El día siguiente fue mucho más complicado de lo que se imaginaban. Georgina no había ido a trabajar temprano, había decidido tomar el desayuno con su única y querida hija. Hacía una mañana espléndida y no quería desperdiciarla. A parte de eso, tenía algo importante que quería comentarle a su hija, eso se notaba claramente en su rostro.
Se encontraban sentadas en el jardín junto a la piscina tomando el desayuno que les había preparado Cándida.
—Ayer hablé con tu padre —dijo después de beberse un sorbo de café.
—¿Así? ¿Y qué dice? —se mostró interesada mientras apartaba la mirada de la revista que llevaba en los brazos.
—Lo de siempre. Quiere que hablemos sobre el tema de hace tres años.
—Mamá, por primera vez en tu vida ¿por qué no le das la oportunidad de que te explique lo que realmente sucedió? No pierdes nada haciéndolo.
—Es que hija... — intentaba justificarse.
—Quizás creas que lo digo porque sea mi padre, —dijo interrumpiéndola —pero es mucho más que eso. He vivido con él en esos tres años en los que no has estado y se lo mucho que ha sufrido al estar pensando en ti, y en ningún momento lo he visto con otra mujer, jamás. No te imaginas el dolor que me daba verlo sufrir hasta... —se detuvo, tenía los ojos nublados.
—Hasta qué —quiso saber.
—Pues que pensé en olvidarme de ti y de todo —dijo casi en un susurro —nunca me imaginé que volvería a compartir el mismo techo contigo, pero él —dijo con una sonrisa intentando recordar —con lo buen hombre que es, siempre me animaba y me hacía olvidar esa mala idea. Un hombre como él no se merece sufrir, así como se lo has permitido.
Aquellas palabras le conmovieron en gran manera a Georgina que se le hizo un nudo en la garganta, pero contuvo la respiración, no podía permitirlo. ¿Será que realmente él tenía razón cuando le decía que no tenía nada que ver con lo que lo culpaban? Ella tampoco había conseguido olvidarlo durante todo ese tiempo ¿debería hablar con él para aclarar el mal entendido? Iba a pensarlo y así tomar una decisión que no la hiciera arrepentirse más tarde.
—No te imaginas cuánto me gustaría volver a verlos juntos —dijo Hannah. Después de unos segundos de reflexión, Georgina se puso en pie una vez haber mirado la hora en su reloj de pulsera.
—Tengo que marcharme, nos vemos más tarde —se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla — Ese lugar es precioso. Deberías conocerlo —dijo refiriéndose a un lugar interesante que se mostraba en una de las páginas de la revista que tenía a la vista.
Se apartó y se dirigió hacia su coche donde la esperaba su guardaespaldas. Hannah observó detalladamente la imagen y le dio la razón a su madre. En realidad el lugar era precioso; se trataba de una especie de lago de aguas azules, limpias y casi transparentes. Era un lugar perfecto y no podía perder la oportunidad de conocerlo, además, no se encontraba muy lejos de la ciudad. Esbozó una sonrisa caprichosa y se puso en pie, se acercó a Héctor quien se encontraba un poco más apartado.
—Prepárate, nos vamos de paseo —le dijo y subió a su cuarto a cambiarse, no iba a perder más tiempo.
Minutos más tarde volvía con unos pantalones cortos y con una camiseta blanca. A Héctor le pareció que estaba preciosa, pero no dijo nada hasta que entraron en el auto.
—¿Hacia dónde nos dirigimos?
—Tú solo conduce, ya te indicaré. Durante la trayectoria no hubo conversación a parte de las indicaciones que le estaba dando Hannah. Una hora y media después llegaban al dichoso lugar. Aparcaron el coche en una esquina y lo bloquearon mientras se adentraban en aquel lugar entre la maleza. A pocos metros pudieron divisar aquella maravilla, era encantador. A ella se le iluminó el rostro, se quitó las zapatillas y se acercó a la orilla para sentir el frescor de aquellas aguas entre sus pies, era tentador. Héctor se limitó a contemplarlo desde una cierta distancia, a él también le parecía un lugar maravilloso, sobretodo por lo apartado que se encontraba, lo que impedía la presencia de más gente.
—¿Nos bañamos? La oyó decir mientras se volvía a él.
—¡¿Qué?! —Preguntó extrañado —¿Te has vuelto loca?
—Si no quieres venir no lo hagas, pero yo no pienso perderme esto, sé que no me lo perdonarías.
Antes de que él se diera cuenta, ella se quitaba los pantalones y la camisa. Héctor apartó la mirada de ella totalmente consternado. Ella hacía todo eso para volverlo loco, por poco le da un infarto.
