Capítulo 2.

Mi madre y mi abuelo habían pasado la noche junto a la abuela, mi tío Gilberto, el único hermano de mi mamá, ya estaba en camino al hospital; él vivía en otra ciudad y no le era fácil llegar con la prontitud requerida, así que tardaría un poco. En consecuencia, no pude asistir a la universidad, debía hacer la suplencia a mi madre; a mi favor, tenía el privilegio de contar con mi mejor amiga Verónica, ella me proporcionaría los apuntes y grabaría la clase para que pudiera observarla, una preocupación menos.

El insomnio había sido intenso, y durante toda la noche no tuve la oportunidad de ponerme en pie, reflexionando acerca de mi abuela y suplicando a Dios y a los santos que se tratara de un simple desmayo debido a la carencia de vitaminas o el exceso de cansancio asociado a su edad. Hace dos meses había cumplido 73 años de edad, sin embargo, a pesar de su prolongada edad, mi abuela se veía rozagante, una mujer fuerte que desbordaba energía, pero ayer al verla tan pálida y arrastrada en el suelo, tuvo un impacto en mi inestabilidad emocional. Siempre he sido consciente de que a todos nos llegara la muerte, aun así, decirlo es una cosa, vivirlo es una situación sumamente distinta, de solo suponerlo me temblaba el alma.

Debido a la agitación del día anterior y parte de la noche, no tuve tiempo de preparar el almuerzo que me llevaría para la jornada laborar. Afortunadamente, en la empresa donde trabaja mi madre existían varios cafetines donde ofrecían almuerzos al consumidor, pero ella optaba por llevar su propia comida para ahorrar en gastos. En este caso, debido a la emergencia repentina, no tuve más opción que tomar de mis ahorros para poder suplir esa necesidad.

—Bueno, guitarra, tendré que proseguir posponiendo mis ansias de tenerte de un lado; esta circunstancia es de carácter de urgencia y lo amerita —le hablé a mi guitarra imaginaria. En consecuencia, tomé un poco del dinero ahorrado, me puse unos jeans, sudadera azul cielo, y debajo la primera camiseta de manga corta que conseguí; era de la banda Led Zeppelin, escaleras al cielo tenían impreso en tela de algodón, puse los ojos en blanco y murmuré:

—¡Sobre todo escaleras al cielo! —Exclamé irónica.

Minutos más tarde.

Eran las seis de la mañana cuando salí de la casa. Agradecí que el transporte público fuera puntual y no estuviese atestado de gente, saqué mi audífono y me los puse. A continuación, busque una melodía agradable para disipar las voces negativas de mi cabeza. La travesía de mi hogar hasta la empresa no fue prolongada, el enfoque en la canción logró que mi viaje transcurriera con rapidez, me quité los audífonos, los guardé y acomodé el morral en mis espaldas.

—Dios mío, no me abandones en esta nueva travesía —manifesté, me persigné y bajé del autobús.

Ya frente al imponente edificio de la corporación de León, accedí y pregunté por el encargado de servicios generales en recepción. A los pocos minutos de haberles anunciado mi llegada, el jefe de servicios generales llegó.

—Buenos días, señorita Ruiz, por favor sígame.

El señor Gutiérrez fue amable, me dirigió hacia el área de limpieza, donde me presentó el plano de la sala y los pasillos que le tocaba limpiar mi madre. Me complació y sentí un gran alivio ver a Matilde, ella era la mejor amiga de mi madre y compañera de trabajo.

—Señor Gutiérrez, puedo llevar a Lucía a la sala, incluso si me lo permite. Por hoy, puedo ser su compañera y ayudante. De esta forma, la voy orientando y usted podrá continuar avanzando —el señor Gutiérrez le pareció una buena idea la sugerencia de Matilde, lo relevante era agilizar, los gerentes de la organización eran exigentes y lo más conveniente era llevar la fiesta en paz.

