225Brigitte Fernando me había escrito que necesitaba verme para discutir cómo resolver lo de las acciones de Hawks Holding. No entendía por qué había elegido un bar tan cutre para reunirnos, pero allí estaba yo, intentando no tocar demasiado las superficies y observando a la clientela con una mezcla de incomodidad y asco.Me senté en un taburete junto a la barra, cruzando las piernas y ajustando la chaqueta de mi traje. El ambiente olía a cerveza rancia y frituras, algo que me irritaba profundamente.Poco menos de diez minutos después, Fernando apareció, luciendo su acostumbrado traje impecable. Su mirada escaneaba el lugar con desdén. Al parecer, el bar tampoco era de su agrado.—Vamos a una mesa —dijo sin molestarse en saludar.Lo seguí hasta una mesa más apartada, un lugar donde al menos el ruido era menor y los olores no eran tan intensos.—¿Qué plan tienes? —pregunté mientras me acomodaba, cruzando los brazos sobre el respaldo de la silla.—Tomemos algo primero. Estos ú
226Brigitte Hawks, una mujer que siempre había proyectado orgullo y elegancia, ahora yacía en el suelo, débil y deshecha, con la vida escapándose lentamente de su cuerpo. Su ropa estaba hecha jirones y empapada en sangre, su cabello desordenado y pegado al rostro.La habitación era un escenario macabro: paredes oscuras, una tenue luz amarilla que proyectaba sombras inquietantes, y en el centro de todo, Dimitri Belikov, limpiando meticulosamente la sangre de sus manos con un pañuelo blanco, como si acabara de terminar una trivial tarea doméstica.—Fue divertido —dijo con su marcado acento ruso, una sonrisa sádica iluminándole el rostro.Brigitte intentó mover una mano hacia el cuchillo que sobresalía de su pecho. El dolor era insoportable, como si un fuego ardiera dentro de su torso, consumiéndola lentamente. Apenas podía distinguir las figuras en la habitación; todo estaba borroso, como si la realidad se desvaneciera junto con su fuerza.—Ayúdame… —murmuró con voz apenas audible,
227Le dije al chofer que condujera directamente a nuestra casa. Julieta estaba agotada, apenas podía mantenerse despierta, aunque juraba que no tenía sueño. Pero apenas apoyó la cabeza en mi hombro, se quedó profundamente dormida.Cuando llegamos, la bajé del auto con cuidado, susurrándole: “Perdóname, nena”, mientras la cargaba en brazos. Su respiración era tranquila, y algo murmuró, pero no entendí qué. La llevé a nuestra habitación y, aunque me doliera, la até a la cama con unas esposas. No podía arriesgarme a que intentara seguirme. No esta vez.Besé su frente antes de cubrirla con las mantas. “Es por tu bien”, susurré, sintiendo un nudo en la garganta.Salí de la habitación, cerrando la puerta suavemente. Marcelo me estaba esperando en la sala, con su expresión de siempre, una mezcla de preocupación y resignación.—¿Qué sucede? —preguntó al ver mi rostro.—Dimitri tiene a mi madre —respondí, apretando los dientes. Mi pecho se llenaba de una mezcla de rabia y miedo. Brigitt
228—De acuerdo. Pero espero que no me estés ocultando nada más —Callum ponía toda su fe en que lo que ocultabas Isabel no fuera nada.Arabella y Brenda intentaron replicar, pero los policías levantaron las manos en señal de detenerlas.—Señoras, parece que no hay delito aquí. Si quieren presentar una denuncia formal, háganlo en la comisaría. Ahora necesitamos que se retiren —dijo el oficial principal con firmeza.Brenda y Arabella resoplaron, claramente frustradas, pero finalmente dejaron que la policía se fuera, no sin antes lanzar miradas llenas de odio hacia Isabel.Cuando la puerta se cerró, Callum volvió su atención a Isabel.—Bien, Isabel. Estoy escuchando. ¿Qué es lo que debo saber? —pregunta con ese aire de desconfianza.Isabel sintió cómo el pánico la invadía. ¿Cómo le decía que todo había sido un montaje, que su boda no era real? ¿Cómo justificaba la mentira sin perderlo para siempre? Brenda estaba decidida. No se iría sin hablar con su hijo. Al ver que los policías