Al volver la mirada hacia ella, ya no la vio, no la encontraba en ninguna parte. La llamó, pero ella no contestaba, se acercó preocupado hacia el lago para buscarla en las aguas detenidamente. Vio una figura que se movía dentro, ¡era ella! Se quitó rápido la chaqueta y los zapatos y se echó en el lago para rescatarla, dentro del agua se la veía sin aliento, deseó que no fuera demasiado tarde.
Nadó rápido hacía su encuentro y la agarró alzándola hacia la superficie, pero una vez que lo consiguió se sorprendió con que ella lo agarraba por el cuello y de pronto lo estaba besando. Había caído en su trampa. Quiso apartarla de inmediato, pero la pasión con la que lo besaba fue más fuerte. La agarró por la cintura y la atrajo más a él devolviéndole el beso. En ese momento se olvidaron de todo lo que había a su alrededor y solo eran ellos.
Después de haberse besado de aquella manera, Héctor la mantuvo la mirada interrogativo, quería saber en qué estaba pensando, esperaba que hubiera alguna explicación de lo que acababa de hacer ella. Todavía la tenía agarrada buscando en su mirada alguna respuesta. ¿Será que ella sentía algo por él?
—¿Por qué haces todo eso?
—Así me divierto mejor —contestó ella con una sonrisa nerviosa al darse cuenta de que aquel beso la había afectado sin querer—. Ya te dije que no me cansaría. —Se separó de él y subió a la orilla a ponerse su ropa.
—Nos vamos.
Héctor se quedó petrificado, su paciencia ya había llegado hasta el límite ¿Jugaba con sus sentimientos? ¿Ella los tenía al hacer algo igual? Él había decido arriesgarse y hacerse pasar por guardaespaldas por ella, porque quería asegurarse de que era la misma que conoció, que podía llegar a enamorarla y continuar con lo que una vez empezaron, pero ella ya no era la misma, tenía que dejarla ir o terminaría cometiendo una locura, convirtiéndose en alguien que no era.Salió del agua y se puso los zapatos, cogió la chaqueta y se dirigió hacia el coche.
Aquella mañana Hannah se había despertado a las nueve, no tenía prisa. Había pasado la noche entera pensando en aquel beso. A veces no entendía el impulso que la atraía a cometer todas esas locuras, las cuales solo conseguían enojarlo. Sabía que era demasiado peligroso, pero aun así no conseguía quedarse quieta ¿qué le pasaba con él? Y ¿por qué no conseguía dejar de pensar en ese beso? ¿Será que estaba empezando a sentir algo por su guardaespaldas? No, eso sí que no, no debía pasar algo igual, solo tenía que librarse de él y nada más.
Como siempre, se lavó los dientes y después de arreglarse el cabello frente al espejo, bajó al salón. Quería saber si Héctor seguía enojado. Quería verlo y si había alguna posibilidad de suavizar la situación quería hacerlo. Cuando llegó al salón se sorprendió con que su madre no se había marchado todavía a su agencia y que en ese momento acababa de realizar una llamada, parecía un poco alterada o, mejor dicho, preocupada... Bueno casi siempre lo estaba, pero esta vez había algo distinto en su expresión. Cuando la vio suspiró profundamente.
—¿Ocurre algo mamá? —Sí que ocurre algo hija, —dijo relajándose —tengo que hacer un viaje a Guinea Ecuatorial y no consigo un buen guardaespaldas.
—Pero mamá, el que tienes es muy bueno.
—No es para mí... sino para ti. —afirmó fijándose en su hija.Hannah no entendía nada y no quería imaginarse lo peor, pensaba ignorar aquella posibilidad.
—No necesito otro guardaespaldas, con Héctor me basta.
—Ese es el problema, esa mañana presentó su renuncia y se fue.
—¡¿Qué!? —no quería creérselo, le parecía una pesadilla.
—Lo siento, pero me dijo que no podía seguir trabajando aquí y se fue sin darme explicaciones, intenté subirle el sueldo, pero por lo visto ese no era el problema.
Hannah se quedó paralizada, no podía creer lo que estaba escuchando, al fin Héctor se había marchado y era culpa suya, ella lo había logrado. Había llegado a un extremo que él no pudo aguantar y se fue. Por qué había tenido que ser tan tonta, ¿por qué no se había podido simplemente controlar? Si hubiera sabido desde un principio que con solo besarle se habría librado de él lo habría hecho antes de que sintiera aquello inesperado que ahora estaba experimentando por su renuncia, sentía que sería distinto sin él y no la estaba gustando para nada la sensación. Había tardado mucho en deshacerse de él y ahora él formaba parte de su vida.
Sin darse cuenta le empezaron a derramarse lágrimas por sus mejillas y sintió un nudo en la garganta. De repente sintió la mano de su madre sobre ella.
