Había transcurrido ya una semana y ya su imagen salía en las revistas, la consideraban como una de las bellezas de la ciudad gracias a que su madre era una gran diseñadora de moda. Tenía su propia firma. Desde que había llegado a Londres la había notado muy ocupada; si no estaba sobre algunos papeles que suponía su trabajo, siempre iba pegada al celular. No tenía casi tiempo para nada, se había sacrificado en cuerpo y alma a su trabajo y no había manera de interrumpirla, porque resultaría inútil.
En ocasiones Georgina mostraba preocupación al reconocer lo incapaz que era de dedicarle suficiente tiempo a su hija después de haber deseado tenerla otra vez junto a ella. Ni siquiera encontraba el momento de mostrarle la ciudad que después de varios años lejos de ella, Hannah desconocía. Para su fortuna, Hannah la entendía perfectamente, sabía que no era nada fácil estar en su lugar y ser lo que era, ya confiaba en que en cualquier momento tendría la oportunidad de conocer la ciudad, pero por ahora le bastaba con conocer aún más a Cándida con quien se estaba llevando muy bien, hasta se estaban haciendo amigas, conversaban sobre diversos temas y de vez en cuando iban juntas al súper, ahora podía decir que conocía algún lugar de Londres. Y cuando no estaba con ella, se metía en su cuarto y dibujaba. Le encantaba dibujar y así se distraía, y si no lo hacía, hablaba con su padre por teléfono. Hacía diseños de ropa, aunque le pareciera que no eran interesantes, sí que tenía talento; había dibujado unos cuantos maniquís con vestidos. No mostraba a nadie sus dibujos, ni mucho menos a su madre, sabía que se alegraría y se haría ilusiones, ella no estaba preparada para eso. Prefería hacerlo solo como pasatiempo.
Aquella mañana se había duchado y como no iba a salir, se puso unos pantalones cortos de color blanco y una camiseta y bajó para la cocina, pero cuando ya se encontraba en el salón se sorprendió con que su madre seguía en la casa y por lo visto estaba arreglando un asunto.
—¿Mamá? ¿Qué haces todavía aquí? Pensé que ya te habías ido a trabajar.
—Lo sé hija, pero quería traerte personalmente la sorpresa que he preparado para ti —dijo emocionada.
Recordó que Cándida le había advertido sobre las sorpresas de su madre, pero, ahora ¿qué se había tramado?, se preguntó.
—¿De qué se trata? —preguntó. No quería recibir de nuevo gente extraña.
—Está fuera —contestó. Hannah miró hacia fuera y pudo ver a un hombre de espaldas que seguramente era un guardaespaldas, pero estaba bien claro que no era el de su madre, este era más joven.
La inundó el pánico y deseo que no fuera lo que se estaba imaginando.
—Mamá, ¿qué es eso?—Es tu guardaespaldas, al mismo tiempo tu chófer.
—Es una broma ¿verdad? —quería que fueran alucinaciones, no quería que fuera cierto.
—Por supuesto que no ¿Cómo crees? —Dijo con seriedad —se llama Héctor y conoce muy bien la ciudad, podrá llevarte a cualquier lugar que quieras, a ver si así te despejas un poco y deje de parecer que te tengo aquí encerrada.
Ella nunca había pensado en eso, pero conocía a su madre, no había nada que la hiciera cambiar de opinión. Con lo bien que ya se sentía. Sin embargo, tenía que reconocer que debía visitar a menudo la ciudad y así conocerla de nuevo, pero ¿con la guía de un guardaespaldas? No la entusiasmaba mucho esa idea
—Reconozco que al principio no es fácil, —dijo su madre mientras recogía su bolsa para regresar al trabajo —pero ya te acostumbrarás y me lo agradecerás, eso te lo aseguro.
Fijó su mirada en su hija quien todavía no estaba de acuerdo con esa idea. Se acercó a ella y le dio un beso en la mejilla.
—Yo que tú, no perdería tiempo y me iba de compras. Que te diviertas.
Vio cómo salía de la casa al mismo tiempo que era acompañada por su guardaespaldas, "ya te acostumbrarás" se le vinieron a la mente las frases de su madre. Ya no era una niña, había cumplido ya los veinte y quería independizarse, aunque fuera solo un poco, pero era imposible teniendo a unos padres como los que tenía. Se acordó de que tenía que conocer a su nuevo guardaespaldas, suspiró hondo, sin embargo, se le ocurrió ir primero a la cocina y pedirle a Cándida un trozo de papel.
