Arlet pasó la noche más larga de su vida encerrada en ese lugar oscuro, el cual parecía un cajón en el que no se filtraba ni la más mínima luz.
Fueron largas horas de llanto y de rogarle al cielo por un poco de piedad. Tenía miedo de morir, miedo porque presentía que su muerte no sería sencilla. Pero a la vez, veía en esa posibilidad una salida. Cuando finalmente la tortura terminara, cuando finalmente todo acabará, podría reunirse con su madre, podría conocerla, ya que nunca tuvo la oportunidad de hacerlo. Lamentablemente, su madre había muerto dándola a luz. Zelina, como su padre le contaba, era una mujer hermosa, encantadora, la cual lo cautivó con tan solo una mirada. Su padre la amaba, y lo sabía muy bien, porque tenía prácticamente un altar montado para ella en su habitación. Enormes cuadros de la mujer, rodeaban las paredes de aquella recámara, a la cual solía entrar muy poco. Su padre nunca se volvió a casar ni le conoció a otra pareja en todos esos años. Él siempre le hablaba de su madre, siempre la mantenía presente como si aún viviera. —Eres tan idéntica a ella—solía decirle de vez en cuando, con una mirada profunda empañando sus orbes. Arlet siempre había idealizado ese amor tan intenso que su padre le profesaba a su madre. Siempre había soñado con vivir una historia así, con conocer la intensidad de un sentimiento que ni con la muerte podía ser borrado.Realmente lo soñó, lo deseo y estuvo tan cerca de tenerlo; pensó ahora echando un vistazo al pasado. Y mientras visualizaba su pasado perdido, no pudo dejar de pensar en Nicolás, en todos los momentos que compartieron juntos, en las risas, en los instantes de llanto. Él era su amigo. Él era su único y más grande amor.Porque sí, se había enamorado de su guardaespaldas hacía mucho tiempo, pero nunca se lo confesó. Y ahora estaba ahí, arrepentida de no decírselo, de no expresarle lo mucho que lo quería con palabras, lo mucho que le hubiese gustado experimentar con él su primer beso. Arlet sacudió la cabeza desechando todas esas boberías, las cuales ya no importaban. ¿Qué caso tenía? Moriría y no volvería a verlo. Y mientras pensaba en ello, la puerta de aquella ratonera en la que se encontraba se abrió, revelando así a una figura que le heló los huesos… La jovencita se arrastró por el suelo de la habitación hasta dar con la pared más cercana, tenía miedo, eso era un hecho. «¿Su hora había llegado?», se preguntó. El hombre, portador de aquella mirada de hielo, cruzó con grandes zancadas el espacio que los separaba y, inclinándose sobre ella, le agarró de la barbilla para que lo mirara. Sus cejas se juntaron mínimamente en una expresión de extrema concentración, parecía pensar algo, estar a punto de tomar una decisión. Arlet tragó en seco esperando el veredicto, esperando conocer cómo sería su final… y así fue, a los pocos segundos, el horror se hizo presente ante sus ojos en forma de puñal. Un enorme mechón de su cabello fue jalado y al segundo siguiente había sido cortado. La jovencita, con el corazón latiéndole a mil, miró como aquel sujeto se alejaba empuñando gran parte de su pelo. Su hermoso pelo, el mismo que cuidaba mensualmente con costosos tratamientos.—Maldito loco—sollozó Arlet, viéndolo dirigirse a la puerta, luego de darle el susto de su vida. Por un momento pensó que la rebanaría. —Ruega porque esto sea suficiente para movilizar a tu padre, porque si no, la próxima vez no vendré para cortarte solo cabello—dicho eso, desapareció del lugar. La puerta se cerró y con ello regresó la oscuridad. Las horas siguieron transcurriendo y lo único que le habían traído de alimento, era un pan mohoso junto con un poco de agua. Arlet se negó a consumir ambas cosas, había decidido que lo mejor sería morir por inanición. De esa forma siguieron avanzando las horas y dos días de ayuno habían bastado para debilitarla. La muchacha presa de una fiebre que sacudía su cuerpo, contemplaba su muerte. «Resultó más pacífica de lo que pensé», se decía en ese estado semiinconsciente. —¡Maldición, Luke! No puedo creer que no me hayas permitido matarla, para dejarla morir así. ¡Mírala, hasta parece feliz!—No morirá—sentenció el hombre con tranquilidad. —¿Cómo puedes estar tan seguro? Parece estar agonizando. Se ve muy mal.—Esto no es más que una reacción natural de su cuerpo. Después de todo, no está acostumbrada a estar en un ambiente tan frío, ni a comer el tipo de basura que le hemos estado dando. —¡Ja! ¿Y entonces qué sugieres? ¿Traerle caviar? —Por supuesto que no—contestó con frialdad—. Pero no puedes esperar que una criatura tan débil, soporte más que esto. —¡¿Qué no lo puede soportar?! Pues su padre me tenía en peores condiciones cuando fui su prisionera. —Lo sé, Kenia. Tú eres fuerte. Pero ella…—dejó la frase inconclusa, porque lo que la completaba era más que evidente. —¡Maldita debilucha!