Hannah se metió en su cuarto y cogió su libro de dibujos. Lo abrió sobre la mesa y observó el esbozo que había hecho días atrás, era de Héctor, le había dibujado. Tuvo ganas de arrancarlo, pero no lo hizo porque supo que se arrepentiría más tarde. Había esbozado su rostro con una sonrisa con la que nunca le había visto. Desde que le conocía no había conseguido verlo sonreír libremente y sabía que era culpa suya. Lo que más le gustaba de él, eran esos ojos azules que tenía. Eran demasiados atractivos para ella y curiosamente le recordaban a alguien, pero no recordaba a quién.
Miró una y otra vez el dibujo, y de repente sonrió, se había acordado de la discusión que había tenido con él en el patio y le resultaba gracioso verlo enojarse, pero una vez que pensó que en cualquier momento podía cansarse de ella y marcharse dejó de sonreír. ¿Por qué de pronto le preocupaba que se fuera? Se suponía que de eso se trataba, obligarlo a irse. Y sin embargo, prefería que se quedara y soportara sus locuras.
Pasaba el tiempo y Hannah reconoció lo fatal que lo trataba y quería recompensárselo. Así que un día de esos, se acercó a él con las manos ocultas por detrás de su espalda sonriéndole.
—Mira Héctor, sé que no nos hemos llevado nada bien…bueno, casi nunca, y sé perfectamente que la culpa es mía, por eso estoy para pedirte perdón por todo lo que crees que he hecho mal.
Héctor la miró con asombro y arqueó una ceja, ¿Será que era uno de sus trucos para incordiarlo? O se habrá drogado, “no, espero que eso no”, pensó. Se acercó y la analizó detenidamente a los ojos para probar que estaba consciente de lo que decía. Hannah puso los ojos en blanco.
—¿Qué pasa? ¿Es que no me crees?
—A ti ¿qué mosca te ha picado? No te reconozco con ese comportamiento.
—Será porque no me conoces lo suficiente. Y para que sepas que soy sincera, aquí tienes un regalo de mi parte —le mostró una hermosa caja negra dejándolo aún más asombrado—Cógelo, es para ti.
—¿Crees que necesito un regalo de tu parte? —preguntó él.—Venga, no seas desconsiderado, lo hago en son de paz.
Héctor tendió la mano y cogió la caja sin apartar la mirada desconfianza en ella que la había clavado. Ella seguía con su sonrisa caprichosa en los labios.
—¿No vas a abrirla?
Héctor abrió la caja. Ante sus ojos apareció lo más lógico que se podría esperar, le estaba regalando un reloj aunque evidentemente no era uno cualquiera; lo observó durante un rato y volvió a mirarla.
—¿Me imaginas con uno de esos trastos puestos?
—¿Por qué no? Como a cualquiera y te agradecería que no lo rechaces. No me gusta que me devuelvan los regalos… Aunque sí hay algo bien claro.
<<Ya iba siendo demasiado bueno para ser real>> pensó él entornando los ojos.
—¿Ahora qué?
—No te prometo que dejaré de molestarte. Solo es por esta vez —rio divertida mientras entraba en la casa. Héctor no apartó la mirada de ella cuando desapareció por completo, miró el regalo que le había hecho y sonrió. Por primera vez tenía algo que venía de ella. Lo guardó en el bolsillo de su chaqueta.
Minutos después llegaba un Audi descapotable y se estacionaba frente a la casa. Para su sorpresa, de él bajaba Sergio. Por lo visto, no se había olvidado de ella y había venido personalmente a buscarla. Por un momento, Héctor pensó en hacerse pasar por pareja de Hannah ya que así ella se lo había presentado a él en la fiesta, pero descartó esa idea. Él no la pertenencia y así iba a seguir siendo. Mientras Sergio se acercaba a él, mostró una maléfica y burlona sonrisa.
