220 Hospitales y consultas
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Maximiliano avanzó con pasos calculados hacia Liliane, manteniendo la calma mientras sus ojos se fijaban en la pequeña figura que descansaba a sus pies, envuelta en una manta desgastada. Maxime, su hija, estaba acurrucada, temblando de frío. Sus mejillas estaban sonrojadas, su nariz goteaba y sus labios tenían un tinte azulado que a él le produjo un nudo en el estómago.

—Sé que antes no te amaba —dijo Max, su tono lleno de un falso remordimiento que había practicado para este momento—, pero podemos solucionarlo. Podemos ser una familia.

Liliane alzó la vista, sus ojos llenos de una mezcla de desconfianza y esperanza. Dudaba, pero la necesidad de creerle era más fuerte que su orgullo.

—¿Me lo prometes? —preguntó, su voz quebrándose.

Maximiliano asintió con suavidad, intentando ocultar el desprecio que sentía hacia ella en ese momento.

—Claro que sí, confía en mí —contestó con voz reconfortante, mientras su mirada se deslizaba hacia la pequeña Maxime. La niña estaba inquieta, a
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