—¿Te sientes bien, cariño? —Estaba preocupada por el efecto que había causado en ella —Sé que puede ser duro perder a un guardaespaldas sobre todo si le has cogido cariño, pero ya verás que cuando consigamos a otro te olvidarás por completo de Héctor. Ellos sólo hacen su trabajo, no hay porque apegarse demasiado a ellos.
—Pero es que no quiero a otro guardaespaldas, lo quiero a él —confesó —Perdón mamá, regresaré a mi cuarto.— Dijo y subió rápido a su cuarto.
Cándida escuchó los ruidos y se acercó a saber qué pasaba.
—¿Sucede algo, señora? —preguntó mirando hacia las escaleras donde había ido Hannah corriendo
.—¡Ay! Es mi hija que no termina de entender que Héctor ha dejado de trabajar para ella.
—¿Cómo? ¿Héctor se ha marchado? —preguntó sorprendida por la noticia inesperada.
—Sí, Candy, esa mañana me ofreció su carta de renuncia.
—¿Y no la dio la razón?
—Nada, solo que quería irse. ¿No sabrás por casualidad si pasó algo entre los dos? —Cándida negó con la cabeza pensando en las discusiones que tenían constantemente los jóvenes.
—Nada— contestó. Georgina soltó un suspiro de resignación.
—Bueno tengo que regresar al trabajo, ya veré cómo soluciono este asunto.
—De acuerdo. Hablaré con su hija.
No entendía el por qué se sentía mal por la dimisión de Héctor, se suponía que era lo que quería, que se apartara de su vida, pero ahora que lo había conseguido se sentía fatal. Las lágrimas no paraban de brotarle de los ojos mientras se aferraba a su almohada, quería gritar y llorar, pero no quería reconocer cuanto necesitaba a su guardaespaldas. Llamaron a la puerta. —No quiero ver a nadie —masculló. —Mi niña, por favor tienes que comer. No sea que vayas a enfermarte —era Cándida hablando tras la puerta. —Estoy bien, solo necesito estar sola. Cándida no soportaba verla desmoronarse de esa manera así que decidió hacer algo que le estaba prohibido. —Oye, y ¿si te dijera que tengo su dirección? Antes que se diera cuenta se abrió la puerta y se asomó Hannah. —¿Es en serio? —Claro, como de todos los de más empleados, aunque estoy segura de que me odiaría si te lo entregara. Pero eso no me importa si me promet
Al llegar en la casa subió lo más pronto que pudo a su cuarto, por suerte su madre no estaba en casa, seguramente estaba intentando conseguir un nuevo guardaespaldas para ella. En cambio Cándida sí estaba en la casa y no quería que la viera en este estado después de haberle prometido que todo seguiría igual al hablar con Héctor, algo que no podía cumplir, pero desafortunadamente ella le había visto entrar y la siguió hasta su cuarto. Se había echado en su cama abrazada con una de sus almohadas y no dejaba de sollozar. — ¡Dios mío cariño! — dijo la ama de la casa sentándose sobre la cama—. ¿Qué ha pasado? — No le importó que le suplicara que regresara… no me hizo caso. — Me prometiste que no pasaría nada. — Lo intenté, pero no puedo… lo siento. — Bueno ya está, ven aquí— Hannah se incorporó y se echó a sus brazos.— Todo saldrá bien mi niña, no tienes por qué preocuparte. — Pero quiero que vuelva. — Qué ironía,— dijo con
El día amaneció como de costumbre, la luz de la mañana asomaba por su ventana, pero no se molestó en levantarse, quería seguir durmiendo todo lo que fuera necesario pero ese deseo suyo no duró demasiado porque llamaron a su puerta. Gruñó entre las sabanas y como no contestaba se abrió la puerta, Cándida entró más feliz de lo acostumbrado, se acercó a la ventana y dejó que la luz penetrara en el cuarto en su total plenitud, Hannah escondió su rostro bajo la sábana por la fuerza de la luz. — Es hora de despertarse— dijo Cándida acercándose hasta la cama. — Presiento que este día será bastante largo, déjame acortarlo un poco más. — Son las nueve de la mañana, supongo que ya lo has acortado lo suficiente. Además, adivina quién está esperándote en el patio. — El nuevo guardaespaldas— dijo asomando su rostro fuera de la sabana. — Has acertado. — ¿Y qué tiene eso de bueno? — Pues que es más guapo,— dijo sentándose sobre la cama
