Las manos de la joven temblaban, mientras empuñaba con fuerza aquella arma. Su dedo índice se encontraba posicionado en el gatillo, solo debía apretarlo y ese hombre dejaría de ser una amenaza.
Sin embargo, no era tan fácil, Arlet no era una asesina. De hecho, era la primera vez que tenía entre sus manos una pistola. Jamás había tocado una antes. Jamás había tenido que vivir una situación similar en el pasado. —Señorita, no lo haga.La voz de Nicolás se hizo presente, el hombre, quien tenía su rostro todo ensangrentado tras todos los golpes de los que había sido víctima, mostró su deseo de no permitir que sus manos se mancharan con la culpa de llevar sobre las mismas un asesinato.Su fiel guardaespaldas la conocía muy bien, sabía que no era más que una jovencita dulce y mimada, la cual no podría vivir luego con la culpa.Pero Arlet no estaba dispuesta a permitir que aquel sujeto se saliera con la suya, no estaba dispuesta a permitir que los aniquilará.—¡Aléjese de él y arrodíllese!—demandó con fiereza, dispuesta a proteger a su amigo.Luke arrugó la nariz al escuchar que la hija de su enemigo se atrevía a ordenarle semejante cosa. ¿Él arrodillarse? ¿Delante de ella? «Maldita», fue lo que pensó. Calculando lo rápido que podría sacar su arma y matarla. Ella tenía el dedo en el gatillo, pero estaba convencido de que le tomaría un segundo o dos en decidirse a apretarlo; sin embargo, él solo necesitaba tres para desenfundar su pistola y acabarla. —¿Acaso no me escucho? ¡Muévase!—le apremió la joven, haciendo un vano intento de mostrarse intimidante. En respuesta a su demanda, el hombre mostró una media sonrisa que hizo a Arlet estremecerse en su posición. —¡No estoy jugando!—siguió diciendo, presa de la adrenalina y el pánico al ver que aquel sujeto se ponía de pie y parecía querer caminar en su dirección. —Adelante. Dispara—la desafío. Arlet tragó saliva al contemplar la posibilidad de cometer semejante acto. Un segundo de indecisión fue suficiente, para que aquel hombre acortará la distancia y le arrebatará el arma. Su espalda chocó contra el piso de su habitación y al instante siguiente aquel sujeto estaba sobre ella, apresando sus manos a la altura de su cabeza. —¡Repítelo!—demandó Luke con furia, apretando fuertemente su barbilla con su mano libre.La joven se quedó sin palabras, impactada, viéndolo con profundo temor. El odio que destilaba de sus orbes azules le permitía ver qué no tenía salida, su final estaba escrito en esa mirada. De pronto, el sonido de muchos pasos interrumpió aquel duelo de miradas, haciendo que su posición cambiara de forma drástica. Ya no estaba bajo el peso de aquel enorme cuerpo, sino que estaba de pie, siendo sujetada por un brazo y apuntada en su cabeza con un arma. Al mismo tiempo, la habitación se empezó a llenar de personas y pudo reconocer algunos rostros conocidos. Se trataba de los hombres de su padre. —Un paso más y la mató—rugió Luke, y sin duda si pensaba cumplir con su amenaza. Y mientras decía esas palabras, Luke se daba cuenta de que había sido un error el subestimar su importancia. No, Amaro no había abandonado a su hija, porque de hacerlo, qué caso tendría enviar una docena de hombres para buscarla. Y esto, a su vez, le hizo preguntarse por su propia gente. ¿Dónde estaba Horacio y el resto de sus hombres?Había sido muy confiado al suponer que finalmente su enemigo estaba en sus manos. Años de planeación se habían venido abajo en cuestión de horas, llegar a la propiedad, allanar la casa, todo había requerido de un plan y esfuerzo que no habían dado los resultados deseados. Había fracasado.Pero no estaba dispuesto a salir de ahí con los pies por delante. No estaba dispuesto a morir a mano de Amaro y sus hombres. Y su boleto de salida estaba justo entre sus manos. Se trataba de la hija de Amaro. —Díganle a su jefe que si quiere volver a ver a su hijita con vida deberá venir a mí personalmente—dicho esto, hizo un gesto pidiendo que le liberarán el espacio, pues pensaba salir usando a la joven de rehén. Nicolás, al notar que algunos de los hombres se mostraban reacios, tosió un poco antes de decir: —¡¿No lo oyeron? ¡Quítense!