El sonido de la puerta al abrir la sobresaltó, pero no se giró, no hacía falta hacerlo, bastaba con sentir como sus vellos se erizaban ante la inminente presencia. Era ese hombre, estaba segura.
—¿Qué quiere?—lo encaró firme, alzando la barbilla.Evidentemente, esto él no podía notarlo, estaba de espaldas después de todo. Pero sin importar si la veía o no, no pensaba demostrarle temor. Ya no.—¿Qué quiero yo o que quieres tú?La pregunta sonó tan extraña, que no pudo evitar girarse y mirarlo a la cara.—¡¿Querer yo?!—le gritó sin poder evitarlo—. ¡Pues creo que es bastante obvio! ¡Libéreme!—ordenó, como si realmente estuviese en condiciones de hacerlo.Él no contestó, solo la miró con esos azules tan intensos y penetrantes. Era, sin duda, una visión impropia, parecía existir algo más en ese mar de indiferencia que siempre demostraba.—¿Estás segura de eso?—preguntó, su voz sonó extrañamente suave.—Por supuesto, ¿por qué no lo estaría?—La otra noche, cuando me acerque, sentí que había algo más que simple repulsión de tu parte—le recordó, y aquello le hizo sentir incómoda. Desde luego que lo recordaba bien. Sus manos sobre su piel, el calor que su cercanía le transmitía, no era muy diferente a lo que experimentaba en ese momento: anticipación, deseo.—No sé dé qué está hablando—fingió demencia.Arlet sabía que era más fácil hacerse la desentendida, a confesar que, efectivamente, había sentido algo más. ¿Algo más por su secuestrador? Por supuesto que no. Ni hablar. Se negó ante la idea.—¿Por qué te mientes a ti misma?—No siento más que asco por usted—le dijo.La cara del hombre se transformó, si de por sí siempre mantenía una expresión fría, ahora parecía un témpano de hielo.—¡Mientes!—le dijo, su voz sonó fuerte, a la vez que daba varios pasos acortando la distancia entre ellos. Ella retrocedió por inercia, ni loca lo dejaría acercarse de nuevo.—¡No se me acerque!—¡Lo haré! ¡Lo haré cuántas veces quiera!—le contradijo firmemente.Arlet torpemente intentó huir, por supuesto que huiría, sabía cuál era su intención, hacerla flaquear con sus tontos trucos y no lo permitiría.¿Pero podía huir? ¿Siquiera tenía caso intentarlo?Parecía simplemente una labor imposible, estaba en una habitación, a solas con ese hombre, sin nadie a su alrededor que pudiera ayudarla. Estaba perdida, y lo confirmo cuando, de un empujón, chocó contra la pared y lo sintió cernirse sobre ella. Era grande, pesado, intimidante.—¡No!—gritó, pero al segundo siguiente no pudo decir nada más. Sus labios estaban lo suficientemente ocupados como para poder hacerlo.Ese hombre la beso, él, Luke, su secuestrador. El mismo que había jurado venganza contra su padre, el mismo que decía detestarla con toda su alma, el mismo que le había gritado mil veces que la odiaba.Pero entonces, ¿por qué la besaba si la aborrecía tanto? ¿Y por qué ella se sentía así al sentir el contacto de sus labios, de esos labios que juraban odiarla?Era una locura y no lo permitiría. No permitiría que ganará, no permitiría que la hiciera flaquear con sus trucos, ni que su corazón se permitiera sentir algo más. Era su secuestrador y jamás sentiría otra cosa que desprecio por él.Un año antes…—Solo queda ella—informó una voz masculina a su acompañante.—¿Solo esta niña?Luke miró a la curiosa jovencita, quien se quejaba del dolor que se concentraba en su cuerpo tras ser lanzada al suelo. —Sí—confirmó el moreno—. Al parecer ese desgraciado de Amaro abandonó a su propia hija. —Su hija—murmuró Luke aquella palabra, mirando con renovada atención a la castaña.Arlet se estremeció al ser el foco de aquellos ojos azules tan deseosos de venganza. —¿Qué piensas hacer con ella?Aquella pregunta envió una oleada de temor al cuerpo de la joven, quien pudo detallar en primera plana como aquel sujeto parecía cavilar varias opciones. Lo cierto era que sin importar cuál eligiera ninguna de las alternativas, parecía buena.—Obviamente, no puedes dejarla viva—siguió Rodrigo ante la falta de respuesta—. ¿Pero me refiero a si te apetece divertirte un poco antes?Ante aquella cuestión, el hombre miró a su compañero con profundo odio. Rodrigo alzó las manos y se apresuró a agre
