Minutos después, Hannah observó que el coche daba un giro y luego se adentraba en un patio enorme y precioso.
—Hemos llegado, señorita —oyó decir al conductor una vez aparcado la limusina en la entrada de la casa. Se bajó él primero y le abrió la puerta a ella. Ella salió del auto sin dejar de mirar aquella maravilla de casa que parecía sacada de una revista de decoración, pensó ella. Era un chalet de tipo dúplex, el patio estaba cubierto de césped recién cortada. A un extremo de la casa se podía distinguir una piscina, su punto débil, le encantaba.
Salió de sus pensamientos una vez que escuchó una voz familiar que venía de dentro. Miró hacia atrás y allí estaba de pie con esa mirada sonriente a la que hacía tres veranos sin ver.
—¡Hannah! Llegaste —era su madre. Se acercó alegremente a ella —no te imaginas cuánto te he estado esperando.Le dio un fuerte abrazo. Hannah no tenía palabras y solo se limitó a envolverse en sus brazos; reconoció ese perfume suyo, seguía siendo el mismo que conocía cuando era niña. No lo había cambiado. Ese olor la recordó su infancia. Cerró los ojos mientras que el chófer metía sus maletas en la casa.
Al entrar en la casa observó su nuevo cuarto, era suficientemente amplio que el anterior y estaba muy bien ordenado, le recordaba los cuartos de princesas que había leído en los libros de cuentos infantiles. Entró una criada en su cuarto y por su apariencia vio que debía ser unos años más mayor que su madre.
—Hola señorita. Soy Cándida —se presentó amablemente —, quiero que sepa que estoy aquí para lo que necesites.
—Muchas gracias —se limitó a decir.—Si necesitas que te ayude a instalarte...
—No, no hace falta en serio. Puedo sola.
—De acuerdo. No sabes lo mucho que hablaba tu madre de ti —comentó —dijo que eras hermosa, y por lo visto tenía razón. Eres preciosa.Ella apenas consiguió sonreír y se sentó al borde de la cama.
—Así que mi madre te ha hablado de mí.
—Muchísimas veces.
—¡Vaya! ¿Cuánto hace que llevas trabajando aquí?
—Desde que vino a vivir a esta ciudad hace tres años. Yo la ayudaba en casi todo. Nunca se me olvida ese momento —expresó, y la pareció que los recuerdos de aquellos tiempos pasearan por su mente intentando recordarlo todo.
—Así que la conoces muy bien —suspiró con tranquilidad.
—Lo suficiente como para saber que te traerá muchas sorpresas —dijo con una sonrisa —Bueno, te dejo para que te instales.
Después de despedirse salió de la habitación. Cuando se hubo marchado, Hannah se cambió y se puso una blusa más cómoda, se echó en la cama e intentó descansar un rato.
Despertó sobresaltada al escuchar que llamaban a la puerta. Miró su reloj de mano, ¡Ya eran las cuatro de la tarde! Lo que significaba que había dormido al menos de dos horas.
—Adelante —dijo incorporándose en la cama. De pronto apareció de nuevo Cándida. —Perdona que te interrumpa, abajo están esperándote.
<<¿Esperándome? ¿Pero quién será? Si apenas acababa de llegar>> se dijo a sí misma.
—Me daré una ducha y enseguida bajo —se limitó a decir. Cuando se hubo marchado se puso en pie a duras penas, se quitó la ropa que llevaba, se ató una toalla rosa y se metió en el cuarto de baño.
Bajó cuidadosamente las escaleras y cuando ya estaba en el salón se preguntó dónde estaban todos. Afortunadamente llegó Cándida en ese instante.
—Estás preciosa —le dijo observándola. Ella echó una ojeada al vestido que llevaba, era violeta, su color favorito y le llegaba hasta las rodillas. Se había recogido el cabello y se había maquillado solo un poco.
—Todos están fuera esperándote.—¿Puedo saber qué está sucediendo? —preguntó algo indignada.
—Es una sorpresa de tu madre —dijo amablemente.
"Ya" —pensó y salió fuera. Sí que era una verdadera sorpresa. Lo habían planeado todo; había unas cuantas mesas bien alineadas y otra más grande cubierta de un gran banquete en medio del patio. Sirvientes de un lado para otro procurando que todos los presentes estuvieran satisfechos. Se podía notar que todos los allí presentes eran de alta sociedad. Por lo visto su madre se había convertido en una mujer importante en la sociedad longuinense y podía conseguir lo que quisiera. Fijándose bien pudo distinguir algunos cuantos periodistas en busca de recabar alguna noticia relevante.
