Capítulo 42

Contuvo el aliento y endureció el estómago mientras Lenia ajustaba los hilos del corsé que se ceñía a su cintura hasta comprimir su cuerpo. Se esforzaba por no protestar, ni gemir, ni moverse, mientras aquella mujer que la superaba en edad por casi diez años la ayudaba a vestirse. Se sentía incómoda; no podía evitar, nada más ver su rostro,  revivir la escena que había presenciado sin querer su primera noche en el refugio. Así que fingía ser una estatua mientras ella, con un rostro impertérrito y una boca muda, terminaba con su ropa interior y empezaba a descolgar el vestido.

Hacía años que no usaba algo así; incluso en la mansión, los vestidos blancos de la servidumbre eran completamente diferentes de aquella cosa que Lenia sostenía entre sus manos, esas ropas tan comunes en el castillo y que a ella, con cinco años, la habían obligado a usar. Desechó los recuerdos, las imágenes, que había bloqueado durante la mitad de su vida y levantó los brazos para, a continuación,

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