Reina Italiana
Reina Italiana
Por: Theelimparestate
Capítulo 1:

El escondido al estilo monarquía francés

Lucrecia

Voy camino a París, nuevamente. Ha sido el lugar donde he vivido los últimos diez años. Lo odié desde el primer día.

La paranoia de mi padre fue más fuerte así como su sobre protección hacia mí, me obligó a vivir en un exilio, alejándome de ellos, sobretodo de mis hermanas.

Todo por un maldito juego de póker donde sin saberlo su oponente me quería para su hijo, incitando al reto desde el inicio y mi padre sin poder soportar más su insistencia, claudicó para ganarle el hijo predilecto de éste y arrastrarlo a nuestras filas. ¿Quién no querría al prodigio de los Santorini en su clan? Pero mejor aún, ¿quién no desearía a la heredera del imperio mafioso como su esclava?. La sed de grandeza y ambición fue mas fuerte y para su karma, perdió. Mi nombre yace al lado de Eros, hijo de Aristóteles, dueño y señor de Grecia. Por ello estoy aquí, encerrada cual cenicienta, viviendo una vida que no merezco.

Los Vecchio tenemos un físico muy llamativo, así que me ha tocado usar pelucas, lentes de contacto y ropa discreta para evitar ser evidenciarme ya que tengo la diana adherida como un tatuaje a la espalda. No sólo por los griegos, también el resto de enemigos a la familia real del Cosa Nostra.

Llevar ésta vida de m****a me ha vuelto cerrada, fría, metódica y calculadora. Cada día repitiendo en mi mente cuan perfecta debo ser, las vidas que robaré al arrebatarlas con mis propias manos. Pienso en ésta sed de venganza que habita y crece en mi vida.

Los días se han ido pasando entre libros, peleas callejeras, practicas de combate, estudios y de vez en cuando salidas o visitas supervisadas por las pocas personas aceptadas por Marcos, dentro de ellas está la bendita Bettany Moreau, gracias a ella no he sucumbido al odio extremo y he aprendido —poco pero lo he hecho— el arte de la paciencia. Y también está el sexo, otra forma de drenar lo que llevo dentro de una manera placentera.

«¡Oh, como disfruto del sexo salvaje y morboso!»

—Lucrecia —pronuncian fuerte, sacudiéndome los pies—. Levántate, ya llegamos —lo miro mal por haberme tocado, él me ignora y sale de la aeronave.

Con un ánimo sombrío, tomo las pocas cosas que traigo desde Países Bajos y me levanto del sabroso sofá, gimoteando bajito en el proceso. Agradezco al piloto, las azafatas y bajo del jet. El auto me espera a unos metros, subo al asiento trasero e interpongo el vidrio polarizado de la cabina delantera, evito a toda costa los regaños de cierta persona.

Seguimos el mismo protocolo. El auto recorre el trayecto hasta la casa, sin dejar de lado las vueltas para desviar la atención de las tres camionetas negras que van en caravana. «¡Claro! Como si no fuese ya sospechoso ver tres autos lujosos, con vidrios polarizados, ir de aquí allá lleno de guardias armados», nótese el sarcasmo.

Para mí, todo esto es una exageración, los Santorini mueven cielo, mar y tierra para reclamar lo que es suyo, creo que hace mucho tiempo Aristóteles me fuese encontrado y arrastrado al lado de su maldito hijo. Para él nada ni nadie se oculta. Son la segunda familia con más poder en la mafia. Sin embargo la Cosa Nostra no dejaría ir tan fácil a su reina.

Al llegar a casa, la guardia asegura el perímetro. Isobel, la nana, tiene las manos como jarras apoyadas a la cintura y el ceño fruncido. «¿Que tanto mal hice en la otra vida para ganarme esto, Dios?».

—Bonita hora de llegar —recrimina al instante que bajo del auto.

—Buenos días Isobel, déjame una carta con tus reclamos y luego los atiendo —zanjo pasando por su lado. Me toma del brazo obligándome a girar y encararla.