—Bueno, resuelto el problema, señorita Ruiz, la dejo en manos de la señora Pérez —manifestó el señor Gutiérrez, a continuación agregó: —Por favor Matilde facilítele un uniforme de limpieza.

—Me aseguraré de que lo tenga —. Matilde me llevó a los baños de los obreros y buscó el uniforme sin perder tiempo.

—Lo lamento, Lucía, es la única talla disponible —respondió Matilde mientras me mostraba el pantalón.

—No te preocupes por nada, hay solución—. Evidentemente, el pantalón que había no era de mi talla, por lo que me lo puse por encima del jeans y lo amarré para sujetarlo a mi cintura. Seguidamente, me puse la camisa de poliéster manga larga de color azul grisáceo, abotoné la hilera de botones y guardé mi celular en uno de los bolsillos, así estaría pendiente de cada llamada o mensaje que mi mamá me enviara con información del estado de salud de mi abuela.

—A pesar de no ser un uniforme bonito, y que se centra en la comodidad del trabajador, niña, debo admitir que a ti no te ve mal —declaró Matilde sonriendo.

—Todo sea por ayudar a mi mamá.

—Eres una buena muchacha Lucía, y lamento lo de doña Amelia. ¿No sabe el motivo de su malestar?

—Los médicos no han dado el diagnóstico, siguen haciéndole exámenes, mi mamá me mantendrá al tanto.

—Tengamos fe que no será nada grave.

—Dios te oiga —contesté, y al hacerlo un terrible nudo se me situó en la garganta, Matilde lo notó y me tomó de la mano.

—Es mejor que vayamos a trabajar, eso te va a despejar la mente.

—Manos a la obra entonces.

Matilde tomó un contenedor de limpieza y lo llenó con todos los productos necesarios para la limpieza. Mientras nos dirigimos hacia el ascensor, me percaté de los trabajadores que trabajaban en pequeños cubículos, todos con audífonos, manos libres y computadoras frente a sus ojos. Parecían sumamente ocupados y enfocados en lo suyo. Ya frente al ascensor Matilda presionó el botón, al abrir la puerta estaba un hombre joven sentado en un banco con una gentil sonrisa.

—Bienvenidas a bordo ¿A qué piso se dirigen?

—Al último piso —respondió Matilde.

—Al piso de los arrogantes líderes, abróchense los cinturones y acompáñenme a las estrellas —manifestó el hombre elocuente en forma de broma.

—Tú siempre de payaso, Jeffry. Puedes ser serio, aunque sea una vez en tu vida —refunfuñó Matilde.

—Debemos darle un toque de sazón a la vida y nada más gratificante que mostrar una amplia sonrisa, ahora cambiando de tema. ¿Me presentas a la hermosa señorita?

—Se llama Lucía, y cuidado con estar enamorándola —me sonrojé por lo directa que fue Matilde con el pobre Jeffry; en cambio, la amenaza de mi compañera originó en él solo risas, después de calmar su ataque de carcajadas, la ignoró y volvió a abordarme.

—¿Hoy es tu primer día?

—Le está haciendo una suplencia a su madre ¡No seas imprudente! Ella es hija de Anastasia —dijo Matilde sin dejarme responder.

—Ah, no sabía qué estaba indispuesta, y tampoco sabía que la señora Anastasia tenía una hija tan atractiva —Matilde iba a seguir con su guerra contra Jeffry, pero se dio por terminada cuando el ascensor indicó que habíamos llegado a nuestro destino.

—¡Salvado por la campana! —exclamó alzando los brazos en señal de triunfo, no obstante, eso no fue impedimento para que Matilde la jalara las orejas,

—En la casa arreglamos cuentas —puse cara de no comprender, Matilde me miró fijamente.

—Es mi hijo y es un mujeriego, al igual que mi exesposo, por lo tanto, ignóralo.

Llegamos a la sala de conferencia, estaba vacía. Matilde limpió la meza grande de forma rectangular y de laterales redondeados. La mesa transmitía un aire sofisticado y prestigioso.