—Así que eres el guardaespaldas, y no el novio —dijo una vez que se encontraba frente a él. Por un momento se le cruzó a Héctor la idea de pegarle un puñetazo en esa cara blanda que tenía, pero logró contenerse. —Ya se me hacía raro que tan pronto ella estuviera saliendo con alguien, debe ser una tortura solo ser el guardaespaldas ¿verdad?
Héctor se estaba impacientando, apretó los puños de sus manos para controlarse. Si había venido a ver a Hannah podía pasar a hacerlo, pero lo que no podía permitir era que le hablara de cualquier forma, o de lo contrario sabría de lo que era capaz.
— Algo debes de tener mal como para que no se fije en ti a pesar de ser aparentemente guapo, o es que solo es la apariencia. —Continuó —Supongo que también podría ser por lo poca cosa que debes ser, ser guardaespaldas de alguien para poder sobrevivir, ¿no había otra cosa en la que podías inspirarte? Digo yo, pero es que existen tantos…
Ya no pudo continuar porque Héctor le había proporcionado un buen puñetazo que consiguió echarlo al suelo. Era la única manera de hacerlo callar.
—Si tan hombre importante te consideras, levántate y demuéstralo —le encaró mientras se arreglaba la chaqueta que llevaba puesta. Sergio lo miró sorprendido ¿Cómo se le había ocurrido? Se puso en pie y justo cuando estuvo a punto de reclamarlo, apareció Hannah.
—¿Puedo saber qué sucede aquí?
—¿Sé puede saber cómo demonios escoges a tus guardaespaldas? — Preguntó Sergio con la mano sobre la mejilla donde había recibido el golpe. Estaba enojado.
Hannah miró a Héctor, no se creía que él hubiera hecho algo igual. Eso le estaba haciendo entender que era capaz de todo y no le importaba nada; ni siquiera le había importado golpear al hijo de un millonario a pesar de conocer las posibles consecuencias que eso conllevaría. Eso le gustó más de él. Ahora tenía todo el derecho de despedirlo sin problemas y lo sabía él, pero ella no quería despedirlo de esa manera.Ella se volvió hacia Sergio quien esperaba que ella actuara contra él.
—¿Cómo se te ocurre venir a mi casa y ofender a mi guardaespaldas? ¿Con qué derecho lo hiciste?Estaba enfadada, pero Sergio estaba más asombrado que dolorido por el golpe, no entendía por qué se disponía a defenderlo si era solo un guardaespaldas al que podría cambiar con otro cuando quisiera.
—Pero ¿de qué hablas?
—Por mí no te preocupes, que puedo asumirlo y marcharme—dijo Héctor dispuesto a irse si se lo pedían.
—No, —sentenció ella —el que se va de aquí es él.
—¿Es en serio? —Preguntó Sergio con asombro —¿Es que prefieres defenderlo a él que a mí? Recuerda que el agredido he sido yo.
—Qué te parece si le cuento a tu padre lo que acabas de hacer, a ver si opina lo mismo.
Sergio se fijó en ella y supo que hablaba en serio, así que tenía que marcharse, no podía permitir que su padre supiera nada sobre sus fechorías. Miró a Héctor con odio y se subió a su descapotable alejándose.
—¿Por qué lo hiciste? —habló Héctor—Estaba dispuesto a marcharme.
—Ya te dije que te rendirías y te marcharías por tu cuenta cuando ya no resistas más —con una sonrisa se dio la vuelta y regresaba a la casa, pero antes de entrar se volvió a él y le dijo —. Y, por cierto. Gracias por lo que hiciste. Se lo merecía..., aunque a veces me pregunto si en realidad eres un guardaespaldas porque no actúas como tal — y dicho eso entró en la casa.
Héctor pensó en la posibilidad de estar en su mente y saber en qué estaba pensando ella, pero naturalmente era imposible. No entendía sus repentinos cambios de humor. En ocasiones, estaba discutiendo con él a muerte y en otras lo estaba defendiendo como ahora e incluso haciéndole regalos... ¿Por qué hacía todo eso?