—Pide que la trasladen, de lo contrario, morirá—dada la orden, salió de la habitación dejando el destino de Arlet en manos de la mujer. Kenia se mordió el labio inferior pensando en la posibilidad de torturarla y matarla ahora sí. Sin embargo, desechó el pensamiento, porque sabía que la muchacha era importante para atrapar al pez más gordo. Efectivamente, luego de un baño con agua caliente y un buen almuerzo, Arlet se sintió con mayores fuerzas. Las cosas fuera de su habitación se estaban tornando difíciles, mientras recuperaba lentamente su vitalidad. Amaro, luego de recibir una caja con una amenaza que contenía un mechón de cabello de su hija, enfureció mucho más y decidió darle cacería de una vez por toda al último de los Newtons. Ese mismo día ambos bandos se enfrentaron, resultando con Kenia herida. La mujer se debatía entre la vida y la muerte, y mientras eso sucedía, Luke entró en el cuarto de Arlet cegado por la ira. ¿Acaso Amaro creía que estaba jugando? ¿Creía que no sería capaz de torturar y matar a su querida hijita? Pues se encargaría de demostrarle lo contrario…La puerta de la habitación se abrió de golpe, haciendo que el corazón de la muchacha se acelerara por completo. «¿Qué estaba sucediendo?», se preguntó, viendo al individuo que la observaba desde el umbral. Un segundo, ese fue el tiempo que le otorgó para que asimilará que había llegado su final. Inmediatamente, sus pasos resonaron como una marcha fúnebre, presagiando un terrible desenlace. Moriría, pudo verlo escrito en esos ojos zarco, tan ardientes, pero al mismo tiempo tan helados. Sin embargo, como si se tratara de una liebre inútil que se niega a ser devorada por las fauces del lobo; corrió, corrió y tropezó sin siquiera haber llegado a un sitio de resguardo. Arlet sintió el golpe en sus rodillas y al segundo siguiente, había sido jalada y lanzada mucho más lejos. Un gemido de dolor se escapó de sus labios cuando su espalda chocó contra la pared más cercana. Sus labios quisieron suplicar por un poco de piedad, quisieron suplicarle para que se detuviera. ¿Pero siquiera ten
Arlet sentía que no podía moverse, uno a uno, sus huesos le dolían. Ese hombre la había arrojado tan fuerte, todavía no entendía cómo era que no la había matado de ese solo movimiento. «¿Qué le había hecho su padre para que la odiara tanto?», no dejaba de hacerse esa pregunta. Nunca había tenido que sentir este tipo de dolor, el dolor físico. Su padre jamás le había puesto un dedo encima, él siempre había sido muy complaciente. En su niñez y adolescencia lo tuvo todo, lujos, viajes, una vida aparentemente feliz. Todo era así hasta hacía apenas unos días. Ahora estaba a merced de ese monstruo, de ese hombre que al parecer disfrutaba de hacerla sufrir.¿Por qué no la mataba de una vez? ¿Por qué no acababa con su tortura?Los días y las horas se le hacían insoportables, desde esa noche, no había podido volver a dormir. Cada vez que sus ojos se cerraban, lo visualizaba, veía el azul de su mirada, veía su sed de sangre, veía su deseo de venganza.Ese hombre, ese rostro, se estaba hacie
—¿Y en serio crees que existe la justicia?—Yo creo que… creo que mi padre merece pagar por todos sus delitos. Él debería ir a la cárcel y…—¿La cárcel? No seas tonta. —Escúcheme, le estoy diciendo que…—No, escúchame tú a mí—la voz y la expresión del hombre cambió, haciendo que su cuerpo se estremeciera de miedo—. La cárcel sería un destino muy apacible para alguien como Amaro; yo pienso traerlo a aguas más profundas, pienso arrastrarlo hasta los confines más abismales del infierno. Que sienta como las llamas lo consumen, yo pienso matarlo con mis propias manos y créeme, no será una muerte feliz. Arlet lo miró perpleja, la pasión con la que decía esas palabras, era como si se tratara de su más grande sueño. Un sueño feo, retorcido, perverso. Ese hombre vivía para el cumplimiento de ese día, no había nada más que le importara en el mundo.—No puede hacer eso, porque entonces, ¿qué diferencia habría entre mi padre y usted?Él le regaló una media sonrisa siniestra antes de decir:—Ni
