesta demasiado y ella sabía perfectamente que su abuela, no quería a su novio por ser de bajos recursos. A ella le parece indignante que lo juzgue cuando ella ignora todo lo que Mía ha luchado porque su novio salga adelante, desde que lo conoció en la Universidad, ambos habían sido inseparables y es por eso que a ella conocer a otros hombres, le resulta indignante.
—¡Termina con esto, abuela! —gritó Cloe desesperada. —No pienso permitir que te expreses mal de mi novio, tú no puedes mandar en mis sentimientos y si vuelves a decir algo malo de él, tendré que dejar de venir a visitarte.
—Está bien, mi querida nieta. Sólo quiero lo mejor para ti—su abuela se calmó—pero, si en dos meses no te veo vestida de novia, caminando hacia el altar, así sea del brazo de tu novio o con alguien más, me veré en la necesidad de quitarte el Spa que pusiste con mi ayuda.
—Eres muy cruel—dijo Cloe. —Me amenazas porque sabes que yo adoro mi negocio y no pienso perderlo. Además, me he preparado mucho para estar en él. No es justo, abuela.
—Es mi última palabra y si no cumples con mis condiciones, tendré que darle toda mi fortuna a Leila—respondió su abuela—es la única que parece capaz de manejarla.
—No puedo creer que me hagas esto y que ahora le quieras dar todo a Leila.
—Ella está casada, así que tiene cumplida esa condición. Si te parece mal cásate, hazlo—dijo la abuela en tono petulante—en lugar de estarte quejando, deberías hacer lo mismo y darte prisa porque el tiempo está corriendo.
Cloe se sentía humillada, ahora resulta que todo quedaría en manos de esa mala mujer, de Leila que siempre le ha hecho la vida imposible y que se las ingenio para que ella por mandato de su abuela la metiera en el Spa como masajista VIP,
pese a todas las muchas humillaciones que le ha hecho pasar, diciéndole que ella es una niña abandonada y que tarde o temprano ese spa le va a pertenecer. Siempre ha querido lo que Cloe con mucho esfuerzo y trabajo ha logrado y con tal de perjudicarla, se preparó en medicina tradicional china igual que ella, para así llegado el momento poder culminar su macabro plan.
Después del ultimátum de su abuela, el lado competitivo de Cloe se encendió y por esa razón decidió pasar por una joyería en busca de algo muy especial.
Está pasando por las vitrinas de la joyería cuando su mirada capta algo que llama su atención o, mejor dicho, alguien.
Ella puede ver ahí a un hombre muy guapo, alto y cabello castaño, con una incipiente barba bien tratada, de cuerpo atlético y de un porte muy impresionante, él vestía un traje muy caro, de diseño exclusivo. Y el aroma que despedía su colonia era exótica. Por un momento a Cloe se le hizo la boca agua.
El guapísimo hombre estaba probándose un reloj muy exclusivo y no solo eso, estaba siendo atendido por el gerente de la joyería, por lo que debía tratarse de un cliente muy importante.
Cloe se sintió un poco mal, pues al ver el reloj le vino a la mente comprar algo así para Robin, para su novio y el hombre que ama, pero seguramente el precio sería algo que ella no podría pagar, pues, aunque le puede dar gustos caros, no pueden exceder de cierto presupuesto, había cierto tipo de cosas que aún no podía darse el lujo de costear.
—Será para después, Cloe—se dijo a sí misma y siguió caminando por la joyería.
Cuando el hombre de mirada profunda, de color gris con motas verdes intensas hojas sobre un agua cristalina, fijo sus ojos en ella, Cloe sintió que su respiración se cortó y un calor le subió por todo el cuerpo. Nerviosa se pasaba una mano por la nuca, rascando suavemente la cicatriz que tenía allí sobre la cual extrañamente sentí comezón.
Una dependiente de la tienda se acercó a ella para atenderla y ella le dijo lo que buscaba, entonces la chica la llevó consigo a un mostrador contiguo a donde estaba ese guapísimo hombre.
Cuando Cloe levantó la mirada, y por segunda vez sus ojos que no apartaban la vista de ella.
Esos ojos la miraban con una mirada pesada y cargada de intenciones, y la hicieron sentir, incómoda, vulnerable, nerviosa y desnuda ante su escrutinio. Afortunadamente, en ese momento, ella fue interrumpida por la dependiente que ya la atendía.
—Esos anillos, son una sabía elección, señorita—dijo la chica—¿quiere que los empaque en una caja especial?
—Claro que sí, por favor.
La dependiente se puso a empacar el pedido de Cloe y ella aprovechó disimuladamente para echar un vistazo a ese hermoso hombre que la había dejado suspirando y conteniendo la respiración y aunque se percató de lo guapo que era, lo cierto era que, internamente, se reprochó a ella misma por estar viendo a otro hombre y hasta sintiendo atracción por él, cuando ella ya tenía a su chico a Robin.
