Capítulo 37

El viento giraba y giraba en remolinos con un énfasis inusual, desordenándolo todo, como si anunciara una tormenta con la que el cielo, diáfano, no concordaba. Los pájaros en aquella zona habían desaparecido, o tal vez callaban; no se escuchaba otro sonido que el aullar del viento.

La mansión, a pesar de estar dentro de los muros, se encontraba lo suficientemente lejos del ajetreo diario y del resto de la sociedad como para permitirse un jardín enorme lleno de arbustos y pequeñas plantas que se sacudían, saludando a los invitados. La casa en sí era la típica mansión construida en los años previos a la Gran Guerra que Arren y Coss habían mantenido durante casi cien años: construida con enormes ladrillos grises, contaba con tres pisos de paredes altas y probablemente un subsuelo; una fachada no lo suficientemente ancha como para revelar el verdadero tamaño de la casa; ventanas en arcos con sus respectivos balcones y un techo de tejas con dos chimeneas a la vista que dejaban es

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