Pasaron por la tienda y dieron una vuelta por la ciudad. Realmente se estaban divirtiendo como nunca antes, contaban historias, se reían, compartían helados… y se olvidaban que eran jefa y guardaespaldas hasta que llegó la tarde y tuvieron que recordarse de ello de una manera inesperada.
Eran las ocho de la noche, Hannah tenía que irse a la dichosa fiesta a la que había sido invitada. Se encontraba frente al espejo y ni se reconocía a sí misma por el cambio, se veía distinta. Se había puesto unos pantalones más cortos de lo que estaba acostumbrada, un sin mangas de color negro que se ajustaba a su cuerpo, unas botas y se había rulado el pelo. Se había maquillado más de lo normal y estaba dispuesta a marcharse en ese estado. Cogió su monedero y salió del cuarto.
Llegó en el salón, pero Héctor estaba en la puerta esperando por ella, iba a llevarla aunque no le gustaba la idea de dejarla ir. La observó desde los pies hasta cabeza, estaba irreconocible y… medio desnuda, segú
Héctor quería hacerle caso, pero no podía, había algo que le preocupaba y no sabía qué era. Era su deber protegerla y no podía dejarla sola; era tarde y sería irresponsable de su parte no hacer su trabajo solo porque se lo había dicho ella en un arrebato de enojo. Tomó la decisión de quedarse a esperarla en el auto hasta que acabara la fiesta. Mientras transcurría el tiempo, se preocupaba aún más, no conseguía imaginarse que todo estaría bien, tal vez porque la fiesta la celebraba Sergio. Con solo acordarse de ese nombre se puso aún más tenso, miró la hora en el reloj del auto, eran ya las once de la noche y Hannah seguía allí dentro. Había gente fuera del local, algunos borrachos, otros que se alejaban, pero ella no aparecía por ningún lado.Decidió acercarse, se bajó del auto y lo bloqueó.Entró en el local y no le gustó para nada lo que veía, había mucha gente joven y demasiado ruido, la música estaba demasiado elevada. Intentó distinguir a Hannah entre la multitud y aunque
Habían llegado ya en la casa y durante la trayectoria no se había pronunciado palabra alguna de lo que había sucedido. Héctor la acompañó hasta su habitación, necesitaba estar seguro de que ella estaba bien. Ella se sentó sobre la cama con la mirada distraída.— ¿Te imaginas qué habría pasado si tú no llegaras a por mí a tiempo?— Ya no pienses en ello, ya todo pasó ¿sí? —Ella lo miró, soltó un suspiro y asintió. —Iré a prepararte un vaso de té, mientras tanto vas a cambiarte.El salió del cuarto a por el té y ella intentó tranquilizarse mientras se quitaba la ropa y se ponía su pijama. Más tarde se sentó de nuevo sobre la cama y se abrazó con una de sus almohadas mientras se volvió pensativo. Cándida debía estar ya en la cama.Mientras él preparaba el té fue entonces consciente del dolor que empezaba a producirle la herida. Elevó la camisa para ver qué tan grande era. No era muy grande, como dos puntos mínimo, sin embargo el dolor estaba siendo una tor
Se despertó sobresaltada a la mañana siguiente y más temprano de lo que estaba acostumbrado, eran las siete y media de la mañana. Se olvidó de su aspecto mañanero y bajó por las escaleras a toda prisa. Se acercó a la puerta del cuarto de Héctor que se encontraba en el piso de abajo y llamó a ella. En unos instantes se abrió la puerta y apareció Héctor por ella, se sorprendido al verla junto a su puerta, sobre todo a esas horas, ya todos sabían que lo de madrugar no era su punto fuerte. Él en cambio llevaba un buen rato despierto.— ¿Qué sucede? —preguntó preocupado pensando que tal vez había ocurrido algún incidente.— Siento presentarme así ante tu puerta, pero es que tuve una pesadilla y quería comprobar que estabas bien. —él alzó las cejas mostrando sorpresa.— Estoy mejor, gracias. — contestó sonriente.— Ya lo suponía, pero es que tenía miedo de que no fuera así. — parecía alterada. Él se acercó a ella y le tomó la frente con sus dos manos.—
Ya armada de valor, salió seguida de la pelirroja al patio donde se encontraba Héctor charlando animadamente con Fares, el jardinero, mientras secaba el auto ya lavado. Fares decidió alejarse al ver que se acercaban las chicas. Héctor se volteó para verlas y las sonrió educadamente. —¿Ya te marchas? —le preguntó a la visitante. —Depende, ¿prefieres que me quede? —No me has dado tu nombre —Cierto, me llamo Alba Roja. —Vaya, ¿por qué no me sorprende? — preguntó irónico y observó a Hannah que parecía nerviosa jugando con sus manos. — ¿Te encuentras bien? — preguntó preocupado. —¿Te refieres a mí? — preguntó ella un poco agitada, le daba miedo lo que estaba a punto de hacer, ya lo había hecho antes, pero esta vez era diferente. — Por supuesto. —No pareces estar bien. —Tiene razón Héctor, ¿Por qué no le cuentas lo que sucede, Hannah? — intervino Alba, ella la miró y regresó la mirada a Héctor. —¿No te estabas yendo?
