El rugido de las sirenas rasgaba el asfalto, mientras el auto de un hombre desconocido, zigzagueaba entre los callejones estrechos. —Nos persiguen. Es la policía—notó el sujeto encargado de transportar aquel cargamento. —Si nos atrapan será un problema—señaló su acompañante con genuino temor. Sabía muy bien que si los atrapaban, podrían descubrir la participación de Amaro en todo esto.—Ni hablar, no nos pueden atrapar—dijo seguro de no permitir que los alcanzarán. El auto siguió avanzando a medida que las luces rojas y azules de las patrullas parpadeaban en su espejo retrovisor, cada vez más cerca. El hombre maldijo en voz baja. No podía permitir que lo atraparan. Tenía demasiado en juego. Apretando el acelerador hasta el fondo, el auto aceleró como un cohete, dejando atrás a las patrullas que luchaban por seguirle el ritmo. Lamentablemente, su maniobra no funcionó por mucho, al cruzar una calle cercana, se encontró con un callejón sin salida. Las balas trazadoras comenzaron a z
—Señor, creo que no le tengo buenas noticias…—Habla—demandó Luke con voz fría. Observando a su fiel asistente de forma impasible.Horacio carraspeó un poco, antes de decir:—Los abogados dicen que no hay manera de revocar el testamento, las condiciones están vigentes—explicó el hombrecito un poco acalorado, ante la mirada fija de su jefe—. No hay nada que se pueda hacer al respecto. La muchacha simplemente no puede morir. —¿Qué?Kenia se mostró alterada al escuchar semejante disparate. Inmediatamente, volteó a mirar a Luke esperando una explicación razonable.—¿Cómo es eso de que no puede morir?—exigió saber ante la falta de respuestas por parte de los dos hombres. —La condición que acompaña al testamento es bastante clara. La mujer, quien ya estaba al tanto de la situación, siguió mostrándose reacia ante la idea de que la hija de Amaro viviera por tanto tiempo. —¡Ni hablar!—dijo entonces, buscando en su cerebro alguna idea que les permitiera terminar con la vida de la mocosa, si
—Todo esto es una locura, Luke—la voz de Kenia resonó en medio de la inquietud de sus pensamientos. La presencia de la mujer, lejos de representar calma y sosiego, parecía querer alterar su ya de por sí alterado estado. Simplemente, no tenía paz desde que las cosas empezaron a complicarse. Y todo era gracias a la hija de Amaro. —No puedes caer tan bajo. Mira que casarte con esa…—No me casaré—repitió algo que ya había decidido. Una sensación de alivio invadió el cuerpo de la mujer, pero fue fugaz, extremadamente momentánea. —Pero tampoco…El hombre la miró fijamente, los ojos azules se encontraron con los verdes, los cuales parecían suplicarle que no se atreviera a tocar a la hija de su enemigo. —Desecha el pensamiento. No sucederá—una seguridad absoluta empañó aquellas palabras, que parecían estar cargadas de una plena convicción. Ahora sí, una sonrisa radiante se reflejó en el rostro de la fémina, quien a pesar de estar malherida y con un vendaje rodeando su torso, se movió en
Había perdido la cuenta de los días que llevaba cautiva en ese lugar, desde su perspectiva parecían cientos. La oscuridad seguía envolviéndolo todo: sus noches y también sus días, ya no lograba distinguir entre uno y otro. «¿Era de día? ¿O acaso la noche había extendido su manto ya?», solía hacerse frecuentemente esa pregunta. Siempre en un determinado momento del día, alguien aparecía y le dejaba un plato de comida con un poco de agua. Esta comida a veces variaba, algunas veces eran vegetales o con suerte un poco de carne; pero ya no era el mismo pan mohoso que la recibió en sus primeros días. Sin embargo, a pesar de la mejoría en su alimentación, su cuerpo seguía sintiéndose muy debilitado. No estaba acostumbrada a un menú tan simple, ni a subsistir de un solo alimento. Y aquel no era el único de sus problemas, su aspecto dejaba mucho que desear. Sus ropas estaban todas sucias y harapientas, al igual que su piel, que se encontraba impregnada de mugre. Y aunque la habían bañado
