¡Feliz Navidad mis amores hermosos!
233La llamada había sido breve, pero suficiente. El abogado de Maximiliano les había indicado dónde encontrarlo. Sin perder tiempo, Julieta decidió ir directamente a la comisaría.Al llegar, salió del coche como un vendaval, sus tacones resonando contra el pavimento mientras caminaba con pasos decididos hacia la entrada. Marcelo apenas logró seguirle el ritmo, sorprendido por la determinación en su rostro.—Necesito ver a Maximiliano Hawks —exigió Julieta al primer oficial que encontró en el mostrador, su tono firme y su mirada directa.El oficial la miró con calma, sin inmutarse por su presencia.—Señora, cálmese. El señor Hawks aún no puede recibir visitas —respondió con tono profesional.Julieta apretó los puños, sintiendo una mezcla de frustración y ansiedad. Sin embargo, antes de que pudiera insistir, escuchó una voz familiar detrás de ella.—Julieta.Giró bruscamente, y su corazón dio un vuelco al reconocer a Yoon, uno de los hombres de confianza de Maximiliano.—¡Estás
234Julieta salió de la comisaría con pasos rápidos, sus pensamientos girando en torno a Maximiliano. Marcelo caminaba detrás de ella, preocupado por su estado. La brisa fría de la noche le golpeó el rostro, pero no logró despejar su mente. Mientras cruzaba el estacionamiento, algo captó su atención. Un grupo de oficiales escoltaba a una mujer esposada de un coche patrulla. Al principio, no le dio importancia, hasta que reconoció esa figura delgada, el cabello cuidadosamente arreglado a pesar de las circunstancias. —¿Isabel? —preguntó Julieta, deteniéndose en seco.—Julieta… ¿Cómo…? —Isabel miró incrédula a Julieta.La pregunta que quería hacer era: ¿Cómo se enteró de que estaba siendo detenida?Isabel levantó la cabeza al escuchar su nombre. Su rostro mostraba que había llorado y una mezcla de cansancio con rabia contenida, pero al ver a Julieta, dejó escapar un suspiro entrecortado.—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Julieta, acercándose. —¿Qué crees? Callum tuvo un acci
235Isabel estaba sentada en la fría celda, con la cabeza entre las manos. Su cuerpo temblaba, pero no por el frío, sino por la impotencia que sentía. Todo esto era demasiado para ella, y depender tanto de Julieta para salir de esa situación la hacía sentirse aún peor.—Me siento tan patética —murmuró para sí misma, dejando escapar un suspiro.De repente, una voz masculina la sacó de sus pensamientos.—¿Isabel?Ella levantó la cabeza rápidamente, reconociendo la voz al instante. Frente a ella estaba Maximiliano Hawks, con su expresión seria, pero curiosa.—¿Señor Hawks? ¿Qué hace aquí? —preguntó, confundida, mientras se ponía de pie lentamente.Maximiliano esbozó una sonrisa irónica y cruzó los brazos.—Ya no soy tu jefe, llámame Maximiliano o Max —dijo Max queriendo aligerar el ambiente triste lleno de presión y desasosiego—. Intentaron matar a mi madre y me culparon —Max simplificó lo sucedido.Isabel abrió los ojos, sorprendida, pero antes de responder, recordó algo. Su men
236JulietaNo podía dejar de sentirme como una madre insuficiente. Mis padres, siempre dispuestos a ayudar, estaban en casa cuidando de Maxime mientras yo intentaba lidiar con todo lo que pasaba alrededor de Maximiliano. Pero a pesar de su apoyo, la culpa seguía carcomiéndome.—Cari, no te preocupes —me dijo Tomás, con su tono tranquilizador de siempre. Él era mi roca, mi confidente, pero ni siquiera sus palabras podían calmar mi ansiedad esta vez.—Estoy preocupada, Tomás… —murmuré mientras me pasaba las manos por el cabello—. Él todavía no termina su tratamiento, y ahora lo mandan a una prisión de máxima seguridad. ¿Cómo voy a manejar todo esto?—Un día a la vez, Juliette. Solo un día a la vez —me respondió con una leve sonrisa, pero sus ojos reflejaban la preocupación que trataba de ocultar.Mis padres eran mi refugio en medio de la tormenta. Mi madre, con su voz dulce y serena, se acercó y me tomó de las manos.—Hija, tienes que respirar hondo y comer algo. Ni siquiera has d