—¡No estoy para bromitas! —exclama— ¿Cuando aprenderás que todo esto es por tu bien? —dice preocupada

—¿Disculpa? —giro bruscamente para verla— ¿Esto es por mí? ¿Estás segura? Porque hasta donde sé estoy viviendo ésta vida por culpa de un maldito juego —chillo, histérica. El alcohol aún burbujea en mi torrente sanguíneo empeorando mi humor—. Todo esto es culpa de Marcos Vecchio y su asqueroso ego —me suelto del agarre subiendo las escaleras a voladas.

Un par de horas más tarde me despierto. Me siento un poco mejor y tranquila pero con una migraña intensa, arrastro el cuerpo fuera de la cama e instintivamente volteo a la mesita de noche, allí yacen un par de pastillas y un vaso agua. Isobel está acostumbrada a que llegue en estas condiciones a la casa, sabe muy bien como tengo el corazón y el alma, por lo que me refugio en el alcohol o yendo a lo más bajo de la ciudad para involucrarme en peleas callejeras. Ella se preocupa mucho por mi bienestar y la he visto llorar por ello. A veces quiero dejarla ir, se convirtió en una esclava de mi familia solo por consagrarse a cuidarme y protegerme. Eso me rompió el corazón, me comprime por dentro y a veces lloro por ella. Pero soy egoísta, es lo único que tengo aquí y le da confort, cariño y calidez a mi vida. No soy buena pero ella sabe lo que siento por su sacrificio.

Cojo las pastillas y las tomo con un trago de agua, busco ropa limpia y me dispongo a leer algunos documentos enviados por mi padre, los cuales debo revisar minuciosamente y luego firmarlos. Durante todo este proceso no me doy cuenta de que la noche cae hasta que Isobel entra a mi habitación para avisar de la llegada del estilista. «He olvidado la invitación de la cena real».

Esta noche es la fiesta anual de la monarquía, tengo el deber de asistir en representación de los Vecchio, por ser la heredera y soy la única que está en el país en estos momentos. Es el unico evento al que asisto portando el apellido de la familia pero sin revelarlo a los presentes. «Menuda ridiculez, todo mundo sabe que soy la puta ficha de cambio».

Tres horas más tarde ya estoy preparada. François le da unos últimos retoques al peinado y maquillaje —luego de haberme colocado el vestido y tacones—. Aplaude maravillado con el resultado y sonrío al ver mi reflejo en el espejo de como he quedado. «Al menos resaltó mis atributos».

El maquillaje enmarca y da protagonismo a mis ojos azules. Es llamativo, sin embargo deja que la atención recaiga en el vestido estilo princesa color blanco perla. Parezco una auténtica monarca, aunque es un requisito vestir de este color. Las mujeres debemos ir vestidas de blanco y los hombres de negro mientras que la monarquía lucirá trajes en dorado. Son egocéntricos y arrogantes como nosotros los Vecchio, por algo nos llaman la realeza mafiosa.

—¡Estás hermosa! —murmura mi nana con las manos juntas apoyadas sobre sus labios.

—¿Esto si te parece una buena idea, nana? —ruedo los ojos.

Es un tanto hipócrita enviarme al huracán del escarnio público donde habrán cientos de invitados, cada uno más famoso que el otro. Donde es posible que aparezcan los Santorini ya que también tienen nexos con la monarquía y parte de sus allegados. Isobel solo se enconje de hombros, da unos pasos hasta mí y acaricia con cuidado mi mejilla.

—Por favor, cuídate mucho —planta un beso en la frente—. Por favor...—le beso en la cabeza y con un apretón de manos salgo hasta el auto.

Lorenzo y Adolf —también mi tío— son los escoltas que me permitieron llevar. Son un gran equipo, debo admitirlo, mientras uno conduce hacia Versailles, él otro va cerciorándose de que el camino esté despejado. Continuamos así hasta llegar al lugar, sin novedades —como de costumbre— de alguna emboscada. Revisan la invitación, nos permiten la entrada y parqueamos en el lugar asignado. Adolf ajusta el chip de rastreo en mi vestido y juntos caminamos hasta las escaleras.