De repente notó que la mirada de todos estaba sobre ella lo que la hizo ruborizarse y se puso nerviosa. Por suerte se acercó su madre hacia ella con una amplia sonrisa y la tomó de la mano dispuesta a presentarla orgullosamente ante todos sus amigos. Intentó disimular el pánico que la invadía, nunca había querido ser expuesta al público de la fama y solo observaba cómo lo hacían sus padres con total naturalidad. Después de su presentación pudo ver cómo se acercaban a tenderle la mano deseando que le agrade su nuevo país. Procuró sonreír a cada uno en lo que pudo y en ningún momento se apartaron los flashes de los fotógrafos sobre ella, eso la hizo creer que en algún momento se iba a marear hasta desmayarse en medio de esa gente.
Su madre siempre iba acompañada de un guardaespaldas dispuesto a dar su vida por ella si llegaba la ocasión. Se extrañó de cómo soportaba tener a alguien todo el tiempo pegado a ella, le parecía inhumano y extremadamente insoportable. Con el tiempo ella se fue sintiendo más cómoda y al final todo acabó en una cena agradable. Conoció a cierta gente y entre ellos a Sergio, un chico rico que iba acompañado de su padre, un gran empresario que parecía ser buen amigo de la madre de Hannah.
Había transcurrido ya una semana y ya su imagen salía en las revistas, la consideraban como una de las bellezas de la ciudad gracias a que su madre era una gran diseñadora de moda. Tenía su propia firma. Desde que había llegado a Londres la había notado muy ocupada; si no estaba sobre algunos papeles que suponía su trabajo, siempre iba pegada al celular. No tenía casi tiempo para nada, se había sacrificado en cuerpo y alma a su trabajo y no había manera de interrumpirla, porque resultaría inútil. En ocasiones Georgina mostraba preocupación al reconocer lo incapaz que era de dedicarle suficiente tiempo a su hija después de haber deseado tenerla otra vez junto a ella. Ni siquiera encontraba el momento de mostrarle la ciudad que después de varios años lejos de ella, Hannah desconocía. Para su fortuna, Hannah la entendía perfectamente, sabía que no era nada fácil estar en su lugar y ser lo que era, ya confiaba en que en cualquier momento tendría la oportunidad
Transcurrían los días y Hannah asentía que estaba interpretando a perfección su papel de niña caprichosa. Recurría a cualquier estrategia para conseguir hacerle rendirse, lamentablemente no lo conseguía hasta ahora. Le resultaba gracioso sacarlo de sus casillas y sobretodo pedirle que hiciera cosas que no le estaban permitido a un guardaespaldas hacer. En uno de esos días, fueron invitados ella y su madre a una fiesta. Por más que le dijo a su madre que no quería acudir, ella insistió. —Es una gran oportunidad para que estemos juntas—la había dicho—sé que la pasarás bien. Así fue como acabó sucumbiéndose a su petición y se encontraba en la fiesta. Era una fiesta elegante. La celebración se realizaba en un salón enorme, había música clásica de fondo y en una esquina estaba instalado un gran banquete con todo tipo de alimento. A pesar de que había alimento de diversos gustos, Hannah sentía que faltaba algo. Empezaba a hartarse de tener que alimentarse s
Se despertó con más energía el día siguiente y con más ganas de hacerle la vida imposible a Héctor. Eran las nueve de la mañana, después de darse un buen baño, bajó a la cocina donde lo encontró tomándose el desayunando. Cándida estaba poniéndole la mesa a ella, los saludó con una sonrisa y solo ella respondió a su saludo. Se percató en que él ni siquiera le dirigía la mirada y pensó que tal vez estaba molesto por lo que sucedió en la fiesta anoche. Le quitó importancia y se sentó a la mesa. —Ya tienes listo el desayuno, —le dijo Cándida la criada —espero que lo disfrutes. —Gracias Candy, eres muy amable, —dijo con una amable sonrisa —es agradable saber que hay gente que se preocupa por ti. Ante ese comentario, Héctor se levantó del taburete, sabía que estaba refiriéndose a él y no iba a quedarse allí sentado esperando que le hicieran enojar. Pero antes de salir apareció Fares, el jardinero. Saludó a Hannah con una reverencia al tiempo que se acercaba a Hécto