229Maximiliano estaba a punto de entrar a su auto cuando un oficial de policía lo detuvo.—Señor, no puede irse. Debe rendir una declaración —dijo el oficial con voz autoritaria, bloqueando su paso.Max giró sobre sus talones, su rostro una mezcla de incredulidad y furia.—¿Sabes quién soy? ¡Es mi madre la que va en la ambulancia! —espetó, mirándolo como si el oficial no fuera más que un obstáculo insignificante.El policía lo observó con calma, pero su mirada se endureció al notar el tono arrogante de Maximiliano.—¿Qué hacía usted aquí? —preguntó, ignorando su protesta y continuando con el interrogatorio.Max respiró hondo, tratando de no explotar.—Recibí una llamada de mi mamá. Vine, pero la encontré... así —dijo tragando grueso, sus palabras entrecortadas mientras el recuerdo de su madre tirada en un charco de sangre lo golpeaba nuevamente.El oficial no mostró reacción alguna.—Es una parte alejada de la ciudad, señor. ¿Por qué estaba aquí en primer lugar? —se mostró insistente
230El abogado se sentó junto a Maximiliano, colocando su maletín sobre la mesa. Los policías, acompañados por un inspector de rango superior, ingresaron poco después. Era un hombre de cabello entrecano, con una mirada penetrante y una carpeta en las manos que dejó caer sobre la mesa con un golpe seco.—Señor Hawks, soy el inspector Morales. Espero que podamos esclarecer este asunto rápidamente —dijo mientras se sentaba frente a él.Maximiliano se mantuvo en silencio, apoyado en el respaldo de su silla con una expresión impasible. Su abogado fue quien tomó la palabra.—Mi cliente cooperará plenamente, siempre y cuando las preguntas sean razonables y no violen sus derechos.Morales sonrió, aunque el gesto no alcanzó sus ojos.—Por supuesto. Entonces, empecemos.Abrió la carpeta, sacando una serie de fotografías. Las dejó sobre la mesa, una por una, mostrando imágenes de la escena del crimen: el depósito, el charco de sangre, y la figura borrosa de una mujer tendida en el suelo.—Señor
231Las luces del hospital titilaban levemente, proyectando sombras en las paredes blancas. Isabel llegó al mostrador casi sin aliento, con el cabello despeinado y la ropa empapada de sudor. El miedo la había impulsado a correr sin detenerse desde el lugar del accidente.—¿Callum Rutland? —preguntó con voz entrecortada, tratando de parecer calmada.La recepcionista levantó la vista, evaluándola por un instante.—¿Es usted familiar? —pregunta.Isabel dudó, pero la necesidad de verlo era mayor que cualquier reparo moral.—Soy su esposa —Isabel se levanta de un saltó.El título salió de sus labios con facilidad, aunque le dejó un sabor amargo. No había tiempo para explicaciones, ni para justificaciones. Necesitaba estar allí, necesitaba saber que él seguía vivo.Dos largas horas después, un médico de rostro serio y mirada analítica la encontró en la sala de espera.—¿Señora Rutland?Isabel asintió rápidamente, levantándose de golpe.—Sí, soy yo. ¿Cómo está? —se levanta enseguid
232 Julieta forcejeaba contra las esposas que la ataban a la cama. Su muñeca comenzaba a doler, pero no dejaba de insistir: —Suéltame, Marcelo. Te lo pido por enésima vez en… cinco minutos —Julieta mira el reloj en la pared cansada— al menos quítame esto Marcelo, imperturbable, le dejó una bandeja con comida y agua sobre la mesita al lado de la cama. Su rostro estaba tenso, pero evitaba el contacto visual con Julieta. —No puedo hacerlo. Estoy esperando a que él me avise. No hacía falta preguntar quién era “él”. Maximiliano Hawks. Siempre Maximiliano. Julieta apretó los dientes, furiosa. Había pasado la línea. Esta vez, no pensaba perdonarlo. —¡Esto no es normal, Marcelo! —exclamó, con la voz quebrada por la desesperación—. Escúchame, por favor. Llama a alguien, mándalo a buscarlo… pero necesito saber que está bien. Marcelo dudó por primera vez. Su mirada vaciló antes de que lograra componer su fachada tranquila. —Mejor mira una película. Te ayudará a relajarte —opina Ma