XI Nosotros
No había habido nuevos combates en la arena y Eladius no necesitaba de más ingredientes para sus pociones que pudiera conseguir en las mazmorras, pero Eris se las arregló para convencerlo de acompañarla hasta allá de nuevo.

El menjunje que había preparado para las heridas ayudaría a sanar a los guerreros del rey y seguirían dándole al monarca un buen espectáculo, aseguró. Nada sabía él del prisionero bestia y su encuentro con el león porque no asistía a los combates.

Una vez en las mazmorras, Eladius fue al lugar donde entrenaban los prisioneros. Uno a uno se enfrentaban con espadas de madera en un campo bajo el sol ardiente. Sus pieles bronceadas brillaban, curtidas y sudadas y el muchacho se halló mirándose los brazos, tan pálidos y flacuchos en comparación.

—Atención, prisioneros —Mort, el entrenador, detuvo los ejercicios—. Hoy tenemos el honor de ser visitados por un aprendiz de sacerdote, el más culto entre los suyos y con habilidades mágicas —así se había presentado Eladiu
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