—ordenó, no dispuesto a permitir que la vida de Arlet corriera ningún riesgo. Arlet miró a su fiel amigo y le sonrió en medio de aquel caos en el que se había visto envuelta. En realidad no sabía si lo volvería a ver, pero valoraba hasta el último minuto su protección y quería que lo supiera. Después de todo, Nicolás no era únicamente su guardaespaldas, había sido su amigo en todos estos años. Desde que su padre lo asignó para ella a la edad de quince años, supo que el hombre se volvería cercano. Y así fue. Ahora, a tan solo meses de cumplir su mayoría de edad, el sentimiento de amistad había crecido demasiado. Eran inseparables, casi uno solo. El camino fue despejado para Luke, quien sin bajar la guardia se llevó a la jovencita de rehén. Al salir de la propiedad se encontró con un vehículo Maserati negro que lo esperaba. En el interior, pudo divisar a su asistente, al idiota que no había sabido seguir sus órdenes. —¿Por qué demonios mis hombres no llegaron?—ladró al abrir la puerta del auto y lanzar a la rehén en el asiento de atrás. —Señor, sufrimos una emboscada—explicó el hombrecito completamente acalorado—. Uno de nuestros auto explotó, la mayoría de los hombres murieron. —¡Maldito, Amaro! Sabía que vendría, sabía que…De pronto miró nuevamente a la castaña, quien temblaba y lo miraba con cautela. «¿Si Amaro sabía que vendría, por qué había dejado desprotegida a su preciada hija? ¿Acaso el muy imbécil pensaba que no sería capaz de llegar a su destino? ¿O era que suponía que su auto sería el que explotara?», se preguntó entrecerrando los ojos sin dejar de observarla.—¿Cómo dices?—la voz que acompañó aquella pregunta fue baja, mortal. El individuo encargado de dar respuesta, tragó en seco antes de contestar: —No pudimos impedirlo, señor. Se la llevaron. Amaro soltó una maldición audible y al segundo siguiente, el hombre había dejado de respirar. Un disparo, eso había bastado para silenciarlo.—¡Al próximo que me diga semejante bobería, lo mató!—ladró de nuevo. Ninguno de sus hombres quiso repetir el desafortunado desenlace. Sabían muy bien que su jefe no estaba en sus cabales, después de todo no habían sido días fáciles. Todo comenzó con el incendio a una de sus fábricas, las pérdidas que produjo el atentado fueron millonarias, comprometiéndolo de mala manera con muchos de sus socios. Y no se referían a los accionistas de sus empresas fantasmas, sino a gente peligrosa, a los grandes de la mafia. Y Amaro sabía muy bien quién había sido el culpable de todo… Ese maldito de Newton. Había sido un error no asegurarse de acabar con todos los hijos
Al llegar a su destino, Luke se dirigió al asiento trasero del auto y jaló del brazo a la jovencita que se encontraba de rehén. —¿Qué es esto? ¿Dónde estamos?—preguntó Arlet, asustada y temerosa de no ver más que un sitio desierto. Al fondo había aparentemente una casa, pero no había nada más que eso. El hombre apretó más fuerte su agarre y tiro con mayor ímpetu, llevándola prácticamente a rastras. —¿Le hice una pregunta?—insistió, viendo cómo sus zapatos se manchaban de la tierra que había alrededor. Ese hombre ni siquiera le daba tiempo de levantar los pies para caminar con normalidad.—¡Cierra el pico, niña!Horacio, quien sabía que su jefe estaba de pésimo humor, decidió silenciar a la molesta hija de Amaro, al ver que la misma no parecía conocer lo que era la prudencia. Arlet miró de reojo al sujeto que le habló y le pareció un chiste. Era un tipo bajo y gordo, quien cargaba un arma en su cinto que parecía mucho más grande que él. Por un instante, estuvo tentada a responderl
—¿Qué es esto? ¿Acaso es…?—La hija de Amaro—completo Luke, dándole un empujón a Arlet para que terminara de entrar en la casa. La jovencita aterrizó en la sala de esa vivienda, sintiéndose como un pez fuera del agua. ¿Dónde estaba?—¿Cómo es qué…?—siguió preguntando la mujer, deseosa de respuestas. —Exceso de confianza—concluyó el otro sin querer dar más explicaciones al respecto. Horacio, quien sabía que la mujer seguiría preguntando, se apresuró en explicarlo todo. Kenia se relamió los labios al darse cuenta de la joyita que tenían en mano. —Entonces Amaro dejó desprotegida a su preciada hijita—dijo dando algunos pasos en dirección a la muchacha. No dejaba de observarla, evaluándola—. Oh, pero que tenemos aquí—señaló agarrándola de la barbilla e inspeccionando su cara—. Un cutis bien cuidado, sin duda. Qué lástima—dicho eso, sacó una navaja. —Espera, Kenia—la detuvo el hombre al detallar sus intenciones. —¿Qué pasa? ¿Acaso no vamos a matarla?—Así es, pero aún no.La jovenci