Matilde me explicó cómo debía encender la aspiradora y me brindó un breve tutorial. Le encantó lo rápida que yo era comprendiendo instrucciones.

—En realidad, eres muy inteligente, yo tardé en comprender las mañas de ese magnífico aparato —sonreí por sus comentarios y tomé la aspiradora.

Me dispuse a pasar la aspiradora a la alfombra y, a su vez, analizar el lugar. En ese paréntesis de observación del espacio, mi mente hablaba conmigo misma, entrando en debate con la decoración del lugar. A pesar de la magnitud de la sala de conferencias, el aprovechamiento de la amplitud siempre era la premisa en la determinación de la orientación, el mobiliario y el equipamiento. Los Duarte de León habían acudido al mejor decorador de interiores; la pantalla plana era muy efectiva, aportaba más brillo y elegancia.

Matilde percibió mi embelesamiento y se acercó a mí.

—Debemos ser ágiles, en media hora se llevará a cabo una conferencia en esta estancia.

—Disculpa Matilde, el espacio es hermoso y me dejó emocionada.

—Yo quemé esa etapa, con tantos años trabajando aquí, uno se acostumbra.

A los pocos minutos, terminé de pasar la aspiradora; me agaché para desconectar el enchufe y, al subir, no me percate de que había dejado sin tapa uno de los desinfectantes. Lo tropecé y el frasco se tambaleó. Siempre he tenido buenos reflejos, sin embargo, esta vez mis estímulos no fueron tan audaces, aunque el líquido no cayó en el suelo que hubiera sido peor, si cayó sobre la camisa de mi uniforme mojando la parte del pecho.

Matilde llegó hasta mí deprisa, tomó su paño y comenzó a limpiar la mancha en mi uniforme.

—Debes ser más cuidadosa, niña.

—Lo siento mucho, he sido una torpe… Sigo muy preocupada por la salud de abuela.

—Bueno, al menos te cayó en la blusa y no en la alfombra, por lo que tranquila. Comienza a limpiar el pasillo y yo terminaré con los retoques de esta sala.

Empecé a trapear el largo y ancho piso del pasillo, revisando de vez en cuando mi teléfono, me indignó que mi madre no me enviara siquiera uno: "Tranquila hija aún no dan el diagnóstico" ¡Los nervios amenazaban con acabar con mi paz mental! Me desabotoné mi camisa larga y la amarré en la cintura. Entre mis pensamientos y el sonido de la escoba de trapear, me sumergió en un camino que parecía interminable.

La mente se desvaneció de mis dificultades al percibir el sonido de una guitarra, quien la tocaba lo hacía de manera impecable. Como si se tratara del flautista de Hamelin, comencé a guiarme por la melodía, la cual me llevó a cruzar a la izquierda. En ese momento, el sonido de la guitarra sonaba más nítido y no solo la melodía del instrumento, ahora se sumaba una voz masculina vocalizando, interpretando una canción.

—"Eterna soledad, el viento danza en la madrugada. Y no puedes dormir, si están todas las luces apagadas" —era una de las canciones de la banda de rock Argentina (Enanitos verdes).

Continué caminando con rapidez, tenía que determinar quién era la persona que tocaba la guitarra y cantaba con tanta intensidad. Se acortaron mis pasos cuando hice contacto visual con una sala perimétrica con paredes de vidrios transparentes que parecía ser un lugar de descanso. Dentro yacía un reconfortante sofá y sobre él un hombre joven. Mi mundo quedó pausado cuando lo vi a la cara, todos los problemas se suspendieron, ahora todo era blanco y lo único que tenía color era aquel guitarrista extraño que ocupaba aquel sofá de cuero negro, yo estaba siendo víctima de una fuerza poderosa y extraña.