La presencia del hombre irrumpió en la habitación, haciendo que el cuerpo de Kenia se llenará de adrenalina. —Luke—dijo sorprendida, no esperaba que la atrapara con las manos en la masa. —¿Qué estás haciendo aquí, Kenia?Los ojos azules brillaron con una intensidad feroz. Parecía molesto, aunque no entendía muy bien la razón.—Yo solamente estaba dándole una visita a nuestra rehén. Ya sabes—dijo con simplicidad, como si el hecho de dejar a Arlet ensangrentada y llorando en el suelo fuese lo más normal. El hombre le dedicó una leve mirada a la muchacha y luego volvió a posar sus ojos en Kenia. —Es mejor que evites hacer tus visitas—puso especial hincapié en la última palabra—. Se te puede ir la mano, Kenia—le recordó algo que parecía olvidado. Kenia sabía muy bien a qué se refería, y el riesgo que implicaba estar a solas con la niña, ya que si se dejaba llevar por su odio, podría terminar matándola y eso lo perjudicaría. —Lo sé. Pero mírala—la señaló—. Está bien, no le ha pasado
El auto se detuvo al llegar al nuevo escondite, y al segundo siguiente, Luke sacó a Arlet del interior de manera brusca. Kenia también bajó, al detallar en el rostro del hombre y en la manera en que agarraba el brazo de la niña. Se veía furioso. La mirada de ambos se encontró en un duelo, que no parecía tener ningún perdedor, puesto que los dos se veían con el mismo odio. —¡Suélteme!—rugió la jovencita con valentía. El hombre arrugó la nariz, rabioso, y la apretó más, lo pudo notar en la coloración de su brazo cada vez más rojo. —¿Por qué tanto alivio?—le preguntó entonces, su voz ronca por la ira.—¡No es su asunto!—¡Contesta!—exigió. —¡Por nada! ¡Lastimosamente, usted sigue vivo!—le gritó. Kenia soltó una maldición a punto de intervenir y poner en su sitio a la hijita de Amaro, pero una mirada fiera por parte de Luke la hizo mantenerse en su sitio. —¿Entonces creíste que los hombres de tu padre te rescatarían?—se mofó el hombre con una mezcla de burla y rabia—. ¿Es eso? ¿Rea
Su reflejo en el espejo le mostraba a alguien completamente diferente, a alguien a quien no lograba reconocer. ¿Quién era esa mujer? De lo único que estaba segura, era que no era ella.Habían pasado varios días desde que había llegado a ese nuevo lugar. Una habitación mucho más cómoda que la anterior, la cual le hacía sentir extraña. «¿Por qué tantas atenciones?», se preguntó. Incluso un médico la había visitado al día siguiente de su llegada a ese sitio, atendiendo sus heridas y dándole medicina. También le habían dado la libertad de bañarse y le habían traído ropa nueva.Al mirarse en el espejo nuevamente, la sensación de no reconocimiento persistía. Ya no era la misma jovencita de la alta sociedad, con su pelo largo y bien cuidado, ni con sus vestidos elegantes. Su rostro ahora estaba pálido y demacrado, marcado por las ojeras y la tensión de su cautiverio. Su pelo, antes largo y sedoso, ahora estaba corto y disparejo, cortado a la fuerza por el puñal de ese demonio.Al recordar
—No—murmuró tratando de liberar su rostro de su opresor—. No me importan sus planes. ¡Usted y sus planes pueden irse al demonio!Ante aquel arrebato de valentía, el hombre la miró fijamente, ojos azules, encontrándose con los castaños, en una lucha de voluntades. Un instante después, se apartó y sonrió, era una sonrisa macabra, que hizo a Arlet temblar en su posición.—¿Estás segura de que no quieres ser mi esposa, Arlet?—era la primera vez que la llamaba por su nombre.La jovencita detalló en lo suave que se escuchaba ahora su voz, muy contraria a la inicial imposición. Ante este hecho tragó grueso, pues no sabía lo qué significaba.—¡Prefiero morir que casarme con usted!—dijo entonces.El hombre nuevamente sonrió, haciendo que sus sentidos se pusieran alerta. Tenía algo entre manos, estaba segura. —¿Segura?—insistió.—Sí—repitió, alzando la barbilla. No se dejaría amedrentar por ese sujeto.—Es una pena—dijo entonces con fingido pesar. Dicho esto, sacó un teléfono de su bolsillo y