118. Hola, pequeña

118

El tiempo pasó de una forma extraña en Ginebra. Los días se alargaban, pero al mismo tiempo, las semanas parecían desvanecerse en un suspiro. Cada mañana comenzaba igual: Max tomaba su medicación, y Julieta despertaba con el leve movimiento de su bebé dentro de ella. Ambos habían caído en una rutina donde los pequeños momentos lo eran todo.

Maximiliano había comenzado a leer todo lo que podía sobre ser padre. Los libros se apilaban a su lado, y aunque a veces se le veía agotado por el tratamiento experimental, su emoción era evidente cada vez que compartía algún nuevo dato con Julieta.

—¿Sabías que los bebés pueden escuchar desde el vientre a partir de la semana 24? —le decía con una sonrisa, su voz aún ronca por las náuseas que lo atacaban por las mañanas.

Julieta se reía suavemente, apoyada en el sofá junto a él, con una mano acariciando su creciente pancita.

—Entonces es oficial, a partir de ahora vas a leerle los libros en voz alta —bromeaba, mientras Max la miraba con una mez
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