237JulietaMi cuerpo temblaba y sentía que cada palabra que él decía apretaba más la soga alrededor de mi cuello. La desesperación me dominaba, y mi mente era un torbellino de pensamientos caóticos que no podía controlar.—¡No! —grité, tratando de sonar firme. Respiré hondo, cerrando los ojos para mantenerme en pie. Las lágrimas quemaban mis mejillas mientras las palabras escapaban de mis labios. —Está bien… me iré contigo.Del otro lado de la línea, escuché una risita baja y burlona. La manera en que su tono destilaba superioridad e ironía me enfurecía y aterrorizaba a partes iguales.—Ay, hermosa flor… —murmuró Dimitri, prolongando las palabras como si disfrutara torturándome con cada sílaba.Mi garganta se cerraba, y aun así logré replicar, más con rabia que con valentía:—Ya basta… Dime a dónde ir —mi tono era cansado y derrotado.Él suspiró al otro lado, como si yo le estuviera agotando la paciencia.—Así me gusta… Sumisa y hermosa. Serías una buena Dama de la mafia —se
238En el autobús que se dirigía al sanatorio en lo alto de la ciudad viajaban varias pacientes consideradas peligrosas. Habían sido condenadas por los jueces, pero su salud mental inestable hacía que fueran trasladadas a un lugar de máxima seguridad en lugar de cumplir sus sentencias en una prisión común.El vehículo avanzaba por una carretera desierta, escoltado por seis camionetas negras que corrían a alta velocidad detrás de él. De repente, dos de esas camionetas aceleraron y se interpusieron en el camino, obligando al conductor a frenar de golpe. El autobús se sacudió violentamente, haciendo que las reclusas, esposadas a sus asientos, se golpearan contra los respaldos.—¿Qué demonios sucede? —preguntó la oficial a cargo dentro del autobús, su rostro crispado de irritación mientras se levantaba para mirar al chofer.—Nos cortaron el paso. Esto no me gusta nada —respondió el hombre, con el ceño fruncido y los nudillos blancos por la tensión con la que sostenía el volante.—¡Mie
239La ambulancia se detuvo frente a la imponente mansión de los Rutland. Sus líneas limpias y modernas eran el reflejo perfecto de una familia que sabía combinar elegancia con funcionalidad. Aunque esta casa no era mi verdadero hogar, que estaba en Londres, la decisión de venir aquí parecía, al menos por ahora, la correcta.Cuando bajé de la ambulancia, aún sintiéndome algo débil, dos figuras esperaban en la entrada. Un hombre que no tardé en identificar como mi hermano menor, y un niño pequeño que, con solo un vistazo, supe que era mi hijo. Terrence. Su cabello rubio y sus ojos azules eran el espejo de los míos, y algo en su manera de mirarme removió algo que creí haber perdido.—¿Estás bien? —preguntó mi hermano con genuina preocupación en su voz.Solo asentí, demasiado cansado para extenderme en explicaciones.Fue entonces cuando bajé la mirada hacia el niño. A pesar de mi debilidad, no pude evitar que una pequeña sonrisa se formara en mis labios.—Hola, campeón —le dije, int
240Arabella y las demás habían sido “atentas”, pero no era difícil notar la falta de opciones que me daban. Estaban controlando cada aspecto de mi estadía aquí.“Son unas arpías. Cada una con sus sonrisas falsas y sus intenciones ocultas.”Pasé una mano por mi rostro, tratando de calmar el creciente enojo que sentía. Pero había algo más urgente que mi propia situación: Isabel.“¿Qué será de nuestro hijo si Isabel es trasladada a la cárcel de mujeres?”La imagen de un bebé dentro de su vientre creciendo, pequeño e indefenso, apareció en mi mente. No podía permitirlo. Si Isabel terminaba en prisión, ¿Quién la sacará de allí? ¿No hay nadie que me ayude? Solo la idea me enfermaba.“¡No puedo permitirlo!”Me levanté de la cama, tambaleándome un poco al principio, pero me estabilicé. Tenía que encontrar una manera de salir de esta mansión. Si tenía que jugar su juego por un tiempo para ganar su confianza, lo haría. Pero no podía quedarme aquí mientras Isabel enfrentaba un destino que no me