Los invitados van llegando y son anunciados ante el rey, la reina y los príncipes. La velada avanza, entrando en apogeo cuando los músicos inician piezas rápidas y el servicio reparte champange sin miramientos. Pasamos al comedor donde se llevará a cabo la cena. He tocado en la misma mesa con socios de las empresas Vecchio, la mano derecha de papá, su esposa e hijos —bastantes apuestos— y solo quedan vacíos los puestos de los Santorini. «¿Ya había dicho que algún día me encontrarían, ¿no? Ellos son mi karma persiguiéndome». Sin embargo respiro un tanto aliviada porque no se ven por ningún lugar, no quiero toparme con mis cazadores frente a frente, no todavía.

«No seas hipócrita, quieres follarte a Eros», saca a relucir mi subconsciente. Tal vez, sólo tal vez, muy en el fondo de mi quisiera conocer al dueño de mis sueños húmedos, porque no puedo mentir en que éste juego del gato y el ratón me ha excitado de una forma bastante sucia. Negar haberme tocado algunas veces y susurrar en jadeos el nombre de este hombre es una actitud cuestionable de mi parte pero todo este misterio de mi cazador, en lugar de darme miedo, me motiva a querer buscarlo y medirme con él. Porque podrá gustarme pero no olvido, no perdono y yo lo odio.

Entre charlas de negocios, banalidades y chistes pésimos sigue avanzando la noche. Elliot, el socio de mi padre, continúa con la labor de afianzar los lazos con los potenciales inversores de Vecchio Enterprise, dejándome tiempo libre de recorrer el castillo. Camino pasillo tras pasillo, observando como las parejas entre risas y gemidos se toqueteaban en las zonas oscuras, hay otros admirando las obras y el extenso jardín trasero. Le sonrío a algunas personas que se tropiezan en mi andar hasta fastidiarme y volver al salón principal. Al llegar el orador está en el centro del salón, micrófono en mano, comenzando a hablar:

—Buenas noches damas y caballeros —anuncia—. Como es costumbre en este evento, sus majestades desean jugar a las escondidas —el salón aplaude ante la idea. Sigo la corriente porque no entiendo nada, jamás he participado en esto—. Debajo de sus sillas tienen un lazo de un color asignado —busco debajo de mi silla y encuentro un lazo azul rey—. Deberán colocarlo en un lugar visible puesto que hay una persona con el mismo color y éste será su pareja —el orador sigue explicando la dinámica mientras yo veo el objeto entre mis dedos.

El jueguito es simple, salimos a correr estúpidamente por los jardines o pasillos del palacio en busca de nuestra pareja —así que eso no sería el escondido en realidad—, posterior a encontrarla podemos hacer lo que deseemos, tenemos a disposición las instalaciones para lo que sea. Básicamente es follar a nuestro antojo, desinhibirnos de tal forma sin arrepentimientos. A mí no me apetece hacer esto, tengo un mal presentimiento.

Llego a la conclusión de desistir de la idea dejando el lazo sobre la mesa, sin embargo Julia, la esposa de Elliot, me insiste en participar y anima a divertirme un poco. Sabe cuál es mi situación, es de las pocas con las que puedo hablar de mi frustración al estar aquí en Francia, porque la empresa principal está aquí, y aunque no me gusta ese sentimiento se compadece de mí. Resignada, me coloco el lazo en el centro del escote y cuando dan aviso del inicio, salgo hacia el jardín como los demás.

Recorro los pasillos del gran jardín, todos los arbustos sin mucho ánimo. Como era de esperarse ya hay parejas que se encontraron o quizás no pero están besándose, quitándose la ropa o follando contra los árboles. Siento un poco de calor al pasear entre tantos gemidos y jadeos. Se me vuelven locas las hormonas al ver pornografía en vivo. Intento seguir mi camino sin prestar mucha atención, ya que tengo un libido bastante sensible y lo que está ocurriendo aquí está alterándome.

Llego a un punto bastante alejado del palacio donde se cierne una laguna, viéndose maravillosa e hipnotizante al ser iluminada por la luz de la luna, aunque la oscuridad y la soledad que la rodea también es absorbente. Unos pasos me ponen alerta, presiono el botón de emergencia y me agacho para buscar el arma que tengo en la funda del muslo pero la persona me impide hacerlo sujetando mis brazos desde atrás.

—Te encontré pequeña Lucrecia —susurra a mi oído. Mi cuerpo entra en una especie de shock al escuchar su voz, aprovechándose de esto desliza su mano por la mía colocando en ella lo que ya imaginaba, «el lazo».

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