Arlet sentía que no podía moverse, uno a uno, sus huesos le dolían. Ese hombre la había arrojado tan fuerte, todavía no entendía cómo era que no la había matado de ese solo movimiento. «¿Qué le había hecho su padre para que la odiara tanto?», no dejaba de hacerse esa pregunta. Nunca había tenido que sentir este tipo de dolor, el dolor físico. Su padre jamás le había puesto un dedo encima, él siempre había sido muy complaciente. En su niñez y adolescencia lo tuvo todo, lujos, viajes, una vida aparentemente feliz. Todo era así hasta hacía apenas unos días. Ahora estaba a merced de ese monstruo, de ese hombre que al parecer disfrutaba de hacerla sufrir.¿Por qué no la mataba de una vez? ¿Por qué no acababa con su tortura?Los días y las horas se le hacían insoportables, desde esa noche, no había podido volver a dormir. Cada vez que sus ojos se cerraban, lo visualizaba, veía el azul de su mirada, veía su sed de sangre, veía su deseo de venganza.Ese hombre, ese rostro, se estaba hacie
—¿Y en serio crees que existe la justicia?—Yo creo que… creo que mi padre merece pagar por todos sus delitos. Él debería ir a la cárcel y…—¿La cárcel? No seas tonta. —Escúcheme, le estoy diciendo que…—No, escúchame tú a mí—la voz y la expresión del hombre cambió, haciendo que su cuerpo se estremeciera de miedo—. La cárcel sería un destino muy apacible para alguien como Amaro; yo pienso traerlo a aguas más profundas, pienso arrastrarlo hasta los confines más abismales del infierno. Que sienta como las llamas lo consumen, yo pienso matarlo con mis propias manos y créeme, no será una muerte feliz. Arlet lo miró perpleja, la pasión con la que decía esas palabras, era como si se tratara de su más grande sueño. Un sueño feo, retorcido, perverso. Ese hombre vivía para el cumplimiento de ese día, no había nada más que le importara en el mundo.—No puede hacer eso, porque entonces, ¿qué diferencia habría entre mi padre y usted?Él le regaló una media sonrisa siniestra antes de decir:—Ni
Kenia se recuperaba lentamente luego del impacto de bala del que había sido víctima. Había despertado al día siguiente de ser atendida, y lo primero que había visto, habían sido los hermosos ojos de Luke. —¿Qué sucedió? ¿Cómo es qué…?—Te dispararon.—Eso ya lo sé, ¿pero qué pasó luego?—quiso saber—. ¿Cómo lograron salir con vida de eso? Pensé que moriríamos.Luke frunció el ceño al recordar la escena. Todo había sido confuso en ese momento, el sonido de los proyectiles era todo lo que se escuchaba, acompañados de gritos y órdenes de matanza. Luego, todo se detuvo por un corto instante, aquellos hombres armados comenzaron a caer víctima de los suyos y entonces, lo miró, lo miró de nuevo. Era ese tipo, el que había matado a su camarada. El que había acabado con la vida de Rodrigo. Hicieron contacto visual por un segundo y antes de que su mano pudiera dirigirse para apuntarlo y pegarle un tiro, lo escuchó, escuchó el grito de Kenia y la observó caer al suelo. —No pude protegerte—le
—Son varias alternativas, señor—comenzó Horacio, con su explicación—. La primera consistiría en hacer justo lo que Amaro hizo con su familia, obligarla a hacer una venta ficticia de todos los bienes. La segunda, sería casarse, pero esa no tendría sentido, considerando la anterior. Indiferentemente, para que alguna de las dos condiciones se cumpla, Amaro tendría que estar muerto, señor. Sería imposible con él en vida. —Descarta la segunda—contestó tajante—. La obligaremos a vender—decidió. —Sí, señor. Justo en eso estaba pensando—río el asistente—. Sería tonto imaginarlo casado con esa. El hombre hizo una mueca de desagrado, al escuchar las idioteces de su asistente. ¿Casarse con la hija de Amaro? Ni muerto. Con aquello en mente, se dirigió a la habitación de su rehén. Necesitaba poner las cartas sobre la mesa.La puerta se abrió y Arlet se removió inquieta al ver a la persona que hacía su aparición. Por un momento, temió que fuese aquella mujer.—Tu padre me debe mucho—dijo Luke y
