Aquel día, Georgina no se había marchado a trabajar. Después de hacer el trabajo desde casa le había hecho compañía a Cándida en la cocina para indicarla cómo quiera que estuviera la cena.
Prepararon una gran mesa en el comedor con varios tipos de alimentos. Daban ya las siete y cuarto de la tarde, esperaban que llegara Héctor en cualquier momento. Hannah se había dado una ducha, puesto un vestido holgado y se había peinado el cabello. Quería verse lo más bonita posible para su ex guardaespaldas.
Se quedó en el salón con Cándida mientras su madre seguía en su cuarto. Llamaron a la puerta y le palpitó fuerte el corazón.
—Iré a abrir yo—se ofreció.
Salió al salón y se acercó hacia la puerta. Se detuvo un rato y se miró para asegurarse de que todo estaba bien, soltó a
Tres meses después…Eran las siete de la tarde, Hannah se encontraba frente al espejo acompañada de Cándida y la que ahora era su mejor y única amiga, Alba. Estaba arreglada, gracias a la ayuda de ellas. Llevaba un vestido largo y ajustado de color violeta con unos tacones negros que combinaban con su monedero. Le habían hecho unas trenzas a un lado de cabeza y por el otro lado tenía el pelo largo, rulado y suelto.—Wau, estás preciosa. — objetó Roja con una sonrisa satisfecha por el trabajo que habían realizado.—Gracias a vosotras.—A Héctor le encantará. —afirmó Cándida. — Hoy celebráis vuestro tercer mes juntos.—Sí— dijo en casi un susurro y se le borró la poca sonrisa que había salido de sus labios.—¿Es que no est&
Hacía una mañana espléndida y Hannah se había despertado muy temprano. Era un día especial para ella, puesto que tenía que hacer un viaje a Londres donde vivía su madre; hacía aproximadamente tres años que se había divorciado de su padre por un desentendimiento de infidelidad de parte de él. Fue algo que su padre había negado tantas veces. Ahora Georgina, que así se llama la madre de Hannah, se había convertido en toda una celebridad en el mundo de la moda y era una de las mejores de la ciudad de Londres donde se había mudado desde hacía tres años. A pesar de los cuarenta años cumplidos, todavía lucía hermosa y radiante. No estaba casada, ni tenía compromiso alguno, era mujer libre que dependía de sí misma, cuestión por la que Hannah se sentía orgullosa. Durante esos tres años no había tenido la oportunidad de estar con Hannah, ya que estaba concentrada únicamente en su trabajo y solo se comunicaban por el móvil y por el correo electrónico. Ya la maleta
Minutos después, Hannah observó que el coche daba un giro y luego se adentraba en un patio enorme y precioso. —Hemos llegado, señorita —oyó decir al conductor una vez aparcado la limusina en la entrada de la casa. Se bajó él primero y le abrió la puerta a ella. Ella salió del auto sin dejar de mirar aquella maravilla de casa que parecía sacada de una revista de decoración, pensó ella. Era un chalet de tipo dúplex, el patio estaba cubierto de césped recién cortada. A un extremo de la casa se podía distinguir una piscina, su punto débil, le encantaba. Salió de sus pensamientos una vez que escuchó una voz familiar que venía de dentro. Miró hacia atrás y allí estaba de pie con esa mirada sonriente a la que hacía tres veranos sin ver. —¡Hannah! Llegaste —era su madre. Se acercó alegremente a ella —no te imaginas cuánto te he estado esperando.Le dio un fuerte abrazo. Hannah no tenía palabras y solo se limitó a envolverse en sus brazos; reconoció ese perfume
Había transcurrido ya una semana y ya su imagen salía en las revistas, la consideraban como una de las bellezas de la ciudad gracias a que su madre era una gran diseñadora de moda. Tenía su propia firma. Desde que había llegado a Londres la había notado muy ocupada; si no estaba sobre algunos papeles que suponía su trabajo, siempre iba pegada al celular. No tenía casi tiempo para nada, se había sacrificado en cuerpo y alma a su trabajo y no había manera de interrumpirla, porque resultaría inútil. En ocasiones Georgina mostraba preocupación al reconocer lo incapaz que era de dedicarle suficiente tiempo a su hija después de haber deseado tenerla otra vez junto a ella. Ni siquiera encontraba el momento de mostrarle la ciudad que después de varios años lejos de ella, Hannah desconocía. Para su fortuna, Hannah la entendía perfectamente, sabía que no era nada fácil estar en su lugar y ser lo que era, ya confiaba en que en cualquier momento tendría la oportunidad