La dependiente le entregó su pedido una vez que pagó en la caja y ella salió muy contenta de la joyería, en cuanto lo hizo se sintió liberada de esa mirada gris que la tenía descolocada.
Ella tomó camino para ir a darle una sorpresa a Robin, ella sabía que él iba a acceder a la propuesta que iba a hacerle, pues ambos se amaban demasiado y aunque ella no había considerado casarse tan pronto, estaba decidida a hacerlo por el amor que le tenía a su novio y de paso para evitar que la malvada de Laia se saliera con la suya, así tranquilizaría a su abuela y Laila no tendría su Spa.
Ella llegó al departamento de Robin, y abrió la puerta con sus llaves, pero en cuanto lo hizo pudo escuchar voces, lo que le indicó que Robin estaba acompañado y no pudo evitar escuchar parte de esa conversación, de él con su hermana.
—Ya te lo dije hermana, quiero a Cloe, pero no me veo casándome con ella o viviendo un futuro a su lado —decía Robin—ella es una mujer fría y más que eso, es muy mojigata para mí. Mi sueño es tener a mi lado a una mujer con experiencia y que sea atrevida y fogosa.
—¿Es por eso que has vendido unos videos de ella desnuda? ¡Pobre muchacha, no tiene idea del tipo de hombre que tiene a su lado! —le reprochó su hermana. —No tenías por qué negociar con eso en una página con contenido para adultos. Si no la quieres, simplemente debiste alejarla de ti.
Cloe se sintió destrozada en ese momento; no podía creer lo que Robin había sido capaz de hacerle. Creía que el mundo se le venía abajo, se sentía herida, dolida, expuesta y vilmente traicionada. Jamás pensó que el hombre al que amaba le rompería el corazón con sus palabras y acciones. Con puños apretados y lágrimas rodando por sus mejillas, se puso delante de él.—Robin, ¿por qué me has hecho? ¿Cómo que subiste videos de mi desnuda?—le gritó, alterada y dolida—. Yo nunca te he tratado mal, siempre te he amado de verdad y, para colmo, siempre quise ayudarte. Y tú tenías que humillarme de esta manera.—No escuchaste bien, mi amor —intentó excusarse Robin—. No hablábamos de ti, no has entendido bien.—Claro que entendí bien. ¡Qué razón tenía mi abuela cuando me dijo que no eras adecuado para mí! —rebatió Cloe con decepción—. Debí haberla escuchado. Esta vez ella tenía razón. Te quiero fuera de mi vida para siempre.Al escuchar esas palabras en la voz de Cloe, Robin se quedó pasmado, s
—¡Por favor, señor, ayúdeme! ¡Abra el seguro de las puertas! —le rogaba al conductor, que permanecía tranquilo, como si nada de lo que sucedía le afectara. Cloe golpeaba el cristal de la ventanilla con sus manos, desesperada por escapar de lo que parecía una pesadilla viviente.De repente, un gruñido bestial resonó en el auto. Ethan, o lo que quedaba de él, se movió tan rápido que Cloe apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que una mano fuerte y bestial se aferrara a su muñeca. La fuerza de su agarre la obligó a girarse, enfrentando al alfa supremo.Lo que vio la hizo congelarse de terror.Los ojos de Ethan no eran completamente humanos. Un brillo amarillo intenso los dominaba, y aunque su cuerpo seguía en forma humana, sus fauces de lobo se asomaban entre sus labios, afiladas y aterradoras. Cloe sintió cómo la sangre se drenaba de su rostro, y en un último suspiro de pánico, su cuerpo se desplomó, desmayada en el asiento.(¿Qué diablos fue eso?) preguntó Ethan a Ferus, con frustr
Ethan apareció de repente, caminando descalzo, con solo unos jeans ajustados, dejando su torso desnudo al descubierto. Los tatuajes que decoraban su piel parecían moverse con cada paso que daba, y su presencia era tan abrumadora que Cloe sintió cómo su respiración se volvía errática. El frío del aire acondicionado del lugar no era suficiente para calmar el calor que se apoderaba de ella. Comenzó a hiperventilar, sus manos sudorosas y su estómago enredado en nudos. —Todavía mi oferta de llevarte sigue en pie —murmuró Ethan al pasar junto a ella.Cloe apenas podía moverse. Sus piernas temblaban como si fueran de gelatina, incapaces de sostenerla con firmeza. Nunca se había sentido tan vulnerable, ni siquiera frente a Robin. Apretó los puños, tratando de controlar el ataque de ansiedad que sentía subir por su pecho. Se obligó a respirar profundo, intentando domar el caos en su mente. —Bien, tú ganas —respondió temblorosa, intentando sonar despreocupada mientras se encogía de hombros
