Traición

—¿Cómo dices?—la voz que acompañó aquella pregunta fue baja, mortal. 

El individuo encargado de dar respuesta, tragó en seco antes de contestar: 

—No pudimos impedirlo, señor. Se la llevaron. 

Amaro soltó una maldición audible y al segundo siguiente, el hombre había dejado de respirar. Un disparo, eso había bastado para silenciarlo.

—¡Al próximo que me diga semejante bobería, lo mató!—ladró de nuevo. 

Ninguno de sus hombres quiso repetir el desafortunado desenlace. Sabían muy bien que su jefe no estaba en sus cabales, después de todo no habían sido días fáciles. 

Todo comenzó con el incendio a una de sus fábricas, las pérdidas que produjo el atentado fueron millonarias, comprometiéndolo de mala manera con muchos de sus socios. Y no se referían a los accionistas de sus empresas fantasmas, sino a gente peligrosa, a los grandes de la mafia. 

Y Amaro sabía muy bien quién había sido el culpable de todo… Ese maldito de Newton. 

Había sido un error no asegurarse de acabar con todos los hijos de su viejo amigo. Había matado al hombre y a su esposa, también al menor de sus hijos, pero al grande, ese se le había escapado. 

Era un mocoso en ese entonces. No sabía que tal error repercutiría de semejante manera. Y mientras pensaba en eso, no pudo evitar recordar aquel día. 

—Vamos, Lisandro, ya estamos en el mismo barco—le había dicho a su amigo con tranquilidad, luego de que lo había descubierto—. Lo quieras o no, tu empresa también está involucrada. No hagas un escándalo de esto, solamente disfruta las ganancias. 

Lisandro al escuchar aquellas palabras enfureció y acortó la distancia dándole un puñetazo en la cara al amigo que le había traicionado. 

—¡Eres un desgraciado, Amaro! Sabías muy bien en lo que me estabas involucrando y no te importó arrastrarme contigo. Ahora mi familia y mi empresa están sucias, ¡por tu culpa!

—Oh, qué dramático—se burló Amaro, limpiándose con el dorso de la mano la sangre que había salido de una esquina de su labio. 

—¡¿Y te atreves a burlarte?!

Lisandro enfureció mucho más ante el cinismo de su acompañante. 

La discusión había terminado de forma acalorada. El hombre, al ver que no tenía caso discutir con aquel amigo traidor, lo amenazó diciendo que lo iba a denunciar a las autoridades. 

—Piensa muy bien lo que haces—le amenazó Amaro—. Si cometes esa estupidez no seré el único en pudrirme en una prisión, recuerda que te irás conmigo también. 

—¡No me importa!

Lisandro era un hombre honesto, quien llevaba sobre sus hombros un legado intachable por parte de su familia. Los Newtons siempre habían sido una familia respetable, que se había forjado su riqueza de forma honrada. 

El error del humilde hombre había radicado en confiar en aquel amigo de la universidad, en el compañero que se mostró leal durante muchos años. 

—¡Es un negocio redondo!—le había dicho aquel día con entusiasmo—. ¡Con estas inversiones tu empresa se volverá mucho más grande!

Y de esa forma lo convenció de unir su empresa a nuevos socios, que resultaron ser la crema y nata de la mafia. Al poco tiempo descubrió que las inversiones no eran más que droga que llegaban en grandes contenedores, utilizando sus fábricas como fachada. 

Luego de aquella amenaza a su amigo, Lisandro llegó a su casa y le contó rápidamente a su mujer todo lo que pasaba. Su hijo Luke, de tan solo catorce años, entró en la habitación, encontrándose con su madrastra llorando. 

—¿Qué ocurre, padre?—había preguntado. 

—Empaca tus cosas, Luke, tenemos que desalojar la casa. 

Lisandro pretendía poner a salvo a su familia antes de destapar la bomba, pero no contaba con que hombres armados irrumpieran en la mansión en ese mismo día. 

Haciendo uso de las armas, sometieron a los miembros de la familia en la sala de la casa. Aarón, el hijo menor, se mostraba inquieto ante lo que sucedía, era un chiquillo de ocho años, asustado ante los fuertes gritos y las amenazas. 

—Esto será sencillo, amigo mío—había dicho Amaro con un manojo de papeles en su mano.  

—¡No pienso negociar contigo nada!

—¡Oh, lo harás, claro que sí!—afirmó el hombre dirigiéndose a la única mujer en la sala y acariciando su mejilla con lascivia. 

Lisandro vio la amenaza implícita en aquella acción y en su mente reconoció que no tenía salida. Era mejor quedarse sin nada a ver cómo mataban a su familia. 

Fue más de una semana lo que duraron secuestrados en su propia casa. Amaro, luego de cumplir con los trámites legales para el traspaso de la empresa de su amigo a su nombre, había prometido que los liberaría. Sin embargo, el hombre no había cumplido con su palabra. 

Y ese día, luego de llegar del código de comercio y de firmar la última y más importante acta que lo nombraba como dueño y señor de las empresas Newton, había decidido que era hora de desatar el infierno. 

Lisandro había abrazado a su esposa e hijos, cuando había cruzado el umbral de la casa al lado de Amaro. Ambos venían de culminar todos los trámites. 

—Todo ha terminado. Ya nos iremos—había informado el hombre a su familia, sin imaginarse lo que vendría después. 

—Lo siento, Lisandro. Pero luego de nuestro negocio, comprenderás que no puedes salir de aquí con vida—había dicho Amaro con tono siniestro. 

Tan pronto como sus palabras culminaron, una hilada de hombres los rodearon. Los hombres tenían en sus manos galones enteros de gasolina y pretendían pasar aquel incendio por un accidente. 

—¡Rocíen de gasolina hasta el último rincón!—había sido la orden. 

Lisandro, al ver lo que sucedía, reaccionó rápidamente, separándose de su esposa e hijos y yéndose a las manos con todos esos sujetos. Era uno solo en contra de más de diez hombres armados.

—Oh, amigo, debiste quedarte tranquilo, así el último recuerdo de tus hijos no sería tan feo—había dicho Amaro, al ver cómo el hombre daba su último aliento luego de haber sido brutalmente golpeado. 

Luke miró como los hombres se alejaban, dejando en el medio de la sala el cuerpo inerte de su padre, rodeado por un charco de sangre. 

Los gritos de su madrastra, acompañado del llanto de su hermano, era todo lo que se escuchaba. No había más que eso y un fuego que lo calcinaba todo. 

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