Kenia se recuperaba lentamente luego del impacto de bala del que había sido víctima. Había despertado al día siguiente de ser atendida, y lo primero que había visto, habían sido los hermosos ojos de Luke. —¿Qué sucedió? ¿Cómo es qué…?—Te dispararon.—Eso ya lo sé, ¿pero qué pasó luego?—quiso saber—. ¿Cómo lograron salir con vida de eso? Pensé que moriríamos.Luke frunció el ceño al recordar la escena. Todo había sido confuso en ese momento, el sonido de los proyectiles era todo lo que se escuchaba, acompañados de gritos y órdenes de matanza. Luego, todo se detuvo por un corto instante, aquellos hombres armados comenzaron a caer víctima de los suyos y entonces, lo miró, lo miró de nuevo. Era ese tipo, el que había matado a su camarada. El que había acabado con la vida de Rodrigo. Hicieron contacto visual por un segundo y antes de que su mano pudiera dirigirse para apuntarlo y pegarle un tiro, lo escuchó, escuchó el grito de Kenia y la observó caer al suelo. —No pude protegerte—le
—Son varias alternativas, señor—comenzó Horacio, con su explicación—. La primera consistiría en hacer justo lo que Amaro hizo con su familia, obligarla a hacer una venta ficticia de todos los bienes. La segunda, sería casarse, pero esa no tendría sentido, considerando la anterior. Indiferentemente, para que alguna de las dos condiciones se cumpla, Amaro tendría que estar muerto, señor. Sería imposible con él en vida. —Descarta la segunda—contestó tajante—. La obligaremos a vender—decidió. —Sí, señor. Justo en eso estaba pensando—río el asistente—. Sería tonto imaginarlo casado con esa. El hombre hizo una mueca de desagrado, al escuchar las idioteces de su asistente. ¿Casarse con la hija de Amaro? Ni muerto. Con aquello en mente, se dirigió a la habitación de su rehén. Necesitaba poner las cartas sobre la mesa.La puerta se abrió y Arlet se removió inquieta al ver a la persona que hacía su aparición. Por un momento, temió que fuese aquella mujer.—Tu padre me debe mucho—dijo Luke y
El rugido de las sirenas rasgaba el asfalto, mientras el auto de un hombre desconocido, zigzagueaba entre los callejones estrechos. —Nos persiguen. Es la policía—notó el sujeto encargado de transportar aquel cargamento. —Si nos atrapan será un problema—señaló su acompañante con genuino temor. Sabía muy bien que si los atrapaban, podrían descubrir la participación de Amaro en todo esto.—Ni hablar, no nos pueden atrapar—dijo seguro de no permitir que los alcanzarán. El auto siguió avanzando a medida que las luces rojas y azules de las patrullas parpadeaban en su espejo retrovisor, cada vez más cerca. El hombre maldijo en voz baja. No podía permitir que lo atraparan. Tenía demasiado en juego. Apretando el acelerador hasta el fondo, el auto aceleró como un cohete, dejando atrás a las patrullas que luchaban por seguirle el ritmo. Lamentablemente, su maniobra no funcionó por mucho, al cruzar una calle cercana, se encontró con un callejón sin salida. Las balas trazadoras comenzaron a z
—Señor, creo que no le tengo buenas noticias…—Habla—demandó Luke con voz fría. Observando a su fiel asistente de forma impasible.Horacio carraspeó un poco, antes de decir:—Los abogados dicen que no hay manera de revocar el testamento, las condiciones están vigentes—explicó el hombrecito un poco acalorado, ante la mirada fija de su jefe—. No hay nada que se pueda hacer al respecto. La muchacha simplemente no puede morir. —¿Qué?Kenia se mostró alterada al escuchar semejante disparate. Inmediatamente, volteó a mirar a Luke esperando una explicación razonable.—¿Cómo es eso de que no puede morir?—exigió saber ante la falta de respuestas por parte de los dos hombres. —La condición que acompaña al testamento es bastante clara. La mujer, quien ya estaba al tanto de la situación, siguió mostrándose reacia ante la idea de que la hija de Amaro viviera por tanto tiempo. —¡Ni hablar!—dijo entonces, buscando en su cerebro alguna idea que les permitiera terminar con la vida de la mocosa, si
—Todo esto es una locura, Luke—la voz de Kenia resonó en medio de la inquietud de sus pensamientos. La presencia de la mujer, lejos de representar calma y sosiego, parecía querer alterar su ya de por sí alterado estado. Simplemente, no tenía paz desde que las cosas empezaron a complicarse. Y todo era gracias a la hija de Amaro. —No puedes caer tan bajo. Mira que casarte con esa…—No me casaré—repitió algo que ya había decidido. Una sensación de alivio invadió el cuerpo de la mujer, pero fue fugaz, extremadamente momentánea. —Pero tampoco…El hombre la miró fijamente, los ojos azules se encontraron con los verdes, los cuales parecían suplicarle que no se atreviera a tocar a la hija de su enemigo. —Desecha el pensamiento. No sucederá—una seguridad absoluta empañó aquellas palabras, que parecían estar cargadas de una plena convicción. Ahora sí, una sonrisa radiante se reflejó en el rostro de la fémina, quien a pesar de estar malherida y con un vendaje rodeando su torso, se movió en