Zelina

Había pasado más de una semana desde que regresó al lado de su padre. Él había venido a visitarla diariamente, le acariciaba los cabellos y trataba de recuperar aquella conexión que los unió en el pasado, la cual lamentablemente estaba irremediablemente rota.

Con cada rechazo, Amaro dejaba ver un poco más de su verdadera faceta. Poco a poco, la máscara se resquebrajaba ante sus ojos.

—Estás siendo terca—camino el hombre de un lugar a otro—. Tienes esa misma mirada y el mismo desafío de tu madre.

—¿De qué hablas, papá?

—Tus ojos.

Amaro se acercó y la agarró por la barbilla a la vez que se cernía sobre ella. Su mirada estaba ligeramente desquiciada, sus pupilas extremadamente dilatadas, dando la apariencia de que no estaba en sus cinco sentidos.

—Oh, esos ojos—siguió diciendo, absorto—. Son tan iguales.

De pronto, pasó sus dedos por su cabello e intentó alisarlo con movimientos bruscos.

—Pero tu cabello es más rebelde.

—Papá, me lastimas.

Arlet trató de apartarle la mano, porque
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