Arlet no había podido parar de llorar, la confesión de su padre no hacía otra cosa que repetirse en su mente. Atormentándola.—¡Mamá!—lloró la joven contra la almohada, imaginando a una mujer muerta a causa de la crueldad de su progenitor.Sentía que necesitaba huir de ese lugar, lo necesitaba incluso más que el aire para respirar. No podría soportar mirarlo nuevamente. Su padre era un monstruo. —Arlet, no has comido nada—dijo Nicolás, entrando en la habitación. —Sácame de aquí—suplicó desde la cama—. Sácame, por favor. —Arlet, tu padre…—¡No me importa!—gritó desesperada. Nicolás se acercó a ella y acarició sus cabellos. —Tranquila, no grites—le hizo un gesto con el dedo para que guardara silencio—. A tu padre no le gusta verte así. Lo enfurecerás. —Yo no quiero estar aquí. ¡¿Por qué me trajiste?!—le reclamó llorando contra su pecho, al tiempo en que hacía puño su camisa.—Arlet, ¿volverás con eso?—negó—. Se suponía que estarías mejor con tu padre que con ese hombre.—No, no po
De alguna manera sabía que la tragedia formaba parte de su vida. Su padre era un mafioso y un asesino, su esposo era exactamente lo mismo, y Nicolás, su buen amigo, tampoco estaba muy lejos de ese camino. Ciertamente, le gustaría revertir su vida y transformarla en una completamente diferente o, simplemente, no haber nacido como Arlet Neumann, porque estuvo condenada desde el mismo instante de su nacimiento. —No lo hagas, por favor—suplicó con lágrimas corriendo por sus mejillas, mientras veía como Luke sacaba un arma y apuntaba a la cabeza de su amigo. La respuesta de él, fue apartarla como si se tratase de un molesto mosquito. No pudo hacer otra cosa que cerrar los ojos en medio de su impotencia y, prácticamente, al instante los disparos comenzaron a aturdirle los oídos. No fue uno, fueron muchos. —¡No!—gritó con dolor, al tiempo en que sentía que una mano la jalaba y la lanzaba al suelo. Los disparos se siguieron escuchando uno tras otro, comprobando entonces con horror que,
El rojo no era un color cualquiera, se había convertido en una constante en su vida. A la edad de catorce años, conoció vívidamente ese color cuando lo vio emanar del cuerpo de su propio padre, un golpe tras otro, ocasionó que pequeñas gotas rojizas salieran de él. Ese día conoció también el dolor y la impotencia, dos sentimientos fuertes qué mezclados hicieron de su vida un completo infierno. Ahora, años después, luego de haberse familiarizado tanto con ese color, volvía a padecer la misma mala impresión. Fue como un choque de la realidad, ser consciente nuevamente de que no se había hecho tan inmune al dolor como creía. En realidad, el dolor seguía estando presente en su vida, de una forma casi agonizante.—¡Deberías ver tu cara en este momento, Newton!—se escuchó la voz de Amaro, acompañada de una carcajada. El sonido le pareció lejano. Era como si hubiese entrado en una especie de bucle. Recordaba el día en que conoció a la mujer que ahora yacía sin vida en el suelo. Luego de m
Amaro se quitó la chaqueta que portaba, la cual ocultaba un chaleco antibalas. Parecía haber estado preparado para esto, pero no era el único. —Sabía que no eras tan estúpido de venirte sin nada—felicitó a Luke, luego de que sus hombres lo despojaran de un chaleco similar. La herida de bala que tenía en su abdomen era superficial, pero de igual forma emanaba sangre y daba la impresión de arder.—No sé qué pensaría tu padre si pudiera verte en este instante, siempre solía hablar muy bien de ti—le dijo a un Luke que acababa de ser atado de pies y manos—. “Mi hijo es un genio”, solía decir. Era un poco pretencioso, ¿sabías?Luke lo escuchaba con atención, pero no decía nada, su expresión estaba completamente en blanco. —¿Qué diría mi amigo Lisandro, si supiera que su querido genio se convirtió en nada más ni nada menos que un asesino?—se mofó. Amaro sabía bien dónde presionar para generar una reacción. Era realmente retorcido. —Ah, cierto—agregó con dramatismo un momento después, co