Transcurrían los días y Hannah asentía que estaba interpretando a perfección su papel de niña caprichosa. Recurría a cualquier estrategia para conseguir hacerle rendirse, lamentablemente no lo conseguía hasta ahora. Le resultaba gracioso sacarlo de sus casillas y sobretodo pedirle que hiciera cosas que no le estaban permitido a un guardaespaldas hacer. En uno de esos días, fueron invitados ella y su madre a una fiesta. Por más que le dijo a su madre que no quería acudir, ella insistió. —Es una gran oportunidad para que estemos juntas—la había dicho—sé que la pasarás bien. Así fue como acabó sucumbiéndose a su petición y se encontraba en la fiesta. Era una fiesta elegante. La celebración se realizaba en un salón enorme, había música clásica de fondo y en una esquina estaba instalado un gran banquete con todo tipo de alimento. A pesar de que había alimento de diversos gustos, Hannah sentía que faltaba algo. Empezaba a hartarse de tener que alimentarse s
Se despertó con más energía el día siguiente y con más ganas de hacerle la vida imposible a Héctor. Eran las nueve de la mañana, después de darse un buen baño, bajó a la cocina donde lo encontró tomándose el desayunando. Cándida estaba poniéndole la mesa a ella, los saludó con una sonrisa y solo ella respondió a su saludo. Se percató en que él ni siquiera le dirigía la mirada y pensó que tal vez estaba molesto por lo que sucedió en la fiesta anoche. Le quitó importancia y se sentó a la mesa. —Ya tienes listo el desayuno, —le dijo Cándida la criada —espero que lo disfrutes. —Gracias Candy, eres muy amable, —dijo con una amable sonrisa —es agradable saber que hay gente que se preocupa por ti. Ante ese comentario, Héctor se levantó del taburete, sabía que estaba refiriéndose a él y no iba a quedarse allí sentado esperando que le hicieran enojar. Pero antes de salir apareció Fares, el jardinero. Saludó a Hannah con una reverencia al tiempo que se acercaba a Hécto
Hannah se metió en su cuarto y cogió su libro de dibujos. Lo abrió sobre la mesa y observó el esbozo que había hecho días atrás, era de Héctor, le había dibujado. Tuvo ganas de arrancarlo, pero no lo hizo porque supo que se arrepentiría más tarde. Había esbozado su rostro con una sonrisa con la que nunca le había visto. Desde que le conocía no había conseguido verlo sonreír libremente y sabía que era culpa suya. Lo que más le gustaba de él, eran esos ojos azules que tenía. Eran demasiados atractivos para ella y curiosamente le recordaban a alguien, pero no recordaba a quién. Miró una y otra vez el dibujo, y de repente sonrió, se había acordado de la discusión que había tenido con él en el patio y le resultaba gracioso verlo enojarse, pero una vez que pensó que en cualquier momento podía cansarse de ella y marcharse dejó de sonreír. ¿Por qué de pronto le preocupaba que se fuera? Se suponía que de eso se trataba, obligarlo a irse. Y sin embargo, prefería que se qu
El día siguiente fue mucho más complicado de lo que se imaginaban. Georgina no había ido a trabajar temprano, había decidido tomar el desayuno con su única y querida hija. Hacía una mañana espléndida y no quería desperdiciarla. A parte de eso, tenía algo importante que quería comentarle a su hija, eso se notaba claramente en su rostro.Se encontraban sentadas en el jardín junto a la piscina tomando el desayuno que les había preparado Cándida.—Ayer hablé con tu padre —dijo después de beberse un sorbo de café.—¿Así? ¿Y qué dice? —se mostró interesada mientras apartaba la mirada de la revista que llevaba en los brazos.—Lo de siempre. Quiere que hablemos sobre el tema de hace tres años. —Mamá, por primera vez en tu vida ¿por qué