Arlet pasó la noche más larga de su vida encerrada en ese lugar oscuro, el cual parecía un cajón en el que no se filtraba ni la más mínima luz. Fueron largas horas de llanto y de rogarle al cielo por un poco de piedad. Tenía miedo de morir, miedo porque presentía que su muerte no sería sencilla. Pero a la vez, veía en esa posibilidad una salida. Cuando finalmente la tortura terminara, cuando finalmente todo acabará, podría reunirse con su madre, podría conocerla, ya que nunca tuvo la oportunidad de hacerlo. Lamentablemente, su madre había muerto dándola a luz. Zelina, como su padre le contaba, era una mujer hermosa, encantadora, la cual lo cautivó con tan solo una mirada. Su padre la amaba, y lo sabía muy bien, porque tenía prácticamente un altar montado para ella en su habitación. Enormes cuadros de la mujer, rodeaban las paredes de aquella recámara, a la cual solía entrar muy poco. Su padre nunca se volvió a casar ni le conoció a otra pareja en todos esos años. Él siempre le hab
La puerta de la habitación se abrió de golpe, haciendo que el corazón de la muchacha se acelerara por completo. «¿Qué estaba sucediendo?», se preguntó, viendo al individuo que la observaba desde el umbral. Un segundo, ese fue el tiempo que le otorgó para que asimilará que había llegado su final. Inmediatamente, sus pasos resonaron como una marcha fúnebre, presagiando un terrible desenlace. Moriría, pudo verlo escrito en esos ojos zarco, tan ardientes, pero al mismo tiempo tan helados. Sin embargo, como si se tratara de una liebre inútil que se niega a ser devorada por las fauces del lobo; corrió, corrió y tropezó sin siquiera haber llegado a un sitio de resguardo. Arlet sintió el golpe en sus rodillas y al segundo siguiente, había sido jalada y lanzada mucho más lejos. Un gemido de dolor se escapó de sus labios cuando su espalda chocó contra la pared más cercana. Sus labios quisieron suplicar por un poco de piedad, quisieron suplicarle para que se detuviera. ¿Pero siquiera ten
Arlet sentía que no podía moverse, uno a uno, sus huesos le dolían. Ese hombre la había arrojado tan fuerte, todavía no entendía cómo era que no la había matado de ese solo movimiento. «¿Qué le había hecho su padre para que la odiara tanto?», no dejaba de hacerse esa pregunta. Nunca había tenido que sentir este tipo de dolor, el dolor físico. Su padre jamás le había puesto un dedo encima, él siempre había sido muy complaciente. En su niñez y adolescencia lo tuvo todo, lujos, viajes, una vida aparentemente feliz. Todo era así hasta hacía apenas unos días. Ahora estaba a merced de ese monstruo, de ese hombre que al parecer disfrutaba de hacerla sufrir.¿Por qué no la mataba de una vez? ¿Por qué no acababa con su tortura?Los días y las horas se le hacían insoportables, desde esa noche, no había podido volver a dormir. Cada vez que sus ojos se cerraban, lo visualizaba, veía el azul de su mirada, veía su sed de sangre, veía su deseo de venganza.Ese hombre, ese rostro, se estaba hacie
—¿Y en serio crees que existe la justicia?—Yo creo que… creo que mi padre merece pagar por todos sus delitos. Él debería ir a la cárcel y…—¿La cárcel? No seas tonta. —Escúcheme, le estoy diciendo que…—No, escúchame tú a mí—la voz y la expresión del hombre cambió, haciendo que su cuerpo se estremeciera de miedo—. La cárcel sería un destino muy apacible para alguien como Amaro; yo pienso traerlo a aguas más profundas, pienso arrastrarlo hasta los confines más abismales del infierno. Que sienta como las llamas lo consumen, yo pienso matarlo con mis propias manos y créeme, no será una muerte feliz. Arlet lo miró perpleja, la pasión con la que decía esas palabras, era como si se tratara de su más grande sueño. Un sueño feo, retorcido, perverso. Ese hombre vivía para el cumplimiento de ese día, no había nada más que le importara en el mundo.—No puede hacer eso, porque entonces, ¿qué diferencia habría entre mi padre y usted?Él le regaló una media sonrisa siniestra antes de decir:—Ni
Kenia se recuperaba lentamente luego del impacto de bala del que había sido víctima. Había despertado al día siguiente de ser atendida, y lo primero que había visto, habían sido los hermosos ojos de Luke. —¿Qué sucedió? ¿Cómo es qué…?—Te dispararon.—Eso ya lo sé, ¿pero qué pasó luego?—quiso saber—. ¿Cómo lograron salir con vida de eso? Pensé que moriríamos.Luke frunció el ceño al recordar la escena. Todo había sido confuso en ese momento, el sonido de los proyectiles era todo lo que se escuchaba, acompañados de gritos y órdenes de matanza. Luego, todo se detuvo por un corto instante, aquellos hombres armados comenzaron a caer víctima de los suyos y entonces, lo miró, lo miró de nuevo. Era ese tipo, el que había matado a su camarada. El que había acabado con la vida de Rodrigo. Hicieron contacto visual por un segundo y antes de que su mano pudiera dirigirse para apuntarlo y pegarle un tiro, lo escuchó, escuchó el grito de Kenia y la observó caer al suelo. —No pude protegerte—le