Salió al patio donde estaba Héctor con una mano apoyada en la otra, con la común postura de los guardaespaldas. Llevaba puesto un traje negro y tenía la mirada fija; ella se armó de valor y estaba decidida a deshacerse de él. Una vez que se puso delante de él se quedó paralizada y no conseguía articular palabra alguna, por un segundo se había quedado en blanco. Nunca antes había visto algo tan bello y perfecto, tenía unos ojos preciosos, de color azul marino y el pelo castaño, tenía unos labios perfectos y deseables... No sabía por qué, pero sintió que lo había visto antes en alguna parte, solo que la parecía imposible. De repente consiguió aclararse, no tenía por qué estar allí de pie observándolo de esa manera que cualquiera leería sus pensamientos., Sin pensárselo dos veces, le quitó a Héctor el bolígrafo que llevaba colgado de su chaqueta sin importar la mirada sorprendida de éste.
—Supongo que si te has ofrecido a trabajar aquí es porque necesitas dinero —decía mientras escribía algunas cifras en el trozo de papel —Yo en cambio te ofrezco 10.000 euros, con la simple condición de que le digas a mi madre que no puedes trabajar para mí —le tendió el papel. Tengo una tarjeta de crédito y podemos pasar a cobrarlo.
Él no respondió palabra, pero estuvo observándola en todo el momento sin inmutarse, así que ella insistió:
—Es una buena oferta, pero si te parece poco puedo añadir más, solo quiero que me digas algo.
—Disculpe señorita —contestó al fin con una encantadora voz según le pareció a ella —su madre me ha encargado al cuidado de su seguridad así que estoy dispuesto a hacerlo—habló sin siquiera mirarla esta vez —Ah, y no se le olvide, —al fin dijo fijándose en ella—no todos trabajamos solo por el dinero, algunos lo hacen para cumplir sueños o caprichos.
Así que ese era su sueño, pensó ella, o tal vez su capricho. Eso la hizo reír encantada, la interesaba el comentario. Le entendía porque ella también tenía el suyo que era dibujar y no podía cambiarlo por nada, siempre había sido una de las mejores mientras aún estudiaba y no había dejado de hacerlo.
—Ok, de acuerdo, tú ganas, —dijo mientras partía el papel en pedazos y regresaba el bolígrafo en su lugar —solo espero que no te arrepientas más tarde porque sé que lo harás.
No quería ningún guardaespaldas así que estaba dispuesta a lo que fuera con tal de que se marchara. Quería saber hasta cuánto estaba dispuesto a aguantar y mantener su palabra.
—Bueno, ahora que estamos de acuerdo, ya no me llames señorita sino simplemente Hannah. ¿Está claro?
—Lo tendré en cuenta. Hannah lo miró a los ojos y se preguntaba cómo se podía ser tan guapo y atractivo, cualidades que nunca había fijado en otra persona.
Apartó la mirada y se observó a sí misma, luego lo miró.
—Nos vamos de compras. Espero que me lleves a la mejor tienda que conozcas, me han comentado que conoces muy bien la ciudad.
Regresó a la casa y subió a cambiarse. Héctor suspiró profundo, sabía que no le iba a resultar fácil trabajar con aquella chica que para su sorpresa había cambiado bastante, pero estaba preparado, solo se trataba de una joven rica y caprichosa, los había conocido peores. Se preguntaba qué pasaría si le decía quién era en realidad él, sin embargo, no iba a hacerlo hasta averiguar qué tanto había cambiado realmente.
Puso en marcha el auto con el que tenía que llevarla de compras; era un Audi A6, de color violeta. Cuando por fin apareció Hannah y él salió a abrirle la puerta trasera.
—Qué amable —dijo con ironía. Héctor soltó un resoplido y le cerró la puerta para luego subirse al asiento del conductor. Salieron del patio y se dirigieron al centro de la ciudad. Hannah acabó rompiendo el largo silencio cuando le pidió que encendiera la radio. Héctor obedeció sin pronunciar palabra. De pronto estaba sonando “Mirror”, uno de los temas de Justin Timberlake. Era la que más le gustaba de él. Conocía la letra y no dudó en ponerse a cantarla. De repente el auto se detuvo frente a una gigantesca tienda.
—Hemos llegado —la dijo. Ahora zona otra música y se trataba de uno de los grandes éxitos de Enrique Iglesias.