Robin observó a Ethan alejarse, pero no podía moverse. El miedo lo consumía, no por la partida de Ethan, sino por lo que implicaba: que alguien más pudiera ocupar el lugar que él tanto ansiaba junto a Cloe. No estaba dispuesto a dejarla, no cuando la fortuna de la familia materna de Cloe podía pasar a sus manos. Sus ambiciones lo mantenían anclado a ella, dispuesto a cualquier cosa para asegurarse de que no lo dejarían atrás. Apretando los dientes, cayó de rodillas. Sabía que tenía que hacer a un lado su orgullo si quería mantenerla cerca.Mordió su labio con tanta fuerza que sintió el sabor metálico de la sangre. Con un susurro quebrado, dejó salir las palabras que tanto le costaban: —Lo siento… lo que te dije hace un momento, no debí haberlo dicho—. Cloe lo miraba desde arriba, con los brazos cruzados y una expresión llena de dolor. Sus ojos lo perforaban, pero ella no respondía, y ese silencio lo hacía sentir más vulnerable de lo que jamás había estado. El orgullo herido de Ro
Cuando Cloe salió de su aturdimiento, volvió a centrar su mirada en aquellos tacones y en ese bolso de marca tirados en el suelo de la sala. Frunció el ceño, y para darle el beneficio de la duda a su novio pensó que podrían ser de la hermana de Robin, pero algo no encajaba. Esos zapatos eran demasiado elegantes, demasiado femeninos. La duda volvió a crecer en su mente, haciéndole un nudo en el estómago.Con el corazón acelerado, avanzó por el pasillo hacia la habitación. Cada paso la llenaba de incertidumbre. Se detuvo de golpe cuando en el piso, justo frente a la puerta, encontró un vestido. El aire se volvió denso. «No... no puede ser...», pensó, intentando convencerse de que estaba imaginando lo peor. Pero la realidad le golpeó como una avalancha cuando, temblando, empujó la puerta de la habitación.Allí, sobre la cama, estaba su prima, profundamente dormida sobre el pecho desnudo de Robin. Cloe sintió como si le arrancaran el corazón del pecho. «¿Cómo pude ser tan estúpida?», se
Cuando Cloe llegó a casa, se detuvo en la entrada, sorprendida al encontrar un hermoso arreglo floral en la mesa del recibidor, adornado con rosas de un intenso color rojo y lirios blancos que parecían brillar bajo la luz suave del atardecer.—Señora, este arreglo es para usted —le dijo un repartidor.Curiosa, Cloe tomó la tarjeta del remitente.—¿Qué se cree? —murmuró para sí misma mientras leía la tarjeta con rechazo y rabia.Aunque el gesto de Robin reflejaba cuánto conocía sus gustos, cada pétalo del arreglo era para ella un cruel y doloroso recordatorio de su traición.La rabia hirvió en su interior, convirtiendo la admiración por las flores en un asco abrumador.—Lo siento, pero no lo voy a recibir —dijo con firmeza al repartidor, quien la miraba con sorpresa y un poco de preocupación—. No me interesa nada que venga de ese miserable. Le pagaré el doble para que se lo lleve y lo tire lejos, donde mejor le parezca.El repartidor, desconcertado pero profesional, asintió.—De acuerd
Cloe nunca había sido una chica de frecuentar clubes ni bares; tenía un mal recuerdo de una de esas noches, y por primera vez en cuatro años, aceptó la propuesta de su atrevida y espontánea amiga, Samira, quien le había dado el consejo más osado que jamás imaginó seguir: ir a un club para encontrar a un hombre que la ayudara a cumplir su propósito.Cloe no buscaba amor, ni mucho menos. Solo necesitaba a alguien que fingiera ser su esposo para convencer a su abuela de que ella era la mejor opción para heredar la fortuna familiar.Al llegar al club, la atmósfera vibrante y ruidosa la envolvió de inmediato.Se instalaron en una mesa y pidieron unas bebidas. La música pulsaba a su alrededor, y ambas se relajaron poco a poco, moviéndose ligeramente al compás de los beats, dejándose llevar por la energía del lugar.—Hoy es noche de conquista, amiga —dijo Samira, voceando sobre el ruido mientras una sonrisa traviesa iluminaba su rostro—. Tienes que aprovechar.Cloe le devolvió una mirada dud
Ethan sintió cómo su pecho vibraba mientras Ferus, su lobo interno, se agitaba violentamente. La tensión en su cuerpo era palpable, y cada músculo se tensaba bajo su piel como si estuviera a punto de romperse. Ferus no estaba contento, y sus bramidos rugían en la mente de Ethan con rabia descontrolada."(Enséñale a nuestra humana que no puede tomar la iniciativa. Ese era nuestro derecho como alfa, dominar ese beso)", refunfuñaba el lobo, con el orgullo herido. Para Ferus, la idea de que una mujer, y peor aún, una humana, besara a un alfa de esa manera era inaceptable. Él imaginaba que Ethan debió haber robado ese beso primero, imponiendo su dominio.El silencio entre ambos se hacía cada vez más denso, y Cloe, que no soportaba la falta de respuesta, lo rompió con una punzada de sarcasmo. —Bien, no me respondas. Supongo que ese será el sonido que hacen los pervertidos como tú —espetó, desafiante.Ethan la miró, incrédulo, señalándose a sí mismo como si no pudiera creer lo que acababa