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Capítulo 3} Sorpresa inesperada

Había transcurrido ya una semana y ya su imagen salía en las revistas, la consideraban como una de las bellezas de la ciudad gracias a que su madre era una gran diseñadora de moda. Tenía su propia firma. Desde que había llegado a Londres la había notado muy ocupada; si no estaba sobre algunos papeles que suponía su trabajo, siempre iba pegada al celular. No tenía casi tiempo para nada, se había sacrificado en cuerpo y alma a su trabajo y no había manera de interrumpirla, porque resultaría inútil.  

En ocasiones Georgina mostraba preocupación al reconocer lo incapaz que era de dedicarle suficiente tiempo a su hija después de haber deseado tenerla otra vez junto a ella.  Ni siquiera encontraba el momento de mostrarle la ciudad que después de varios años lejos de ella, Hannah desconocía.  Para su fortuna, Hannah la entendía perfectamente, sabía que no era nada fácil estar en su lugar y ser lo que era, ya confiaba en que en cualquier momento tendría la oportunidad de conocer la ciudad, pero por ahora le bastaba con conocer aún más a Cándida con quien se estaba llevando muy bien, hasta se estaban haciendo amigas, conversaban sobre diversos temas y de vez en cuando iban juntas al súper, ahora podía decir que conocía algún lugar de Londres. Y cuando no estaba con ella, se metía en su cuarto y dibujaba. Le encantaba dibujar y así se distraía, y si no lo hacía, hablaba con su padre por teléfono. Hacía diseños de ropa, aunque le pareciera que no eran interesantes, sí que tenía talento; había dibujado unos cuantos maniquís con vestidos.  No mostraba a nadie sus dibujos, ni mucho menos a su madre, sabía que se alegraría y se haría ilusiones, ella no estaba preparada para eso. Prefería hacerlo solo como pasatiempo.

Aquella mañana se había duchado y como no iba a salir, se puso unos pantalones cortos de color blanco y una camiseta y bajó para la cocina, pero cuando ya se encontraba en el salón se sorprendió con que su madre seguía en la casa y por lo visto estaba arreglando un asunto.

—¿Mamá? ¿Qué haces todavía aquí? Pensé que ya te habías ido a trabajar.

—Lo sé hija, pero quería traerte personalmente la sorpresa que he preparado para ti —dijo emocionada.

Recordó que Cándida le había advertido sobre las sorpresas de su madre, pero, ahora ¿qué se había tramado?, se preguntó.

—¿De qué se trata? —preguntó. No quería recibir de nuevo gente extraña.

—Está fuera —contestó. Hannah miró hacia fuera y pudo ver a un hombre de espaldas que seguramente era un guardaespaldas, pero estaba bien claro que no era el de su madre, este era más joven.

La inundó el pánico y deseo que no fuera lo que se estaba imaginando.

—Mamá, ¿qué es eso?—Es tu guardaespaldas, al mismo tiempo tu chófer.

—Es una broma ¿verdad? —quería que fueran alucinaciones, no quería que fuera cierto.  

—Por supuesto que no ¿Cómo crees? —Dijo con seriedad —se llama Héctor y conoce muy bien la ciudad, podrá llevarte a cualquier lugar que quieras, a ver si así te despejas un poco y deje de parecer que te tengo aquí encerrada.

Ella nunca había pensado en eso, pero conocía a su madre, no había nada que la hiciera cambiar de opinión. Con lo bien que ya se sentía. Sin embargo, tenía que reconocer que debía visitar a menudo la ciudad y así conocerla de nuevo, pero ¿con la guía de un guardaespaldas? No la entusiasmaba mucho esa idea  

—Reconozco que al principio no es fácil, —dijo su madre mientras recogía su bolsa para regresar al trabajo —pero ya te acostumbrarás y me lo agradecerás, eso te lo aseguro.

Fijó su mirada en su hija quien todavía no estaba de acuerdo con esa idea. Se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla.

—Yo que tú, no perdería tiempo y me iba de compras. Que te diviertas.

Vio cómo salía de la casa al mismo tiempo que era acompañada por su guardaespaldas, "ya te acostumbrarás" se le vinieron a la mente las frases de su madre. Ya no era una niña, había cumplido ya los veinte y quería independizarse, aunque fuera solo un poco, pero era imposible teniendo a unos padres como los que tenía. Se acordó de que tenía que conocer a su nuevo guardaespaldas, suspiró hondo, sin embargo, se le ocurrió ir primero a la cocina y pedirle a Cándida un trozo de papel.

Salió al patio donde estaba Héctor con una mano apoyada en la otra, con la común postura de los guardaespaldas. Llevaba puesto un traje negro y tenía la mirada fija; ella se armó de valor y estaba decidida a deshacerse de él. Una vez que se puso delante de él se quedó paralizada y no conseguía articular palabra alguna, por un segundo se había quedado en blanco. Nunca antes había visto algo tan bello y perfecto, tenía unos ojos preciosos, de color azul marino y el pelo castaño, tenía unos labios perfectos y deseables... No sabía por qué, pero sintió que lo había visto antes en alguna parte, solo que la parecía imposible. De repente consiguió aclararse, no tenía por qué estar allí de pie observándolo de esa manera que cualquiera leería sus pensamientos., Sin pensárselo dos veces, le quitó a Héctor el bolígrafo que llevaba colgado de su chaqueta sin importar la mirada sorprendida de éste.