Cuando Héctor, el hombre de los ojos azules se bajó del coche, ella supo que se le ocurriría abrirle la puerta y así fue, pero cuando se acercó, ella decidió hacerlo por su cuenta, quería identificar las cosas que podían molestarle. Se bajó del auto y cerró la puerta. Caminó hacia los enormes escalones que guiaban a la entrada de la entrada y a su guardaespaldas no le quedó de otra que seguirla.
Una vez que se encontraron dentro, Hannah se dio cuenta que todas las miradas femeninas que estaban ahí presentes se habían centrado en él y eso la había incomodado, razón por la que aceleró sus pasos yendo de una estantería a otra comprando todo cuanto la gustaba. Él tenía que estar lo más cerca posible de él para no perderla de vista. Después de pagar todo lo que debía en la caja, le entregó todas las bolsas de plástico a Héctor para que se ocupara él mientras caminaba con aire de superioridad hacia la salida y se iba directo al coche sin esperar a que él la abriera la puerta.
El hasta ahora silencioso guardaespaldas ya era consciente de que no iba resultar una tarea fácil trabajar para ella, de hecho, ya le había declarado la guerra al principio y ya había empezado a mostrárselo.
Transcurrían los días y Hannah asentía que estaba interpretando a perfección su papel de niña caprichosa. Recurría a cualquier estrategia para conseguir hacerle rendirse, lamentablemente no lo conseguía hasta ahora. Le resultaba gracioso sacarlo de sus casillas y sobretodo pedirle que hiciera cosas que no le estaban permitido a un guardaespaldas hacer. En uno de esos días, fueron invitados ella y su madre a una fiesta. Por más que le dijo a su madre que no quería acudir, ella insistió. —Es una gran oportunidad para que estemos juntas—la había dicho—sé que la pasarás bien. Así fue como acabó sucumbiéndose a su petición y se encontraba en la fiesta. Era una fiesta elegante. La celebración se realizaba en un salón enorme, había música clásica de fondo y en una esquina estaba instalado un gran banquete con todo tipo de alimento. A pesar de que había alimento de diversos gustos, Hannah sentía que faltaba algo. Empezaba a hartarse de tener que alimentarse s
Se despertó con más energía el día siguiente y con más ganas de hacerle la vida imposible a Héctor. Eran las nueve de la mañana, después de darse un buen baño, bajó a la cocina donde lo encontró tomándose el desayunando. Cándida estaba poniéndole la mesa a ella, los saludó con una sonrisa y solo ella respondió a su saludo. Se percató en que él ni siquiera le dirigía la mirada y pensó que tal vez estaba molesto por lo que sucedió en la fiesta anoche. Le quitó importancia y se sentó a la mesa. —Ya tienes listo el desayuno, —le dijo Cándida la criada —espero que lo disfrutes. —Gracias Candy, eres muy amable, —dijo con una amable sonrisa —es agradable saber que hay gente que se preocupa por ti. Ante ese comentario, Héctor se levantó del taburete, sabía que estaba refiriéndose a él y no iba a quedarse allí sentado esperando que le hicieran enojar. Pero antes de salir apareció Fares, el jardinero. Saludó a Hannah con una reverencia al tiempo que se acercaba a Hécto
Hannah se metió en su cuarto y cogió su libro de dibujos. Lo abrió sobre la mesa y observó el esbozo que había hecho días atrás, era de Héctor, le había dibujado. Tuvo ganas de arrancarlo, pero no lo hizo porque supo que se arrepentiría más tarde. Había esbozado su rostro con una sonrisa con la que nunca le había visto. Desde que le conocía no había conseguido verlo sonreír libremente y sabía que era culpa suya. Lo que más le gustaba de él, eran esos ojos azules que tenía. Eran demasiados atractivos para ella y curiosamente le recordaban a alguien, pero no recordaba a quién. Miró una y otra vez el dibujo, y de repente sonrió, se había acordado de la discusión que había tenido con él en el patio y le resultaba gracioso verlo enojarse, pero una vez que pensó que en cualquier momento podía cansarse de ella y marcharse dejó de sonreír. ¿Por qué de pronto le preocupaba que se fuera? Se suponía que de eso se trataba, obligarlo a irse. Y sin embargo, prefería que se qu