Preparó el auto entre tanto que ella tardaba en regresar. Regresó unos minutos más tarde ya cambiada, llevaba puesta unos vaqueros con una blusa de color blanco con unas zapatillas del mismo color. Se había recogido el pelo y se veía preciosa. Héctor no se quedó a observarla, le abrió la puerta de copiloto y ella se subió, después se subió él en el asiento del conductor y puso el auto en marcha. Abandonaron el patio y se dirigieron a la ciudad. — ¿Dónde me llevas? — Ya que no me lo has sugerido, voy a llevarte a un lugar que creo que va a gustarte. — Pues eso espero.Durante un rato la trayectoria fue silenciosa hasta que ella decidió hablar.— ¿Por qué decidiste regresar? — Bueno, teniendo en cuenta que ayer te amenazaron, quería asegurarme de que no estabas asustada, o sea, en peligro. — los dos sonrieron. — Es en serio, Héctor, ¿Qué te hizo cambiar de opinión? — La verdad no lo sé. Supongo que siempre hubo algo que me at
Pasaron por la tienda y dieron una vuelta por la ciudad. Realmente se estaban divirtiendo como nunca antes, contaban historias, se reían, compartían helados… y se olvidaban que eran jefa y guardaespaldas hasta que llegó la tarde y tuvieron que recordarse de ello de una manera inesperada.Eran las ocho de la noche, Hannah tenía que irse a la dichosa fiesta a la que había sido invitada. Se encontraba frente al espejo y ni se reconocía a sí misma por el cambio, se veía distinta. Se había puesto unos pantalones más cortos de lo que estaba acostumbrada, un sin mangas de color negro que se ajustaba a su cuerpo, unas botas y se había rulado el pelo. Se había maquillado más de lo normal y estaba dispuesta a marcharse en ese estado. Cogió su monedero y salió del cuarto.Llegó en el salón, pero Héctor estaba en la puerta esperando por ella, iba a llevarla aunque no le gustaba la idea de dejarla ir. La observó desde los pies hasta cabeza, estaba irreconocible y… medio desnuda, segú
Héctor quería hacerle caso, pero no podía, había algo que le preocupaba y no sabía qué era. Era su deber protegerla y no podía dejarla sola; era tarde y sería irresponsable de su parte no hacer su trabajo solo porque se lo había dicho ella en un arrebato de enojo. Tomó la decisión de quedarse a esperarla en el auto hasta que acabara la fiesta. Mientras transcurría el tiempo, se preocupaba aún más, no conseguía imaginarse que todo estaría bien, tal vez porque la fiesta la celebraba Sergio. Con solo acordarse de ese nombre se puso aún más tenso, miró la hora en el reloj del auto, eran ya las once de la noche y Hannah seguía allí dentro. Había gente fuera del local, algunos borrachos, otros que se alejaban, pero ella no aparecía por ningún lado.Decidió acercarse, se bajó del auto y lo bloqueó.Entró en el local y no le gustó para nada lo que veía, había mucha gente joven y demasiado ruido, la música estaba demasiado elevada. Intentó distinguir a Hannah entre la multitud y aunque
Habían llegado ya en la casa y durante la trayectoria no se había pronunciado palabra alguna de lo que había sucedido. Héctor la acompañó hasta su habitación, necesitaba estar seguro de que ella estaba bien. Ella se sentó sobre la cama con la mirada distraída.— ¿Te imaginas qué habría pasado si tú no llegaras a por mí a tiempo?— Ya no pienses en ello, ya todo pasó ¿sí? —Ella lo miró, soltó un suspiro y asintió. —Iré a prepararte un vaso de té, mientras tanto vas a cambiarte.El salió del cuarto a por el té y ella intentó tranquilizarse mientras se quitaba la ropa y se ponía su pijama. Más tarde se sentó de nuevo sobre la cama y se abrazó con una de sus almohadas mientras se volvió pensativo. Cándida debía estar ya en la cama.Mientras él preparaba el té fue entonces consciente del dolor que empezaba a producirle la herida. Elevó la camisa para ver qué tan grande era. No era muy grande, como dos puntos mínimo, sin embargo el dolor estaba siendo una tor
Se despertó sobresaltada a la mañana siguiente y más temprano de lo que estaba acostumbrado, eran las siete y media de la mañana. Se olvidó de su aspecto mañanero y bajó por las escaleras a toda prisa. Se acercó a la puerta del cuarto de Héctor que se encontraba en el piso de abajo y llamó a ella. En unos instantes se abrió la puerta y apareció Héctor por ella, se sorprendido al verla junto a su puerta, sobre todo a esas horas, ya todos sabían que lo de madrugar no era su punto fuerte. Él en cambio llevaba un buen rato despierto.— ¿Qué sucede? —preguntó preocupado pensando que tal vez había ocurrido algún incidente.— Siento presentarme así ante tu puerta, pero es que tuve una pesadilla y quería comprobar que estabas bien. —él alzó las cejas mostrando sorpresa.— Estoy mejor, gracias. — contestó sonriente.— Ya lo suponía, pero es que tenía miedo de que no fuera así. — parecía alterada. Él se acercó a ella y le tomó la frente con sus dos manos.—