Las manos de la joven temblaban, mientras empuñaba con fuerza aquella arma. Su dedo índice se encontraba posicionado en el gatillo, solo debía apretarlo y ese hombre dejaría de ser una amenaza. Sin embargo, no era tan fácil, Arlet no era una asesina. De hecho, era la primera vez que tenía entre sus manos una pistola. Jamás había tocado una antes. Jamás había tenido que vivir una situación similar en el pasado. —Señorita, no lo haga.La voz de Nicolás se hizo presente, el hombre, quien tenía su rostro todo ensangrentado tras todos los golpes de los que había sido víctima, mostró su deseo de no permitir que sus manos se mancharan con la culpa de llevar sobre las mismas un asesinato.Su fiel guardaespaldas la conocía muy bien, sabía que no era más que una jovencita dulce y mimada, la cual no podría vivir luego con la culpa.Pero Arlet no estaba dispuesta a permitir que aquel sujeto se saliera con la suya, no estaba dispuesta a permitir que los aniquilará.—¡Aléjese de él y arrodíllese!
—¿Cómo dices?—la voz que acompañó aquella pregunta fue baja, mortal. El individuo encargado de dar respuesta, tragó en seco antes de contestar: —No pudimos impedirlo, señor. Se la llevaron. Amaro soltó una maldición audible y al segundo siguiente, el hombre había dejado de respirar. Un disparo, eso había bastado para silenciarlo.—¡Al próximo que me diga semejante bobería, lo mató!—ladró de nuevo. Ninguno de sus hombres quiso repetir el desafortunado desenlace. Sabían muy bien que su jefe no estaba en sus cabales, después de todo no habían sido días fáciles. Todo comenzó con el incendio a una de sus fábricas, las pérdidas que produjo el atentado fueron millonarias, comprometiéndolo de mala manera con muchos de sus socios. Y no se referían a los accionistas de sus empresas fantasmas, sino a gente peligrosa, a los grandes de la mafia. Y Amaro sabía muy bien quién había sido el culpable de todo… Ese maldito de Newton. Había sido un error no asegurarse de acabar con todos los hijos
Al llegar a su destino, Luke se dirigió al asiento trasero del auto y jaló del brazo a la jovencita que se encontraba de rehén. —¿Qué es esto? ¿Dónde estamos?—preguntó Arlet, asustada y temerosa de no ver más que un sitio desierto. Al fondo había aparentemente una casa, pero no había nada más que eso. El hombre apretó más fuerte su agarre y tiro con mayor ímpetu, llevándola prácticamente a rastras. —¿Le hice una pregunta?—insistió, viendo cómo sus zapatos se manchaban de la tierra que había alrededor. Ese hombre ni siquiera le daba tiempo de levantar los pies para caminar con normalidad.—¡Cierra el pico, niña!Horacio, quien sabía que su jefe estaba de pésimo humor, decidió silenciar a la molesta hija de Amaro, al ver que la misma no parecía conocer lo que era la prudencia. Arlet miró de reojo al sujeto que le habló y le pareció un chiste. Era un tipo bajo y gordo, quien cargaba un arma en su cinto que parecía mucho más grande que él. Por un instante, estuvo tentada a responderl