El día siguiente fue mucho más complicado de lo que se imaginaban. Georgina no había ido a trabajar temprano, había decidido tomar el desayuno con su única y querida hija. Hacía una mañana espléndida y no quería desperdiciarla. A parte de eso, tenía algo importante que quería comentarle a su hija, eso se notaba claramente en su rostro.Se encontraban sentadas en el jardín junto a la piscina tomando el desayuno que les había preparado Cándida.—Ayer hablé con tu padre —dijo después de beberse un sorbo de café.—¿Así? ¿Y qué dice? —se mostró interesada mientras apartaba la mirada de la revista que llevaba en los brazos.—Lo de siempre. Quiere que hablemos sobre el tema de hace tres años. —Mamá, por primera vez en tu vida ¿por qué
No entendía el por qué se sentía mal por la dimisión de Héctor, se suponía que era lo que quería, que se apartara de su vida, pero ahora que lo había conseguido se sentía fatal. Las lágrimas no paraban de brotarle de los ojos mientras se aferraba a su almohada, quería gritar y llorar, pero no quería reconocer cuanto necesitaba a su guardaespaldas. Llamaron a la puerta. —No quiero ver a nadie —masculló. —Mi niña, por favor tienes que comer. No sea que vayas a enfermarte —era Cándida hablando tras la puerta. —Estoy bien, solo necesito estar sola. Cándida no soportaba verla desmoronarse de esa manera así que decidió hacer algo que le estaba prohibido. —Oye, y ¿si te dijera que tengo su dirección? Antes que se diera cuenta se abrió la puerta y se asomó Hannah. —¿Es en serio? —Claro, como de todos los de más empleados, aunque estoy segura de que me odiaría si te lo entregara. Pero eso no me importa si me promet
Al llegar en la casa subió lo más pronto que pudo a su cuarto, por suerte su madre no estaba en casa, seguramente estaba intentando conseguir un nuevo guardaespaldas para ella. En cambio Cándida sí estaba en la casa y no quería que la viera en este estado después de haberle prometido que todo seguiría igual al hablar con Héctor, algo que no podía cumplir, pero desafortunadamente ella le había visto entrar y la siguió hasta su cuarto. Se había echado en su cama abrazada con una de sus almohadas y no dejaba de sollozar. — ¡Dios mío cariño! — dijo la ama de la casa sentándose sobre la cama—. ¿Qué ha pasado? — No le importó que le suplicara que regresara… no me hizo caso. — Me prometiste que no pasaría nada. — Lo intenté, pero no puedo… lo siento. — Bueno ya está, ven aquí— Hannah se incorporó y se echó a sus brazos.— Todo saldrá bien mi niña, no tienes por qué preocuparte. — Pero quiero que vuelva. — Qué ironía,— dijo con
El día amaneció como de costumbre, la luz de la mañana asomaba por su ventana, pero no se molestó en levantarse, quería seguir durmiendo todo lo que fuera necesario pero ese deseo suyo no duró demasiado porque llamaron a su puerta. Gruñó entre las sabanas y como no contestaba se abrió la puerta, Cándida entró más feliz de lo acostumbrado, se acercó a la ventana y dejó que la luz penetrara en el cuarto en su total plenitud, Hannah escondió su rostro bajo la sábana por la fuerza de la luz. — Es hora de despertarse— dijo Cándida acercándose hasta la cama. — Presiento que este día será bastante largo, déjame acortarlo un poco más. — Son las nueve de la mañana, supongo que ya lo has acortado lo suficiente. Además, adivina quién está esperándote en el patio. — El nuevo guardaespaldas— dijo asomando su rostro fuera de la sabana. — Has acertado. — ¿Y qué tiene eso de bueno? — Pues que es más guapo,— dijo sentándose sobre la cama
