Capítulo 1.

Hoy es un día cualquiera, o mejor dicho un día más donde me las ingenio para lograr que me alcance los ingresos. Me levanto muy temprano junto a mi mamá, lo primero que hago es darme una ducha fría, luego prepararme un café cargado para terminar de espantar el sueño. Me observo al espejo y me detallo. Mis ojeras parecen estar en una revolución conmigo, por lo que procuro mi corrector de ojera. Me evaluó y me detalló nuevamente; para ser sincera, soy el ejemplo perfecto del famoso dicho que cita lo siguiente: "No soy hermosa, pero tampoco fea que asusta", a mi favor podía señalar que soy llamativa y aceptable a mi juicio, y no lo digo solo yo, tengo fuentes que lo confirman. No puedo evitar reírme mientras lo pienso. Me dicen que soy «llamativa», pero creo que esto se debe a mi forma de ser. Me considero sumamente polifacética y adoro diversas técnicas musicales, y señalan que mi voz es excepcional. También puedo añadir a mi lista de dones, que soy muy brillante, con las matemáticas y encantadora de escuchar y aconsejar a mis amigas, por supuesto, no todo en mí es asombroso, también poseo mis sombras como todo ser humano.

A lo largo de mi vida he luchado por superarme, una tarea que, al igual que a la mayoría, no ha sido sencilla. Cuando vienes de una familia humilde donde no existe una figura paterna, en mi caso solo la de mi abuelo; ya que mi padre biológico le dio por desaparecer cuando supo de mi existencia, te das a la tarea de madurar con mayor rapidez. A esto debo añadir que mi madre tenía 17 años cuando quedó embarazada de mí.

Mi padre era ocho años mayor que ella, debido a que mi madre era menor de edad, mis abuelos presentaron una denuncia contra mi progenitor para exigirle la manutención. No obstante, eso fue perder el tiempo, ya que a la final, ese ser «invisible» que me hizo el favor de colocarme en el vientre de mi madre nunca cumplió con sus deberes. Mi madre era una joven inexperta que aún creía en cuentos de hadas, en pocas palabras "una niña criando a otra niña". Debido a esto, mis abuelos se dedicaron a ayudarla con mis cuidados y educación, pero eso sí, con el paso del tiempo, mi amada madre se convirtió en una experta guerrera.

Luego de salir de clases en la universidad donde estudiaba Matemáticas puras, me iba directamente al trabajo de medio tiempo en una pequeña cafetería, también resolvías guías de ejercicios de matemáticas a alumnos de secundaria y de amigos universitarios, todo era válido para obtener cada entrada monetaria. Cuando los recursos son limitados, no puedes dedicarte solamente a estudiar. Debes incluir en esos planes un trabajo de medio tiempo para aportar a la familia y comprar las cosas necesarias para uso personal. No obstante, las limitaciones no me impedían soñar, y mis metas siempre han sido grandes.

Tras finalizar mi faena, espero a mi madre. Ella trabaja en la compañía CDT de los Duarte León (Compañía de tecnología de León) en el área de limpieza. Aquí debo hacer un paréntesis para hablar de los Duarte de León. En las noches, cuando no estoy tan ocupada, subo al techo de mi casa y apoyada bajo el manto del cielo nocturno, escuchando música con mis audífonos y con un sinfín de mundos asombrosos donde las almas gemelas se reencuentran. Cierro los ojos y aspiro el aire, los abro y a las lejanías puedo observar las luces que iluminan una de las propiedades de la familia Duarte de León. Se trata de una familia poderosa y bastante peculiar, no todos han visto a sus miembros… En una de sus compañías es donde trabaja mi madre, pero no nos anticipemos y prosigamos con lo que dejé a medias. Entre mi madre y yo sustentamos el hogar, mis abuelos, a pesar de su edad avanzada, hornean pan en un horno antiguo de barro, panecillos que son muy populares en la comunidad por el olor a leña con los que salen impregnados.

—¡Estos pies terminarán con mi existencia! —exclamó mi madre al llegar, retirándose los zapatos y alejándolos de ella.

—Veo que tu día no ha sido fácil —dije con una sonrisa, seguidamente me acerqué para darle un masaje en la espalda.

—Qué mala madre soy, yo quejándome de mi fascitis plantar y no te he preguntado cómo te fue a ti hoy en la universidad y el trabajo. ¿Saliste bien en el examen de álgebra lineal? ¡Estuve pegada rezándoles a los santos! —sonreí debido a lo dramática que podía ser mi madre.

—No te preocupes, engendraste a una mujer inteligente que se le hace fácil analizar cualquier estructura matemática.

—No lo abras heredado, mi nota mayor en matemáticas de bachillerato fue una «D» y ayudada —negué con los ojos. —En resumen, cambiemos de tema. Lo esencial es que saliste bien mi amor. Sabes Lucia, tú eres mi orgullo —sus palabras me llenaban el alma y me instaban a seguir.

—Creo que una buena taza de té nos caerá bien para celebrar —propuso mi abuela que ya venía con la bandeja. Mi sonrisa se borró cuando me percate de que sus pasos se volvían pesados, su rostro palideció, me levante rápidamente para sostenerla, advertí que colapsaría; había sido tarde mi maniobra, mi abuela cayó al suelo, desmayada; las tazas se quebraron al entrar en contacto con el suelo dejando el té esparcido por el suelo.

—¡Mamá! —gritó mi madre. Mi abuelo que percibió el alboroto arribó con rapidez hasta la cocina, y al observar a mi abuela inconsciente en el suelo, se unió al pánico colectivo.

—¡Qué le sucedió a Amelia! —gritó alterado.

—Abuelo, mejor vamos a levantarla —sugerí sin perder tiempo.

Tomamos a mi abuela y la depositamos en el sofá. Salí a buscar a una de las vecinas que era enfermera. Yadira era su nombre. Agradecí que llegara rápidamente al ver mi angustia. Sin dar largas palabras al asunto, procedió a atenderla.

—Es preferible que la traslademos al hospital —dijo Yadira con preocupación.—Puedo decirle a mi esposo que maneje, usted don Andrés no puede manejar así de nervioso como esta —mi abuelo asintió.

—Voy a llamar al trabajo, no voy a poder asistir, no puedo dejar a mi madre así como está ¡Me necesita más que nunca! —manifestó mi madre con determinación.

—Yo te haré el remplazo, no podemos permitir que te descuenten el día —ella me sonrió con lágrimas en los ojos y agradecida por ser su poyo en momentos difíciles.

Levante el teléfono para llamar al jefe directo de mi madre y explicar la situación, el señor Gutiérrez lo entendió y aceptó que yo hiciera la suplencia de mi mamá. En aquel instante no tenía idea de en qué me estaba involucrando, para ese momento mi mente estaba concentrada en la salud de mi abuela.

Esto había sido el comienzo de todo… El principio de mi historia con los Duartes de León.

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