El día siguiente fue mucho más complicado de lo que se imaginaban. Georgina no había ido a trabajar temprano, había decidido tomar el desayuno con su única y querida hija. Hacía una mañana espléndida y no quería desperdiciarla. A parte de eso, tenía algo importante que quería comentarle a su hija, eso se notaba claramente en su rostro.Se encontraban sentadas en el jardín junto a la piscina tomando el desayuno que les había preparado Cándida.—Ayer hablé con tu padre —dijo después de beberse un sorbo de café.—¿Así? ¿Y qué dice? —se mostró interesada mientras apartaba la mirada de la revista que llevaba en los brazos.—Lo de siempre. Quiere que hablemos sobre el tema de hace tres años. —Mamá, por primera vez en tu vida ¿por qué
No entendía el por qué se sentía mal por la dimisión de Héctor, se suponía que era lo que quería, que se apartara de su vida, pero ahora que lo había conseguido se sentía fatal. Las lágrimas no paraban de brotarle de los ojos mientras se aferraba a su almohada, quería gritar y llorar, pero no quería reconocer cuanto necesitaba a su guardaespaldas. Llamaron a la puerta. —No quiero ver a nadie —masculló. —Mi niña, por favor tienes que comer. No sea que vayas a enfermarte —era Cándida hablando tras la puerta. —Estoy bien, solo necesito estar sola. Cándida no soportaba verla desmoronarse de esa manera así que decidió hacer algo que le estaba prohibido. —Oye, y ¿si te dijera que tengo su dirección? Antes que se diera cuenta se abrió la puerta y se asomó Hannah. —¿Es en serio? —Claro, como de todos los de más empleados, aunque estoy segura de que me odiaría si te lo entregara. Pero eso no me importa si me promet
Al llegar en la casa subió lo más pronto que pudo a su cuarto, por suerte su madre no estaba en casa, seguramente estaba intentando conseguir un nuevo guardaespaldas para ella. En cambio Cándida sí estaba en la casa y no quería que la viera en este estado después de haberle prometido que todo seguiría igual al hablar con Héctor, algo que no podía cumplir, pero desafortunadamente ella le había visto entrar y la siguió hasta su cuarto. Se había echado en su cama abrazada con una de sus almohadas y no dejaba de sollozar. — ¡Dios mío cariño! — dijo la ama de la casa sentándose sobre la cama—. ¿Qué ha pasado? — No le importó que le suplicara que regresara… no me hizo caso. — Me prometiste que no pasaría nada. — Lo intenté, pero no puedo… lo siento. — Bueno ya está, ven aquí— Hannah se incorporó y se echó a sus brazos.— Todo saldrá bien mi niña, no tienes por qué preocuparte. — Pero quiero que vuelva. — Qué ironía,— dijo con
El día amaneció como de costumbre, la luz de la mañana asomaba por su ventana, pero no se molestó en levantarse, quería seguir durmiendo todo lo que fuera necesario pero ese deseo suyo no duró demasiado porque llamaron a su puerta. Gruñó entre las sabanas y como no contestaba se abrió la puerta, Cándida entró más feliz de lo acostumbrado, se acercó a la ventana y dejó que la luz penetrara en el cuarto en su total plenitud, Hannah escondió su rostro bajo la sábana por la fuerza de la luz. — Es hora de despertarse— dijo Cándida acercándose hasta la cama. — Presiento que este día será bastante largo, déjame acortarlo un poco más. — Son las nueve de la mañana, supongo que ya lo has acortado lo suficiente. Además, adivina quién está esperándote en el patio. — El nuevo guardaespaldas— dijo asomando su rostro fuera de la sabana. — Has acertado. — ¿Y qué tiene eso de bueno? — Pues que es más guapo,— dijo sentándose sobre la cama
Preparó el auto entre tanto que ella tardaba en regresar. Regresó unos minutos más tarde ya cambiada, llevaba puesta unos vaqueros con una blusa de color blanco con unas zapatillas del mismo color. Se había recogido el pelo y se veía preciosa. Héctor no se quedó a observarla, le abrió la puerta de copiloto y ella se subió, después se subió él en el asiento del conductor y puso el auto en marcha. Abandonaron el patio y se dirigieron a la ciudad. — ¿Dónde me llevas? — Ya que no me lo has sugerido, voy a llevarte a un lugar que creo que va a gustarte. — Pues eso espero.Durante un rato la trayectoria fue silenciosa hasta que ella decidió hablar.— ¿Por qué decidiste regresar? — Bueno, teniendo en cuenta que ayer te amenazaron, quería asegurarme de que no estabas asustada, o sea, en peligro. — los dos sonrieron. — Es en serio, Héctor, ¿Qué te hizo cambiar de opinión? — La verdad no lo sé. Supongo que siempre hubo algo que me at