Preparó el auto entre tanto que ella tardaba en regresar. Regresó unos minutos más tarde ya cambiada, llevaba puesta unos vaqueros con una blusa de color blanco con unas zapatillas del mismo color. Se había recogido el pelo y se veía preciosa. Héctor no se quedó a observarla, le abrió la puerta de copiloto y ella se subió, después se subió él en el asiento del conductor y puso el auto en marcha. Abandonaron el patio y se dirigieron a la ciudad. — ¿Dónde me llevas? — Ya que no me lo has sugerido, voy a llevarte a un lugar que creo que va a gustarte. — Pues eso espero.Durante un rato la trayectoria fue silenciosa hasta que ella decidió hablar.— ¿Por qué decidiste regresar? — Bueno, teniendo en cuenta que ayer te amenazaron, quería asegurarme de que no estabas asustada, o sea, en peligro. — los dos sonrieron. — Es en serio, Héctor, ¿Qué te hizo cambiar de opinión? — La verdad no lo sé. Supongo que siempre hubo algo que me at
Pasaron por la tienda y dieron una vuelta por la ciudad. Realmente se estaban divirtiendo como nunca antes, contaban historias, se reían, compartían helados… y se olvidaban que eran jefa y guardaespaldas hasta que llegó la tarde y tuvieron que recordarse de ello de una manera inesperada.Eran las ocho de la noche, Hannah tenía que irse a la dichosa fiesta a la que había sido invitada. Se encontraba frente al espejo y ni se reconocía a sí misma por el cambio, se veía distinta. Se había puesto unos pantalones más cortos de lo que estaba acostumbrada, un sin mangas de color negro que se ajustaba a su cuerpo, unas botas y se había rulado el pelo. Se había maquillado más de lo normal y estaba dispuesta a marcharse en ese estado. Cogió su monedero y salió del cuarto.Llegó en el salón, pero Héctor estaba en la puerta esperando por ella, iba a llevarla aunque no le gustaba la idea de dejarla ir. La observó desde los pies hasta cabeza, estaba irreconocible y… medio desnuda, segú
Héctor quería hacerle caso, pero no podía, había algo que le preocupaba y no sabía qué era. Era su deber protegerla y no podía dejarla sola; era tarde y sería irresponsable de su parte no hacer su trabajo solo porque se lo había dicho ella en un arrebato de enojo. Tomó la decisión de quedarse a esperarla en el auto hasta que acabara la fiesta. Mientras transcurría el tiempo, se preocupaba aún más, no conseguía imaginarse que todo estaría bien, tal vez porque la fiesta la celebraba Sergio. Con solo acordarse de ese nombre se puso aún más tenso, miró la hora en el reloj del auto, eran ya las once de la noche y Hannah seguía allí dentro. Había gente fuera del local, algunos borrachos, otros que se alejaban, pero ella no aparecía por ningún lado.Decidió acercarse, se bajó del auto y lo bloqueó.Entró en el local y no le gustó para nada lo que veía, había mucha gente joven y demasiado ruido, la música estaba demasiado elevada. Intentó distinguir a Hannah entre la multitud y aunque
Habían llegado ya en la casa y durante la trayectoria no se había pronunciado palabra alguna de lo que había sucedido. Héctor la acompañó hasta su habitación, necesitaba estar seguro de que ella estaba bien. Ella se sentó sobre la cama con la mirada distraída.— ¿Te imaginas qué habría pasado si tú no llegaras a por mí a tiempo?— Ya no pienses en ello, ya todo pasó ¿sí? —Ella lo miró, soltó un suspiro y asintió. —Iré a prepararte un vaso de té, mientras tanto vas a cambiarte.El salió del cuarto a por el té y ella intentó tranquilizarse mientras se quitaba la ropa y se ponía su pijama. Más tarde se sentó de nuevo sobre la cama y se abrazó con una de sus almohadas mientras se volvió pensativo. Cándida debía estar ya en la cama.Mientras él preparaba el té fue entonces consciente del dolor que empezaba a producirle la herida. Elevó la camisa para ver qué tan grande era. No era muy grande, como dos puntos mínimo, sin embargo el dolor estaba siendo una tor