Durante casi todo el día siguiente Hannah lo estaba evitando, si no se encontraba encerrada en su cuarto, le hacía compañía a Cándida en la cocina. Evitaba hablar de lo que había sucedido el día anterior, de sus sentimientos y de lo que pensaba hacer. Estaba regresando a su cuarto mirando a los lados por si veía a Héctor. Al no verle, corrió por las escaleras hacia su cuarto, sin embargo, tuvo que detenerse de pronto al encontrarlo junto a su puerta, pegado su espalda contra la pared, la estaba esperando a ella con los brazos cruzados, —Me pregunto ¿hasta cuándo piensas dejar de evitarme? —No te estoy evitando. —¿Eso crees? Pues entonces hablemos de nosotros, de lo que pasó y de lo que estamos sintiendo. —Dijo acercándose a ella después de llevarse las manos a los bolsillos. —Y dime que no estabas jugando conmigo. —Te prometí que ya no jugaría contigo. ―dijo nerviosa al tenerlo cerca. ―Además… ¿cómo sé que no eres tú el que está jugando conmig
Eran ya las seis de la tarde, Hannah se metió en la ducha, tenía que estar lista para cuando regresara su madre y la gente a la que había invitado y de la que ella no conocía. Durante el resto del día no había vuelto a hablar con Héctor, pero tenía tantas ganas de estar con él. Sin embargo no podían arriesgarse a ser descubiertos. Se preguntaba cómo lo tomaría su madre si le contaba lo que pasaba entre ellos ¿la dejaría estar con él o le pondría pegas? Su madre no parecía de esas, pero en cuanto a esos temas uno se puede esperar cualquier cosa. Después de darse la larga ducha, se ató con una de sus toallas, no sabía qué ponerse. Entró en su vestuario y buscó algo para vestirse, quería verse elegante, pero sin llamar mucho la atención. Cada semana su madre la traía vestidos nuevos de su colección y ahora tenía demasiados que no sabía por cuál optar. Sacó un vestido negro y se miró al espejo, no estaba segura así que los siguientes quince minutos los pasó intentando co
De pronto él se detuvo y la miró mostrándose confuso. —¿Qué? —¿Hay algún problema con eso? —Si te di tu primer beso eso quiere decir que… —Sí— ella lo cortó, no quería escuchar esa última parte. Hannah se quedó a mirar cómo la observaba, ¿cuál era el problema? ¿Es que le molestaba que fuera el primer hombre de su vida? ¿Y si no hubiese sido así cómo se comportaría? —No sabía que eso te molestaría —dijo ella sintiendo un nudo en la garganta. —¿Por qué? —ella no entendía la pregunta—¿Por qué no te has enamorado hasta ahora? ¿Es que no había nadie? —De niña me hice amiga del hijo de uno de los amigos de mi padre— forzó una sonrisa apartando avergonzada la mirada de él—. Le prometí que lo esperaría y me daría mi primer beso. Supongo que solo eran cosas de niños y que no tenía por qué cumplir esa promesa sobre todo cuando hasta ahora no he vuelto a saber nada de él, pero aun así lo hice. —Entonces ¿por qué me besaste
Héctor atendió a la llamada del padre de Hannah; los encontró a los tres en la mesa, obviamente estaban esperando más gente. Le echó un vistazo a Hannah, pero ella no lo miraba, seguía enojada con él. —Héctor, no mencionaste que eras el hijo del Oliver— dijo Georgina con sorpresa. —Necesitaba este trabajo. —¿Pero por qué? —quiso saber Simón que se había sorprendido al descubrir que él era el guardaespaldas de su hija. —No creo que lo necesites. Lo siento, pero creo que tendré que despedirte— concluyó. Hannah lo miró sorprendida. —¿Perdone? — preguntó Héctor desconcertado. —Eres el hijo de mi mejor amigo, si necesito que te sientes a la mesa conmigo no debes trabajar para mí, ¿me entiendes verdad? —Sí señor, pero no tiene por qué invitarme, me gusta lo que hago. —Pero ¿qué crees que pensará Oliver si descubre que su hijo trabaja para su amigo? Héctor se puso tenso, le molestaba que lo que hiciera tuviera algo que ver con