Transcurrían los días y Hannah asentía que estaba interpretando a perfección su papel de niña caprichosa. Recurría a cualquier estrategia para conseguir hacerle rendirse, lamentablemente no lo conseguía hasta ahora. Le resultaba gracioso sacarlo de sus casillas y sobretodo pedirle que hiciera cosas que no le estaban permitido a un guardaespaldas hacer.
En uno de esos días, fueron invitados ella y su madre a una fiesta. Por más que le dijo a su madre que no quería acudir, ella insistió.
—Es una gran oportunidad para que estemos juntas—la había dicho—sé que la pasarás bien.
Así fue como acabó sucumbiéndose a su petición y se encontraba en la fiesta.
Era una fiesta elegante. La celebración se realizaba en un salón enorme, había música clásica de fondo y en una esquina estaba instalado un gran banquete con todo tipo de alimento. A pesar de que había alimento de diversos gustos, Hannah sentía que faltaba algo. Empezaba a hartarse de tener que alimentarse sólo de alimentos europeos, añoraba las comidas típicas del país de su padre, Guinea Ecuatorial, a los que ya estaba acostumbrada y se preguntaba cuánto podía aguantar aquello.Después de la comida y la charla, algunos se pusieron en la pista para bailar. Georgina le animó a su hija a que interactuara con los demás y se divirtiera, pero no la apetecía y decidió no moverse de su asiento. Se quedó a mirar cómo iba la fiesta, cuál era la manera de divertirse según la gente rica. Su madre se encontraba de pie junto a un pequeño grupo de otras dos mujeres y dos hombres, uno de ellos era Gabriel, el dueño de la fiesta; estaban charlando animadamente con unos vasos de champán en la mano mientras se reían. Apartó la mirada de ellos y miró de reojo a Héctor quien estaba de pie junto a la puerta. De pronto se le acercó un joven elegante y guapo; le reconoció de la fiesta de bienvenida que le hizo su madre, se trataba del hijo del señor que organizaba la fiesta, o sea, de Sergio. La pidió bailar con él, pero ella no tenía ganas de nada de aquello, ni mucho menos de bailar con él. Nunca había bailado con nadie que no fuera su padre y no pensaba hacerlo con un tipo que le daba mala impresión, por no mencionar que todos sabían que tenía fama de playboy.
—Lo siento, pero no puedo y no quiero —le contestó
—¿Pero, por qué? Se supone que una fiesta es motivo de diversión —dijo con una sonrisa seductora en la cara
—Estás muy sola y las chicas hermosas no merecen estar solas —le insinuó.
—Pues…, te equivocas. Estoy con alguien.
Sergio miró por los alrededores para ver a quién se refería.
—¿Quién será? —Preguntó incrédulo—No veo a nadie a tu lado. Solo yo.
Ella sabía que él tenía razón, pero no se rindió. Miró hacia atrás donde se encontraba Héctor observando de un lado a otro con atención a todos los movimientos para asegurarse de que todo estaba tranquilo.
—Qué lástima —dijo poniéndose en pie. —Porque yo sí lo veo.
Entonces ella se puso en pie y caminó derechito hacia donde se encontraba Héctor de pie. Y sin pensárselo dos veces, le tomó de la mano y le acercó a la multitud. Héctor no entendió nada, igualmente Sergio que los mirada sorprendido.
—¿Qué sucede? — le preguntó Héctor cuando se hallaron en el centro de la pista. Seguía sin entender nada.
—Baila conmigo —dijo al tiempo que rodeaba sus brazos por su cuello y seguía el ritmo de la suave música. Su voz sonó a una orden.
Héctor había visto a Sergio, el pretendiente que Hannah acababa de dejar plantado en su mesa y creyó entender lo que pasaba.
—¿Haría falta recordarte que soy tu guardaespaldas y no tu objeto de celos? —le preguntó un poco molesto.
—Pero qué dices. No eres mi objeto de celos. Solo que, no quiero bailar con ese tipo que me está tirando los tejos. —La echó una mirada interrogativa. —No te creas —intentaba justificar —el caso es que no quiero nada con él, y nada más.
—Entonces dices; prefiero bailar con el guardaespaldas que estoy haciendo la vida imposible —dijo clavando su mirada en ella.
—Tampoco es para tanto —dijo con una sonrisa caprichosa —. No estoy acostumbrada a lugares como estos. Solo intento pasármelo bien de alguna manera.
—¿A esto le llamas divertirse?
—Ya sabes a qué me refiero.
—No, no lo sé. ¿Seguro quieres que te diga que incordiarte me hace muy feliz? Eres mi felicidad personificada —le dijo con una amplia sonrisa.