—Supongo que si te has ofrecido a trabajar aquí es porque necesitas dinero —decía mientras escribía algunas cifras en el trozo de papel —Yo en cambio te ofrezco 10.000 euros, con la simple condición de que le digas a mi madre que no puedes trabajar para mí —le tendió el papel. Tengo una tarjeta de crédito y podemos pasar a cobrarlo.

Él no respondió palabra, pero estuvo observándola en todo el momento sin inmutarse, así que ella insistió:

—Es una buena oferta, pero si te parece poco puedo añadir más, solo quiero que me digas algo.

—Disculpe señorita —contestó al fin con una encantadora voz según le pareció a ella —su madre me ha encargado al cuidado de su seguridad así que estoy dispuesto a hacerlo—habló sin siquiera mirarla esta vez —Ah, y no se le olvide, —al fin dijo fijándose en ella—no todos trabajamos solo por el dinero, algunos lo hacen para cumplir sueños o caprichos.

Así que ese era su sueño, pensó ella, o tal vez su capricho. Eso la hizo reír encantada, la interesaba el comentario. Le entendía porque ella también tenía el suyo que era dibujar y no podía cambiarlo por nada, siempre había sido una de las mejores mientras aún estudiaba y no había dejado de hacerlo.

—Ok, de acuerdo, tú ganas, —dijo mientras partía el papel en pedazos y regresaba el bolígrafo en su lugar —solo espero que no te arrepientas más tarde porque sé que lo harás.

No quería ningún guardaespaldas así que estaba dispuesta a lo que fuera con tal de que se marchara. Quería saber hasta cuánto estaba dispuesto a aguantar y mantener su palabra.

—Bueno, ahora que estamos de acuerdo, ya no me llames señorita sino simplemente Hannah. ¿Está claro?

—Lo tendré en cuenta. Hannah lo miró a los ojos y se preguntaba cómo se podía ser tan guapo y atractivo, cualidades que nunca había fijado en otra persona.

Apartó la mirada y se observó a sí misma, luego lo miró.

—Nos vamos de compras. Espero que me lleves a la mejor tienda que conozcas, me han comentado que conoces muy bien la ciudad.

Regresó a la casa y subió a cambiarse. Héctor suspiró profundo, sabía que no le iba a resultar fácil trabajar con aquella chica que para su sorpresa había cambiado bastante, pero estaba preparado, solo se trataba de una joven rica y caprichosa, los había conocido peores. Se preguntaba qué pasaría si le decía quién era en realidad él, sin embargo, no iba a hacerlo hasta averiguar qué tanto había cambiado realmente.

Puso en marcha el auto con el que tenía que llevarla de compras; era un Audi A6, de color violeta. Cuando por fin apareció Hannah y él salió a abrirle la puerta trasera.

—Qué amable —dijo con ironía. Héctor soltó un resoplido y le cerró la puerta para luego subirse al asiento del conductor. Salieron del patio y se dirigieron al centro de la ciudad. Hannah acabó rompiendo el largo silencio cuando le pidió que encendiera la radio. Héctor obedeció sin pronunciar palabra. De pronto estaba sonando “Mirror”, uno de los temas de Justin Timberlake. Era la que más le gustaba de él. Conocía la letra y no dudó en ponerse a cantarla. De repente el auto se detuvo frente a una gigantesca tienda.

—Hemos llegado —la dijo. Ahora zona otra música y se trataba de uno de los grandes éxitos de Enrique Iglesias.

Cuando Héctor, el hombre de los ojos azules se bajó del coche, ella supo que se le ocurriría abrirle la puerta y así fue, pero cuando se acercó, ella decidió hacerlo por su cuenta, quería identificar las cosas que podían molestarle. Se bajó del auto y cerró la puerta. Caminó hacia los enormes escalones que guiaban a la entrada de la entrada y a su guardaespaldas no le quedó de otra que seguirla.

Una vez que se encontraron dentro, Hannah se dio cuenta que todas las miradas femeninas que estaban ahí presentes se habían centrado en él y eso la había incomodado, razón por la que aceleró sus pasos yendo de una estantería a otra comprando todo cuanto la gustaba. Él tenía que estar lo más cerca posible de él para no perderla de vista. Después de pagar todo lo que debía en la caja, le entregó todas las bolsas de plástico a Héctor para que se ocupara él mientras caminaba con aire de superioridad hacia la salida y se iba directo al coche sin esperar a que él la abriera la puerta.

El hasta ahora silencioso guardaespaldas ya era consciente de que no iba resultar una tarea fácil trabajar para ella, de hecho, ya le había declarado la guerra al principio y ya había empezado a mostrárselo. 

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