Arlet miró a uno de los hombres de su padre acercarse por su espalda, inmediatamente se giró y apretó el gatillo sin dudarlo.—¡Que nadie se me acerque!—rugió amenazante. Afortunadamente, el disparo solo sirvió para dar a entender que no estaba jugando. —Vaya, jamás hubiese podido imaginar este desenlace—dijo su padre—. Pero me gusta, no voy a negarlo—una sonrisa maquiavélica adorno sus facciones.—Padre, creo que no estás entendiendo lo que está pasando—su voz era firme y clara—. Pero por si no te has dado cuenta, pienso matarte. —Adelante—la alentó Amaro, abriendo los brazos e invitándola a pegarle un disparo. Las manos de Arlet temblaron sobre el arma, pero aun así su rostro mostró toda su convicción. «Debo hacerlo. Debo hacerlo», se repitió. Sabía que era la única forma de terminar con todo este infierno. Su padre no merecía vivir, no luego de todo el daño que había causado.—Bueno, si no me matas, entonces me temo que tendré que aprovechar mi tiempo en otras cosas. Ya sabe
—No puedo más. No puedo más—jadeó Arlet, cuando sintió que su cuerpo estaba a punto de colapsar. No soportaba correr un segundo más. Luke se detuvo y la soltó, para examinar su rostro con atención. Estaba pálida. Inmediatamente, sus ojos viajaron a la herida en su brazo derecho y con una mueca rompió un trozo de tela de su camisa y la vendó.—Tú también estás herido—señaló Arlet, al ver la concentración con la que intentaba detener el sangrado de su brazo. Esto no pareció ser relevante para él, porque su mente simplemente estaba en otra parte. Las sirenas policiales siguieron escuchándose y, aunque habían corrido lo suficiente como para alejarse, no estaban del todo a salvo. De hecho, acababan de ingresar a una especie de bosque aledaño. —Luke—lo llamó de nuevo, haciendo que sus ojos la mirarán por fin, pero en cuanto lo hizo se apartó de su lado. —Es posible que me relacionen con este evento—dijo en tono calculador—. Mis huellas están regadas en todas partes, sin mencionar que la
Los rayos del sol comenzaban a ser visibles en el horizonte, dando la bienvenida a un nuevo día. Arlet, asomada desde la ventana, observaba con atención la diversidad de colores. Ese día, Nicolás saldría libre de la cárcel. Luego de siete meses en prisión, finalmente se le permitiría pagar la fianza que lo absolvería de todos sus delitos. Con ayuda de sus abogados pudo demostrar que no había estado involucrado en los negocios turbios de su padre. La labor de Nicolás siempre había sido únicamente la de un guardaespaldas. Pero a pesar de que estaba feliz por el desenlace de su amigo, su corazón se entristecía al pensar en Luke. La diferencia entre los dos era abismal, mientras que a Nicolás lo trataban como a un criminal más, con derecho a visitas y a ser defendido. A Luke ni siquiera le permitían verlo, a pesar de que seguía siendo su esposa. Contrario a lo que Luke había querido, ella no quiso invalidar el matrimonio. De hecho, ahora más que nunca necesitaba su apellido. Con u
Un rayo de sol se filtró por la ventana dándole directo a la cara, sus ojos se abrieron con una mueca en ese instante. —Buenos días—murmuró una voz suave a su lado. La mirada azulada viajó por toda la habitación un segundo antes de enderezarse en la cama. —¿Arlet?—preguntó Luke con asombro, sin poder creerse que era la primera vez que dormía a su lado sin ningún tipo de episodio. La sonrisa de su esposa iluminó mucho más que el mismo sol que se colaba por la ventana. —¿Cómo dormiste? —Yo dormí… bien, supongo—las palabras tuvieron un sabor extraño en su boca. “Bien” y “dormir” eran dos palabras que desde hacía muchos años no habían sido pronunciadas juntas. —Finalmente, está dando resultados—la mujer se acercó y acarició su mejilla con dulzura—. Sabía qué funcionaria. Era cuestión de tiempo. —Arlet, eso fue muy arriesgado—no pudo evitar pensar en la posibilidad de que algo malo hubiese pasado. —No, Luke, ya no tienes que temer, las pesadillas se han ido—dijo con triunfo