Tiesa, como una momia, permanecí detallándolo. Tenía el cabello rubio, sus ojos eran verdes. En un instante, me sentí abrumada, a su vez me advertía cerca del cielo, la luz de aquel hombre me transformaba en una pluma flotante, sin duda, yo había despegado del cielo y no quería ver hacia abajo nunca más, quería permanecer ahí mirándolo eternamente.

Mis pies habían desobedecido a mi cerebro, sin yo ordenarlo, me dirigieron hacia aquella sala de cristal, a unos cuantos pasos de él, yo estaba aprendiendo a volar… nunca antes lo hice.

El sonido de mi teléfono me liberó de la ensoñación. No pude leer el mensaje, el desconocido que yo expiaba notó mi presencia. Dejó de tocar la guitarra, se levantó del sofá y me miró fijamente a través del cristal. Era alto y estaba en buena forma física; él caminó despacio hacia mí saliendo de su sala de estar; llevaba un buen traje clásico gris ligeramente ajustado a su silueta, la chaqueta la tenía desabotonada, permitiéndome detallar que debajo se ocultaba una camisa blanca básica con puño para gemelos.

—Me va a explotar el corazón —pensé mientras me sentía bajo una cuerda floja. Me arriesgaba a quedarme bailando en medio del aire, se sentía tan bien contemplándolo que podía morir en aquellos ojos verdes.

—¿Le sucede algo? —yo estaba cabizbaja, no me atrevía a mirarlo a los ojos con esa distancia tan corta. Así de estupefacta me vería que mi hermoso extraño se preocupó.

—Tu camiseta es magnífica —el comentario exhaustivo de su parte logró que recobrara la movilidad y lo observara fijamente… Lamenté hacerlo, si me encontraba obnubilada antes, ahora me volvía inerte. Estaba a un paso de ser valiente, no sé si deliraba, pero él al verme a la cara hizo una acción que me dejaba ver que algo en mi rostro no le era indiferente. El estruendo que brotó de mi persona, aparentemente, lo atravesaba, aunque su expresión sutil la suprimió con rapidez.

—Disculpe, mi nombre es Lucía, limpiaba y lo oí tocar la guitarra… Fui imprudente, me disculpo por la intromisión, no volverá a suceder —acto seguido giré para irme del lugar.

—Dígame, señorita Lucía, ¿disfrutó lo que escuchó? —su pregunta detuvo mi andar. Giré en mi propio eje para volverlo a mirar.

—Acércate, no muerdo —como si sus palabras fueran órdenes, caminé hasta acortar las distancias nuevamente, no obstante, mi voz había vuelto a desaparecer, él enarcó una ceja.

—Supongo que no estuvo tan bien, has pensado para dar tu respuesta —agregó.

—Se equivoca… —¡Por fin había recuperado mi voz! —Su interpretación me condujo hasta las estrellas y me devolvió a la tierra en un instante. —Ahora era él quien permanecía sin habla después de escuchar mi respuesta —manifesté. El hechizo se quebró cuando mi teléfono móvil sonó.

—Pudo ser la letra de la canción, el sentimiento que inflige logró en usted esa reacción —alegó repentinamente, dándole un giro a la inadecuada respuesta que yo había suscitado, producto de esa vena artística que era parte de mí.

—No es la primera vez que la escucho. A pesar de que las letras de las canciones tengan un mensaje específico; la música, como toda forma de arte, tiene la característica de llegar de diversas maneras y comunicarnos diferentes temas, aunque el mensaje sea claro y directo —el atractivo extraño trazó una sonrisa sutil que no pudo iluminar esa mirada que, a pesar de ser hermosa, era triste.

—En mi caso personal, la soledad ha sido muy útil y he aprendido a disfrutar de ella. Algunos se acostumbran a estar solos.

—Ahí difiero un poco de usted… Además… —no pude continuar la oración, ya había hablado demás y a pesar de estar visiblemente perturbada por aquel ángel rubio que estaba frente a mí, yo no sabía quién era, y mi gran ataque de verborrea podría acarrear un problema a mi mamá en su trabajo.

