Enmendar el error

—¿Y en serio crees que existe la justicia?

—Yo creo que… creo que mi padre merece pagar por todos sus delitos. Él debería ir a la cárcel y…

—¿La cárcel? No seas tonta.

—Escúcheme, le estoy diciendo que…

—No, escúchame tú a mí—la voz y la expresión del hombre cambió, haciendo que su cuerpo se estremeciera de miedo—. La cárcel sería un destino muy apacible para alguien como Amaro; yo pienso traerlo a aguas más profundas, pienso arrastrarlo hasta los confines más abismales del infierno. Que sienta como las llamas lo consumen, yo pienso matarlo con mis propias manos y créeme, no será una muerte feliz.

Arlet lo miró perpleja, la pasión con la que decía esas palabras, era como si se tratara de su más grande sueño. Un sueño feo, retorcido, perverso. Ese hombre vivía para el cumplimiento de ese día, no había nada más que le importara en el mundo.

—No puede hacer eso, porque entonces, ¿qué diferencia habría entre mi padre y usted?

Él le regaló una media sonrisa siniestra antes de decir:

—Ni
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