—¿Qué es esto? ¿Acaso es…?—La hija de Amaro—completo Luke, dándole un empujón a Arlet para que terminara de entrar en la casa. La jovencita aterrizó en la sala de esa vivienda, sintiéndose como un pez fuera del agua. ¿Dónde estaba?—¿Cómo es qué…?—siguió preguntando la mujer, deseosa de respuestas. —Exceso de confianza—concluyó el otro sin querer dar más explicaciones al respecto. Horacio, quien sabía que la mujer seguiría preguntando, se apresuró en explicarlo todo. Kenia se relamió los labios al darse cuenta de la joyita que tenían en mano. —Entonces Amaro dejó desprotegida a su preciada hijita—dijo dando algunos pasos en dirección a la muchacha. No dejaba de observarla, evaluándola—. Oh, pero que tenemos aquí—señaló agarrándola de la barbilla e inspeccionando su cara—. Un cutis bien cuidado, sin duda. Qué lástima—dicho eso, sacó una navaja. —Espera, Kenia—la detuvo el hombre al detallar sus intenciones. —¿Qué pasa? ¿Acaso no vamos a matarla?—Así es, pero aún no.La jovenci
Arlet pasó la noche más larga de su vida encerrada en ese lugar oscuro, el cual parecía un cajón en el que no se filtraba ni la más mínima luz. Fueron largas horas de llanto y de rogarle al cielo por un poco de piedad. Tenía miedo de morir, miedo porque presentía que su muerte no sería sencilla. Pero a la vez, veía en esa posibilidad una salida. Cuando finalmente la tortura terminara, cuando finalmente todo acabará, podría reunirse con su madre, podría conocerla, ya que nunca tuvo la oportunidad de hacerlo. Lamentablemente, su madre había muerto dándola a luz. Zelina, como su padre le contaba, era una mujer hermosa, encantadora, la cual lo cautivó con tan solo una mirada. Su padre la amaba, y lo sabía muy bien, porque tenía prácticamente un altar montado para ella en su habitación. Enormes cuadros de la mujer, rodeaban las paredes de aquella recámara, a la cual solía entrar muy poco. Su padre nunca se volvió a casar ni le conoció a otra pareja en todos esos años. Él siempre le hab
La puerta de la habitación se abrió de golpe, haciendo que el corazón de la muchacha se acelerara por completo. «¿Qué estaba sucediendo?», se preguntó, viendo al individuo que la observaba desde el umbral. Un segundo, ese fue el tiempo que le otorgó para que asimilará que había llegado su final. Inmediatamente, sus pasos resonaron como una marcha fúnebre, presagiando un terrible desenlace. Moriría, pudo verlo escrito en esos ojos zarco, tan ardientes, pero al mismo tiempo tan helados. Sin embargo, como si se tratara de una liebre inútil que se niega a ser devorada por las fauces del lobo; corrió, corrió y tropezó sin siquiera haber llegado a un sitio de resguardo. Arlet sintió el golpe en sus rodillas y al segundo siguiente, había sido jalada y lanzada mucho más lejos. Un gemido de dolor se escapó de sus labios cuando su espalda chocó contra la pared más cercana. Sus labios quisieron suplicar por un poco de piedad, quisieron suplicarle para que se detuviera. ¿Pero siquiera ten
Arlet sentía que no podía moverse, uno a uno, sus huesos le dolían. Ese hombre la había arrojado tan fuerte, todavía no entendía cómo era que no la había matado de ese solo movimiento. «¿Qué le había hecho su padre para que la odiara tanto?», no dejaba de hacerse esa pregunta. Nunca había tenido que sentir este tipo de dolor, el dolor físico. Su padre jamás le había puesto un dedo encima, él siempre había sido muy complaciente. En su niñez y adolescencia lo tuvo todo, lujos, viajes, una vida aparentemente feliz. Todo era así hasta hacía apenas unos días. Ahora estaba a merced de ese monstruo, de ese hombre que al parecer disfrutaba de hacerla sufrir.¿Por qué no la mataba de una vez? ¿Por qué no acababa con su tortura?Los días y las horas se le hacían insoportables, desde esa noche, no había podido volver a dormir. Cada vez que sus ojos se cerraban, lo visualizaba, veía el azul de su mirada, veía su sed de sangre, veía su deseo de venganza.Ese hombre, ese rostro, se estaba hacie