Capítulo 48

Amira se despertó, con el corazón golpeándole el pecho, exigiéndole que regresara a la realidad. Su cuerpo subía y bajaba con rapidez, al ritmo de su respiración agitada; descubrió que se había sentado en la cama sólo cuando sus ojos comenzaron a adaptarse a la oscuridad. La vela se había apagado, quién sabe hace cuánto tiempo, pero la luz de la luna llena entraba por la ventana abierta y lo bañaba todo de una luz pálida, mortecina. La vista de aquella habitación, aun si era en las penumbras, le devolvió a la mente recuerdos que se apresuró a contener; una suerte de angustia se extendió por su cuerpo, aceleró su corazón una vez más y humedeció sus ojos. Tranquila, está bien, se dijo a sí misma, intentando tranquilizarse. D’Ándalan está muerto. Todo está bien.

Poco a poco, a medida que se calmaba, comenzó a recordar lo que la había arrastrado de vuelta al mundo real. ¿Qué diablos había soñado? Recordaba sus propios recuerdos, las imágenes de ella misma, las

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