Capítulo 44

El salón principal de los Laffnen, donde realizaban las grandes cenas y los bailes, era la envidia de cualquier mansión. En una ciudad sobrepoblada donde incluso las casas más grandes y ostentosas tenían al menos un vecino demasiado cercano, la amplitud del colosal jardín que se atisbaba desde adentro también maravillaba a la mayoría de las personas que por primera, segunda o tercera vez, ponían un pie en aquel caserón.

Las arañas, colgando desde el techo en una línea recta que atravesaba toda la sala, se encargaban de no dejar ningún rincón a merced de las sombras. En la pared más alejada de la puerta se encontraba la comida y las copas, sobre una mesa larguísima y, recorriendo todo el perímetro, un balcón alto que daba al salón les permitía, a los invitados que quisieran tranquilidad, observar al resto de los comensales. Eran aproximadamente trescientas personas las que, con sus zapatos caros, se paraban a charlar o bailaban sobre el piso de mármol que, con tan sólo marrón

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