Héctor se la quedó mirando con el ceño fruncido, no había nada que pudiera decir y esperar ganar. Ella le estaba confesando que no tenía intención de cambiar su opinión con la idea de quitarlo del camino. ¿Por qué no se tomaba el tiempo de conocerlo primero, antes de decidir hacerle la vida imposible? Ahora la tenía cerca, más cerca de lo que se imaginó que estaría y podía apreciar cada espacio de su rostro. Definitivamente era hermosa con sus preciosos ojos color café. No solo había cambiado su carácter sino también su aspecto y era normal, sin embargo siendo sincero, le gustó el hecho de tenerla así de cerca y percibir el olor encantador que desprendía.
Dejó a un lado sus inapropiados pensamientos al darse cuenta de que hacía rato que se había acabado la música. Él la soltó y regresó a ejercer de guardaespaldas. Cuando se hubo alejado, Hannah no pudo evitar sonreír encantada, se daba cuenta de lo divertido que resultaba molestar a su guardaespaldas, al fin tenía algo que la ilusionaba. Entonces pensó, no tenía que acostumbrarse a él si quería que se fuera, su único objetivo debía ser obligarlo a desistir y cuanto antes lo consiguiera mejor sería para los dos. Miró en dirección de su madre para asegurarse de que no había presenciado nada de lo que acababa de pasar y descubrir que así era, suspiró aliviada.
Cuando se acabó la fiesta, Hannah no le dirigió la palabra en todo el rato que estuvieron en el auto de regreso a casa. No quería que él pensara que por bailar con él se ablandaría y se retractaría de su idea de hacerle renunciar.
Se despertó con más energía el día siguiente y con más ganas de hacerle la vida imposible a Héctor. Eran las nueve de la mañana, después de darse un buen baño, bajó a la cocina donde lo encontró tomándose el desayunando. Cándida estaba poniéndole la mesa a ella, los saludó con una sonrisa y solo ella respondió a su saludo. Se percató en que él ni siquiera le dirigía la mirada y pensó que tal vez estaba molesto por lo que sucedió en la fiesta anoche. Le quitó importancia y se sentó a la mesa. —Ya tienes listo el desayuno, —le dijo Cándida la criada —espero que lo disfrutes. —Gracias Candy, eres muy amable, —dijo con una amable sonrisa —es agradable saber que hay gente que se preocupa por ti. Ante ese comentario, Héctor se levantó del taburete, sabía que estaba refiriéndose a él y no iba a quedarse allí sentado esperando que le hicieran enojar. Pero antes de salir apareció Fares, el jardinero. Saludó a Hannah con una reverencia al tiempo que se acercaba a Hécto
Hannah se metió en su cuarto y cogió su libro de dibujos. Lo abrió sobre la mesa y observó el esbozo que había hecho días atrás, era de Héctor, le había dibujado. Tuvo ganas de arrancarlo, pero no lo hizo porque supo que se arrepentiría más tarde. Había esbozado su rostro con una sonrisa con la que nunca le había visto. Desde que le conocía no había conseguido verlo sonreír libremente y sabía que era culpa suya. Lo que más le gustaba de él, eran esos ojos azules que tenía. Eran demasiados atractivos para ella y curiosamente le recordaban a alguien, pero no recordaba a quién. Miró una y otra vez el dibujo, y de repente sonrió, se había acordado de la discusión que había tenido con él en el patio y le resultaba gracioso verlo enojarse, pero una vez que pensó que en cualquier momento podía cansarse de ella y marcharse dejó de sonreír. ¿Por qué de pronto le preocupaba que se fuera? Se suponía que de eso se trataba, obligarlo a irse. Y sin embargo, prefería que se qu
El día siguiente fue mucho más complicado de lo que se imaginaban. Georgina no había ido a trabajar temprano, había decidido tomar el desayuno con su única y querida hija. Hacía una mañana espléndida y no quería desperdiciarla. A parte de eso, tenía algo importante que quería comentarle a su hija, eso se notaba claramente en su rostro.Se encontraban sentadas en el jardín junto a la piscina tomando el desayuno que les había preparado Cándida.—Ayer hablé con tu padre —dijo después de beberse un sorbo de café.—¿Así? ¿Y qué dice? —se mostró interesada mientras apartaba la mirada de la revista que llevaba en los brazos.—Lo de siempre. Quiere que hablemos sobre el tema de hace tres años. —Mamá, por primera vez en tu vida ¿por qué