El rugido de las sirenas rasgaba el asfalto, mientras el auto de un hombre desconocido, zigzagueaba entre los callejones estrechos. —Nos persiguen. Es la policía—notó el sujeto encargado de transportar aquel cargamento. —Si nos atrapan será un problema—señaló su acompañante con genuino temor. Sabía muy bien que si los atrapaban, podrían descubrir la participación de Amaro en todo esto.—Ni hablar, no nos pueden atrapar—dijo seguro de no permitir que los alcanzarán. El auto siguió avanzando a medida que las luces rojas y azules de las patrullas parpadeaban en su espejo retrovisor, cada vez más cerca. El hombre maldijo en voz baja. No podía permitir que lo atraparan. Tenía demasiado en juego. Apretando el acelerador hasta el fondo, el auto aceleró como un cohete, dejando atrás a las patrullas que luchaban por seguirle el ritmo. Lamentablemente, su maniobra no funcionó por mucho, al cruzar una calle cercana, se encontró con un callejón sin salida. Las balas trazadoras comenzaron a z
—Señor, creo que no le tengo buenas noticias…—Habla—demandó Luke con voz fría. Observando a su fiel asistente de forma impasible.Horacio carraspeó un poco, antes de decir:—Los abogados dicen que no hay manera de revocar el testamento, las condiciones están vigentes—explicó el hombrecito un poco acalorado, ante la mirada fija de su jefe—. No hay nada que se pueda hacer al respecto. La muchacha simplemente no puede morir. —¿Qué?Kenia se mostró alterada al escuchar semejante disparate. Inmediatamente, volteó a mirar a Luke esperando una explicación razonable.—¿Cómo es eso de que no puede morir?—exigió saber ante la falta de respuestas por parte de los dos hombres. —La condición que acompaña al testamento es bastante clara. La mujer, quien ya estaba al tanto de la situación, siguió mostrándose reacia ante la idea de que la hija de Amaro viviera por tanto tiempo. —¡Ni hablar!—dijo entonces, buscando en su cerebro alguna idea que les permitiera terminar con la vida de la mocosa, si
—Todo esto es una locura, Luke—la voz de Kenia resonó en medio de la inquietud de sus pensamientos. La presencia de la mujer, lejos de representar calma y sosiego, parecía querer alterar su ya de por sí alterado estado. Simplemente, no tenía paz desde que las cosas empezaron a complicarse. Y todo era gracias a la hija de Amaro. —No puedes caer tan bajo. Mira que casarte con esa…—No me casaré—repitió algo que ya había decidido. Una sensación de alivio invadió el cuerpo de la mujer, pero fue fugaz, extremadamente momentánea. —Pero tampoco…El hombre la miró fijamente, los ojos azules se encontraron con los verdes, los cuales parecían suplicarle que no se atreviera a tocar a la hija de su enemigo. —Desecha el pensamiento. No sucederá—una seguridad absoluta empañó aquellas palabras, que parecían estar cargadas de una plena convicción. Ahora sí, una sonrisa radiante se reflejó en el rostro de la fémina, quien a pesar de estar malherida y con un vendaje rodeando su torso, se movió en
Había perdido la cuenta de los días que llevaba cautiva en ese lugar, desde su perspectiva parecían cientos. La oscuridad seguía envolviéndolo todo: sus noches y también sus días, ya no lograba distinguir entre uno y otro. «¿Era de día? ¿O acaso la noche había extendido su manto ya?», solía hacerse frecuentemente esa pregunta. Siempre en un determinado momento del día, alguien aparecía y le dejaba un plato de comida con un poco de agua. Esta comida a veces variaba, algunas veces eran vegetales o con suerte un poco de carne; pero ya no era el mismo pan mohoso que la recibió en sus primeros días. Sin embargo, a pesar de la mejoría en su alimentación, su cuerpo seguía sintiéndose muy debilitado. No estaba acostumbrada a un menú tan simple, ni a subsistir de un solo alimento. Y aquel no era el único de sus problemas, su aspecto dejaba mucho que desear. Sus ropas estaban todas sucias y harapientas, al igual que su piel, que se encontraba impregnada de mugre. Y aunque la habían bañado