Hannah se metió en su cuarto y cogió su libro de dibujos. Lo abrió sobre la mesa y observó el esbozo que había hecho días atrás, era de Héctor, le había dibujado. Tuvo ganas de arrancarlo, pero no lo hizo porque supo que se arrepentiría más tarde. Había esbozado su rostro con una sonrisa con la que nunca le había visto. Desde que le conocía no había conseguido verlo sonreír libremente y sabía que era culpa suya. Lo que más le gustaba de él, eran esos ojos azules que tenía. Eran demasiados atractivos para ella y curiosamente le recordaban a alguien, pero no recordaba a quién. Miró una y otra vez el dibujo, y de repente sonrió, se había acordado de la discusión que había tenido con él en el patio y le resultaba gracioso verlo enojarse, pero una vez que pensó que en cualquier momento podía cansarse de ella y marcharse dejó de sonreír. ¿Por qué de pronto le preocupaba que se fuera? Se suponía que de eso se trataba, obligarlo a irse. Y sin embargo, prefería que se qu
El día siguiente fue mucho más complicado de lo que se imaginaban. Georgina no había ido a trabajar temprano, había decidido tomar el desayuno con su única y querida hija. Hacía una mañana espléndida y no quería desperdiciarla. A parte de eso, tenía algo importante que quería comentarle a su hija, eso se notaba claramente en su rostro.Se encontraban sentadas en el jardín junto a la piscina tomando el desayuno que les había preparado Cándida.—Ayer hablé con tu padre —dijo después de beberse un sorbo de café.—¿Así? ¿Y qué dice? —se mostró interesada mientras apartaba la mirada de la revista que llevaba en los brazos.—Lo de siempre. Quiere que hablemos sobre el tema de hace tres años. —Mamá, por primera vez en tu vida ¿por qué
No entendía el por qué se sentía mal por la dimisión de Héctor, se suponía que era lo que quería, que se apartara de su vida, pero ahora que lo había conseguido se sentía fatal. Las lágrimas no paraban de brotarle de los ojos mientras se aferraba a su almohada, quería gritar y llorar, pero no quería reconocer cuanto necesitaba a su guardaespaldas. Llamaron a la puerta. —No quiero ver a nadie —masculló. —Mi niña, por favor tienes que comer. No sea que vayas a enfermarte —era Cándida hablando tras la puerta. —Estoy bien, solo necesito estar sola. Cándida no soportaba verla desmoronarse de esa manera así que decidió hacer algo que le estaba prohibido. —Oye, y ¿si te dijera que tengo su dirección? Antes que se diera cuenta se abrió la puerta y se asomó Hannah. —¿Es en serio? —Claro, como de todos los de más empleados, aunque estoy segura de que me odiaría si te lo entregara. Pero eso no me importa si me promet
Al llegar en la casa subió lo más pronto que pudo a su cuarto, por suerte su madre no estaba en casa, seguramente estaba intentando conseguir un nuevo guardaespaldas para ella. En cambio Cándida sí estaba en la casa y no quería que la viera en este estado después de haberle prometido que todo seguiría igual al hablar con Héctor, algo que no podía cumplir, pero desafortunadamente ella le había visto entrar y la siguió hasta su cuarto. Se había echado en su cama abrazada con una de sus almohadas y no dejaba de sollozar. — ¡Dios mío cariño! — dijo la ama de la casa sentándose sobre la cama—. ¿Qué ha pasado? — No le importó que le suplicara que regresara… no me hizo caso. — Me prometiste que no pasaría nada. — Lo intenté, pero no puedo… lo siento. — Bueno ya está, ven aquí— Hannah se incorporó y se echó a sus brazos.— Todo saldrá bien mi niña, no tienes por qué preocuparte. — Pero quiero que vuelva. — Qué ironía,— dijo con
El día amaneció como de costumbre, la luz de la mañana asomaba por su ventana, pero no se molestó en levantarse, quería seguir durmiendo todo lo que fuera necesario pero ese deseo suyo no duró demasiado porque llamaron a su puerta. Gruñó entre las sabanas y como no contestaba se abrió la puerta, Cándida entró más feliz de lo acostumbrado, se acercó a la ventana y dejó que la luz penetrara en el cuarto en su total plenitud, Hannah escondió su rostro bajo la sábana por la fuerza de la luz. — Es hora de despertarse— dijo Cándida acercándose hasta la cama. — Presiento que este día será bastante largo, déjame acortarlo un poco más. — Son las nueve de la mañana, supongo que ya lo has acortado lo suficiente. Además, adivina quién está esperándote en el patio. — El nuevo guardaespaldas— dijo asomando su rostro fuera de la sabana. — Has acertado. — ¿Y qué tiene eso de bueno? — Pues que es más guapo,— dijo sentándose sobre la cama