—No se quede callada, quiero seguir escuchando su opinión.

—En esencia, quería acotar, es preciso comprender los momentos específicos en los que la soledad puede ser algo perjudicial o beneficioso para nosotros, todo es cuestión de arriesgarse a algo y no conformarse con esa soledad, sino de intentar y, aunque fracase, hay que levantarse y seguir intentando hasta alcanzarlo.

—Encantador y romántico enfoque; es sumamente evidente que es usted amante del arte, lamentablemente en la vida real, no todo es arte y belleza… la vida puede ser más cruel e injusta. —Aquellas amargas palabras me dejaron en silencio, y a su vez su mirada me hablaba muy suavemente, contándome que frente a mí no solo estaba un hombre hermoso y finamente vestido, también estaba un alma que gritaba ser salvada, lo sentía en cada fibra de mi ser, como si llevara siglos conociéndolo y no minutos. ¿Esto que estaba experimentando era una clara indicación de que debía dar la vuelta y correr? "Debes irte" me aconsejaba mi conciencia, "Recuerda que si llevas las cosas demasiado lejos siempre terminas arrepintiéndote"—odiaba esa voz interior que muchas veces tomaba vida propia para torturarme y a la cual había bautizado con el nombre de (Iracunda). Sin embargo, aquellos ojos seguían impartiendo su dulce y letal embrujo sobre mí, él siquiera era consciente de que podría ser una amenaza, en cuestión de microsegundos se había convertido en la personificación de todo lo que siempre había querido y estuve buscando todo el tiempo.

—¡Da la vuelta y corre! —continuaba advirtiéndome mi mente, pero no podía ni quería girar, sentía que si le daba la espalda me convertiría en polvo.

—Noah, te estaba buscando —la voz aguda de una dama de aproximadamente cincuenta años fue la que acudió a mi rescate. —La reunión está por empezar, solo faltas tú —le informó, giró a verme y su mirada complaciente cambió a fría. —Y usted retírese, todavía hay muchas oficinas que limpiar.

—Tía Hilda, no seas descortés con la señorita, fui yo quien la entretuve hablando, por favor adelántate, en unos segundos estaré con ustedes.

—Pero Noah, esperan por ti.

—Ya hablé Tía Hilda —la mirada le cambio cuando la mujer refutó sus órdenes, dio la media vuelta y se marchó.

—Por favor discúlpela y no se lo tome personal. Señorita Lucia, fue grato hablar con usted sobre música y bienvenida a la empresa. —A continuación, dio media vuelta para dirigirse a la sala de reuniones; a la mitad del pasillo, Noah se detuvo y giró hacia mí una vez más —Demasiado nunca sería suficiente—no supe comprender lo que me había querido decir con aquellas palabras, y con pasos firmes se perdió en el pasillo, dejándome sin aliento.

—Noah, su nombre es Noah —repetí idiotizada. Matilde, quien se encontraba a poca distancia, tuvo el tiempo de toparse con él y saludarlo, así como el tiempo suficiente para analizar mi estupor.

—Es sumamente atractivo, el joven Duarte de León es el nuevo líder ejecutivo de esta organización. También es el hijo mayor del propietario de la organización, por lo tanto, te recomiendo que vayas retirando de tu rostro ese gesto, ya que aunque Noah es el más tratable de los tres hermanos, es bastante hermético—me dio mucha vergüenza que Matilde hubiera notado el impacto que había causado en mí el hijo del dueño.

—¿Tan evidente fui?

—Mucho, querida, ahora muévete, aún nos queda mucho por hacer.

—Está bien — dije con pena, antes de reiniciar mis labores mi celular volvió a sonar, era mi mamá, atendí la llamada y escuché su voz quebrada al otro lado del auricular, el miedo acudió a mí como un terremoto.

—Tu abuela tiene Parkinson —no hice ningún comentario al instante, el teléfono se deslizó de mi mano hasta caer al suelo, las lágrimas respondían por mi silencio.

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