No entendía el por qué se sentía mal por la dimisión de Héctor, se suponía que era lo que quería, que se apartara de su vida, pero ahora que lo había conseguido se sentía fatal. Las lágrimas no paraban de brotarle de los ojos mientras se aferraba a su almohada, quería gritar y llorar, pero no quería reconocer cuanto necesitaba a su guardaespaldas. Llamaron a la puerta. —No quiero ver a nadie —masculló. —Mi niña, por favor tienes que comer. No sea que vayas a enfermarte —era Cándida hablando tras la puerta. —Estoy bien, solo necesito estar sola. Cándida no soportaba verla desmoronarse de esa manera así que decidió hacer algo que le estaba prohibido. —Oye, y ¿si te dijera que tengo su dirección? Antes que se diera cuenta se abrió la puerta y se asomó Hannah. —¿Es en serio? —Claro, como de todos los de más empleados, aunque estoy segura de que me odiaría si te lo entregara. Pero eso no me importa si me promet
Al llegar en la casa subió lo más pronto que pudo a su cuarto, por suerte su madre no estaba en casa, seguramente estaba intentando conseguir un nuevo guardaespaldas para ella. En cambio Cándida sí estaba en la casa y no quería que la viera en este estado después de haberle prometido que todo seguiría igual al hablar con Héctor, algo que no podía cumplir, pero desafortunadamente ella le había visto entrar y la siguió hasta su cuarto. Se había echado en su cama abrazada con una de sus almohadas y no dejaba de sollozar. — ¡Dios mío cariño! — dijo la ama de la casa sentándose sobre la cama—. ¿Qué ha pasado? — No le importó que le suplicara que regresara… no me hizo caso. — Me prometiste que no pasaría nada. — Lo intenté, pero no puedo… lo siento. — Bueno ya está, ven aquí— Hannah se incorporó y se echó a sus brazos.— Todo saldrá bien mi niña, no tienes por qué preocuparte. — Pero quiero que vuelva. — Qué ironía,— dijo con
El día amaneció como de costumbre, la luz de la mañana asomaba por su ventana, pero no se molestó en levantarse, quería seguir durmiendo todo lo que fuera necesario pero ese deseo suyo no duró demasiado porque llamaron a su puerta. Gruñó entre las sabanas y como no contestaba se abrió la puerta, Cándida entró más feliz de lo acostumbrado, se acercó a la ventana y dejó que la luz penetrara en el cuarto en su total plenitud, Hannah escondió su rostro bajo la sábana por la fuerza de la luz. — Es hora de despertarse— dijo Cándida acercándose hasta la cama. — Presiento que este día será bastante largo, déjame acortarlo un poco más. — Son las nueve de la mañana, supongo que ya lo has acortado lo suficiente. Además, adivina quién está esperándote en el patio. — El nuevo guardaespaldas— dijo asomando su rostro fuera de la sabana. — Has acertado. — ¿Y qué tiene eso de bueno? — Pues que es más guapo,— dijo sentándose sobre la cama
Preparó el auto entre tanto que ella tardaba en regresar. Regresó unos minutos más tarde ya cambiada, llevaba puesta unos vaqueros con una blusa de color blanco con unas zapatillas del mismo color. Se había recogido el pelo y se veía preciosa. Héctor no se quedó a observarla, le abrió la puerta de copiloto y ella se subió, después se subió él en el asiento del conductor y puso el auto en marcha. Abandonaron el patio y se dirigieron a la ciudad. — ¿Dónde me llevas? — Ya que no me lo has sugerido, voy a llevarte a un lugar que creo que va a gustarte. — Pues eso espero.Durante un rato la trayectoria fue silenciosa hasta que ella decidió hablar.— ¿Por qué decidiste regresar? — Bueno, teniendo en cuenta que ayer te amenazaron, quería asegurarme de que no estabas asustada, o sea, en peligro. — los dos sonrieron. — Es en serio, Héctor, ¿Qué te hizo cambiar de opinión? — La verdad no lo sé. Supongo que siempre hubo algo que me at
Pasaron por la tienda y dieron una vuelta por la ciudad. Realmente se estaban divirtiendo como nunca antes, contaban historias, se reían, compartían helados… y se olvidaban que eran jefa y guardaespaldas hasta que llegó la tarde y tuvieron que recordarse de ello de una manera inesperada.Eran las ocho de la noche, Hannah tenía que irse a la dichosa fiesta a la que había sido invitada. Se encontraba frente al espejo y ni se reconocía a sí misma por el cambio, se veía distinta. Se había puesto unos pantalones más cortos de lo que estaba acostumbrada, un sin mangas de color negro que se ajustaba a su cuerpo, unas botas y se había rulado el pelo. Se había maquillado más de lo normal y estaba dispuesta a marcharse en ese estado. Cogió su monedero y salió del cuarto.Llegó en el salón, pero Héctor estaba en la puerta esperando por ella, iba a llevarla aunque no le gustaba la idea de dejarla ir. La observó desde los pies hasta cabeza, estaba irreconocible y… medio desnuda, segú